Capítulo 27. Danielle 1.3. Cárcel

2376 Words
Gisela despertando con esos ojos inyectados en sangre, con el cuello repleto de arañazos, se levantaba lentamente del suelo de su elegante recámara sin parpadear. En plena oscuridad, su silueta era iluminada por los relámpagos de la tormenta, mientras las cortinas de seda se elevaban en una danza infernal con el movimiento de los silbidos del viento. Entonces la dueña del recinto, una vez estaba completamente de pie, erguida, sobre sus carísimos tacones, observaba a Danielle con esos ojos muertos, y la señalaba. Extendiendo su esquelético y rígido brazo, la culpaba a gritos por su muerte. -Por tu culpa… por tu maldita culpa... la gorda me mató. - gesticulaba con una horrible mueca, abriendo la boca. Comenzando a salir de su garganta millones de moscas que se dirigían a toda velocidad a la cara de Danielle. Entonces al sentir que estas se posaban sobre ella y comenzaban a devorarle la piel, sin que Gisela dejara de señalarla y culparla, se despertaba violentamente entre gritos de la horrible pesadilla. Era la tercera vez que tenía ese horrible sueño, y estaba segura de que volvería a tenerla con el pasar de los días. Recostada sobre la cama de un hotel, tras haberse despertado a gritos, su padre se levantó rápidamente de su cama y se acercó a su hija para consolarla. Danielle ya le había contado sobre la pesadilla, por lo que cuando se sentó en la cama de su hija, estaba seguro de que era de nuevo ese horrible sueño que no la dejaba dormir tranquilamente. - ¡Tienes que dejar de culparte hija! - le suplicó su padre tras haber encendido la lampara que estaba sobre el buró. Acto seguido observó la hora reflejada en el reloj digital que estaba sobre el mismo mueble de madera. Eran las 3.40 de la madrugada. -No puedo evitarlo. - respondió Danielle después de darle un sorbo al vaso de agua que le había servido su padre. En el otro buró que estaba del lado de la cama de Esteban, había una Polka de cristal. De ahí en el vaso cristalino sirvió un poco para refrescarla, pues estaba bañada en sudor. – De alguna manera lo soy. - Se recriminó la joven duramente. -Si no hubiera tardado tanto en abrir esa maldita puerta, ahora nada de esto estaría pasando. Gisela seguiría viva y Bri no estaría internada en ese lugar. - sentenció muy deprimida. -Nada te garantiza eso, tu hermana por lo que nos contaron ya tenía serios problemas en su mente, en cualquier momento estando tú o no en casa estoy seguro que se habría suscitado lo mismo. En todo caso el único culpable aquí soy yo, pues no estuve cerca de mi familia. Soy culpable por no haberme dado cuenta de la inestabilidad emocional de tu hermana... les fallé a todos ustedes. - se culpó Esteban, pero de igual manera Danielle le aseguró que no era tampoco su culpa. Al poco rato ambos volvieron a acostarse. Mientras Esteban roncaba, Danielle no pudo evitar pensar en Mia... En su bella sonrisa, su larga cabellera azabache; en sus tiernos ojos inocentes que la hacían perderse en la hermosura de su ser. La extrañaba muchísimo, le hacía falta tenerla a su lado, la quería con ella para que la abrazara; requería de su calor y amor. Ahora más que nunca la necesitaba. Pero no solo el recuerdo de su amada le impidió retomar el sueño, también el pensar en Bri. Le preocupaba que no les hubieran dejado verla, al parecer querían estabilizarla pues cuando la llevaron al hospital psiquiátrico Briella había comenzado a gritar como loca, suplicando que dejaran callar a Gisela. De eso hacía ya tres días y aun nada. Además, estaba Esteban, había algo en su actitud que le hacía pensar que tenía algo más ajeno a todo lo que estaba pasando, y que le ocultaba. Le preocupaba su padre. Sentía que cargaba con algo que no se atrevía a decirle, por lo que tendría que tratarse de algo muy serio. Por ello no podía dejar de especular que era lo que estaba pasando con él. Y sin poder dormir, nuevamente llegó un nuevo amanecer. Antes de que su padre se despertara, Danielle entró bajo la regadera para darse un baño. Mientras el agua caliente recorría todo su cuerpo, escuchó que sonaba el celular de su padre, el cuál se levantó de la cama sobresaltado y acto seguido salió del cuarto del hotel para contestar la llamada con más privacidad. Otra señal que no le terminó de agradar a la chica. Cuando salió de la ducha y se terminó