>> Ha llegado a oídos de esta autora que, el sábado, toda la familia
Bridgerton (¡más un duque!) se embarcaron rumbo a Greenwich.
Y también ha llegado a oídos de esta autora que el mencionado
duque, así como determinado m*****o de la familia Bridgerton, volvieron a
Londres con la ropa empapada.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
3 de mayo de 1813
- Si te disculpas otra vez- dijo Simón echando la cabeza hacia atrás tapándose la cara con las manos—, tendré que matarte.
Daphne le lanzó una irritada mirada desde la silla donde estaba sentada en la
cubierta del pequeño barco que su madre había alquilado para llevar a toda la familia, y
al duque, claro, a Greenwich.
—Discúlpame —dijo—, si soy lo suficientemente educada como para pedirte
perdón por las obvias manipulaciones de mi madre. Creía que el propósito de esta farsa
era no tener que someterte a la merced de estas madres desesperadas.
Simon agitó la mano en el aire mientras se acomodaba todavía más en su silla.
—Sólo supondría un problema si no me lo estuviera pasando bien.
Daphne abrió la boca, sorprendida.
—Oh —dijo, estúpidamente, a su parecer—. Me alegro.
Simon se rió.
—Me encanta navegar, aunque sólo sea hasta Greenwich, además, después de
pasar tanto tiempo en alta mar, me apetece ir a visitar el Observatorio Real para ver el
meridiano de Greenwich. —Inclinó la cabeza hacia ella—. ¿Sabes algo sobre la
navegación y los meridianos?
Daphne agitó la cabeza.
—Me temo que casi nada. Debo confesar que no sé demasiado bien qué es ese
meridiano que hay en Greenwich.
—Es el punto desde donde se miden las longitudes de todo el planeta. Antes, los
marineros medían las distancias longitudinales desde su punto de partida pero, en el
último siglo, el astrónomo real decidió que Greenwich fuera el punto cero para todas las
medidas.
Daphne arqueó las cejas.
—Me parece un poco prepotente por nuestra parte, ¿no crees, eso de
posicionarnos como el centro del mundo?
—En realidad, cuando se sale a navegar por alta mar es bastante útil tener un
punto de referencia universal.
Ella lo miró, dubitativa.
— ¿Y todos estuvieron de acuerdo? Me cuesta creer que los franceses no hubieran
preferido Parías y estoy segura que el Papa hubiera preferido Roma...
—Bueno, no fue algo acordado —dijo Simon, riéndose—. No hubo ningún
tratado oficial, si es eso a lo que te refieres. Resulta que el Observatorio Real cada año
publica unos mapas con datos perfectamente detallados; se llama el Almanaque
Náutico. Y un marinero tendría que estar loco para salir a navegar sin uno a bordo. Y, como el Almanaque Náutico mide las longitudes tomando Greenwich como el punto
cero..., bueno, pues todo el mundo ha adoptado este sistema.
—Parece que sabes mucho sobre este tema.
Simon se encogió de hombros.
—Si pasas mucho tiempo en un barco, al final acabas aprendiéndolo.
—Bueno, me temo que en la habitación de los niños de mi casa no se enseñaban
estas cosas —ladeó la cabeza, pensativa—. Casi toda mi educación se limitó a lo que la
institutriz sabía.
—Lástima —dijo Simon, y luego preguntó—: ¿casi toda?
—Si había algo que me interesara especialmente, solía encontrar libros sobre esa
materia en la biblioteca de mi padre.
—Entonces, supongo que las matemáticas abstractas no era unas de esas cosas.
Daphne se rió.
— ¿Cómo tú? No, me temo que no. Mi madre siempre me dijo que era un milagro
que supiera sumar dos más dos.
Simon puso cara de sorprendido.
—Sí, ya lo sé —dijo ella, sonriendo—. A los que se os dan bien los números sois
incapaces de entender que los simples mortales miremos una página llena de números y
no sepamos la respuesta, o cómo conseguirla, inmediatamente. Colin es igual que tú.
Simon sonrió, porque tenía razón.
—Está bien. Entonces, ¿qué materias te gustaban más?
—Déjame pensar... historia y literatura. Y fue una suerte, porque la biblioteca
estaba llena de libros sobre eso.
Simon bebió un sorbo de limonada.
—La historia nunca me entusiasmó demasiado.
— ¿De verdad? ¿Por qué?
Simon se quedó pensativo, preguntándose si su falta de interés por la historia
tendría que ver con su aversión a su ducado y todas las tradiciones que suponía. Su
padre siempre había sido tan apasionado con su título.
