capítulo 11

2244 Words
—No exactamente. Creo que tendrá que seguir acudiendo a las fiestas y a los bailes. Lo que tengo en mente implicaría más tomarse un respiro de la persecución de su madre. Daphne estuvo a punto de atragantarse por la sorpresa que le produjo el comentario. — ¿Vas a eliminar a mi madre de la vida social? ¿No le parece una decisión un poco extrema? —No estoy hablando de eliminar a su madre de la vida social, sino a usted. Daphne se tropezó con su propio pie y, cuando recuperó el equilibrio, tropezó con los de Simon. — ¿Cómo dice? —Cuando volví, mi intención era evitar todo este circo –le explicó—. Pero estoy descubriendo que me va a resultar totalmente imposible. — ¿Por qué de repente no puede pasar sin ratafía y limonada aguada? –se burló ella. —No –dijo Simon, ignorando todo el sarcasmo de Daphne—.Mas bien porque me he encontrado con que la mitad de mis amigos de la universidad se han casado y, ahora, sus esposas parecen obsesionadas con ofrecer una gran fiesta... —Y le han invitado. Simon asintió, sonriente. Daphne se le acercó, como si le fuera a confesar un secreto. —Es un duque –dijo—. Puede decir que no. Observó con fascinación cómo se le tensaba la mandíbula. —Esos hombres –dijo—, sus maridos...son mis amigos. Daphne notó que se estaba riendo, aunque estuviera mal. —Y usted no quiere herir los sentimientos de sus esposas. Simon hizo una mueca, incómodo por el cumplido. —Vaya, vaya –dijo Daphne, con picardía—. Si al final resultará que es un buen hombre. —No soy bueno –dijo él, muy seco. —Puede, pero tampoco es cruel. Los músicos dejaron de tocar y Simon le ofreció el brazo para guiarla hasta el perímetro del baile. Estaban en el lado opuesto a los Bridgerton, así que tenían tiempo para continuar su conversación mientras caminaban lentamente. —Lo que intentaba decirle –continuó Simon —, antes que me interrumpiera, es que, al parecer, tendré que asistir a muchas fiestas. —Un destino casi peor que la muerte. Simon ignoró el comentario. —Y supongo que usted también deberá acudir a todas. Daphne asintió. —A lo mejor hay una manera de que me pueda librar de las hermanas Featherington y sus semejantes y, al mismo tiempo, usted pueda ahorrarse los intentos de emparejarla de su madre. Daphne le miró a los ojos. —Continúe. Simon la miró con intensidad. —Nos comprometeremos. Daphne se quedó callada. Sencillamente, lo miraba intentando decidir si era el hombre más maleducado que había conocido o si estaba loco. —No será un compromiso de verdad –añadió Simon, impaciente—. Dios mío, ¿qué clase de hombre cree que soy? —Bueno, ya me habían advertido sobre su reputación –dijo Daphne—. Y esta misma noche trató de intimidarme con sus encantos, en el pasillo. —No es verdad. —Claro que lo es –dijo ella, dándole un golpe en el brazo—. Pero le perdono. Estoy segura de que no pudo evitarlo. Simon parecía sorprendido. —Ninguna mujer me había tratado nunca con tal condescendencia. Ella levantó los hombros. —Seguro que sí, pero hace mucho tiempo y no lo recuerda. — ¿Sabe una cosa? Al principio, creí que seguía soltera porque sus hermanos habían ahuyentado a todos sus pretendientes, pero ahora empiezo a preguntarme si no lo habrá hecho usted solita. Para su sorpresa, Daphne sólo rió. —No –dijo—. No me he casado porque todos los hombres me ven como a una amiga. Ninguno me ve como a una mujer de la que podrían enamorarse –sonrió—. Excepto Nigel, claro. Simon reflexionó sobre sus palabras un instante y se dio cuenta de que Daphne podía sacar mucho más de aquella situación de la que había creído en un principio. —Escuche—dijo Simon—, y escuche con atención, porque ya casi hemos llegado donde está su familia y Anthony nos está mirando como si fuera a asaltarnos en cualquier momento. Los dos miraron a la derecha. Anthony seguía atrapado por las hermanas Featherington. No parecía muy contento. —Mi plan es el siguiente –continuó Simon, hablando en voz baja y serena—. Tendremos que hacer