Capítulo 11. Altercados

2608 Words
El cielo se pintó de vivos colores azules, rojizos, anaranjados y amarillos; poco a poco la luz se fue volviendo suave y difusa, lentamente el amanecer moría para dar paso al atardecer. Fuera de la casa grande en uno de los amplios jardines, padre e hija contemplaban el firmamento, cautivados por la belleza que este les ofrecía. Nunca antes habían compartido un atardecer. A pesar de que siempre fueron muy unidos emocionalmente hablando, físicamente estaban muy distanciados. Cada uno siempre andaba por su cuenta, ya que la riqueza los mantenía separados sumergidos en sus ocupaciones. Ahora sin un solo peso, Danielle sentía a su padre mas cerca que nunca, y eso le agradaba. La ruina no solo era desgracias, también trajo consigo cosas buenas, y de eso estaba agradecida. -Te veo muy contenta. - comentó Esteban dedicándole una sonrisa curiosa. - ¡Lo estoy! - Respondió Danielle devolviéndole el gesto. -Me alegro que alguien en esta familia lo esté. - y su semblante se ensombreció. – Se que las cosas han sido difíciles, pero te puedo asegurar que estoy haciendo hasta lo imposible por tratar de solucionarlo, nada me gustaría mas que volver a recuperar todo lo que perdimos. - entonces Danielle situó su brazo en el hombro de Esteban para confortarlo. - Te puedo asegurar que yo estoy mejor así, creo que por primera vez tenemos como familia la oportunidad de acercarnos más, pues antes estábamos muy distanciados. Es cierto teníamos lujos y todos los bienes materiales que queríamos, no obstante, considero que estábamos vacíos por dentro. Al menos hablo por mí, esa vida de materialismo me tenía cegada y no me dejaba ver lo que realmente importa en la vida y lo único valioso que tenemos de verdad y esa es mi familia. Se que tenemos muchas diferencias, al menos yo con Gisela y Allen, pero veo esta oportunidad como un nuevo comienzo para crear esa relación que nunca emos tenido. No será nada fácil pues estoy consciente de lo difícil que es tratar a Gisela y a mi hermano, pero te puedo afirmar que estoy tratando de hacer todo lo humanamente posible por conseguirlo. Y nada de esto lo hubiera pensado y decidido si continuáramos en nuestro mundo de materialismo y superficialidad. Esteban escuchó sorprendido a su hija. Durante el trascurso de su vida la relación con Gisela y Allen siempre fue tensa entre ellos, llena de conflictos y peleas, por ende, cada uno decidía estar lo más alejado del otro. Ahora se sentía orgulloso de ver el nivel de madurez de su hija, y de la forma tan valerosa en que estaba decidida a enfrentarse a la ruina. - No sabes que feliz me hace escucharte decir eso, y créeme que yo también pondré de mi parte para que todos nos unamos más, pero pienso seguir adelante con mi meta de recuperar lo que perdimos Danielle, y estoy decidido a lograrlo cueste lo que me cueste. - Entiendo, solo te pido que no te desgastes en tu lucha. Si al final no logras alcanzar tu objetivo quiero que sepas que aun así no es el fin del mundo papá. Lograremos salir adelante por nuestros medios juntos. – Esteban le dio un fuerte abrazo, orgulloso de como estaba cambiando su hija. - Y bueno cambiando de tema, ¿qué pasa con Mia? Pude ver que es una muchacha muy guapa que no te quitaba los ojos de encima. – Danielle se ruborizó por completo al escuchar semejante observación. - No tienes nada de que avergonzarte hija, sabes que conmigo puedes hablar abiertamente de lo que sea. - Gracias papá y la verdad ya que estamos hablando en confianza te puedo decir que creo que estoy enamorada. – confesó su hija ruborizándose aún más. Su piel que era tan blanca dejaba ver con mucha claridad como se tornaba su cutis rojizo. - Me alegro, y creme que te deseo lo mejor. - sin embargo, tan encantador momento entre padre e hija fue interrumpido por la presencia de Allen, que los observó con suspicacia, nunca le había agradado que Esteban se llevara mejor con la torcida de su hermana en vez que con él, quien era normal y además su hijo mayor. - Perdón no quise interrumpir, pero quería saber si podías hacerme un favor. - preguntó Allen dirigiéndose a su padre. - ¿Claro de que se trata? - Quisiera ir al pueblo, entonces no se si tú pudieras llevarme. La verdad mi mamá me pidió unas cosas y no creo poder solo, ya que no conozco el lugar, además si vamos en tu auto será más rápido. - No fue nada fácil para Allen tener que pedirle semejante favor, ya que odiaba la carcacha que poseían actualmente, acostumbrados a tener autos del año, ahora debían de conformarse con un viejo y destartalado Volkswagen Quantum del 85. Pero todo fuera por sacar a su padre de la hacienda para que no interviniera. - La verdad estoy muy cansado hijo, porque no le pides a tu hermana que te acompañe, ella me acaba de contar que