CAPÍTULO DIECINUEVE Escuchó el sonido de voces, el inconfundible embalaje de las pertenencias, el relincho de los caballos y, finalmente, después de mucho movimiento, el constante rodar de las ruedas de la carreta. Durante todo ese tiempo, Reece no se atrevió a moverse. Quizás, si su arma estuviera a mano, podría haber intentado algunos disparos mesurados, pero lo dudaba. Había presenciado cómo Martindale era asesinado a tiros con espantosa facilidad por el pistolero desconocido. Aparte de esto, sabía que el sacerdote le había quitado las armas, tanto el revólver como el rifle. También balas. No había nada que hacer excepto escuchar, esperar y quedarse quieto. Cuando la carreta crujió y gimió en la distancia, se arriesgó a mirar a través de un ojo y vio a las dos mujeres en la plataforma