CAPÍTULO CINCO Con los sollozos desgarradores de la joven resonando en sus oídos, el padre Merry salió del pequeño dormitorio y se dirigió a la bomba manual. Accionó la palanca, salpicándose las manos y luego la cara. Temporalmente cegado, buscó a tientas una toalla. Un par de manos suaves presionaron un paño grueso en su agarre y él gruñó en agradecimiento. Se secó la cara con palmaditas y se volvió hacia Nati Parker que estaba frente a él. Nati, una mujer esbelta de poco más de treinta años Nati poseía la buena apariencia ardiente que traicionaba su herencia mexicana: ojos oscuros y cabello n***o liso azabache recogido de su rostro suave y bronceado. Se pasó la lengua por los dientes y dijo: “¿Cómo está ella?” —Un poco mejor. Va a llevar tiempo, Nati. —Ambos tenemos mucho de eso. —T