de vestir, esperó un rato sentada en la cama, mientras con el control cambiaba los canales del televisor que estaba colgado en una protección de metal. Ahí el aparatejo se mantenía suspendido en el aire sobre la pared, casi llegando al techo. Desde ahí veía pasar en la pantalla, las noticias, caricaturas, telenovelas, sin que nada le interesara. Oprimía una y otra vez el botón para cambiar, recorriendo por tercera vez los mismos 50 canales. Finalmente, Esteban regresó, pero con el semblante tan pálido que parecía un fantasma. - ¿Que ocurre? estás muy pálido - quisó saber la hija preocupada, pues ya no le gustaba verlo de esa manera, y que no le tuviera la confianza de decirle que pasaba. -Nada, nada, todo bien no te preocupes. - respondió el padre tratando de cambiar el semblante de angustia en su rostro. - Hablé con René, dice que hoy podemos ir a ver a Bri. Así que si te parece bien, en cuanto desayunemos algo nos vamos a ver a tu hermana. René era el psiquiatra y amigo de Esteban, que al estar enterado de lo ocurrido recibió a Briella omitiendo en su informe la cuestión del asesinato. Según le comentó su amigo en la llamada, desde el día uno había intentado estabilizar a la chica con calmantes, pero siempre que se pasaba la dosis volvía de nueva cuenta a ponerse agresiva. Finalmente, al parecer después de un par de días comenzó a reaccionar bien al medicamento, por lo que le aseguró que estaba tranquila por ahora. Aunque le adelantó que lo más probable fuera que no los reconociera, pues se encontraba en estado semi catatónico. Con el tiempo verían si podían sacarla de esa condición, estabilizarla y ayudarle a tener una vida más estable, aunque no le dio muchas esperanzas. Todo esto le explicó Esteban mientras desayunaban en la cafetería del hotel. Danielle percibió una profunda desconsuelo en el semblante de su padre, pero se percató inmediatamente de que esa triste noticia no era la causa del porqué había entrado a la recámara tan pálido como un fantasma. Por más que se lo preguntó, Esteban no soltó prenda, y tuvo que dejarlo pues comenzaba a ponerlo de malas con tanta preguntadera. -Perdón hija, pero no me encuentro bien. Lo mejor será que ya no me preguntes nada y nos vallamos de una buena vez al psiquiátrico. - sugirió el padre tras pagar la cuenta. En cuanto ambos salían del lugar y en plena vía pública, fueron interceptados violentamente por un grupo de policías, quienes los sometieron sin recogimientos a padre e hija. -Esteban Daurella de la O. Queda detenido por tráfico de drogas, armas, y trata de blancas. Tiene derecho a guardar silencio y a un abogado. - dictaminó el oficial mientras el padre gritaba desesperado que soltaran a su hija, argumentando que ella no tenía nada que ver en todo ese asunto. -Ya veremos qué tan cierto es eso...llévenselos. - ordeno el oficial sin volver a dirigirles la mirada. -Mia…- Fueron las palabras de Danielle, mientras estaba sobre el cofre de la patrulla y sentía lo frio del vehículo en su mejilla. El oficial le colocó las esposas y la subió a la patrulla empujándola sin contemplaciones. La misma noche que Agustín salió de la casa gritándole a la madre que iría rumbo a los Flores, Amelia junto con su yerno y hermano, se alistaban para partir a la mañana siguiente rumbo a los cántaros; lugar donde vivía Israel con su familia. -Si se la llevó deben de estar ahí, ya que no creo que los haya dejado solos. – aseguró la anciana. - Según entiendo su media hermana es ciega y su padre alcohólico, así que es seguro que esté con ellos. Pero no hay que demorar, pa que no se le ocurra irse a otro lugar. - Eso espero. - respondió Erasmo malhumorado. En ese momento se sentía furioso con todos, pues los hacía responsables de lo que le estaba sucediendo a su hija, pues lo habían convencido de casarla con ese tipejo. No obstante, también aceptaba que tenía bastante culpa con todo lo que ocurría. - Ah no, eso sí que no Ignacio. No puedes irte y dejarme aquí sola con los niños, son también tu responsabilidad. - alegó Flora interponiéndose ante él y su maleta. - Milagros antes de irse se ofreció a ayudarte si requerías algo. - le recordó el marido haciéndola a un lado, pues quería dejar todo listo ya que partirían en unas cuantas horas en la madrugada. - Eso dijo, pero y si no viene, ¿Que voy a hacer yo? Sobre todo ahora que ya no está