Capítulo 22. Danielle 1.1. Muerte.

1544 Words
Ese día en que vería a Mia por última vez, Danielle despues de una ardua jornada laboral llegó a la hacienda muy cansada. El trabajo estaba siendo muy demandante, aun así se alegraba de estar dejando todo su empeño en algo que la hacía sentir útil, productiva, y valiosa consigo misma. Un par de años atrás se abría reído si le hubieran dicho que terminaría siendo la mejor cajera de un minisúper; ahora en cambio se sentía muy dichosa de ser la mejor en su trabajo. Con forme el tiempo pasára, estaba segura de que obtendría un mejor puesto, y ya después, ¿por qué no? Se iría junto con Mia a la ciudad más cercana a abrirse camino en algo aun todavía mejor. Tenían un futuro por delante juntas y le gustaba fantasear con él. Se imaginaba que ambas vivirían lado a lado quizás en un pequeño departamento ubicado en el centro de la gran metrópoli. En un principio sería muy pequeño claro, quizás de una sola pieza, pero se aseguraría de tener todo al alcance de sus manos. Empezarían con poco, como suele ser cuando una pareja se aníma a dar el paso de vivir juntos; para después, conforme los años pasáran le prosiguiera una enorme casa con jardín, un coche y porque no, un par de niños. Nada le entusiasmaba más que llegar a ser madre, adoptar a dos pequeñines sin hogar que ella y Mia cuidarían con gran empeño y amor, para así formar esa maravillosa familia que tanto deseaba algún día tener. El futuro parecía pintarse brillante y favorecedor, y esperaba con toda su alma que así fuera. Al entrar directamente en la cocina con su mente llena de melosas fantasías, buscó en la nevera algo que pescar antes de dormir. Se le antojó un yogurt, por lo que tomó el primero que vio; uno de fresa con granola, y acto seguido después de destaparlo se lo bebió de un jalón. Al momento en que terminaba de bebérselo entró Dorotea en bata y con ruleros en su canosa cabellera al recinto; llevaba un pequeño cuaderno en la mano junto con un lápiz mordisqueado. En aquella libreta solía anotar los artículos que al día siguiente le daría al chófer para que trajera del pueblo y así surtir la despensa. -Que tal Dorotea, ¿aun despierta?- le saludó Danielle cortésmente, pese a que la mujer nunca solía ser amable con ella. En ese momento había comenzado a pelar una banana, pues aún tenía algo de hambre. -Solo terminaba de anotar unos pendientes señorita, se le ofrece algo antes de que me acueste?- curioseó la mujer sin levantar la vista de lo que anotaba, era evidente que no le caía bien Danielle y todo era gracias a Gisela, que se había esmerado en ponerla en su contra, hablándole sabrá dios de quien sabe que tantas mentiras. -Gracias que amable, pero solo preguntaba…en fin, te dejo ya me voy a la cama, que pases buenas noches.- se despidió la chica, obteniendo una respuesta cortante de la empleada. -Igualmente.- respondió el ama de llaves sin dirigirle la mirada. Acto seguido la joven abandonó la cocina y escaló rumbo a su recámara. Dentro de la casa grande no había más empleados a esas horas de la noche. Las empleadas domésticas contratadas por Dorotea al ser habitantes de Ojo del sol, al terminar sus horarios se regresaban a sus respectivos hogares para volver al día siguiente a la punta del alba. La cocinera en cambio, poseía su propio cuarto ubicado en el pequeño edificio que en la parte trasera de la hacienda, estaba conformado por tres bungalows. En uno dormía en ese instante muy a gusto la cocinera, en el segundo era donde pernoctaba el chófer, y en el tercero y último estaba destinado para el portero; el nieto del difunto don Rómulo, que pese a ser solo un adolescente, vivía ya en la hacienda; de vez en cuando salía para visitar a su madre y contarle que se encontraba muy satisfecho viviendo en su propio cuarto, al menos así fue hasta esa noche de la tragedia. Dorotea siendo la ama de llaves, era la única que gozaba del privilegio de dormir en un pequeño cuarto en la residencia; por lo que durante la noche de la desgracia se encontraban en la casa grande: Gisela, Bri y Danielle. Esteban seguía de viaje sumergido en sus negocios y Allen se había ido con Fonsi a divertirse recorriendo el país, por lo que en la mansión solo estaban las puras mujeres. En cuanto Danielle concluyó de darse un buen baño, puso su alarma en el despertador que estaba sobre el buró y que tenía a un costado de la cama. De nueva cuenta al cruzar por la