Un poco tiempo después llegué al departamento donde en algún momento viví con Ana, mi vida se estaba volviendo una pesadilla otra vez.
Cristian no me perdonaría, estaba siendo culpable de la desgracia por la que atravesaba su hermana.
Mi móvil empezó a sonar repentinamente, eso hizo que volviera en si, que dejara de pensar un poco en su nombre y apellido.
“Buenas”, dije al contestar.
“Hola hija, es tu mamá que te habla”, escuché decir.
“¿Murió mi padre?, pregunté, es posible que me haya visto frívola pero ellos me habían convertido en eso.
“No, tu padre aún no ha muerto”, respondió.
“Pues el día que muera toma tu móvil y llámame nuevamente, tú y yo no tenemos nada de que hablar, el hecho de que me haya echado la culpa no quiere decir que sea la misma tonta de antes”, aún me sentía m
