La oscuridad se había apropiado casi por completo de aquel lugar, solo se alcanzaba a ver sobre el sombrío rio el reflejo de la platinada luna. Las suaves ondas que provocaba los soplidos del viento le daban a la imagen movimiento. Tal parecía que la luna llena, bailaba en el agua con esas ondulaciones mágicas al son que le tocaba la brisa nocturna. Sin embargo, el río solo era su espejo en el que se contemplaba. La hermosa esfera platinada, yacía a miles de kilómetros de distancia postrada majestuosamente redondeada y bella a lo alto del cielo como el platinado astro que ha existido desde hace miles de años, destellando con su luz robada aquel caudal que la admiraba. No obstante, tal belleza de imagen era desaprovechada por la persona que sobre una enorme roca con el rostro lleno de lágrimas sufría por los tormentos de su alma. Era una bonita chica, de cabello n***o como la noche que la cobijaba, largo y trenzado, con grandes ojos almendrados y piel de caramelo, la que lloraba a la orilla del espejo de la luna. Su nombre era Mia.
Con el rostro oculto entre las rodillas repetía una y otra vez la única plegaria que se sabía, suplicaba con gran fervor a su Dios aliviara pronto el sufrimiento de su madre.
-Por favor, sí le salvas prometo dejar atrás las ideas pecaminosas, incluso estoy dispuesta a servirte como monja si salvas a mi madre. Por favor te lo suplico, sálvala
Y es que desde que la madre de la chica cayo gravemente enferma, cada noche sin falta Mia se dirigía al rio a pedir por su salud. Delante de ella y de los demás tenía que fingirse tranquila, pero lo cierto es que por dentro se estaba destruyendo. El ver a su mamá cada día más flaca, quejarse de horribles dolores, era algo que la desgastaba y por más que trataba de ayudarla se sentía impotente al no poder hacer nada. Le había implorado a su padre la llevara con el doctor del pueblo, el Güerito que tenía dos años viviendo en Ojo del sol y que la mayoría de los pueblerinos ya apreciaban y confiaban, no obstante, su padre que provenía de una r**a indígena que eran muy cerrados a sus tradiciones, consideraba que la única manera de sanar era con hierbas, por lo que rechazó sin contemplaciones lo que era para él, una descabellada idea.
-Esos hombres traen la muerte entre sus dedos, no son de fiar mija y óyelo bien y que te entre bien en tus orejotas: ¡JAMÁS LES CONFIARÍA LA VIDA DE MI DOLORES A ESOS MATAGENTES!
Sus tíos que vivían con ellos, también se mostraron de acuerdo, sin nada más que discutir se llamó a la curandera Eloísa para que tratara a Dolores, sin embargo, los remedios que le había recetado no habían servido de mucho, la enferma cada día se veía peor.
-Tiene el alma enferma, por eso su cuerpo se está pudriendo y así ya no puedo hacer nada más, solo les queda rezar para que pronto se valla pues seguirá sufriendo. Fue lo que dijo la mujer un día después de atenderla.
Nadie vio a Mia escondida detrás de la Puerta escuchando tal sentencia. A partir de ese día su angustia se agudizó y el temor de perderla la empezó a consumir. Por lo que rezar por las noches en aquel rio era lo único que lograba calmarla, aunque fuera solo un poco, pues al terminar con sus oraciones entre las lágrimas, sentía que al vaciarlas con ellas se iban el dolor acumulado en todo el día. Pero esa noche se sintió más inquieta de lo normal, el a verla visto por la mañana vomitando sangre arqueada ahogándose en su propia saliva intentando poder respirar, era una imagen que no podía borrar, simplemente la destrozó, no lograba mantener la calma, solo podía imaginarse en el velorio con el cuerpo de su madre postrada en el féretro con su vestido blanco lleno de sangre. Y aunque trataba de sacar esas horribles pesadillas de su subconsciente, le era imposible, se habían clavado en su cerebro como si le hubieran taladrado hasta lo más profundo de su ser, para albergarlas y nunca más sacarlas de allí.
Cansada de estar llorando viendo el reflejo de la luna, decidió que era mejor volver a casa, por ahora era suficiente ya no podía hacer nada más que esperar lograra conciliar el sueño. Pero en cuanto se levantó, resbaló de improvisto cayendo de bruces directamente al río. Su bonito vestido blanco con unas bellas flores de colores estampadas se abombó, el rosario que siempre sujetaba cuando rezaba se desprendió y las profundidades lo aclamaron, una de sus sandalias flotaba a su alrededor buscando a su compañera que no estaba por ningún lado. Los grillos cantaban en rededor, mientras por alguna parte se escuchó el croar de una rana, una lechuza ululó tras cazar un ratón, y los demás animalillos en la noche continuaron con su eterno cazar y ser cazado, mientras la pobre chica caía al agua. Por desgracia para Mia, siempre le gustaba postrarse sobre la enorme roca que prácticamente estaba dentro del rio en la parte más profunda del agua.
Un estrepitó sonido se escuchó en el silencio, era la de una persona que caía al agua. A pesar de los años que llevaba viviendo en Ojo de sol, y de su cercanía con el río desde su niñez, nunca se le había enseñado a nadar. Según la filosofía de su padre una mujercita no necesita saber nadar para ser una buena ama de casa. Aquella decisión le costaría la vida, pues al no saber y estar sola a mitad de la vegetación su destino seria terminar en el fondo siendo alimento de los peces. Comenzó a hundirse mientras desesperadamente braceaba intentando salir del agua, lo cual era inútil pues no sabía cómo y por más que trataba lo único que conseguía era cansarse, pataleo y gritó, suplicó por ayuda, le rogó a su Dios y a la luna que le ayudaran, pero poco a poco comenzó a rendirse y al fin terminó por hundirse con los brazos extendidos y derrotados. En su mente se cruzó fugazmente la idea de que con su muerte se salvaría su madre, era un trato justo.
-Mi vida a cambio de la suya. La ofreció feliz y continúo descendiendo.
Por última vez hecho un vistazo a la superficie, allí seguía la luna que la había acompañado en sus momentos de desesperación, Mia la observó imaginando que sería lo último que vería en su vida, cerro los ojos y el rostro de la luna se trasformó en el de su madre. Finalmente, la oscuridad la invadió pues las profundidades clamaban por ella, tal como habían hecho con su rosario.
-Te amo mamá.