Capítulo 2: El Juego de la Desconfianza

832 Words
Elena Dos noches después de ese encuentro extraño en el club, todavía sigo pensando en él, maldita sea. ¿Cómo puede alguien dejarme tan inquieta? Me siento estúpida, como si hubiera caído en su juego, y eso es exactamente lo que no quería. Nicolás tiene esa mirada, esa forma de hablar y de plantarse, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera hacerle daño. Pero yo no soy del tipo que se intimida fácil. Sigo pensando en eso hasta que termino mi turno en la clínica. A pesar del cansancio, me siento más tranquila… hasta que salgo y lo veo allí, apoyado contra la pared, fumando como si el lugar fuera suyo. Respiro profundo y trato de no darle importancia. ¿Otra vez aquí? ¿Este tipo no tiene nada mejor que hacer? De todas formas, me convenzo de no mostrarle que me molesta. Sigo caminando hacia mi coche, con la cabeza bien en alto, hasta que veo que empieza a caminar detrás de mí, con calma, como si esto fuera lo más normal del mundo. Finalmente, no puedo más. Me giro y le suelto, sin pensar: —¿Otra vez tú? ¿Qué quieres, Nicolás? Él se detiene, y en vez de irse o reaccionar como alguien decente, me dedica una sonrisa lenta y me dice: —Solo pasaba por aquí. De nuevo con su jueguito de hacerse el misterioso. Siento un calor de frustración en la cara, pero no pienso dejarle ver que me molesta. Me cruzo de brazos y mantengo la mirada. —¿Pasabas por aquí? —le respondo, en un tono que hasta yo sé que suena cortante—. Claro, porque todos pasan por la clínica de urgencias a la medianoche, ¿no? ¿Quién te crees que eres? Él se acerca un poco, con esa maldita seguridad que me desespera, como si nada lo perturbara. —Digamos que me preocupas un poco, Elena —dice, con esa voz calmada, como si realmente le importara. Como si quisiera cuidar de mí. Su respuesta me toma por sorpresa. ¿Preocuparlo? ¿De qué está hablando este tipo? Y, aunque mi instinto me dice que me dé media vuelta y lo ignore, una parte de mí quiere escuchar qué demonios tiene que decir. —Pues no necesito a nadie que se preocupe por mí —le respondo, tratando de sonar firme. Siento que su mirada se clava en mí, como si estuviera buscando algo debajo de la fachada que estoy intentando mantener. Nicolás me observa en silencio, y su expresión cambia. No es una sonrisa arrogante esta vez, sino algo más serio, casi... ¿intenso? Como si de verdad creyera que soy tan tonta como para no darme cuenta de lo que hace. —Escucha, Elena, mi vida es complicada. Hay gente... complicada en mi mundo —me dice, en ese tono bajo que da casi como un aviso—. Solo quería asegurarme de que entiendes en lo que te estás metiendo. ¿En lo que yo me estoy metiendo? ¿De qué demonios habla? Una chispa de enojo se enciende en mí. —Primero, no me estoy metiendo en nada. Si hay alguien que se está metiendo en la vida de alguien aquí, ese eres tú —le respondo, sin retroceder ni un poco. Él se ríe, una risa que parece salida de una película de acción, como si yo fuera solo una niña a la que puede manejar. Y por un segundo, solo un segundo, me dan ganas de alejarme de toda esta mierda. Pero no. Ya llegué hasta aquí y no pienso darle el gusto de asustarme. —Qué valiente, ¿no? —murmura él, mirándome de arriba abajo. Y su mirada no es suave. Es intensa, como si intentara ver algo más profundo en mí. —Y tú, qué controlador, ¿no? —le devuelvo, con la barbilla en alto. Él suspira, y en su rostro veo algo distinto, como si estuviera debatiendo consigo mismo sobre si seguir hablando o simplemente dejarme en paz. Al final, se acerca un paso más. Está lo bastante cerca para que pueda ver el brillo en sus ojos, y siento el aire tensarse entre los dos. —Solo quería advertirte, Elena. No suelo mezclarme con gente de afuera, pero tú... —se interrumpe, y su mirada baja un segundo, como si se arrepintiera de decir algo más. —¿Yo qué? —lo presiono. De repente, necesito saberlo. Algo en mí quiere entender qué es lo que este tipo piensa, por qué me sigue, por qué no puede simplemente dejarme en paz. Nicolás me observa de una forma que me descoloca, como si buscara entender algo en mí también. Pero luego se da la vuelta sin responder y se aleja, dejándome sola en el estacionamiento. Y ahí estoy, como una tonta, viendo cómo se marcha. Como si una parte de mí quisiera que se quedara, aunque la otra mitad gritara que me aleje cuanto antes.
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