Desde el momento en que Nicoletta le dio ese intenso manotazo, Mia comprendió al instante que no la tendría nada fácil. Israel que se encontraba hambriento, pero más agotado por el viaje, le ordenó a su mujer que se acostaran juntos para dormir un rato, ya después de una pequeña siesta comerían algo, por ahora solo quería descansar el cuerpo un par de horas. Sin nada que decir como una silenciosa esclava, Mia lo siguió al cuarto que de ahora en adelante sería también el suyo. La oscura, pero amplia recámara, era una habitación fría, sin focos y con lo básico: una cama desnuda sin sábanas, una cajonera blanca y bonita, y un viejo espejo usado que colgaba torcidamente de una de las cuatro paredes. Observando todo con desagrado, decidió Israel que con calma y tiempo compraría lo necesario par