ya fue el pueblo, y creo que podría serte más de utilidad que yo. Se que les conté que viví antes aquí, pero eso fue hace ya varios años atrás. - Danielle le aseguró que no tenía ningún problema por acompañarle, sin embargo, Allen no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente. - Gracias, pero mejor voy yo solo, al fin y al cabo, también quería pasar un tiempo a solas con mi padre, pero veo que él solo tiene tiempo para ti, así que no se preocupen, ya me las arreglaré por mi cuenta y perdón si los interrumpí. - y dando media vuelta se dispuso a marcharse. - ¡Allen espera! - dijo su padre que se encaminó a alcanzarlo. Allen sonrió burlonamente, y volviendo a estar serio dio media vuelta, dedicándole una mirada de decepción a su padre. - Perdóname no quise que te sintieras desplazado, creme que me dará gusto pasar un rato de hombre a hombre contigo. La verdad debo confesar que me tienen muy sorprendido, pues nunca antes habíamos pasado tiempo juntos tu y yo, y aunque me desconcierta también me alegra mucho. No saben lo feliz que soy. - y abrazando a sus hijos, se alejó con el varón y dejó a Danielle sola en el jardín, mientras rodeando con el brazo a su hijo transitaron a marcharse rumbo al pueblo. Desde lo alto de una ventana, de una de las recámaras ubicada en la planta alta, Gisela observó como salía de la hacienda el viejo Quantum del 85. Al fin podría poner a la estúpida en su lugar y le enseñaría a no volver a desafiarla nunca. Acicalada con un vestido rojo que antaño se ceñía afinadamente en sus perfectas curvas, que ahora le caía en su escuálido cuerpo como un camisón holgado, dándole un aspecto mas delgado a su cuerpo, salió de su recamara lista para el enfrentamiento. En su cabeza se había colocado un turbante de satín para ocultar su calvicie, pues nada odiaba más de esa maldita enfermedad que no tener cabello. Una vez llegó a las escaleras comenzó a llamar a gritos a Danielle. La cual pensando que podría haber pasado algo malo entró despavorida a la casa grande. Ubicada en el centro de la enorme escalera doble, imponente a pesar de su enfermedad, Gisela se mantuvo erguida y firme, emanando una autoridad y presencia que solo ella podía mantener en su grave estado. - ¿Qué pasa? - preguntó Danielle asustada, pero bastó ver la altiva mirada de Gisela para comprender lo que estaba por sobrevenir. Mientras tanto a una distancia considerable en la casa de Mia, una batalla campal también se suscitaba. En cuanto Ignacio llegó del trabajo, el trío de niños corrió a contarle lo sucedido con su prima, y del cómo su madre la abofeteo terriblemente reventándole el labio. Una inmensa furia se apoderó del cuerpo de Ignacio, su ira era tan grande que cuando tomó de los cabellos a su esposa, que rezaba fervientemente un rosario, esta pensó que era el mismísimo diablo el que entraba a su recámara para llevársela al infierno. Tirando de su moño con tanta fuerza, Ignacio terminó por reventarle la liga con la que mantenía bien peinada su cabellera. Él la zarandeó un par de veces, sacándola de la pequeña estancia que poseía dos camas, en una dormían sus tres hijos y en la otra el matrimonio. Una vez estuvieron en la salita la arrojó violentamente al piso. Los desesperados gritos de la mujer hicieron que toda la familia entrara a ver lo que ocurría. Mia que lavaba los trastes en la batea fuera de la casa, entró con las manos llenas de jabón y el mandil húmedo, aterrorizada pensando que algo terrible le pasaba a su madre. Pero se detuvo en seco sorprendida de ver que se trataba de su tía. Erasmo que estaba cortando leña traspasó el umbral. Enfundando un hacha asimiló que algún demente se introdujo a robar. Y Dolores con su bastón se esforzaba por llegar a la sala pensando también lo peor. Por su parte los tres hermanitos se refugiaron tras de Mia, asustados de contemplar a su padre enloquecido. Nunca antes lo habían visto así. - ¿Qué es lo que está pasando aquí? -. preguntó Dolores agotada por el enorme esfuerzo que le estaba ocasionando el estar en pie. Ignacio aun sujetaba a su mujer de las greñas mientras esta lloriqueaba como una enajenada. - Usted dispense el escándalo cuñada, pero resulta que la bruta de mi mujer se atrevió a pegarle a Mia. Si voltea verla vera por su cuenta como le rompió la boca. - Dolores que no se percató de la presencia de su hija la miró con pesar. Era cierto, tenía el labio roto e inflamado por un golpe. Intentó acercarse a su hija, que al darse cuenta de sus intenciones se acercó a abrazar a su madre, quien se hubiera caído al piso si no fuera porque la alcanzó a sujetar con fuerza una vez estuvo a su lado. Dolores le observó la herida con lagrimas en los ojos, pues nunca ella o Erasmo le habían puesto un dedo encima. El padre de la joven al darse cuenta que