Capítulo 31. La culpa

2038 Words
En una zona privada y exclusiva, Allen con un vaso de vodka en la mano, se estaba divirtiendo de lo lindo en Puerto Vallarta, cuando sorpresivamente timbró su teléfono celular. Un poco de la bebida se derramó sobre su abdomen marcado, pues usaba una camisa desabotonada. Por ello, dejando la bebida sobre la barra para poder responder, contestó al llamado sin parar de cantar y bailar. Acto seguido, su semblante se ensombreció por completo. Fonsi que era el único que le prestaba atención, lo vio alejarse del grupo de amigos que bailaban sobre la pista del chiringuito de madera. La música estaba a todo volumen, las guirnaldas de luces que colgaban de la estructura iluminaban el recinto de madera, en una hermosa noche con luna llena. La oscuridad, hacía un par de horas que había cubierto con su manto aquella hermosa playa de Quimixto. Y los jóvenes que bailaban, cantaban y tomaban alcohol, usando sus respectivos trajes de baño, gozaban de la vida sin prestar el más mínimo interés en el joven que tras recibir esa llamada, cayó hecho pedazos sobre la blanquecina arena. Solo Fonsi, que lo había seguido con la mirada lo vio llorar amargamente a un costado del oleaje. Después de un rato prudente en que lo dejó desahogarse a solas, se acercó a su amigo para hacerle saber que estaba ahí para él. - ¡Se murió! – Anunció amargamente Allen al percibir la silueta de su amigo. -Lo siento mucho, sabes que cuentas conmigo para lo que necesites. -Yo no estuve ahí con ella. - se acribilló el chico levantándose con furia de la arena. -No ganas nada con culparte Allen - ¿Tú qué sabes idiota? Era mi madre, que además estaba enferma y yo la dejé sola como aun perro. - lanzando la primera piedra que encontró al mar, quiso desquitar la rabia que sentía hacia sí mismo. – Ella me suplicó que no me fuera, no una, sino mil veces ¿entiendes?, ¿Y que hice yo?... la dejé Fonsi…la dejé... – y entonces nuevamente se quebró, se arrodilló sobre la arena, y lloró amargamente frente a la negrura del inmenso mar. Las olas continuaron rompiendo en la orilla, yendo y viniendo sobre la playa, en su eterna danza, mientras ese par de jóvenes permanecieron en silencio contemplando las estrellas. A un costado, la música seguía sin parar. Aquel grupo de jóvenes sin preocupaciones se seguían divirtiendo, tomando y riendo, pues para ellos la fiesta no se detendría por nada del mundo. Horas después, tras haber empacado sus pertenencias, Allen y Fonsi viajaban en avión rumbo a Ojo del sol. Por más que Fonsi intentaba hablarle de otras cosas para despejarle la mente, Allen siempre volvía al mismo asunto: su culpa por haber abandonado a Gisela. Por lo que prefirió mejor ya no mencionarle nada, pues no le gustaba ver a su amigo tan destruido. Cuando finalmente el avión aterrizó sobre la pista de aterrizaje, y estuvieron en la sala de desembarque; tomaron en cuanto vieron aparecer sobre la cinta en movimiento, su tan escaso equipaje. Con sus pertenencias de nuevo con ellos, salieron del aeropuerto. Una vez fuera, inmediatamente cogieron un taxi. Este, estaba manejado por una robusta mujer vestida de hombre. Muy amable les pidió le dijeran a donde querían ir. Revelado el destino, chófer y pasajeros salieron rumbo a Ojo del Sol, ese maldito pueblo que tanto había aborrecido Gisela, y que ahora también despreciaba Allen. Nunca había sido de su agrado ese misero lugar; incluso se había sentido liberado cuando volvieron a tener solvencia económica y pudo darse sus escapadas nuevamente. Pero definitivamente había salido huyendo cuando vio en los ojos de su madre reflejada la muerte. Sabía que eran los últimos días que le quedaban, antes de que fuera consumida por completa por el cáncer y aun así había salido huyendo como un cobarde. Se