AHORA NO TE SALVARÉ DE TU DESTINO

1688 Words
AITANA Verlo de rodillas ante mí, dejando besos sobre los pequeños moretones, me erizó por completo la piel. No podía creer que un simple gesto fuera tan tierno, y que hiciera que todo mi interior se estremeciera. No podía enamorarme de un desconocido, pero así fue. Lo comprobé con ese último beso que nos dimos. Estaba segura de que sería difícil sacar esta noche de mi mente y sus caricias de mi cuerpo. No sé qué estaba pensando al hacer esto. —No puedo creer que cayeras en las garras de ese hombre —dijo Lucio, sacándome de mis vacilaciones. Mire hacia él y pude observar un hematoma en el cuello y eso no se miraba que fue por golpe. —De la misma manera en la que cediste tú —dije con una sonrisa viéndolo por el retrovisor. Sus ojos se abren como platos y llevé mi dedo a mi cuello apuntándole la zona donde se podía observar en su cuello—. Acéptalo, amigo, tu no la pasaste tan mal después de todo. Solté riéndome, pero fue inevitable no quejarse ante el dolor en mi espalda. —¿Necesitas que vaya por algún tipo de analgésico antes de ir donde tus padres? Tienes cara de que por poco te mandan al hospital —esta vez era él que se reía de mí. —Te apuesto a que a mí me dieron más rico que a ti. —Yo di, a mí no me dieron —negué con una sonrisa al ver como él alzaba la ceja con su mirada fija en mi. —Idiota —el muy idiota me vio con una sonrisa triunfal. —De acuerdo, como te dije hace rato, eso fue lo que le dije a tu padre y como te podrás imaginar saben que estuviste en ese edificio —asentí. Mis abuelos son los líderes de una agencia de seguridad especial llamada “Las Águilas” La familia ha vivido momentos muy difíciles anteriormente y nuestra seguridad ahora es regida por ellos. Por esa razón, como dijo Lucio, es más que obvio que ya mis padres sabían dónde estaba. El auto se estacionó afuera de la casa de mis padres y por primera vez a mis 30 años. Me sentía como una joven de 15 años, que se escapó de su casa para irse de fiesta con sus amigas o a escondidas a ver a su novio. No había salido del auto por completo, cuando la puerta de la entrada estaba siendo abierta por el gran Roger Guzmán. Me sentí mal porque se podían observar sus ojeras, era evidente de que había pasado toda la noche pendiente de que volviera, mi pobre padre, estaba preocupado. Bajó las escaleras con rapidez y se acercó a abrazarme con fuerza. Sentí dolor, pero no podía decirle o mucho menos quejarme en ese momento. Traté de guardar internamente mi sufrimiento. Le correspondí el abrazó y vi a mi madre con los brazos cruzados y una ceja alzada. —No sé porqué, pero un recuerdo acaba de venir a mí. —¿Qué recordaste, amor? —preguntó mi padre soltándose de nuestro abrazo. —Nada importante cariño, solo se me vino a la mente la mañana que me desperté sola, en aquella habitación de hotel en Costa Azul, hace 32 años —concluyó mi señora madre o mejor dicho mi verduga. Mi padre abrió sus ojos al máximo, me tomó de los hombros y comenzó a buscar señales en mi cuerpo que le dieran indicios de lo que estaba pensando. Hasta que inevitablemente encontró algo en mi cuello. —Entremos —dijo con una seriedad que me erizó la piel. Él se aleja de mí y entra a la casa. —Agradezco el hecho de que seas mi madre, no mi enemiga —dije caminando hacia mi posible funeral. —Porque mereces un par de nalgadas lo dije, pero por la manera en que caminas te dieron las necesarias —dice cruzando los brazos. —¡Mamá! —grité escandalizada. —Debería de causarme gracia, pero no. Me molesta el hecho de que no te dignaras en avisar. No te imaginas como estuvimos nerviosos, preocupados y hemos pasado la noche en vela esperando. No fue hasta que logramos comunicarnos con Lucio a las 4 de la mañana. Eso no se hace Aitana, ya no eres una niña… —¡Entren a la casa! —gritó mi padre. Ambas nos adentramos y en mi casa caminé a paso lento. —¿Estuviste con un hombre? —fue lo primero que preguntó mi padre, cuando me paré frente a él. —Si —trataba de no responder más de lo necesario. —¿Cuándo vamos a conocerlo? —Nunca —mi padre se acercó a mí y se cruzó de brazos—. Solo fue algo de una vez, papá. No creo volver a verlo en mi vida. —Pero debió ser importante como para romper todos tus ideales. ¿Te obligo? —negué. —Papá, te recuerdo que ya tengo casi 31 años. No soy una niña como para tener que estar