Capítulo 9. ¿Volver a sonreír?

3608 Words
Recién acababa de llegar de su trabajo, cuando tras haberse dado una refrescante ducha, entró a la recámara tapado de la cintura para abajo con una toalla de algodón blanca. Dolores, recostada le regaló una sonrisa en cuanto lo vio entrar. -¿Día pesado?- preguntó la esposa recostándose en su cama.- -Un poco, la verdad el nuevo capataz que tenemos está un poco verde. Como el Rosendo ya se tuvo que jubilar le dieron el puesto al hijo de Felipe, el agricultor que se ha casado 4 veces. -Bien pudieron darle ese puesto a uno de ustedes. Tú y tus compañeros tienen más experiencia para el puesto, y han trabajado por años… no es justo.- indignada expresó su sentir. -Pos sí, pero pues uno es gente ignorante mujer, para ser capataz mínimo piden que tengan la primaria, y todos los que estamos en el campo no llegamos ni a tercer año. Pero yo no me agüito, estoy resignado a que esta es la vida que me tocó y estoy feliz. No seré un licenciado con su oficinita pero tengo una hermosa hija, un hermano, sobrinos, y una bella mujer que adoro, y eso pa mí vale más que un puestillo para encopetados. – le dijo el marido provocando una sonrisa en Dolores, la cual extendiendo la mano le pidió que se acercara a ella. En cuanto estuvieron frente a frente, la mujer coquetamente levantó su rostro, pidiéndole con los labios apretados le diera un beso. Erasmo la sujetó de la quijada y le dio un pico sonoro, ocasionando que ambos se soltaran a reír. Acto seguido prosiguió a terminar de vestirse. Ropa limpia y recién doblada que extrajo de una vieja cajonera rustica. Vestimentas que siempre estaban limpias, planchadas y dobladas listas para usarse, gracias a la gran labor que desempeñaba magistralmente su hija Mia. -Esta hija mía sí que salió re chambeadora, no sabes lo orgulloso que estoy de ella.- manifestó el hombre mientras se colocaba una playera blanca. – Con aquellas palabras Dolores consideró que era el momento oportuno para hablar sobre Mia. -¿Que está haciendo la niña?- quiso saber la madre -Cuando llegué estaba ayudándole a sus primos con la tarea, así que ahí anda en el patio.- Considerando que eso la distraería un buen de tiempo, le pidió a su marido que se apresurara a cerrar la puerta cuanto antes. Erasmo que la vio con picardía le sonrió coquetamente. -No viejo, no es lo que estás pensando, eso ya será después. Ahorita quiero aprovechar que estamos a solas pa que hablemos un ratito.- fingiendo una gran desilusión el esposo se acostó en la cama junto a su mujer, preparado para escuchar lo que esta tuviera que decirle. Pero antes de comenzar, Dolores le hizo una pregunta que lo desconcertó por completo. ¿Viejo, tú quieres a Mia con todo tu corazón?- recostada sobre su pecho, y rodeándolo con el brazo, Dolores lanzó la pregunta sin levantar su rostro. -¿Bueno mujer, y a que viene esa pregunta?- desconcertado quiso saber. -Tú solo respóndeme.- -Pos claro que la quiero, es más la adoro. Tú y Mia son todo lo que más quiero en la vida.- preocupado por la actitud de su mujer, le levantó el rostro para verla a la cara. -¿Qué pasa, que te traes? -Nada, es solo que me gustaría saber si tú seguirías queriendo a Mia si ella fuera diferente. – Desviándole la mirada le cuestionó su mujer. -¿Pos, diferente cómo o qué?- sin terminar de entenderle, Erasmo se rascó la cabeza confundido. -Imagina que la niña no fuera lo que siempre ha sido, que fuera algo diferente, y que muchas gentes la vieran como algo malo, ¿tú si la seguirías queriendo de todas formas? -La mera verdad es que no te entiendo naidita mujer. Le pasa algo a Mia y eso me estas queriendo decir ¿es eso?- impaciente, le pidió le diera una respuesta que despejara sus crecientes dudas, pues lo estaba preocupando. -Nada de eso, no te sosiegues. Nomás de repente me entró la simple curiosidad de saber si las cosas serían diferentes con la niña, si ella fuera otro tipo de persona. -Pos, si te refieres a que fuera una mala persona, la mera verdad si me dolería y mucho, pos la hemos criado pa que siga el buen camino, pero… no por eso la dejaría de querer. Nunca podría dejar de querer a la niña de mis ojos.