ver que entre nosotros ha saltado la chispa. Y me libraré de las debutantes porque ya no seré un hombre disponible. —Eso no es así –le rectificó Daphne—. No lo verán como tal hasta que esté delante del obispo pronunciando sus votos. Sólo la idea hizo que se le revolviera el estómago. —Tonterías –dijo—. A lo mejor tardan un poco de tiempo, pero estoy seguro de que, al final, podré convencer a toda la sociedad de que no estoy disponible para el matrimonio. —Excepto conmigo –añadió Daphne. —Excepto con usted –dijo—, pero nosotros sabremos que no es verdad. —Por supuesto –dijo Daphne—. Honestamente, no creo que funcione, pero si está tan convencido... Lo estoy. — ¿Y yo qué consigo? —En primer lugar, si su madre cree que estoy interesada en usted, dejará de pasearla de hombre en hombre. —Algo engreído de su parte –dijo ella sonriendo—, pero cierto. Simon ignoró, una vez más, el comentario. —Y en segundo lugar –continuó—, los hombres están más interesados en una mujer cuando otro hombre se interesa por ella. — ¿Y eso qué quiere decir? —Quiere decir, sencillamente, y perdone el engreimiento –dijo, lanzándole una sardónica mirada para demostrar que había escuchado su sarcástico comentario anterior —, que si todos creen que voy a convertirla en mi duquesa, todos esos hombre que sólo la consideran una buena amiga, empezarán a mirarla con otros ojos. Daphne apretó los labios. — ¿Y eso quiere decir que, cuando suspenda el compromiso y me abandone tendré una legión de pretendientes a mis pies? —Oh, por favor, le concederé el placer de decir que ha sido usted la que se ha echado atrás. Simon vio que Daphne ni se molestó en darle las gracias. —Sigo pensando que yo gano mucha más que usted en todo esto –dijo ella. Simon le apretó suavemente el brazo. —Entonces, ¿lo hará? Daphne miró a la señora Featherington, que parecía un ave de presa, y a su hermano, que parecía que se había tragado un hueso de pollo. Había visto esas mismas caras decenas de veces, aunque en las facciones de su madre y de algún posible pretendiente. —Si –dijo, con firmeza—. Lo haré. — ¿Por qué crees que tardan tanto? Violet Bridgerton tiró de la manga de la chaqueta de su hijo, incapaz de apartar la mirada de su hija que, al parecer, había llamado la atención del duque de Hastings. Sólo llevaban una semana en Londres y ya se habían convertido en la bomba de la temporada. —No lo sé –respondió Anthony, mirando aliviado las espaladas de las mujeres Featherington, que se alejaban hacia su próxima víctima—. Pero parece que lleven horas caminando. — ¿Crees que al duque le gusta Daphne? –preguntó Violet, emocionada—. ¿Crees que nuestra Daphne realmente tiene alguna posibilidad de convertirse en duquesa? A Anthony se le llenaron los ojos de impaciencia e incredulidad. —Madre, tú misma le dijiste a Daphne que ni siquiera debían verla en público con el duque y ahora piensas en casarlos. Increíble. —Mis palabras fueron prematuras—dijo, agitando la mano en el aire—. Está claro que es un hombre muy refinado y con buen gusto. Y, si puedo preguntarlo, ¿cómo sabes tú lo que le dije a Daphne? —Me lo dijo ella, claro –mintió Anthony. —Hmmmph. Está bien. Además, estoy convencida que Portia Featherington no olvidará esta noche mientras viva. Anthony abrió los ojos como platos. — ¿Intentas encontrarle un marido a Daphne para que sea feliz como esposa y como madre o sólo quieres ganar a la señora Featherington en la carrera hasta el altar? —Lo primero, por supuesto –respondió Violet, enfadada—. Y me ofende que pienses que me muevo por otro motivo. –Apartó la mirada de Daphne y el duque lo justo para dirigirla hacia la señora Featherington y sus hijas—. Aunque no me importará ver su cara cuando descubra que ha sido Daphne la que se ha llevado el gato al agua. —Madre, no tienes remedio. —No. A lo mejor no tengo vergüenza, pero sí tengo remedio. Anthony agitó la cabeza y dijo algo incomprensible entre dientes. —Hablar entre dientes es de mala educación –dijo Violet, sólo para molestarlo. Luego vio que Daphne y el duque se acercaban—. ¡Ya están aquí! Anthony, compórtate. ¡Daphne! ¡Duque!