pidiendo permiso para pasar la noche con quien yo deseo. Les recuerdo que vivo a varias horas de distancia y nunca les ha importado nada de lo referido a eso. Respondiendo a tu respuesta, papá. No lo hubiera conocido si no hubiera querido acercarse para rescatarme de Álvaro. Él estaba en el bar e intentó propasarse conmigo, el hombre sólo me ayudó. Aunque no estaba de acuerdo en irme con él, él me dijo que ese lugar no era seguro para mí. Hasta nos fuimos a comer tacos. Al sacarme de una manera un poco contra mi voluntad deje mi cartera en el bar con las chicas. Lucio regresó por ella y yo me quedé con él. Lo siento, pero prefería que fuera con él, pues hizo que sintiera muchas cosas por él desde el momento en que sus dedos tocaron mi piel. —¡Aitana!, esa ya es demasiada información —mordí mi lengua al darme cuenta de que había hablado de demás. Estaba narrando lo que viví como si se tratara de un libro donde se describen mis sentimientos. —Lo siento, papá —dije y él solo negó. —No me siento y mucho menos estoy molesto por lo que hiciste. Soy consciente de que eres una adulta, aunque siempre te vea como mi pequeña niña. Solo nos preocupamos de como hiciste las cosas. Pensamos lo peor cuando nos enteramos de que te habían secuestrado —se acercó y me dio un abrazo—. Sería muy hipócrita de mi parte juzgarte por las decisiones que tomes. Yo fui un poco hombre con tu madre esa primera noche juntos y son de las cosas de las que siempre me voy a arrepentir. ¿No te trato mal o si? —preguntó de nuevo. Moví mi cabeza en negación. —No, papá, todo lo contrario. Se portó muy bien conmigo. No creo volverlo a ver, pero le agradezco por darme una bonita experiencia. Mi madre sonrió y mi padre se separó nuevamente para ir al lado de mi madre. —Es tu vida, hija. Somos los menos indicados para meternos dentro de ella. Solo que cuentas con nuestro apoyo si lo necesitas —dijo mi padre y no sé, creo que lo miraba ver a mi madre como si quisiera decirme algo. —¡Ay, Roger! ¿Te cuidaste, Aitana? —preguntó mi madre. Yo solo sonreí y me di la vuelta. —Dijeron que era mi vida. ¿Verdad? Ellos se quedaron sin ganas de reprochar o en este caso de responder algo. Llegué a mi habitación y fui a darme un baño, no sé exactamente por cuánto tiempo estuve debajo de la tibia regadera. Me coloqué una ropa cómoda y me acosté de nuevo en la cama. Tres horas me despertaba por el sonido de mi teléfono. -Mi piccola sirena, espero volver a sentir el calor de tu cuerpo muy pronto. L.- Volví a poner el teléfono en la mesita. —Ten fuerza de voluntad, Aitana. No le contestes, porque ese hombre te lastimará. No lo dejes que siga entrando en tu corazón —me dije a mi misma en voz alta y con ese nuevo mantra me dediqué a ignorar sus llamadas y mensajes las siguientes semanas. Tres semanas para ser exacta, regresé a Bella Vista y me inundé de trabajo para mantener mi mente distraída y no pensar en él. Hoy había venido mi abuela junto a mi madre y unos socios para hablar y negociar la expansión de las tiendas a nivel mundial. —Señorita, la están llamando parece ser un número internacional —comentó Lucio, cuando salí de la reunión para ir a pedirle a una de las chicas que trajera agua para nosotros. —Posiblemente es Jia, quedó de llamarme para discutir algo sobre unos diseños. Contéstale, por favor. Dile que me de unos minutos que ya le devolveré la llamada —vi a Lucio sonreír y se alejó de nosotras. —Vamos a comer algo, ya hablamos mucho de trabajo es hora de tomar un descanso —dijo mi abuela, después de dar por terminada la junta. Tomé mi teléfono de la mesa y caminé por el pasillo. Pasillo, sin embargo el aparato vibró en mi mano y lo que leí aceleró mi corazón. -Voy por ti, sirena y dile a ese niño con el que estás, que vaya cavando su propio hoyo en la tierra. Porque las seis balas que están en el cartucho de mi arma tienen su nombre.- Por reflejo miré a Lucio. —Le tocaste los huevos al toro, ahora no te salvaré de tu destino —dije entregando en sus manos mi teléfono. El color de su rostro cambió y luego me entregó el teléfono. —Veremos qué tanto es capaz de hacer por ti. - - - - - - - - - - - - - - - Copyright © 2023 Valery Archaga / Valarch Publishing Todos los derechos reservados. Obra protegida por Safe Creative bajo el número 2312176410827
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