la causa de los gritos no era un ladrón, bajó su hacha y se acercó a su familia. Observó sorprendido y desconcertado el rostro de su hija, e igual que su hermano la furia lo consumió. - ¿Cuál fue la razón del porque te atreviste a golpear a mi hija? - preguntó a gritos colérico, mirando directamente a Flora a los ojos, que aun lloriqueaba luchando inútilmente para que su marido la soltara. - Ella dejó a Lili esperando por horas sola, además de que fue grosera con Doña Lupe, quien de no haber estado ahí quien sabe que le pudo haber ocurrido a mi niña. – respondió está gimoteando entre sollozos. Le suplicó a su marido la soltara pues la estaba lastimando. - ¿Y tú crees que esa es una razón válida para golpear a Mia?, cuando lo que nos está haciendo es el favor de cuidar a nuestros hijos, mientras tú te la vives perdiendo el tiempo en la iglesia con tus malditos rezos, en vez de ocuparte en atender a los niños. – furioso le respondió su marido sujetándola aun con mas fuerza, provocando que la mujer gritara aún más con cada zarandeada que le daba. Los hermanitos sollozaban abrazados a la espalda de Mia, quien les pidió que entraran al cuarto de ella, pues era el que mas cerca estaba. Los tres niños asustados obedecieron a su prima. - Y ahora yo te voy a enseñar a respetar a la familia de mi hermano-. y quitándose el cinturón, golpeo con este a su mujer, que vociferó como una enajenada retorciéndose en el suelo. Mia rápidamente se interpuso entre sus tíos, pues no podía seguir soportando lo que estaba ocurriendo. Nada le dolía mas en esta vida que ver a su familia peleando. - No más tío por favor se lo suplico, ya no le pegue a mi tía. - Es necesario Mia, si la dejo así no va a entender nunca esta mujer. - respondió Ignacio decidido a seguir corrigiendo a Flora. – Además ya me tiene hasta la coronilla con sus mentados rezos. Por andar de mocha todos los días en la iglesia no se encarga de sus hijos, dejándote toda la carga a ti sola. ¿Y por si fuera poco en agradecimiento esta bruta va y te pega?, Ya esto esta por demás y no lo pienso seguir aguantando más. - Por favor tío, ya no. Créame que para mí no es ninguna carga ayudarles, me gusta mucho cuidar de mis primos, usted sabe lo mucho que los quiero. Además, mi tía no le hace ningún mal a nadie con ir a la iglesia, al contrario, eso es bueno. Alguien de esta familia tiene que estar cerca de Dios para pedir por todos nosotros, ¿no creé? Le prometo que yo ya olvidé lo que pasó, así que le suplico que también usted lo olvide y perdone a mi tía por favor. - Eres un pan de Dios Mia. Y yo soy el que te pido perdón, bueno le pido perdón a ustedes también. - mirando a su cuñada y hermano volvió a colocarse el cinturón. Bruscamente alzó a su mujer del piso, la cual ya estaba orando. - Discúlpate con mi hermano y con su mujer y diles que jamás volverá a ocurrir esto. - le exigió su marido. Flora que aun sujetaba su rosario mirando al suelo se disculpó a regañadientes con ambos. - Ahora pídele perdón a Mia. - Una rabia se apoderó de la mujer, pues aún sentía que había hecho lo correcto por haberla corregido, sin embargo, lo mejor era terminar con todo esto de una buena vez, pues sabía que si no lo hacía su marido sería capaz de volverla a golpear. - Perdón. - dijo en un tono tan carente de arrepentimiento que Ignacio le apretó el brazo con furia exigiéndole lo hiciera de nuevo - Perdón Mia, no volverá a pasar. - más satisfecho, la soltó e inmediatamente esta salió corriendo en un mar de llanto a su habitación. Ignacio se dispensó nuevamente con todos, acto seguido le habló a sus hijos y los 4 se dirigieron a su recámara. Erasmo cargó a Dolores y la acostó, mientras Mia los seguía. Frente a su altar Flora comenzó a rezar, le dolían los dos golpes que le propinó con el cinturón, sabía que al día siguiente amanecería con cardenales, pero no importaba, no estaba para nada arrepentida del correctivo. Solo se lamentaba de haber tenido que pedirle perdón a Mia, cuando realmente no lo sentía, por ende, comenzó a rezar unas plegarias para disculparse por mentir. Sin embargo, por su mente comenzó a surgir el rencor hacia toda su familia. Consideraba a todos indignos de la gracia de Dios, solo ella era digna de alcanzar el cielo, ni siquiera sus hijos estaban a salvo, pero eso tampoco le importaba, solo le interesaba salvar su propia alma, y recitando una última plegaria suplicó el castigo divino para todos ellos, pero muy en especial pidió que del cielo cayera sobre Mia el peor de los castigos, haber si así aprendía a respetar a los representantes del señor en la tierra. -Por favor señor, tú que todo lo puedes, usa el poder de tu mano divina para castigar al impenitente, te lo suplico oh señor, castígala…
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