capítulo 8

2101 Words
>>Estos días, Londres está invadido por todas las madres ambiciosas. En el baile de lady Worth de la semana pasada, esta autora vio, al menos, once solteros convencidos escondiéndose por los rincones y marcharse corriendo de la casa con esas madres ambiciosas pisándoles los talones. Es muy difícil decidir quién es, precisamente, la peor de todas aunque esta autora sospecha que, al final, la lucha va a ser muy cerrada entre lady Bridgerton y la señora Featherington, con victoria de esta última por una nariz en el último metro. Al fin y al cabo, hay tres Featherington casaderas en el mercado, mientras que lady Bridgerton sólo tiene que ocuparse de una. Sin embargo, sería recomendable que todas aquellas personas con dos dedos de frente se mantuvieran muy, muy alejadas de los hombres solteros cuando las Hermanas E, F y H Bridgerton se presenten en sociedad. Lady B no es de las que miran a ambos lados antes de entrar en un salón de baile con tres hijas detrás, y que el Señor nos asista si decide ponerse botas con la punta de metal. REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN, 28 de abril de 1813 mon pensó que la noche no podía empeorar. Nunca lo hubiera dicho, pero el extraño encuentro con Daphne Bridgerton acabó por convertirse en lo mejor de aquella velada. Sí, se había quedado horrorizado al descubrir que se había sentido atraído, aunque sólo fuera por unos momentos, por la hermana pequeña de su mejor amigo. Sí, los patosos intentos de seducción de Nigel Berbrooke habían sido un insulto para su sensibilidad de vividor. Y sí, al final, Daphne lo había exasperado hasta lo impensable con su indecisión de tratar a Nigel como aun criminal o preocuparse de él como si fuera su mejor amigo. Sin embargo, absolutamente nada de eso tenía comparación con lo que todavía tuvo que soportar después. S Su fantástico plan de presentarse en el baile, saludar a lady Danbury y marcharse sin que nadie lo viera pronto dejó de ser tan fantástico. Cuando apenas había dado dos pasos en el salón, un viejo compañero de Oxford que, para mayor desgracia suya, recientemente se había casado, lo reconoció. Su mujer era una joven encantadora aunque, desafortunadamente, tenía grandes aspiraciones sociales y se ve que, en cuanto lo conoció, decidió que su camino a la felicidad pasaba por ser la que introdujera al nuevo duque en sociedad. Y Simon, aunque solía definirse como un hombre de mundo y bastante cínico, descubrió que no era lo suficientemente maleducado como para insultar a la mujer de un viejo amigo de universidad. Y así, dos horas más tarde, le había presentado a todas las chicas casaderas del baile, a todas las madres de las chicas casaderas y, por supuesto, a cada hermana mayor casada de cada chica casadera. Simon no sabría decir qué grupo había sido peor. Las chicas casaderas eran terriblemente aburridas, las madres eran descaradamente ambiciosas y las hermanas... bueno, Simon llegó a plantearse si había ido a parar a un burdel. Seis de ellas le habían hecho insinuaciones sin ningún tipo de paliativos, dos le habían dado notas invitándolo a los tocadores y una incluso le había acariciado el muslo. En conjunto, Daphne Bridgerton empezaba a parecerle de lo mejorcito. Y hablando de Daphne, ¿dónde se había metido? Creía haberla visto de reojo hacía más o menos una hora rodeada de sus hermanos, un grupo que intimidaba. No es que, por separado, intimidaran a Simon, pero tenía claro que uno tendría que ser imbécil para provocarlos en grupo. Pero desde entonces parecía que se la había tragado la tierra. De hecho, era la única chica casadera del baile que no le habían presentado. No creía que Berbrooke la volviera a molestar después de haberlo dejado en el pasillo. Al fin y al cabo, le había dado un buen puñetazo en la mandíbula y tardaría un rato en despertarse. Y más teniendo en cuenta la cantidad de alcohol que había ingerido durante toda la noche. E incluso, aunque Daphne se había dejado llevar por la compasión cuando su patoso pretendiente se había desplomado en el suelo, no era tan estúpida como para quedarse con él en el pasillo hasta que recuperara la conciencia. Simon miró hacia donde estaban los hermanos Bridgerton, y le pareció que se lo estaban pasando en grande. Los habían abordado casi tantas jóvenes como a él, pero el ser tres jugaba a su favor. Simon vio que las debutantes no estaban con los Bridgerton ni la mitad de tiempo que estaban con él. Simon hizo una mueca. Anthony, que estaba apoyado tranquilamente en la pared, lo vio y levantó la copa de vino que sostenía, sonriéndole. Luego ladeó la cabeza señalando a la izquierda de Simon. Éste se giró, justo a tiempo de encontrarse con otra madre rodeada por sus tres hijas, que llevaban unos vestidos de lo más recargado, llenos de pliegues y volantes aparte de, por supuesto, montones y montones de lazos. Pensó en Daphne, con su sencillo a la par que elegante vestido verde. Daphne, con esos ojos marrones y esa sonrisa... — ¡Duque! —Exclamó la madre—. ¡Duque! Simon parpadeó para volver a la realidad. La familia cubierta de lazos lo había rodeado con tanta eficacia que no fue capaz ni de echar un vistazo hacia Anthony. —Duque —repitió la madre—, es un honor conocerlo. Simon asintió con la cabeza. No tenía palabras. Las mujeres estaban tan cerca de él que tenía miedo de ahogarse. —Nos envía Georgiana Huxley —insistió la mujer—. Me dijo que tenía que presentarle a mis hijas. Simon no recordaba quién era Georgiana Huxley, pero pensó que le apetecía estrangularla. —Normalmente, no sería tan atrevida —continuó la señora—, pero su padre era muy, muy buen amigo mío. Simon se agarrotó. —Era un hombre maravilloso —continuó, mientras sus palabras se clavaban en la cabeza de Simon como uñas—. Siempre estaba tan pendiente de sus obligaciones para con el título que ostentaba. Debió ser un padre fabuloso. —No sabría decirle —dijo Simon, escuetamente. — ¡Oh! —La señora tuvo que toser para aclararse la garganta varias antes de poder continuar—. Ya veo. Bueno. Dios mío. Simon no dijo nada, confiando en que esa actitud distante la disuadiera de quedarse. Maldita sea, ¿dónde estaba Anthony? Ya era suficientemente malo tener que soportar ver a esas mujeres comportándose como si él fuera un premio para encima tener que aguantar el escuchar de esa mujer lo buen padre que había sido el viejo duque... Estaba a punto de estallar. — ¡Duque! ¡Duque! Simon se obligó a volver a mirar a la señora que tenía delante y se dijo que debía tener un poco más de paciencia. Al fin y al cabo, posiblemente sólo estaba halagando a su padre porque creía que era lo que él queda oír. —Sólo quería recordarle —dijo— que ya nos presentaron oficialmente hace algunos años, cuando todavía era conde de Clyvedon. —Si —murmuró Simon, buscando cualquier grieta en la barricada de mujeres por donde escapar. —Le presento a mis hijas —dijo, señalando a las tres jóvenes. Dos de ellas eran bastante guapas, pero la tercera todavía tenía granos en la cara y llevaba un vestido naranja que no la favorecía en absoluto. Al parecer, no estaba disfrutando de la velada como sus dos hermanas. — ¿No son preciosas?—continuó la señora—. Son mi orgullo y alegría. Y son tan cariñosas. Simon tuvo la extraña sensación de haber escuchado aquella descripción una vez, cuando fue a comprar un perro. —Duque, permítame que le presente a Prudence, Philipa y Penelope. Las jóvenes hicieron una reverencia, pero ninguna se atrevió a mirarlo a los ojos. —Tengo otra hija en casa —dijo la señora Featherington—. Se llama Felicity. Pero sólo tiene diez años y no la dejo venir a estas fiestas. Simon no entendía por qué esa mujer sentía la necesidad de compartir aquella información con él, así que adquirió un tono aburrido que, con los años, había aprendido que era la mejor manera de ocultar el enfado, y dijo: — ¿Y usted