- Con estas palabras Dolores le dio un abrazo con las fuerzas que le quedaban. Y en su hombro no pudo evitar romper en llanto. -Gracias, gracias amor… Nunca cambies ese sentimiento hacia tu hija, prométeme que pase lo que pase tú siempre vas a quererla…prométemelo Erasmo…PROMETEMELO.- Retumbó nuevamente en su mente, mientras se dirigía rumbo a su casa. En aquel momento se había asustado al verla tan sensible, por lo que le había prometido que lo haría sin terminar de entender de que estaba hablando. Ahora, en su recorrido y en un estado deplorable comprendía todo a la perfección. ¨Dolores lo sabía¨. No entendía como, pero lo sabía. Ya fuera porque Mia se lo haya dicho antes de morir, o por que se haya dado cuenta por sí misma, su mujer estaba enterada de todo, y ese era su sentir hacia ella. -No, lo siento Dolores, esto sí que no puedo entenderlo ni mucho menos alcahueteárselo a Mia. Una hija mía no va a caer en eso mientras yo viva. – sentenció el padre rompiendo así con su endeble promesa. Mientras tanto en la hacienda Copaiba. En el momento en que Allen cruzó la entrada y quedó a la vista de su madre, comenzaron los reproches. -Valla, hasta que te dignas a venir a ver a la moribunda de tu madre.- Alegó Gisela muy sentida, observando con rabia el semblante tan saludable de su hijo, quien tras dedicarle horas al ejercicio y estar disfrutando de la vida con sus viajes, se le notaba muy rozagante y esplendoroso. Sin embargo, Allen que no tenía pensado situarse a discutir con su madre, no se acercó a ella. Desde la distancia simplemente le comentó que estaba de paso, y que solo venía por unas cuantas cosas que requería, por lo que no tardaría mucho. Actitud que encolerizó a la ex modelo. -Eres un ingrato, como puedes estarte divirtiendo mientras yo me hundo entre estas cuatro paredes completamente sola y abandonada por todos ustedes. – Vociferó la madre mientras se trataba de poner de pie para ir tras su hijo que comenzaba a subir las escaleras, pues Allen no quería verla. No soportaba ver como su madre se iba deteriorando cada vez más, era algo con lo que no podía, pues simplemente lo superaba. Justo en ese momento en que Gisela con ayuda de Dorotea que prácticamente la iba arrastrando para ir tras de Allen, entró Fonsi al interior de la casa grande. -Tú.- señaló la enferma con furia al recién llegado.- tú tienes la culpa de lo que está pasando, has alejado a mi hijo de mi lado. -Señora cálmese, le aseguro que no es así. E tratado por todos los medios hacer recapacitar a Allen para que analice mejor las cosas y vea que es lo mejor para ustedes, pero él simplemente se niega a escucharme. – aquellas palabras hicieron enfurecer al amigo que en la cima de las escaleras descendió rápidamente a encarar a Fonsi. -Como te atreves a entrometerte en nuestros asuntos, estas son cosas de familia. Espera en el auto que ahora ya bajo.- le ordenó el joven como si se tratase de su mayordomo y no de su amigo. -Perdón, no fue mi intención entrometerme donde no me llaman. Pero Allen, deberías de al menos pensar un poco las cosas, es evidente que tu mamá te necesita más que nunca en estos momentos.- y diciendo esto, se disculpó nuevamente con Gisela y su hijo, y abandonó el recibidor. -¿Vez hasta dónde has llegado?, No, claro que no. Eres un malagradecido que no valora todo lo que hice. Yo, que me desviví por cuidarte, por ponerte por encima de la gorda y la machorra, ¿Y así es como me pagas?, saliendo corriendo como el cobarde que eres. -No estoy huyendo madre, es solo que soy un adulto y debo vivir mi vida, a quien debes de reclamarle es a mi padre, es él el que tiene la obligación de estar aquí cuidándote, no nosotros. – respondió el hijo sin atreverse a ver a su madre, la cual se recargaba de la pobre Dorotea que hacía un esfuerzo sobre