Epílogo

1018 Words
El reloj del tiempo no se detenía, todo lo vivido anteriormente se quedaba en el pasado, todo continuaba sin cambio aparente. Sin embargo, Ian sentía las noches frías, el cielo plomizo y su alma dividida, vivía soñando con Jane y el último encuentro. Quería dormir para despertar y percatarse que todo se trataba de una horrible pesadilla producto de un acceso de fiebre que lo había conducido a un estado febril. Apretó los ojos fuertemente y los abrió tanto que dolieron, estaban brillantes y su pulso acelerado para caer nuevamente en su triste realidad. Todo marchaba exactamente igual y esas alucinaciones no eran más que producto del alcohol que ingería cada noche; el whisky se había convertido en su bebida preferida siendo su aliada, su única amiga o como algunos lo verían su peor enemiga. Pronto, sus sentidos comenzaron a aclararse y sus ojos se condujeron a esos misteriosos cristales que estaban en la parte lateral de su despacho, nuevamente su imaginación triunfaba por sobre sus sentidos, le pareció ver en el ventanal la figura de Jane, haciendo que girase bruscamente para encontrarse con la oscuridad y la soledad en la que se hallaba. Frunció los ojos y agudizo los oídos ante el sonoro trueno que caía acompañada de las gotas de lluvia que golpeaban el cristal. Tantos eventos se suscitaron en tan poco tiempo, que a su mente y corazón aun le costaban procesar tales acontecimientos; por un lado, su padre, Lord Lincoln moría poco después de la confesión, si bien se había redimido, la traición era algo que todavía ahondaba en su corazón y en sus sentimientos y por el otro, estaba Katherine quien había que reconocer que la maternidad le había sentando muy bien y se hallaba en los últimos meses de gestación. Después de la última vez que vio a Jane, la culpa lo carcomía y a su vez la nostalgia por aquellos momentos que pudieron ser, pero no fueron. Siendo así, que para su tranquilidad contrató un hombre que siguiera los pasos de su obsesión, sin embargo, lejos estaba de encontrar esa paz que tanto añoraba, cuando creía que la tenía cerca se le escapaba, siguió varias pistas, visitó muchos lugares y cada vez las noticias eran más desalentadoras. Estaba olvidando sus deberes y a su vez sus compromisos, tal vez si su vida hubiera sido diferente, pobre y perteneciendo al mismo estrato social de Jane, hubieran sido felices. Sin embargo, él era noble y ella una paria para una sociedad llena de prejuicios. Durante una mañana tormentosa, finalmente se dignó a revisar la correspondencia que se acumulaba y de las tantas notas una le llamó particularmente la atención, era la de su estimado amigo Alexander, quien le decía que estaba en Londres y quería reunirse con él. Se reclino en el espaldar de su silla, recordando los buenos momentos que lo rodearon en su juventud, para luego tornarse sombrío y decadente. No escuchó el llamado de la puerta que sonó por un largo rato, era Katherine quien se comenzó a inquietar debido a que Ian llevaba largo rato encerrado. Para cuando entro le dijo. — ¿Cariño, te encuentras bien? — aproximándose hasta el lugar donde estaba — Si, si lo siento, me quede entretenido con unas notas— dijo sin prestarle la atención debida. — ¿Algo muy urgente?— replicó Katherine, quien se apoyo al costado del escritorio — No, tranquila. Lo que pasa es que recibí noticias de un viejo amigo, por lo tanto, estoy un poco sorprendido. — Eso es estupendo, deberías de responderle a la brevedad posible— dijo enfáticamente, mientras acariciaba su abultado vientre. — Creo que tienes razón, me pide que vaya a Londres, pero considero que no es una buena idea. — ¿Por qué?— señalo Katherine, un tanto desconcertada — No me hagas caso— aproximándose a su esposa, para brindarle un tierno beso en la frente. Fue con esta breve charla que Ian fue convencido de viajar a Londres, pero la razón principal era salir del suplicio en el que vivía. En otro lugar, posiblemente antes de su llegada las circunstancias eran distintas, Jane, se acomodó muy bien con sus nuevas tareas. La señora Lucrecia se encariño rápidamente con ella, porque veía a su pequeña Ana impresa en ella. El pequeño Álex era un diablillo que la hacía corretear por toda la casa, pero eso no le disgustaba para nada. Si hubiera tenido un hijo de seguro tendría que haber sido cómo el niño que ahora cuidaba. Por su parte, Alexander se mostraba distante y taciturno, tenía heridas que no habían sanado, un amor truncado por la desgracia pero con Jane alli las tardes en el salón eran amenas, no podía evitar mirarla quien de vez en cuando iluminaba el salón con su sonrisa. Una mañana, cuando Jane estaba en el comedor trajeron una carta y Alexander la tomó entre sus dedos, abriéndola lentamente para posteriormente leerla gustoso. Jane no pudo evitar preguntar —Su excelencia ¿ha recibido buenas noticias? —Esplendidas Samantha, se trata de mi buen amigo Lord Lincoln que me comunica que está en Londres junto con su esposa. Son tantos años que no se de él, que un encuentro es algo gratificante. — con tono de felicidad seguido de un largo suspiro. Jane, ya no escuchó las últimas palabras, sus ojos se pusieron en blanco, su mente trabajaba a mil por hora. Ian estaba en la ciudad, y era amigo del Duque. Acaso las coincidencias y el destino confabulaban una vez más contra ella —acaso nunca podré ser feliz— murmuro tan despacio que nadie se percató del movimiento de sus labios. Cuando de pronto entró el mayordomo—Su excelencia, Lord Lincoln lo espera en la sala de espera. Jane, siguió pensando como era posible que Ian estuviera alli, si Alexander recién había leído la carta, muchas cuestiones surgían y desaparecían mientras ella temblaba y lo peor de todo es que su identidad se vería descubierta. Pronto el comedor se vio vacío y una inmensa angustia se percibía en el aire. ¿Fin? ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

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