Mia. Además, no puedes dejar tu trabajo botado así no mas, aquí hace falta el dinero. No estamos como para que te des el lujo de que te corran… No, de ninguna manera vas aquí te quedas. Al fin y al cabo, va tu hermano con Amelia, y eso es más que suficiente. – cansado de seguir escuchando a su mujer, arrojó la ropa que tenía en sus manos sobre la valija, y con furia la apartó por segunda vez de su camino, pues volvía a ponerse entre él y la maleta. - No sabes que tan harto estoy de ti Flora, ya no te soporto. - le gritó el hombre. - no puedo creer que seas tan insensible con lo que está pasando. ¿Si entiendes que la hija de mi hermano, mi sobrina, fue robada por ese desgraciado? no pretendas que me quede de brazos cruzados sin hacer nada. - No es tu responsabilidad. - insistió la mujer implacable. - Por supuesto que sí. ¿Pero que puedo esperar de una mujer sin sentimientos como tú? – encolerizado la sacó a rastras de la recámara. Una vez solo, observó a sus pequeños temerosos, que estaban cubiertos por completo con una manta. Encerrado con ellos, trató de calmarlos pues seguían asustados por los gritos que cada vez eran más frecuentes en sus padres. - No se preocupen, no pasa nada. - les aseguró animándolos a que se destaparan. Acto seguido los arropó y le dio un beso a cada uno. Los tres dormían en la misma cama que estaba aún lado de la de Ignacio y Flora. Viendo a sus hijos, esperando que se durmieran, tomó una decisión definitiva. Ya no podía seguir viviendo así. Al regresar cuando se solucionara lo de su sobrina, hablaría con su hermano. Se irían de la casa, rentaría una para él y sus tres hijos y se separaría de Flora para siempre. Ya no quería saber nada de ella, ahora solo se dedicaría a esos tres niños que no tenían la culpa de nada de lo que estaban aguantando; ya era la hora de actuar y hacer algo por ellos. Justo en el momento en que Ignacio tomaba su decisión, tocaron a la puerta. Era Agustín que preocupado quiso saber que había pasado con su amiga. Amelia tras prepararle un café, le contó los planes que tenían en mente. - A las 5 de la mañana nos vamos en la camioneta que pidió prestada Ignacio rumbo al pueblo donde vive ese infeliz. – les anunció Amelia a los presentes. – Don Vicente que también estaba en la misma mesa con ellos y su yerno, carraspeo molesto. - Ya sé que estás de necio con que también quieres ir, pero sabes muy bien que aun estas enfermo, así que no seas cabezón y te quedas aquí por si esos regresan. - le ordenó su mujer molesta. - Yo me apunto a ir con ustedes, se trata de mi amiga y no me puedo quedar tranquilo en mi casa sentado sin hacer nada. - les suplicó el chico determinado a ir también. - Está muy bien, pero a las cinco salimos, estés aquí o no nosotros nos vamos. – amenazó la anciana sirviéndose otro poco de café. - Sí no se preocupe... Y sí me lo permiten, regreso ahorita a mi casa, le informo a mi madre, y me traigo algo de ropa para quedarme a dormir aquí para así salir con ustedes a primera hora. – Erasmo asintió sin decir nada más, y cuando el chico se preparaba a salir rumbo a su casa, lo interceptó Flora vestida completamente de n***o. - Por favor dile a tu mamá si puede venir mañana temprano a ayudarme con los niños. Ella amablemente se ofreció y ahora que se va mi marido con ellos, pues voy a requerir de una manita extra. – Agustín dedicándole una mirada de reproche, pues era a la única que no veía preocupada por la desaparición de Mia, le prometió darle su mensaje a su madre. Al poco rato, al llegar a su casa le contó a Milagros los planes que tenían en mente los Flores. Tras cenar algo rápidamente pues su madre se aferró a que no se fuera con el estómago vacío, pasó a llenar una bolsa con un par de mudas y guardó un poco de efectivo que tenía en un frasco, (los pocos ahorros que había juntado). Después se despidió de su madre con un beso, y le dio el mensaje de la señora Flora. Milagros le aseguró que iría ayudar, más por los niños que por la misma Flora. Y ahí de pie, en la puerta despidió a su hijo, viendo como se lo tragaba la oscuridad. Recitando una plegaria, rogó a dios que tuvieran éxito en la misión que iban a emprender todos. -Por favor dios mío que traigan de regreso con bien a Mia. – imploró la mujer, sin imaginar que sus deseos no se harían realidad.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD