capítulo 9

2507 Words
—Por ese comentario, creo que yo mismo te presentaré a todas las debutantes de la ciudad. —Si lo haces—le advirtió Simon—, te prometo que pronto morirás de un modo lento y extremadamente doloroso. Anthony sonrió. — ¿Espadas o revólveres? —No, veneno. Veneno del bueno. —Vaya. Anthony se detuvo frente a sus dos hermanos, ambos con el mismo pelo castaño, altos y una constitución ósea perfecta. Simon vio que uno tenía los ojos verdes y el otro, marrones como Anthony. Sin embargo, a pesar de eso, la luz del salón daba lugar a confundirlos. — ¿Te acuerdas de mis hermanos? —Dijo Anthony—. Benedict y Colin. A Benedict lo recordarás de Eton. Es el que tuvimos pegado a los talones durante tres meses cuando llegó. —Eso no es cierto —.dijo Benedict, riendo. —A Colin no sé si lo conoces —añadió Anthony—. Posiblemente es demasiado joven para haberse cruzado en tu camino. —Un placer —dijo Colin, alegremente. Simon vio un brillo de granuja en sus ojos verdes y no pudo evitar mostrar una sonrisa. —Anthony nos ha dicho muchas cosas insultantes sobre usted— añadió Colin, con una maliciosa sonrisa en la cara—. Y por eso estoy seguro de que seremos grandes amigos. Anthony puso los ojos en blanco. —Estoy seguro que entiendes por qué mi madre está convencida de que Colin será el primero de sus hijos en volverla loca. —En realidad, me enorgullezco de eso —dijo Colin. —Afortunadamente, mamá ha podido tomarse un descanso de los innegables encantos de Colin —dijo Anthony—. Acaba de regresar de un largo viaje por Europa. —He llegado esta misma noche —dijo Colin, con una sonrisa infantil. Tenía un aire juvenil y despreocupado. Simon pensó que no debía ser mucho mayor que Daphne. —Yo también acabo de regresar de mis viajes —dijo Simon. —Sí, bueno, pero según tengo entendido usted ha viajado por todo el mundo — dijo Colin—. Me encantaría escucharle hablar de las tierras lejanas. —Será un placer —dijo Simon, educadamente. — ¿Ha conocido a Daphne? —Preguntó Benedict—. Es la única Bridgerton que está desaparecida. Simon estaba considerando cuál sería la mejor respuesta a esa pregunta cuando Colin soltó una carcajada y dijo: —Pobre Daphne; no está desaparecida. Ya le gustaría, pero no. Simon miró hacia el otro lado del baile, donde estaba Daphne junto a una mujer que debía ser su madre, y parecía completamente agobiada. Y entonces se le ocurrió que Daphne era otra de esas chicas casaderas a las que sus madres paseaban por todas partes. Le había parecido demasiado sensible y directa para ser una de ellas pero, claro, tenía que serlo. No debía tener más de veinte años y como todavía conservaba el apellido Bridgerton estaba claro que era soltera. Y como tenía una madre... bueno, seguro que se veía sometida a interminables presentaciones. Parecía tan agobiada como él cuando se había visto rodeado de jóvenes y madres. Aquello lo hizo sentirse mucho mejor. —Uno de nosotros debería ir a rescatarla —bromeó Benedict. —No —dijo Colin, sonriendo—. Mamá sólo la ha tenido con Macclesfield diez minutos. — ¿Macclesfield? —preguntó Simon. —El conde —dijo Benedict—. El hijo de Castleford. — ¿Diez minutos? —Dijo Anthony—. Pobre Macclesfield. Simon lo miró con curiosidad. —Y no lo digo porque Daphne sea aburrida —se apresuró a añadir Anthony—. Pero cuando mamá se empecina en... —Perseguir —dijo Benedict, para ayudar a su hermano. —... a un caballero —dijo, con un gesto de agradecimiento hacia su hermano—, puede ser de lo más... —Exasperante —dijo Colin. Anthony sonrió. —Exacto. Simon miró a Daphne, su madre y el conde. Daphne parecía muy agobiada; Macclesfield no dejaba de mirar a un lado y otro en busca de la salida más cercana; mientras lady Bridgerton tenía un brillo tan ambicioso en los ojos que Simon sintió pena por el pobre conde. —Deberíamos salvar a Daphne —dijo Anthony. —Yo también lo creo —añadió Benedict. —Y a Macclesfield —dijo Anthony. —Por supuesto —añadió Benedict. Pero Simon vio que ninguno de los dos hacía ningún movimiento. —Sólo palabras, ¿no? —dijo Colin, sonriendo. —Tú tampoco estás corriendo para salvarla —respondió Anthony. —Ni lo sueñes. Pero yo no he dicho que quisiera hacerlo. En cambio, vosotros... — ¿Qué diablos os pasa? —preguntó Simon, al final. Los tres hermanos Bridgerton lo miraron con la misma mirada de culpabilidad. —Deberíamos salvar a Daphne —dijo Anthony. —Yo también lo creo —añadió Benedict. —Lo que mis hermanos no se atreven a admitir —dijo Colin, con sorna—, es que mi madre