—Evelina, la tatuadora nuestra —señala a su mujer y luego su cuerpo—, llamó a la medianoche pidiendo que la ayudáramos con su auto varado. Tiro la cabeza para atrás por el alivio que estoy recibiendo por mi marido. El dolor de cabeza se ha puesto intermitente y lo aprecio. —¿Si sabían que era una trampa por qué arriesgarse? —Los ataco sin adornos. —Le comenté a Lioña y él se apuntó —dice Vilen ignorando mi pregunta. —¿Por qué? —replico. —¡Joder, porque…! —Leonid no deja que termine su frustración por mi invasión, sale furioso y arruga la camisa de su hijo. —El tono lo bajas y comunicar lo sucedido —exige y coloco mis manos en sus hombros. —Leonid, déjalo, lo estoy confrontando y su aumento de voz no me ofende. —Leonid sin soltarlo desvía sus ojos para verme. —A mí no me agrada —acl