“Maxi Bonilla, el ocaso de un joven futbolista que tenía todo para triunfar”. Ese era el título de la primera plana de la revista Sports que Max vio sobre la mesita de la sala.
Él no sabía de dónde rayos había salido esa revista. Él había prohibido que aquellas cosas llegaran a su casa, pero al parecer su hermana la había comprado en su ida al centro comercial.
Max no quiso leer lo que decía el artículo, pero por las fotos que pusieron en la primera plana, se lo pudo imaginar.
Fotos de él en fiestas, en yates con muchas mujeres, en bares, en casinos...
Max intentó recordar cuándo fue que inició toda esa hecatombe de eventos desafortunados que acabó con su carrera.
Después de llevar a la Selección Colombia a su primera final en el Mundial de Fútbol, fue contratado por el Madrid F.C., el equipo de sus sueños, en el que no se había imaginado estar, no cuando era un chiquillo que salió de un barrio bajo de la costa caribe colombiana, que tenía que jugar en alpargatas porque a su madre no le alcanzaba el dinero para comprarle unos botines decentes para jugar, no cuando trabajaba como muchacha del servicio en las casas de las vecinas y apenas reunía lo suficiente para alimentarlos a él y a su hermana Geimy.
Max había crecido en un contexto social complicado, pero que era común en la clase media-baja colombiana. Su madre había sido un tanto...libertina en su juventud, y había quedado embarazada de él a los 16 años, y ella ni siquiera había sabido quién era el padre. Dos años después, volvió a quedar embarazada de otro tipo, uno que cual mago, se desapareció apenas ella le dijo que estaba embarazada.
Pero lejos de ser una de esas mujeres que por haber tenido embarazos no deseados abandonaba a sus hijos, les dio todo el cariño que se podía esperar de una buena madre, e hizo lo posible por darle una vida más o menos digna a sus hijos.
Fue así que doña Fabiola, entre su puesto de empanadas en una de las zonas turísticas de la pequeña ciudad costera de Riohacha, y los oficios que encontraba en las casas de las vecinas, pudo sacar adelante a sus dos hijos.
Maxi creció recibiendo bullying de sus compañeros de clase, porque siendo una ciudad costera, era raro ver que alguien oriundo de ahí fuese blanco y de ojos azules, mientras que su hermana sí era de piel de piel oscura y ojos marrones. La respuesta a eso era fácil: doña Fabiola había tenido una aventura con uno de esos blancos extranjeros que llegaban a hacer turismo y...buscar mujeres colombianas de dudosa reputación con las cuales pasar el rato.
Pero Max nunca le prestó atención a los comentarios desalmados que le hacían sobre su madre y se enfocó en el fútbol. Era lo único para lo que había sido bueno, ya que en la escuela no tenía buenas notas precisamente porque prefería estar en las canchas, que era el único lugar en donde se olvidaba de la difícil situación económica en casa.
En esos momentos de dificultad, habían sido solo él y el balón. Y el balón era lo que lo había sacado a él y su familia de la miseria cuando un caza talentos del Atlético Barranquilla lo vio jugar en un torneo de la escuela.
“El blanquito Maxi” se había vuelto reconocido en toda La Guajira porque, aparte de su exótica combinación de genes que lo hacían portador de una belleza que claramente no era tan latina, dejaba en ridículo a los jugadores más profesionales.
Un jugador de la Selección Colombia de ese entonces, oriundo de esa zona costera del país, Dani Diaz, había ido a la escuela de Maxi para realizar un acto benéfico, y al ver jugar a un Maxi de apenas ocho años de edad, le invitó a disputar un partidillo con él, y lo dejó tan impresionado, que se contactó con el caza talentos del Barranquilla.
Y fue con ese golpe de suerte que Max poco a poco fue escalando peldaños, y a los 17 años ya era una estrella del fútbol nacional, y pudo llevarse a su mamá y a su hermana a vivir con él a la ciudad de Barranquilla, en un lujoso pent-house y darles la vida que se merecían.
A los 18 ya era figura en la Selección Colombia sub-20, en donde tuvo mucho que ver en que ganaran el Mundial sub-20, y el oro en los juegos olímpicos, y fue eso último lo que lo catapultó definitivamente al estrellato al llamar la atención de clubes a nivel internacional, y fue contratado por un club italiano, el Roma, en donde alcanzó la fama a nivel internacional.
En ese entonces, todavía conservaba la humildad con la que había nacido, y en cada partido le agradecía a Dios por darle aquella vida que él tanto había soñado pero que había creído imposible tener.
Todo parecía ir bien en la vida de Max. Estaba jugando en un club reconocido de la liga italiana, le pudo pagar la universidad a su hermana —cuando él ni siquiera había terminado la escuela—, tenía viviendo a su madre con lujos, y ella ya no debía lavar un solo plato como lo había tenido que hacer durante años.
Después de ser la figura en el mundial, ganar el Balón de Oro y muchos premios más, fue contratado en el equipo de sus sueños, el Madrid F.C. Su rostro aparecía incluso en las campañas publicitarias más insignificantes. No había un solo lugar en el mundo en el que el rostro del gran Maxi Bonilla no se viera.
Publicidad de Adidas, cereales, bebidas energizantes, relojes, marcas de vinos..., Max estaba en absolutamente en todo, logrando opacar a la que también era la estrella futbolera del momento, Sammy Williams.
De hecho, a ambos los habían presentado en una gala del Balón de Oro, pero Sammy lo único que hizo fue rodarle los ojos, porque a ella ya se le había subido tanto la fama a la cabeza, que lo último que quería era que le inventaran una relación falsa con otro futbolista élite solo por cuestiones publicitarias.
Fue en el Madrid F.C. en donde Max empezó a tener problemas. Si bien tuvo éxito en sus primeras dos temporadas y tenía a toda la afición madridista muerta por él, su nivel empezó a bajar cuando empezó a salir con las despampanantes modelos que sus compañeros de equipo le presentaban.
Su manager, al ver que estaba tomando malos caminos por cuenta de las malas amistades que había hecho en el club —que por cierto estaba plagado de divas que se creían la última gaseosa en el desierto por haber ganado mundiales y varias champions league—, le recomendó que se casara para así tener una mejor imagen ante la opinión pública, y es que a él a sus 24 años ya lo había “dejado el bus”, porque se suponía que en el fútbol lo común era que los jugadores se casaran y tuvieran hijos siendo apenas unos jovencitos de menos de 22.
Max le hizo caso a su manager y se casó con la primera modelo que le presentó, pero las cosas solo fueron de mal en peor, su esposa lo dejó al no aguantar las múltiples infidelidades, el club no le renovó el contrato por sus polémicas y su indisciplina, y la Selección Colombia no lo volvió a convocar más.
En el último partido con el combinado nacional, que fue para las eliminatorias al mundial, fue abucheado por la afición en Barranquilla —que es donde siempre se juegan los partidos cuando Colombia va de local— y tuvo que ser escoltado al camerino cuando la gente le empezó a lanzar cosas desde la tribuna.
“Desagradecidos de mierda”, gritó Max cuando logró pasar el túnel hacia los camerinos, pero fue grabado por alguien, y ese vídeo le dio la vuelta al mundo, y fue lo que terminó por hacer que la afición colombiana lo odiara aún más, hasta el punto de obligarlo a eliminar sus r************* .
Es así que Max ya llevaba seis meses fuera de las canchas, y eso, sumado a lo que tuvo que gastar en el divorcio, y a que todas las marcas para las que hacía campañas publicitarias le cancelaron los contratos al considerarlo un ex jugador, lo hizo quedar casi en la ruina.
Era cierto que los futbolistas ganaban millones, pero, así como ganaban, gastaban. Tuvo que vender varios de sus autos y propiedades para poder pagar impuestos y sostenerse durante esos meses.
Y fue así como regresó con su madre y con su hermana, a la lujosa mansión que les había comprado en una inasequible propiedad a las afueras de Bogotá.
—Geimy, ¿qué hace esta revista aquí? —le preguntó Max a su hermana haciendo una mueca, y ella, desde la cocina estilo americana, se encogió de hombros.
—A ver si así tomas conciencia —respondió ella, sirviendo dos copas de helado de chicle —. Más razón no puede tener la prensa —se acercó a la sala con las dos copas, en donde Max estaba tumbado en uno de los lujosos sofás, aun en pijama a pesar de que era medio día—. Eres un jugador que tenía un futuro prometedor y lo echaste todo a perder porque se te subió la fama la cabeza, ¡mírate no más! —le alcanzó la copa, y el ojiazul entornó los ojos —, tumbado en el sofá un martes al medio día, sin nada qué hacer, ¡eres una vergüenza!
—Primero la prensa, después la afición, y ahora mi propia hermana —murmuró él, hundiendo la cuchara en el helado y echándose una buena cantidad de este a la boca.
—Pues pareces no escuchar a nadie, hermanote —dijo la mujer, que tenía puesto su elegante traje de abogada —. Deberías responderle las llamadas a Jorgito —su manager—, escuchar la propuesta que te tiene.
—Algo me alcanzó a decir por w******p. Es una propuesta de jugar en un equipo de segunda división —relamió la cuchara —, y no. No pienso rebajarme a jugar en un equipito de esos.
—Fue ese puto ego lo que arruinó tu carrera —replicó ella, y tecleó algo en su celular y se lo alcanzó —. Pues ya que no piensas con la cabeza de arriba, al menos piensa con la de abajo si eso te hace recapacitar.
Max tomó el celular de su hermana y ojeó la noticia que había abierto en la página de Sports.
Aparecía una foto con el bello rostro de Sammy Williams, y más abajo una foto de su padre, el gran Roger Williams, anunciando que su hija sería la nueva entrenadora del Lions F.C.
Max abrió los ojos como platos, sin poder creerse aquello.
Intentó recordar cuál era el nombre de ese equipito de segunda división que su manager le informó que estaba interesado en contratarlo.
Buscó rápidamente su celular, y al abrir el chat con su manager, corroboró que era el club Lions.
Max sonrió con socarronería.
La belleza inglesa le había herido el orgullo varonil al negarle una salida en aquella ocasión en que se conocieron en la gala del Balón de Oro, y se pensaba vengar.
Fue así que llamó a Jorge, y después de que este le dirigió unas cuantas palabras de emoción y una que otra de amonestación por haberle contestado hasta ahora, le dijo:
—Háblame de esa propuesta del Lions F.C.