Sin embargo, sólo dijo:
—No lo sé. Supongo que no me gustaba.
Compartieron un agradable silencio mientras la brisa les agitaba el pelo. Entonces,
Daphne sonrió y dijo:
—Está bien, no volveré a disculparme, pero sólo porque estoy demasiado
orgullosa de mi vida como para sacrificarla bajo tus manos sin ningún motivo, pero
estoy contenta de que te lo esté pasando bien después de que mi madre casi te obligara a
que nos acompañaras.
Simon la miró con sarcasmo.
—Si no hubiera querido venir, no habría nada que tu madre hubiera podido hacer
o decir para convencerme.
Daphne se rió.
—Y eso lo dice el hombre que hace ver que me está cortejando, a mí de entre
todas las chicas, y todo porque es demasiado educado para rechazar la invitación de las
esposas de sus amigos.
Simon se puso serio e hizo una mueca.
— ¿Qué quieres decir con a ti de entre todas las chicas?
—Bueno, yo... —Parpadeó, sorprendida. No tenía ni idea de lo que quería decir
—. No lo sé —dijo, al final.
—Pues deja de decirlo —refunfuñó, y se apoyó en el respaldo de la silla.
Inexplicablemente, los ojos de Daphne se perdieron en algún punto lejano del río
mientras hacía grandes esfuerzos por no sonreír. Simon era tan dulce cuando se
enfadaba.
— ¿Qué estás mirando? —dijo él.
A Daphne le temblaron los labios.
—Nada.
— ¿Pues de qué te ríes?
Aquello sí que no se lo iba a decir.
—No me estoy riendo.
—Si no te estás riendo, es que te va a dar un ataque o vas a estornudar.
—Ninguna de las dos cosas —dijo ella—. Sólo estoy disfrutando del día.
Simon tenía la cabeza apoyada en el respaldo de la silla, de modo que se giró para
mirarla.
—Y la compañía no está nada mal. —bromeó.
Daphne miró a Anthony, que estaba apoyado en la barandilla, al otro lado de la
cubierta, fulminándolos con la mirada.
— ¿Toda la compañía? —preguntó ella.
—Si te refieres a tu beligerante hermano —respondió él—, debo decir que su
angustia me parece de lo más divertida.
Daphne intentó reprimir una sonrisa, pero no pudo.
—Eso no es muy amable de tu parte, que digamos.
—Nunca dije que fuera amable. Además, fíjate. —Simon indicó hacia donde
estaba Anthony con un levísimo movimiento de cabeza. Aunque pareciera imposible, el
gesto de Anthony se torció todavía más—. Sabe que estamos hablando de él. Y eso lo
está matando.
—Creía que erais amigos.
—Y lo somos. Esto es lo que los amigos se hacen entre ellos.
—Los hombres están locos.
—En general, sí —añadió él.
Daphne puso los ojos en blanco.
—Pensaba que la primera regla de la amistad era no coquetear con la hermana de
tu amigo.
—Ah, pero, yo no coqueteo. Solo lo hago ver.
Daphne asintió y miró a Anthony.
—Y, aún así, todo esto lo está matando, a pesar de que sabe la verdad.
—Ya lo sé —sonrió Simon—. ¿No es brillante?
Justo entonces, Violet apareció en la cubierta.
— ¡Chicos! Oh, discúlpeme, duque —dijo, cuando lo vio—. No es justo que le
meta en el mismo saco que a mis hijos.
Simon sonrió y agitó la mano en el aire, restándole importancia.
—El capitán me ha dicho que ya casi hemos llegado —dijo Violet—. Deberíamos
empezar a recoger nuestras cosas.
Simon se levantó y le ofreció la mano a Daphne, que la utilizó agradecida, porque
el barco se balanceaba mucho.
—Todavía no me he acostumbrado al movimiento del barco —dijo ella, riéndose
y tratando de mantener el equilibrio.
—Y eso que sólo estamos en el río —dijo él.
— ¡Qué gracioso! Se supone que no debes reírte de mi poca gracia a bordo de un
barco Mientras hablaba, se giró hacia él y, en ese momento, con el viento agitándole el
pelo y las mejillas rosadas del sol, estaba tan encantadora que Simon se olvidó de
respirar.
Su gran boca estaba a medio camino entre la risa y la sonrisa, y el sol le tenía el
pelo con reflejos rojizos. Allí en el río, lejos de las opulentas fiestas de Londres,
rodeados de naturaleza, estaba tan natural y bonita que, el mero hecho de estar a su lado,
provocó que Simon no pudiera dejar de sonreír como un tonto.
