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2757 Words
 Era un domingo, el clima era agradable lo suficiente para que uno pudiera caminar con tranquilidad por las calles de Londres, así como el de conocer a la dama que la contrató. Aún no eran las cuatro de la tarde por lo que decidió recorrer Hayden Park ese parque de ensueño que adornaba sus sueños y sus anhelos con el canto de los pájaros. Mientras paseaba, una escena la enterneció profundamente, notó a una dama de clase alta ciega, siendo cortejada por un caballero de buen porte, quien la llenaba de atenciones pese a su condición, trató de compararse con ella, pero la diferencia era abismal. Ladeo la cabeza de un lado al otro para romper con esa comparación, luego giró la vista para seguirse deleitando como lo hacía en el pasado. Lo cierto es que se sentía como una vieja decrepita que tuvo que sentarse por el dolor que traía en la pierna. Sacó un papel de su pequeño bolso, lo desdobló y sonrió, su suerte estaba a punto de cambiar ya que la dirección escrita era valiosa, luego volvió a doblarlo y antes de guardarlo nuevamente notó unos profundos ojos gris con destellos cafés, tan cercanos, pero a la vez tan lejanos. Tan conocidos como desconocidos, aquellos ojos que podían atravesar su ser y dejarla vulnerable. Su vista comenzaba a nublarse por el nerviosismo. Su amor de antaño venía acompañado de una mujer que seguramente era su esposa tal como se lo dijo Leila.   Jane, hizo el ademán de levantarse, ya que el cruce era inminente, sin embargo, quedo paralizada debido a las imágenes que recorrían su memoria, recordando la última conversación que tuvieron donde le pidió que se olvidará de ella, como le dolía haber pronunciado esas palabras. Tal vez con algo de suerte no la reconocería y aquel encuentro quedaría en nada, trató de bajar la cabeza y cubrirse con un mechón de cabello, mientras el dolor se convertía en una puñalada profusa en el pecho que se acrecentaba, procuró dar dos pasos, pero sus piernas se tambaleaban y empezó a sudar frío, pero no era el momento de desmayarse debía de ser fuerte y seguir con su camino. Ian por su parte, giró levemente la cabeza y reconoció esos rasgos tan característicos que poseía Jane su Jane, tantos años sin saber de ella y ahora se le aparecía como un fantasma quiso sujetarla del brazo y llevársela lejos, pero el tiempo no era el mismo, ahora estaba casado y su esposa esperando un hijo. Caminó unos pasos más y le dijo a Katherine —Vi a un viejo conocido, por favor sigue el recorrido, en un momento te doy alcance— dejando a Katherine con su doncella. Volvió tras los pasos de Jane quien ya estaba a punto de salir del parque, si tardaba unos minutos más ya no la alcanzaba, la ojiverde se había quedado mirando una escena que hace momentos le llamó la atención. Se trataba de la misma joven no vidente que estaba siendo maltratada por otra dama por su condición, sintió impotencia porque conocía muy bien la sensación de ser juzgada quiso meterse en la conversación y manifestar todo lo que tenía atragantado en la garganta, mas no lo hizo. Esta situación le brindó tiempo a Ian quien la visualizo, quedando consternado por la apariencia de su ojiverde ya nada quedaba de la mujer de antaño, ahora era delgada hasta el punto de decir que estaba desnutrida cojeaba un poco y se notaba la inseguridad en su andar, corrió hasta que pudo sujetarla del brazo. Jane pestañeo y cuando giró sus ojos se fijaron en los de Ian. —Por favor, suélteme— dijo Jane con voz temblorosa —¿Dónde estabas? te he buscado sabe Dios cuanto— el pecho le subía y bajaba por la agitación—¿Qué es lo que te ha pasado? —Es tan irónico que pregunte eso, el tiempo es lo que ha pasado — con cierta melancolía. —Jane merezco una explicación después de tantos años— totalmente agitado y ofuscado. —Lord Elliot— fijando su mirada en los ojos que antes la desnudaban— no tengo porqué dárselas, no tengo ningún vínculo con usted ni con nadie. No es de su incumbencia donde estuve todos estos años ahora por favor suélteme y déjeme ir— con nerviosismo y desolación. — No lo haré, acaso no