culpaba a si mismo por no haber estado ahí con ella para salvarla, culpaba a la gorda por asesinarla, a su padre y Danielle por encubrirla y a Ojo de sol, por haberse convertido en el sepulcro de Gisela. Por eso más que a ninguna otra cosa, culpaba a ese maldito pueblo, por haber sido sobre su inmerecido suelo, donde había sucumbido su madre. No obstante, tenía que soportarlo y sacar fuerzas de las entrañas para enfrentarse a lo que lo esperaba en el interior de la hacienda; ese mausoleo que deseaba no volver a ver nunca más. Requería estar ahí pese a que no quería, para darle el último adiós a su madre...y así lo haría. Sin embargo, menuda fue su sorpresa al llegar, pues en vez de encontrar un cuerpo como suponía sería; al cual estarían aun velando, se encontró con una pequeña urna que contenía las cenizas de la mujer que le había dado la vida. Todo lo que quedaba de la gran modelo, cabía dentro de una insignificante caja de madera negra de16x16x25. No había más. - ¿Que significa esto? - exigió una pronta respuesta con los ojos desorbitados sin terminar de creer lo que contemplaba con horror. -Todo fue idea de su hermana Danielle, con la finalidad de proteger a esa asesina. – en un mar de lágrimas Dorotea pasó a relatarle con lujo de detalle todo lo que había trascurrido esa noche tan trágica. -Es que no puedo creerlo. ¿Cómo fue posible que mi padre halla estado de acuerdo con semejante porquería? -A él tampoco le importaba la señora Gisela. – recriminó contundente la ama de llaves sin contemplaciones. -Creo que nos estamos precipitando Allen. - intervino Fonsi, molesto ante la actitud de la mujer; pues todo parecía indicar que solo quería envenenarle aún más su ya tan atormentada alma. – Será mejor que hables primero con tu padre antes de ejecutar juicios apresurados en contra de ellos. No sabemos con exactitud qué fue lo que ocurrió aquí, y debes de estar muy seguro antes de comenzar a buscar culpables. Dedicándole una mirada fulminante, Allen coloco de nueva cuenta las cenizas de su madre sobre la mesa donde las había encontrado. - ¿Acaso los estás defendiendo? – examinó Allen indignado. -No, no es eso…solo pretendo ayudarte para que no la tomes en contra de tu familia sin antes haberlos escuchado. -Eso es asunto mío, no tuyo. Creo que lo mejor es que te vayas ahora… me molesta que estés aquí, en un momento tan difícil y personal para mí. -Allen yo…- pero no lo dejó terminar. Sin pensar bien lo que hacía, Allen descargó su furia contenida, lanzándole un fuerte puñetazo en la cara de Fonsi. El sonido del impacto retumbó en todo el recibidor. Dorotea lanzó una exclamación de horror cuando vio al joven caer sobre las frías baldosas. - Mi madre tenía razón: tú y solo tú tienes la culpa de que no haya estado aquí. Si no me hubieras buscado, quizás me habría quedado aquí con ella. Todo es tu culpa maricón. – Y sujetándolo de las solapas de su chaqueta de cachemir, Allen lo levantó del suelo. - Quiero que te largues de mi casa en este instante, si no yo mismo te saco a patadas. – y lanzándolo con furia lejos de él, Fonsi, sobándose la quijada; dio media vuelta y se marchó. Pero antes de atravesar el arco de la salida, volvió a dar media vuelta una vez más para dedicarle unas últimas palabras a su amigo. -Culpa a quien quieras si eso te hace sentir mejor. Yo no te odio por esto, al contrario, te compadezco Allen, siento mucha pena por ti; pues pasará mucho tiempo antes de que puedas perdonarte. – y sin decir nada más, se fue de la hacienda y de la vida de su amigo. Dorotea que no había dicho nada, regresó a realizar sus tareas. Preparó algo para que comiera el joven pese a que sabía que no probaría bocado. Alistó su cuarto y la bañera para que se aseará. Y una vez estuvo todo listo; con maleta en mano, se