es...? — ¡Oh, le pido disculpas! Soy la señora Featherington, claro. Mi marido falleció hace tres años pero era uno de los mejores amigos de su padre... —El final de la frase fue casi como un susurro, porque recordó la anterior reacción de Simon al mencionarle a su padre. Simon asintió. —Prudence toca muy bien el piano —dijo ella, cambiando de tema. Simon vio la mueca en la cara de la chica y decidió que nunca asistiría a una velada musical en casa de los Featherington. —Y mi querida Philipa es una excelente pintora de acuarelas. Philipa sonrió. — ¿Y Penelope? —Algo dentro de Simon le obligó a preguntarlo. La señora Featherington lanzó una mirada de pánico a su hija menor, que parecía bastante abatida. Penelope no era una chica demasiado atractiva y los vestidos que le ponía su madre no favorecían en nada su figura algo regordeta. Pero había algo cálido en su mirada. — ¿Penelope? —Repitió la señora Featherington, con la voz temblorosa—. Penelope es... eh... bueno, ¡es Penelope! —dijo, con una falsa sonrisa en los labios. La chica miró a su alrededor como si quisiera esconderse debajo de alguna alfombra. Simon decidió que si se veía obligado a bailar con alguna, se lo pediría a Penelope. —Señora Featherington —dijo una voz seca e imponente que no podía pertenecer a nadie más que a lady Danbury—, ¿está acosando al duque con preguntas? Simon quería responder que sí, pero el recuerdo de la cara mortificada de Penelope Featherington le hizo decir: —Por puesto que no. Lady Danbury levantó una ceja mientras se giraba lentamente hacia él. —Mentiroso. Se giró hacia la señora Featherington, que se había quedado pálida. La señora Featherington no dijo nada. Lady Danbury no dijo nada. Al final, la señora Featherington murmuró que acababa de ver a su prima, cogió a sus tres hijas y se marchó. Simon se cruzó de brazos, pero no pudo evitar mirar a su anfitriona con una sonrisa. —Eso no ha estado demasiado bien, ya lo sabe —dijo. —Bah. Tiene la cabeza llena de pájaros, igual que sus hijas, excepto la más feúcha. —Lady Danbury agitó la cabeza—. Si la vistieran con otro color. Simon intentó contener una risa, pero no pudo. —Nunca aprendió a ocuparse de sus asuntos, ¿verdad? —Nunca. ¿Qué diversión tendría ocuparme sólo de mis cosas? —dijo, y sonrió. Simon juraría que no quería hacerlo, pero sonrió—, Y en cuanto a ti —añadió—, eres un invitado horrible. Se supone que, a estas alturas, tus buenos modales te habrían llevado a saludar a la anfitriona. —Ha estado en todo momento demasiado rodeada de admiradores como para acercarme. — ¡Qué simplista! —comentó la mujer. Simon no dijo nada porque no estaba del todo seguro de cómo interpretar sus palabras. Siempre había sospechado que lady Danbury conocía su secreto, pero nunca lo había sabido a ciencia cierta. —Tu amigo Bridgerton se acerca —dijo ella. Simon siguió con la mirada su movimiento de cabeza. Anthony se dirigía hacia ellos tranquilamente y, cuando estaba a punto de llegar a su lado, escuchó que lady Danbury lo llamaba cobarde. Anthony parpadeó. — ¿Disculpe? —Podías haber venido antes y salvar a tu amigo del cuarteto de las mujeres Featherington. —Pero estaba disfrutando mucho al verlo en dificultades. —Hmmmph. Y sin decir nada más, o sin emitir ningún sonido más, se fue. —Es una mujer de lo más extraña —dijo Anthony—. No me sorprendería que fuera esa maldita lady Whistledown. — ¿Te refieres a la de la columna de chismorreos? Anthony asintió mientras guiaba a Simon hasta donde se encontraban sus dos hermanos. Mientras caminaban, Anthony sonrió y dijo: —Te he visto hablando con un buen número de respetables señoritas. Simon murmuró algo bastante obsceno entre dientes. Sin embargo, Anthony sólo se rió. —No dirás que no te había avisado. —Ya me mortifica lo suficiente admitir que tenías razón, así que no me pidas que lo diga en voz alta. Anthony soltó una carcajada.
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