CAPÍTULO OCHO
“Vaya, vaya”, se rio Kelly Jessup, poniéndose en cuclillas para pinchar al extraño inconsciente que estaba tumbado delante de él, “este no es un tipo muy agradable”. Miró a la mujer del vestido n***o que estaba frente a él, con una pala de mango pesado en las manos. “Gracias, señora. Es casi seguro que me hubiera matado”.
—Lo reconocí como asesino en el momento en que entró en la iglesia.
Jessup se puso de pie. “¿Lo reconoció?”
—Sí, lo hice. Lo he visto antes, con su arma enfundada y ese brillo maligno en sus ojos. Viví en Dodge por un tiempo, cuando mi esposo trabajaba como alguacil allí. La cantidad de veces que vi a hombres como él llenando la cárcel es incontable.
—Bueno, me alegro, señora. Se me echó encima antes de que pudiera respirar. Solo venía aquí para hablar
