Y se escabulló a través de la iglesia hacia la puerta abierta en la calle, a la espera de oír tras ella el paso expeditivo del hombre ultrajado y a desplomarse en el enlosado por el golpe dado por su puño. Pero no oyó nada y alcanzó su coche. Subió de un salto, crispada por la angustia, sofocada por el miedo y gritó al cochero: «¡A casa!». Los caballos partieron con rapidez al trote. II La condesa de Mascaret, encerrada en su habitación, esperaba la hora de cenar como un condenado a muerte aguarda la hora del ajusticiamiento. ¿Qué iba a hacer él? ¿Había regresado ya? Déspota, iracundo, presto a cualquier acto violento ¿Qué habría meditado, qué tendría preparado, qué habría resuelto? No se percibía ruido alguno en el palacete, y ella dirigía su mirada hacia las agujas de un péndulo. La