CAPÍTULO CATORCE
Un inquietante silencio se apoderó de la iglesia y sus alrededores. Excepto por los pájaros, por supuesto. Un grupo reñía, aleteando y picoteando unos a otros, tratando de obtener los mejores bocados del cadáver postrado y ensangrentado que allí yacía. Los jinetes se detuvieron y miraron con estupefacto horror.
—¿Qué diablos ha sucedido aquí? —dijo alguien.
De repente, Martindale disparó a uno de los buitres del festín y el resto estalló hacia el cielo en una masa de graznidos aterrorizados. “Odio esas malditas cosas”, murmuró, enfundando su revólver.
—Muévanse por ambos lados, —dijo Mario a los demás. Reece, tú por el frente.
—Yo lo haré, —dijo Martindale, bajándose de la silla. —El resto de ustedes muévanse con mucha cautela.
Mientras el pistolero vestido de n***o