humano por sostenerla. -¿Sabes qué?, si, mejor lárgate. No quiero volver a verte nunca más. Eso sí, ojala y puedas vivir tranquilamente sabiendo que abandonaste a tu madre en los momentos que más te necesitaba. – y dicho esto le pidió a su ama de llaves la recostara de nueva cuenta sobre su asiento, en lo que iba por Juan para que la ayudaran a subirla a su habitación. Por un momento Allen estuvo a punto de pedirle perdón, pero sus piernas no se movieron, bastó ver como Dorotea arrastraba a su madre, la cual se colgaba de su cuello como una muñeca de trapo, para negarse afrontar la realidad de lo que estaba ocurriendo. Así que sin mirar atrás, dio media vuelta y subió de una buena vez por aquello por lo que había regresado. Sabía que Fonsi no se había ido a ningún lado y que lo estaría esperando, era lo más parecido a un perro fiel y le agradaba saber que podía manejarlo. No soportaba seguir ni un solo segundo allí, por lo que en cuanto entró a su habitación tomó sus pertenencias que había ido a buscar para partir cuanto antes lejos de la hacienda. No toleraba estar más en aquel lugar que olía a muerte. En el momento en que se desarrollaba ese percance en la hacienda Copaiba, a algunos kilómetros lejos de allí, en la casa de los Flores Danielle que estaba a punto de irse a su trabajo terminaba de darle de comer a Mia. En todos estos días que habían trascurrido, había estado al pendiente de ella. Obviamente no sabía cocinar ni de broma, por lo que antes de irla a ver pasaba al pueblo y compraba algo para ambas. Los primitos de Mia a quienes siempre los había llevado personalmente, comenzaron a irse solos, pese a que ambas había visto en varias ocasiones a la madre de estos rondar por la casa como un sonámbulo. Flora, por algún motivo que nadie sabía, había dejado de ir a la iglesia de buenas a primeras. Se la pasaba eso sí, rezando a cada rato que podía, pero siempre se le veía taciturna de malas y a veces triste. Las ocasiones en que Danielle se la había cruzado en la casa, la religiosa le dedicaba unas miradas de odio a Danielle, la cual estaba completamente segura que si estas mataran la hubiera asesinado desde hacía mucho. No obstante, nunca le decía nada, se limitaba a mirarlas con odio en silencio, por lo que en cuanto las veía juntas sin dirigirles una sola palabra, regresaba a su habitación siempre cubierta toda su cabeza por su chalina negra. En un principio Mia si se preocupó por sus sobrinos, pero Ignacio le hizo ver que Alejandro que era el mayor ya podía irse encargando de cuidar a sus hermanitos. Alex le aseguró a su prima que podía con eso y más, por lo que no tenía de que preocuparse. De esta forma fue como Mia dejó de llevar a sus primos, lo cual consideró fue lo mejor, pues no tenía cabeza para pensar en nada más. Aun le dolía la muerte de su madre, por lo que en ocasiones se soltaba a llorar desconsoladamente, pues en aquella casa todo le recordaba a su mamá. Bastaba voltear a ver el cuarto vacío, o su ropa colgada en el pequeñito clóset, o incluso la charolita donde le llevaba de comer, que ahora había quedado desolada y arrumbada en un rincón de la casa, para que se soltara a llorar amargamente. Sus abuelos aún no se habían marchado a su pueblo, ya que estaban preocupados por su nieta, sobre todo Amelia, la cual era la que se encargaba de la mayoría de las cosas de la casa, pese a que su nieta insistía en seguirlas realizando, Amelia se oponía, pues quería sentirse útil. No obstante, a raíz que Don Vicente recayó en cama, Amelia tuvo que dividirse entre la casa y su marido, por lo que ella salía al pueblo en busca de las cosas de la casa y llegaba a cocinar y limpiar. Por ello Danielle se había ofrecido a llevarle de desayunar a Mia, con eso alivianaba un buen a la anciana que se lo agradeció enormemente. Pese a que el estado de Mia era muy depresivo, cada que salía su abuela, se encargaba de echarle un ojo a su abuelo, el cual instalaron en la cama de Mia, para su mayor