les asusta. —Es verdad —dijo Anthony, con un gesto de impotencia. —Lo admito abiertamente —añadió Benedict. Simon pensó que nunca había visto nada igual. Allí estaban los hermanos Bridgerton. Altos, apuestos, musculosos, con todas las jóvenes del país suspirando por ellos y ellos totalmente acobardados por una mujer. Aunque, claro, esa mujer era su madre. Tenía que tenerlo en cuenta. —Si voy a rescatar a Daff—explicó Anthony—, caeré en las garras de mamá, y en ese caso estaré perdido. Simon se atragantó con la súbita risa que le provocó la idea de la madre de Anthony paseándolo por el baile y presentándolo a todas las jóvenes solteras. —Ahora entiendes por qué huyo de estas fiestas como de la plaga— dijo Anthony —. Me atacan por los dos lados. Si las jóvenes casaderas y sus madres no me encuentran, mi madre se asegura de que sea yo quien las encuentre. — ¡Oye! —Exclamó Benedict—. Hastings, ¿por qué no vas tú? Simon lanzó una mirada a lady Bridgerton que, en ese momento tenía a Macclesfield agarrado por el brazo, y decidió que prefería que lo tacharan de cobarde. —No nos han presentado, así que creo que sería de lo más inapropiado —dijo. —Yo no estoy tan seguro —dijo Anthony—. Eres un duque. — ¿Y? — ¿Y? —Repitió Anthony—. Mamá perdonaría cualquier comportamiento inapropiado si eso significara que un duque le dedicara su tiempo a Daphne. —Escúchame atentamente —dijo Simon, muy serio—. No soy ningún cordero al que sacrificar en el altar de tu madre. —Has pasado mucho tiempo en África, ¿no? —interrumpió Colin. Simon lo ignoró. —Además, tu hermana dijo... Los tres Bridgerton se giraron inmediatamente hacia él. En ese mismo instante, Simon supo que había metido la pata. Y bien metida. — ¿Conoces a Daphne? —preguntó Anthony, en un tono demasiado educado para la intranquilidad de Simon. Antes de que pudiera responder, Benedict se inclinó hacia él y dijo: — ¿Por qué no nos lo habías dicho? —Sí —dijo Colin, con la expresión seria por primera vez en toda la noche—. ¿Por qué? Simon los miró y entendió perfectamente por qué Daphne seguía soltera. Ese beligerante trío espantaría a todos los pretendientes menos al más decidido, o el más estúpido. Y eso explicaría lo de Nigel Berbrooke. —Bueno —dijo Simon—. Me la encontré en la entrada del salón. Era bastante obvio —dijo, mirándolos lentamente—, que era un m*****o de vuestra familia, así que me presenté. Anthony se giró hacia Benedict. —Debió ser cuando huía de Berbrooke. Benedict se giró hacia Colin. —Por cierto, ¿qué ha pasado con Berbrooke? ¿Lo sabes? Colin se encogió de hombros. —No tengo la menor idea. Posiblemente, se ha marchado a casa a curarse el corazón roto. «O la cabeza rota», pensó Simon. —Bueno, eso lo explica todo —dijo, Anthony, dejando el semblante de hermano mayor para volver a ser el amigo de alma. —Excepto —dijo Benedict, algo receloso—, por qué no nos lo había dicho. —Porque no he tenido la oportunidad— respondió Simon, levantando los brazos en señal de rendición— Por si no te has dado cuenta, Anthony, tienes muchos hermanos y necesita mucho tiempo para te los presenten a todos. —Sólo estamos dos —puntualizó Colin. —Me voy a casa —dijo Simon—. Estáis locos los tres. Benedict, que parecía el hermano más protector, sonrió de repente. —No tienes hermanas, ¿verdad? —No, gracias a Dios. —Cuando tengas una hija, lo entenderás Simon estaba seguro de que nunca tendría una hija, pero no dijo nada. —Una hermana sirve de prueba —dijo Anthony. —Y aunque Daff es mejor que la mayoría de chicas de su edad —dijo Benedict—, no tiene tantos pretendientes como las demás. Simon no entendía por qué. —No sé bien por qué —dijo Anthony—. Es muy agradable. Simon pensó que no era el mejor momento para confesar que le había faltado poco para acorralarla contra la pared, apretar la cadera a las suyas y besarla apasionadamente. Para ser sincero, si no hubiera descubierto quién era, seguramente lo habría hecho. —Daff es la mejor—dijo Benedict Colin asintió. —La mejor. Es fantástica. Se produjo una extraña pausa y, entonces Simon dijo: —Bueno, fantástica o no, no voy a ir a salvarla porque me dejó muy claro que vuestra madre le ha prohibido que la vieran en mi compañía en público. — ¿Mamá ha hecho eso? —Preguntó Colin—. Debe precederte una reputación horrible. —De la cual una gran parte es inmerecida —dijo Simon, sin saber por qué se estaba defendiendo. —Es una lástima —dijo Colin—. Pensaba pedirte que me dejaras acompañarte algún día por ahí. Simon preveía un