Si no hubieran estado a punto de llegar al embarcadero y rodeados de su familia,
la habría besado allí mismo. Sabía que no podía coquetear con ella, sabía que nunca se
casaría con ella, pero, aún así, no podía evitar inclinarse hacia ella más y más. No se dio
cuenta de lo que estaba haciendo hasta que perdió el equilibrio y tuvo que echarse hacia
atrás para no caer.
Desgraciadamente, Anthony lo presenció todo y enseguida se interpuso entre ellos
y cogió a Daphne por el brazo con fuerza.
—Como tu hermano mayor —dijo, muy serio—, creo que debo escoltarte a tierra.
Simon hizo una reverencia y se apartó del camino de Anthony, demasiado
afectado y enfadado por su momentánea pérdida de control para discutir con su amigo.
El barco atracó junto al embarcadero y la tripulación colocó una estrecha pasarela
de madera hasta tierra. Simon observó cómo desembarcaba toda la familia Bridgerton y
luego bajó él y los siguió por las verdes laderas del Támesis.
El Observatorio Real estaba en lo alto de la colina, un edificio antiguo construido
con ladrillos rojos. Las torres estaban cubiertas de cúpulas grises y Simon tuvo la
sensación, como había dicho Daphne, de estar en el centro del mundo. Se dio cuenta de
que todo se media a partir de ahí.
Después de haber recorrido gran parte del planeta, aquella idea le hacía sentir
bastante insignificante.
— ¿Estamos todos? —dijo la vizcondesa—. Estaros quietos, para que pueda
contar que estamos todos. —Empezó a contar cabezas, y acabó consigo misma,
exclamando—. ¡Diez! Perfecto, estamos todos.
—Alégrate de que ya nonos pone en línea por edades.
Simon miró a Colin, que estaba a su lado, sonriendo.
—Para mantenernos en orden, funcionó mientras la edad se correspondía con la
altura. Pero entonces Benedict pasó a Anthony, y Gregory a Francesca. —Se encogió de
hombros—. Y mamá se dio por vencida.
Simon los miró a todos y dijo:
— ¿Y yo dónde iría?
—Así, a primera vista, posiblemente cerca de Anthony.
—Dios no lo quiera —dijo Simon.
Colin lo miró con una mezcla de diversión y curiosidad.
— ¡Anthony! —Exclamó Violet—. ¿Dónde está Anthony?
Anthony se identificó con un malhumorado sonido.
—Oh, aquí estás. Ven, acompáñame.
Anthony dejó a Daphne a regañadientes y se colocó junto a su madre.
—No tiene remedio, ¿no crees? —le susurró Colin a Simon.
Simon decidió que lo mejor sería no contestar.
—Bueno, no la decepciones —dijo Colin—. Después de todas sus maquinaciones,
lo mínimo que puedes hacer es ofrecerle tu brazo a Daphne.
Simon se giró y lo miró levantando una ceja.
—Eres igual de malo que madre.
Colin sólo se rió.
—Sí, excepto que yo no finjo ser sutil.
Daphne escogió ese momento para acercarse a ellos.
—Me he quedado sin acompañante —dijo.
—No me lo creo —respondió Colin—. Bueno, si me perdonáis, voy a buscar a
Hyacinth. Si me veo obligado a acompañar a Eloise, volverá a Londres a nado. Desde
que cumplió los catorce, está insoportable.
Simon parpadeó sorprendido.
— ¿No volviste de Europa la semana pasada?
Colin asintió.
—Sí, pero su decimocuarto cumpleaños fue hace un año y medio.
Daphne le dio un golpe en el codo.
—Si tienes suerte, no le explicaré lo que acabas de decir.
Colin puso los ojos en blanco y desapareció entre sus hermanos, gritando el
nombre de Hyacinth.
Daphne apoyó la mano en la parte interior del codo de Simon y le preguntó:
— ¿Ya te hemos asustado lo suficiente?
— ¿Perdona?
Ella lo miró con una compungida sonrisa en la cara.
—No hay nada más agotador que una excursión familiar con los Bridgerton.
—Ah, eso. —Simon tuvo que apartarse a la derecha para no chocar con Gregory,
que pasó por su lado como una exhalación gritando el nombre de Hyacinth y diciendo
algo sobre barro y venganza—. Es, bueno, una nueva experiencia.
—Por decirlo de manera educada, ¿verdad, duque? —Dijo Daphne—. Me has
dejado impresionada.