comodidad, quedándose la nieta en la otra cama pues su padre prefería dormir en el sillón de la sala. Por ello cuando su abuela salía, Mia en algunas ocasiones se acostaba con su abuelo en la cama, y abrazados lloraban juntos la pérdida de Dolores. Como era de esperarse se habían suscitado algunas discusiones entre los Flores, que le tocó a Danielle presenciar. Como por ejemplo: Ignacio ordenándole inútilmente a Flora que cuidara de sus hijos, o Amelia discutiendo con su marido por negarse a tomar el menjurje amargo que le había recetado la curandera, y sobre todo peleas entre Amelia y Flora. Las cuales, un día casi llegan a los golpes. Todo ocurrió cuando una tarde la anciana que acababa de llegar agotada del pueblo con la compra del día, se encontró a Flora sirviéndose un vaso de agua, que en el momento en que vio entrar a la anciana se le resbaló torpemente de las manos. El vaso se rompió en mil pedazos sobre el suelo, y el líquido cristalino comenzó a esparcirse sobre la superficie, mientras los trozos de vidrio se habían aglomerado alrededor de Flora, la cual ni siquiera se sobresaltó con lo ocurrido. -Tú y tus manos de mantequilla, pero es que en verdad mujer ¿tú no sirves para nada?- gritó Amelia furiosa, tirando las bolsas del mandado al suelo. Flora que no estaba de ánimos le respondió en el acto. -Mira, será mejor que te calles y me dejes en paz, porque ahorita sí no estoy de ánimos para aguantar tu cantaleta. – dicho esto solo enfureció aún más a la anciana, que acercándose a ella le fue gritando unas cuantas frescas. --Ah no pos, discúlpeme la patrona, su alteza la huevona... Aquí la que ya no está de ánimos para aguantarte soy yo. Estoy hasta la madre de ti, de tus malditos rezos, de verte sentada sin hacer nada, estorbando a los que si trabajamos, y para acabarla de amolar comienzas a romper cosas que ni son tuyas, ni te han costado ni nada, y solo para darme más que hacer a mí, que tengo tanto trabajo, poca vergüenza es la que tienes descarada. En ese momento estaba llegando Danielle que había salido de su trabajo, para traerle a Mia el libro que le había llegado. Había ido a la ciudad en un viaje relámpago, pues en el pueblo en la mini librería que tenían no lo vendían. Sin embargo, para su sorpresa en la ciudad también estaba agotado, por lo que lo dejó pagado, dejando como entrega la dirección del minisúper de Sabina, para cuando lo tuvieran se lo enviaran inmediatamente. Por fortuna no había pasado mucho tiempo, cuando por fin le llegó. Por ello en cuanto lo tuvo entre sus manos, pidió permiso a su jefa y fue de inmediato a entregárselo. Por su parte, Mia en aquel momento de la acalorada discusión, se había quedado dormida junto a su abuelito al que tenía abrazado, y el cual estaba roncando. Debido a esto, no escuchó el escándalo al momento, pese a que la recámara estaba muy cerca de donde se estaba llevando acabo el pleito. Cuando Danielle cruzaba el enorme patio de los Flores, fue cuando le llegaron los gritos que provenían del interior de la vivienda, y rápidamente corrió al interior de la casa. Fue justo ahí cuando encontró a las dos mujeres manoteando al aire, dispuestas a agarrarse a cachetadas entre las dos. Instintivamente, se colocó en medio de las mujeres para calmarlas, pero ninguna de las dos estaba dispuesta a dejarse amedrentar por la otra, por lo que con Danielle sobre escudo, seguían manoteando intentando golpear a la otra con furia. -Ya bastaaa.