—Hizo una pausa hasta que la pareja se detuvo frente a ella—. Por lo que veo, habéis disfrutado del baile. —Mucho –dijo Simon—. Su hija es grácil y encantadora en partes iguales. Anthony dio un resoplido de incredulidad. Simon lo ignoró. —Espero que tengamos el placer de volver a bailar juntos muy pronto. A Violet se le iluminó la mirada. —Estoy convencida que a Daphne le encantaría. —Y como Daphne no dijo nada, Violet añadió—. ¿No es verdad, Daphne? —Por supuesto —respondió ella, con recato. —Seguro que su madre no sería tan permisiva de dejar que me concediera otro baile –dijo Simon, con ese aire de cortés duque—, pero espero que nos dé su permiso para dar un paseo por el salón de baile. —Acabáis de dar un paseo por el salón —dijo Anthony. Simon volvió a ignorarlo. —Nos mantendremos siempre donde usted pueda vernos, por supuesto —le dijo a Violet. El abanico de seda que Violet tenía en la mano empezó a agitarse a toda velocidad. —Sería un honor. Bueno, para Daphne sería un honor. ¿No es así, querida? Daphne era la viva imagen de la inocencia. —Por supuesto. Entonces, bastante malhumorado, Anthony dijo: —Y yo iré a tomarme un vaso de coñac porque creo que me estoy poniendo enfermo. ¿Qué diablos está pasando aquí? — ¡Anthony! –exclamó Violet. Se giró hacia Simon—. No se lo tenga en cuenta. —Nunca lo hago –dijo Simon afablemente. —Daphne –dijo Anthony—. Sería un placer ser tu acompañante. —Anthony –dijo Violet—. Si no van a salir del salón, no creo que tu hermana necesite ningún acompañante. —No, insisto. —Podéis marcharos –les dijo Violet a Daphne y a Simon, mientras agitaba una mano—. Anthony irá dentro de un momento. Anthony hizo ademán de irse detrás de ellos, pero Violet lo sujetó por la muñeca. — ¿Qué diablos crees que estás haciendo? –le dijo, en voz baja. — ¡Proteger a mi hermana! — ¿Del duque? No puede ser malo. En realidad, me recuerda a ti. Anthony hizo una mueca. —Entonces, puedes estar convencida de que necesita mi protección. Violet le dio un golpe en el brazo. —No sea tan sobre-protector con ella. Si Hastings hace el más mínimo intento de sacarla al balcón, te prometo que te dejaré ir a rescatarla. Sin embargo, hasta que eso, que es tan improbable, suceda, te pido por favor que dejes que tu hermana disfrute de su momento de gloria. Anthony miró a Simon. —Mañana mismo lo mataré. —Dios mío —dijo Violet, agitando la cabeza—. No sabía que fueras tan obsesivo. Se supone que, como madre tuya que soy, debería saberlo, sobre todo porque eres el mayor y, por lo tanto, eres al que más conozco pero... — ¿Ése no es Colin? —la interrumpió Anthony. Violet parpadeó y luego entrecerró los ojos. —Sí, sí que lo es. ¿No es magnífico que haya regresado antes de tiempo? Cuando lo vi, hace una hora, casi no me lo podía creer. De hecho, pensaba... —Será mejor que vaya con él –dijo Anthony—. Parece aburrido. Adiós, madre. Violet observó como Anthony se alejaba, posiblemente huyendo de su charla aleccionadora. —Tonto —dijo, en voz baja. Sus hijos seguían cayendo en sus trampas. Cuando empezaba a hablar de nada en particular, desparecían en un santiamén. Suspiró, satisfecha, y volvió a mirar a su hija, que estaba al otro lado del salón, con la mano apoyada cómodamente en el antebrazo del duque. Hacían muy buena pareja. Sí, pensó Violet, con los ojos algo llorosos, su hija sería una magnífica duquesa. Entonces buscó a Anthony, que estaba donde ella quería que estuviera: lejos. Podía sentir una sonrisa interna del corazón. Los hijos eran tan fáciles de manejar. Entonces, la sonrisa se convirtió en una mueca cuando vio que Daphne volvía del brazo de otro hombre. Los ojos de Violet escrutaron el salón hasta que encontró al duque. Maldición, ¿qué diablos hacía Hastings bailando con Penélope Featherington?.
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