acercó a la sala para despedirse. Allí, Allen se había acomodado sobre el agradable sillón blanco, y sobre sus piernas acariciaba la pequeña urna negra. -Sin la señora ya no tengo nada que hacer aquí…por lo que me voy. - sin decirle nada, Allen ni siquiera se tomó la molestia de voltearla a ver. -Ah, se me olvidaba una última cosa. Su hermana quería que le avisara a la india esa todo lo que pasó aquí, pues al parecer no está enterada de nada. Como comprenderá, y por lealtad a mi señora, yo jamás lo hubiera hecho. Así que no le mandé a avisar. – consiguiendo que Allen la volteara a ver, le hizo saber cuáles eran sus deseos. – Lo mejor será que no lo sepa jamás, no al menos por boca de nosotros. -Así será. - respondió tajantemente el chico derramando un par de lágrimas. -Todos los empleados fueron despedidos antes de que supieran algo, solo Pedrito es el único que siguió en la casa…además de mí claro. Él también sabe bien TODO lo ocurrido; por lo que le sugiero que actúe rápido, antes de que se le pase el trauma y comience a soltar la lengua. – y sin nada más que agregar, Dorotea recogió sus maletas del suelo y abandonó el lugar. Nunca volvieron a saber de ella. Teniendo muy presentes las palabras de Dorotea, al poco rato de la partida de la ama de llaves, fue a buscar al adolescente a su bungalow. Le llamó amablemente sin tocar a su puerta. En cuanto lo vio abrirla, le pidió que fuera a verlo cuanto antes a la hacienda pues tenía algo que decirle. Un rato después, de nueva cuenta acomodado en el sillón y con las cenizas de su madre entre sus brazos, Allen vio entrar al joven que se veía algo temeroso. A diferencia de cuando había sido contratado y siempre estaba con una sonrisa de oreja a oreja, super risueño; ahora se le veía taciturno y asustado. -Pa que soy bueno patrón. - Como te habrás dado cuenta ya no hay nadie en esta casa, por lo que si quieres también te puedes ir. Si no te han pagado aun, puedes esperarte hasta que regrese mi padre y ya él te liquidara. -Ah no se apure, recién nos pagaron la quincena, por lo que yo me espero sin problemas…Pero oiga patrón, ¿eso quiere decir que ya no voy a tener chamba? - quiso saber el chico preocupado, pues su sueldo de alguna manera servía para ayudar a su madre y sus hermanos. -Ahorita todavía tienes, más adelante no se. La verdad no tengo idea que vallan a hacer con la hacienda. Pero por mientras en lo que eso se decide, si aun quieres y pretendes conservar tu empleo, te sugiero que seas muy discreto con lo que ocurrió aquí… tú me entiendes. No me gustaría que andes contando chismes sobre nuestros problemas por ahí. -No patrón, como cree, yo no soy chismoso… por diosito que no. -Bien, qué bueno, porque si por ejemplo llegaras a contarle sobre esto no sé, a Mia o a su familia… podría pasarte algo muy malo, y pues para que llegar a eso. Por tú propio bien, espero te quedes bien callado. – con la amenaza sobre sus hombros, Pedrito agachó la cabeza para no seguir viendo a los ojos a ese demonio. -Así que lo que vallas a hacer no me importa, quédate, lárgate, me da igual. Solo mantén la boca cerrada y todo estará bien. -Si patrón. -Bien, ahora lárgate… Ah, pero antes de que te vallas, si llega a venir Mia la haces pasar enseguida; yo la atenderé con mucho gusto. Ahora si ya te puedes ir. – y alejándose a toda prisa de la casona, el chico salió apresuradamente regresando a su cuartito. Encontrando unas cuantas cervezas en la despensa, y un par de botellas, Allen comenzó a beber descontroladamente. Tal y como le había dicho Fonsi, en su mente la culpa no lo dejaba tranquilo, lo atormentaba; por lo que quería hogar sus penas en alcohol para ver si así podía olvidarse un poco de lo mal hijo que había sido.
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