- gritó exaltada, empujando a ambas con fuerza, haciéndolas retroceder y consiguiendo solo de esta manera la atención de ambas. – Señoras, por Dios contrólense. En estos momentos, es cuando precisamente deberían de estar más unidas como familia, y no ponerse a reñir por tonterías. Y por primera vez en mucho tiempo, Amelia se soltó a llorar. Había estado guardando por mucho tiempo todo su dolor, por estar al pendiente de los suyos, que no había tenido la oportunidad de liberarse. Fue justo en ese momento cuando Mia se despertó, y tras salir de la habitación encontró a su abuela sentada en el viejo sillón de la sala, tapándose el rostro avergonzada. Mia corrió a su lado y la estrechó entre sus brazos. En ese momento no derramó una sola lagrima, pese a que sentía que estas pretendían salir, quería ser fuerte en esos momentos para que su abuela tuviera la libertad de llorar a voluntad. Así se quedaron las dos, abrazadas un buen rato. Flora por su parte, en cuanto Amelia comenzó a desahogarse salió de la casa cuanto antes, pues no estaba de ánimos para seguir aguantando tantas tonterías, y molesta se alejó de todos ellos. Con los días que transitaron, Mia estuvo leyendo el libro que le llevó Danielle, el cual era: El camino de las lágrimas de Jorge Bucay. Entre sus páginas había leído la manera en como debíamos de ver la muerte; como una parte inaplazable de la vida, y cómo, pese al dolor de la ausencia, la muerte también puede enseñarnos grandes lecciones para apreciar el presente, y lo que todavía nos queda por vivir. Por lo que la lectura le estaba ayudando un poco con su duelo. Aun así de repente tenía episodios de llanto que estaba tratando de controlar. Justo ese día, en el que Danielle la había ido a visitar y ya estaba por irse, le preguntó cómo seguía. -Un poco más tranquila amor, aunque todavía duele. – ambas estaban en el patio sentadas sobre unas sillas mirando al firmamento, Mia sostenía el libro entre sus manos que ya llevaba por la mitad, mientras Dany le acariciaba su hombro. -Me alegro, y esta vez vine para traerte esto. – Le indicó sacando una pequeña flor amarilla del bolsillo de su chaqueta. – es para que la uses de separador, y además tengas algo a tu lado que te recuerde que yo siempre estaré ahí para lo que necesites. Rápidamente y muy sonriente, Mia sacó del libro el pedazo de papel que usaba como separador y colocó en su lugar aquella hermosa flor que era una gerbera amarilla . -No sabes lo afortunada que soy de tenerte.- le aseguró Mia, acariciando su mejilla. -Yo soy la que tiene suerte de tener a alguien tan maravillosa como tu.- respondió Danielle estrechándole su mano.- Por lo mismo, pese a que sé que es difícil, quiero volver a verte sonreír y que seas feliz. Me parte el corazón verte triste mi vida, no sabes cuánto. Pero sobre todo, quiero que tengas presente que yo no soy la única que quiere verte así de nuevo: toda tu familia lo quiere. Y te puedo asegurar que desde el cielo tu mami también así lo desea. – Unas lágrimas recorrieron el rostro de Mia, lágrimas que fueron secadas con el dorso de la mano de Danielle. -No sabes cuánto la extraño.- pronunció Mia besándole las manos a su amada. -Lo sé amor, pero piensa que ella siempre estará contigo a tu lado cuidando de ti. Tu madre siempre estará en tu corazón, no lo olvides nunca Mia…Ella siempre cuidará de ti. – Danielle estrechó a Mia entre sus brazos, y acariciándole su larga trenza, le susurró al oído que también ella estaría siempre ahí para cuidarla. Con esas palabras se despidió de Mia, prometiéndose que esa noche se verían en el rio. Por alguna razón, Dany sentía la gran necesidad de darle un beso entre sus labios, pero sería muy arriesgado estando donde estaban, por lo que se dijo que era cuestión de esperar al anochecer, entonces sí podría darle todos los besos que quisiera. Minutos después de su partida, llegó Erasmo. El camino que recorrían para llegar del rancho Hidalgo a la casa de los Flores era distinto, al que se ocupaba para llegar al pueblo o ir a la hacienda, por lo que no se toparon Danielle y el padre de Mia, si no las cosas abrían sido muy diferentes a como se suscitaron. En cuanto Mia vio a su padre llegar, lo saludó estirando su brazo. Pese a la distancia, conforme su padre se acercaba, rápidamente pudo percibir que algo ocurría, algo le pasaba a su padre, pues se le veía furioso, y dentro de muy poco sabría a que se debía la rabia que lo carcomía por dentro.
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