—Él se encerraba en este espacio y evitaba hablar. Tu hermana… —mi cuerpo se puso tenso y la señora duda—, el nombre era… —destapo mi rostro y me vuelvo hacia ella—, ¡ah, ya lo tengo es Dunya! —exclama mientras truena sus dedos—. Ella lo llamaba y él se negaba a responder. A la semana, después de tantas negativas decidió agarrar el teléfono y sin darme tiempo a darle privacidad le dijo con ira: Olvida que existo, eres una vergüenza para la familia —el cambio de tono imitando a papá se me hizo ridículo y se lo hice comprender con mi rostro. Lev está en silencio examinado el mural y nos ignora. —Por lo que cuenta, era cercana a mi padre —acorto nuestra distancia y limpio con el dorso mis lágrimas. —Se puede llamar una bonita amistad, luego de esa llamada tu padre se encerró a dibujar es