habitación de su hermana, intentó inútilmente hablar con ella, pues aún seguía negándose a dejarla entrar. Cansada de esta situación, deseo que llegara pronto su padre para que pudieran llevar a su hermana con un especialista cuanto antes, pues cada día que pasaba le preocupaba mucho su condición que creía se agravaba. Y con ello en mente en el momento en que cruzó la puerta de su habitación, sin darse cuenta, como suele suceder cuando uno entra en la etapa del sueño, tras colocar la cabeza en su suave almohada, se quedó profundamente dormida. No soñaba absolutamente nada, por lo que cuando los gritos comenzaron a estallar con repentina violencia estaba consciente de que no se trataba de una pesadilla; algo terrible estaba ocurriendo en la casa. Rápidamente se colocó el albornoz que colgado de un perchero lo colocaba siempre, y salió del cuarto, no sin antes llevarse el bate de béisbol que tenía en su habitación como parte de la decoración. Lo único que se le cruzaba por la mente en esos momentos, es que alguien se había metido a la fuerza, por lo que tenía que llamar a la policía cuanto antes. No obstante, se encontró en el pasillo a Dorotea que golpeaba fuertemente la puerta de Gisela. -¿Señora está bien?, abra déjeme entrar por favor.- suplicaba la mujer aterrada. Danielle intranquila descubrió que el par de gritos provenían de la habitación de Gisela. Nadie se había metido a la casa, era algo mucho peor, pues reconocía a quienes pertenecían las voces de esos gritos. Acto seguido, en el instante en que intentaba abrir la puerta a empujones, se escucharon ruidos de violentos forcejeos; inesperadamente algo cayó al suelo haciéndose añicos en mil pedazos, y posteriormente más gritos continuaron. Entonces comprendió con horror lo que ocurría. -Rápido Dorotea, valla por la llave maestra cuanto antes.- sintiéndose una idiota por no habérsele ocurrido, la empleada salió disparada a la cocina, pues allí era donde tenía guardada la llave que abría todas las puertas. -¡Bri, abre la puerta ahora mismo!- exigió la hermana asustada, pues había reconocido los gritos tanto de Gisela como de Briella. Sin embargo, nada ocurrió, la puerta siguió cerrada y la pelea continúo allí dentro. – ¡Bri, que abras la maldita puerta o la voy a tirar!- gritó desesperada Danielle, embistiéndola una y otra vez, intentando por todos los medios abrirla. Entonces inesperadamente una de las voces enmudeció, y aterrada pensando lo peor finalmente llegó Dorotea con la llave, que sujetada de un cordón le entregó a la joven. Danielle hecha un manojo de nervios, no pudo evitar que esta se le cayera de las manos, por lo que torpemente la levantó del suelo dos veces, y una vez le tubo bien agarrada, la introdujo en la cerradura. En cuanto el seguro fue removido y la puerta se abrió, ambas quedaron atónitas ante la horrible escena que se les reveló. -SHHH CALLATE, CALLATE, CALLATE, SHHH, CALLATE…- Susurraba sin parar su hermana, que tirada en el suelo, le apretaba con gran fuerza el cuello a Gisela. Dorotea expulsó un grito de terror, en el momento en que Danielle pálida como una hoja, caía de rodillas impotente de lo que miraba con dolor. Ya era demasiado tarde para actuar, la ex modelo, que había pasado sus últimos días comenzando a sentirse mal por los avances del cáncer, yacía muerta a los pies de su hija. Poseía una horrible expresión de terror en su rostro; además, sus ojos muertos e inyectados en sangre, le miraban acusadores, como si la culparan de no haber abierto la puerta antes. Su raquítico cuero cabelludo sin rastro de pelo, mostraba petequias en el cráneo desnudo; había sangre saliendo de su nariz, boca y oídos. En rededor de su cuello, que aún seguía firmemente sujetado por las fuertes manos de la victimaria, se apreciaban horribles arañazos en carne viva, junto con cardenales n***o azulados que la misma Gisela se había hecho en su piel, en un intento desesperado por librarse del poderoso agarre de su hija. No cabía duda, Gisela yacía muerta a manos de la misma Briella, que aún seguía llena de rabia y dolor apretando el cuello de su madre. En susurros le seguía ordenando que se callara, pero en su mente, la ex modelo aún vivía, provisionándola de insultos y burlas. Pese a que su madre ya era un cadáver, para Bri nunca dejaría de estar viva, y todo parecía indicar que su destino sería escucharla eternamente.
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