—Sí, bueno...— Dio un salto hacia atrás cuando Hyacinth pasó corriendo por su
lado y gritando tan fuerte que Simon pensó que todos los perros desde Greenwich hasta
Londres empezarían a aullar—. Yo no tengo hermanos. Daphne suspiró, melancólica.
—Sin hermanos —dijo—. Ahora mismo esas palabras me parecen celestiales. —
Siguió con la mirada perdido unos instantes más, luego se irguió y volvió a la realidad
—. Sin embargo, en cualquier caso... —Alargó el brazo justo en el instante en el que
Gregory pasaba corriendo junto a ella y lo cogió con fuerza por la parte alta del brazo
—. Gregory Bridgerton —le riñó—, deberías saber que no puedes ir corriendo así entre
la gente. Puedes hacerle daño a alguien.
— ¿Cómo lo has hecho? —preguntó Simon.
— ¿El qué? ¿Cogerlo?
—Sí.
Ella se encogió de hombros.
—Años de práctica.
— ¡Daphne! —gritó Gregory. Todavía lo tenía agarrado por el brazo.
Lo soltó.
—Pero no corras.
Gregory dio dos grandes pasos y salió al trote.
— ¿No hay reprimenda para Hyacinth? —preguntó Simon.
Daphne hizo un gesto con la cabeza.
—Al parecer, mi madre se encarga de ella.
Simon vio que Violet estaba riñendo a Hyacinth agitando el dedo índice con
bastante vehemencia. Se giró hacia Daphne.
— ¿Qué estabas diciendo antes de que Gregory apareciera en escena?
Daphne parpadeó.
—No tengo ni idea.
—Creo que estabas a punto de deshacerte en elogios ante la idea de no tener
hermanos.
—Sí, claro —dijo, riéndose, mientras el resto de la familia subía por la colina—.
Aunque no te lo creas, iba a decir que a pesar de que la idea de la soledad eterna pueda
resultar tentadora a veces, creo que me sentiría muy sola sin familia.
Simon no dijo nada.
—No me imagino teniendo sólo un hijo —dijo Daphne.
—A veces —dijo Simon, triste —, no queda otra opción.
Daphne se sonrojó.
—Lo siento mucho —dijo, parándose en seco sin poder avanzar—. Tu madre. Lo
había olvidado...
Simon se quedó a su lado.
—No llegué a conocerla—dijo, encogiéndose de hombros—. Por eso tampoco la
eché de menos.
Sin embargo, el dolor se reflejaba en sus pálidos ojos azules, y Daphne supo que
estaba mintiendo.
Y, al mismo tiempo, sabía que Simon se creía totalmente aquellas palabras.
Y ella se preguntó qué le habría podido pasar a ese hombre para que se mintiera a
sí mismo durante tantos años.
Observó su cara, ladeando un poco la cabeza. El viento le había sonrojado las
mejillas y alborotado el pelo. No parecía sentirse cómodo bajo la mirada de Daphne, así,
que dijo:
—Nos estamos quedando atrás.
Daphne miró hacia lo alto de la colina. Su familia estaba bastante más adelantada
que ellos.
—Sí —dijo, irguiéndose—. Será mejor que nos demos prisa.
Sin embargo, mientras caminaba por la colina, no pensaba en su familia ni en el
observatorio ni en la longitud. Sólo se preguntaba por qué sentía aquella irrefrenable
necesidad de abrazar al duque y no soltarlo jamás.
Horas después, todos volvían a estar en las verdes laderas del Támesis.
Disfrutando del sencillo aunque elegante almuerzo que la cocinera de los Bridgerton
había preparado. Como había hecho la noche anterior, Simon apenas dijo nada, y se
dedicó a escuchar a la familia de Daphne.
Sin embargo, al parecer Hyacinth tenía otra idea.
—Buenos días, duque —dijo, sentándose a su lado en la manta que habían
colocado en el suelo—. ¿Le ha gustado la visita al observatorio?
Simon no pudo reprimir una sonrisa al contestar:
—Mucho, ¿y usted, señorita Hyacinth?
—Oh, también. Me ha gustado especialmente su conferencia sobre la longitud y la
latitud.
—Bueno, yo no lo llamaría una conferencia —dijo Simon, sintiéndose viejo y
aburrido con esa palabra.
Al otro lado de la manta, Daphne se estaba riendo de la situación. Hyacinth sonrió
de manera insinuante y dijo:
— ¿Sabe que Greenwich también tiene su propia historia de amor?
— ¿De verdad? —consiguió decir Simon.
—De verdad —respondió Hyacinth, en un tono tan culto que Simon se preguntó si
dentro de aquel cuerpo de diez años se escondería una mujer de cuarenta—. Fue aquí