largo y próspero futuro de pícaro para ese chico. Anthony le clavó el puño en la espalda a Simon y lo empujó hacia delante. —Estoy seguro de que, si le muestras todos tus encantos y tu buena educación, mamá cambiará de idea. Vamos. A Simon no le quedó otra opción que caminar hacia Daphne. La alternativa suponía montar una escena y ya hacía tiempo que Simon había descubierto que las escenas no se le daban demasiado bien. Además, si hubiera estado en la posición de Anthony, seguramente habría hecho lo mismo. Y, después de todo, comparada con las hermanas Featherington y sus semejantes, Daphne no sonaba tan mal. — ¡Mamá! —exclamó Anthony, cuando se acercaron a la vizcondesa—. No te he visto en toda la noche. Simon vio que a lady Bridgerton se le iluminaron aquellos ojos azules cuando vio a su hijo. Mamá ambiciosa o no, lo que quedaba claro era que lady Bridgerton quería a sus hijos. — ¡Anthony! —exclamó—. Casi no te he visto en toda la noche. Daphne y yo estábamos aquí charlando con lord Macclesfield. Anthony le lanzó una compasiva mirada al caballero. —Sí, ya lo veo. Simon miró a los ojos de Daphne y le hizo un leve movimiento de cabeza. Ella, que era muy discreta, le devolvió el saludo con un movimiento incluso más leve. — ¿Y este caballero quién es? —preguntó lady Bridgerton, escrutando con la mirada a Simon. —El nuevo duque de Hastings —respondió Anthony—. Seguro que lo recuerdas de mis días en Eton y en Oxford. —Por supuesto —dijo lady Bridgerton, muy educada. Macclesfield, que no había dicho nada, rápidamente aprovechó la primera pausa en la conversación para decir: —Creo que acabo de ver a mi padre. Anthony lo miró divertido y comprensivo. —Entonces vaya con él, por el amor de Dios. Y el conde se marchó sin perder ni un segundo. —Creía que odiaba a su padre —dijo lady Bridgerton, desconcertada. —Y lo odia —dijo Daphne Simon contuvo una risa. Daphne levantó las cejas, retándolo a hacer un comentario. —Bueno, en cualquier caso, le precedía una no muy brillante reputación —dijo lady Bridgerton. —Al parecer, es algo que flota en el ambiente, últimamente —murmuró Simon. Daphne abrió los ojos y en esta ocasión fue Simon el que levantó las cejas y la retó a que hiciera un comentario. Daphne no dijo nada, por supuesto, pero su madre lo miró fijamente, y Simon supo que estaba intentando decidir si el ducado que acababa de recibir era suficiente para borrar su mala reputación. —Creo que no pude conocerla personalmente antes de abandonar el país, lady Bridgerton —dijo Simon—, pero es un placer hacerlo ahora. —El placer es mío —respondió, y se giró hacia Daphne—. Mi hija Daphne. Simon cogió la mano enguantada de Daphne y depositó un escrupuloso beso en los nudillos. —Es un honor conocerla de manera oficial, señorita Bridgerton. — ¿De manera oficial? —exclamó lady Bridgerton. Daphne abrió la boca para responder, pero Simon se le adelantó. —Ya le he explicado a su hermano nuestro breve encuentro en la entrada. Lady Bridgerton se giró bruscamente hacia su hija. — ¿Te habías encontrado con el duque? ¿Por qué no me lo has dicho? Daphne sonrió. —Bueno, estábamos demasiado ocupadas con el conde. Y antes con lord Westborough. Y antes con... —Está bien, Daphne —dijo lady Bridgerton. Simon se preguntó si sería de muy mala educación reírse en ese momento. Entonces, lady Bridgerton le dirigió la mejor de sus sonrisas y Simon comprendió perfectamente de quién había heredado Daphne la suya. También entendió que lady Bridgerton había decidido olvidarse de su mala reputación. Tenía un brillo extraño en los ojos, y no dejaba de mirar a Simon a Daphne. Entonces, volvía a sonreír. Simon reprimió sus ganas de huir de allí. Anthony se le acercó y le susurró al oído: —Lo siento. Entre dientes, Simon le respondió: —Voy a matarte. La mirada de hielo de Daphne decía que los había oído y que no había hecho gracia. Sin embargo, lady Bridgerton no se percató de nada, porque tenía la cabeza llena de imágenes de la boda del año. Entonces, entrecerró los ojos y se concentró en algo que detrás de los hombres. Parecía tan enfadada que Simon, Anthony y Daphne se giraron para ver qué pasaba. La señora Featherington se dirigía muy decidida hacia el duque acompañada por Prudence y Philipa. Simon vio que no había ni rastro de Penelope. Las situaciones desesperadas, pensó Simon, exigían medidas desesperadas. —Señorita Bridgerton —dijo, dirigiéndose a Daphne—, ¿me concede este baile?
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