entiendes— respirando profundamente— cada día de mi miserable existencia pensé en ti Jane sopeso esa respuesta, haciendo una mueca de sarcasmo—Usted que sabe de miseria— con rabia en los ojos —No tenemos más que decirnos, creo que está claro que siguió con su vida, se casó y ahora espera un hijo— esas palabras fueron como puñaladas para Ian, como hacerle entender que su corazón latía por ella, ahora que la había encontrado no estaba dispuesto a dejarla ir. —Jane, por favor no te marches— sosteniéndole el brazo —Debo hacerlo, por el cariño que algún día nos tuvimos… ya no nos pertenecemos, no sé si alguna vez lo hicimos— suspirando— esta es la historia de lo que fue y no pudo ser. Vivimos en miseria, nos hicimos daños cada quien carga sus demonios— tratando de contener un grito ahogado. —      Es cierto, no refutaré lo que dices, pero todavía no es tarde para nosotros. No puede ser que ya no exista amor, porque estoy seguro de que lo hay aun después de tantos años. Ahora que te encontrado, no dejaré que lo hagas. No puedes dejarme, no lo entiendes aun te amo. —Ian, su esposa lo espera—esbozando una sonrisa de despedida— buenos días — y desapareció. Jane camino tan rápido como le daban los pies, hasta que llegó a la Mansión dónde la esperaban llorando todo el trayecto.  Para tratar de simular que se hallaba bien practico por varios minutos una sonrisa. Por su parte Ian   regresó junto a Katherine que lo miraba un tanto desconcertada —Querido pasa algo? — el tono de Katherine siempre era amable y neutral. —un repentino malestar— respirando para tratar de contenerse — volvamos a casa— y cambiaron de dirección. Una vez en la mansión, Ian se encerró en el despacho cuando escucho el llamado de la puerta, era su padre que ya no pudo aguantar más su culpa. El viejo Conde al sentir la muerte rondando y ya no pudiendo batallar con su conciencia, tenuemente dijo—Ian, es necesario que hablemos— con inquietud y un pulso que cualquiera que lo sintiera diría que era el preámbulo de un infarto. Ian, estaba pálido no era él desde ese encuentro, estaba distraído por lo que hizo el máximo esfuerzo por atender a su padre — Debes volver a la cama— con tono preocupado y frunciendo el ceño. No entendía como a cierta edad las personas se tornaban mas tercas. El viejo Conde insistió —Por favor déjame hablar, es necesario que lo hagamos. Lo que nos atañe es de vida o muerte, aunque los hechos pudieron haberse evitado. —Habla entonces— señalo Ian, llevándose una mano a la cabeza, lo cierto es que con tantas emociones juntas ya no sabía cómo reaccionar, ni el mismo entendía que quería. Comenzaba a desesperarse y su paciencia estaba puesta a prueba. El Conde se desplomo sobre una silla que estaba cerca a la chimenea y empezó a contar su verdad, paso a paso, citando fechas, horas lugares y demás que ayudaron a elaborar su plan. Si Ian estaba pálido hasta hace unos instantes, ahora la sangre se le había subido a la cara; estaba rojo de la rabia, apretando los dientes con miles de ideas que cada una de ellas era peor que la anterior. Su padre había logrado su objetivo lo puso en un estado colérico que hizo que lanzase un vaso hacia el piso que se hizo añicos en cuanto tocó aquella superficie. ¿Quién era ese ser, que lo había criado por tantos años?  Era el día del juicio al parecer todos se quitaron las caretas y comenzaban a mostrar su verdadera naturaleza. El viejo Conde era un ser calculador y miserable que lo había alejado de la única mujer que amo con todo su ser. Quiso dar un grito ahogado, al no poder comprender el juego de la vida. —Que más tienes que decir— con tono iracundo y llevándose la mano a la sien —Abre ese cajón y saca la nota allí guardada— frunciendo el ceño. A Ian le temblaba la mano, pero aun así saco la nota y la tomó entre sus dedos comenzó a leerla muy atentamente y una lágrima recorrió su mejilla a los hombres no se les permitía llorar, pero como no llorar, con tantos secretos tantas injusticias y como se habían convertido en víctimas de su destino. Aquella habitación comenzó a sentirla más grande, más ajena haciendo que se sacara la chaqueta y tomara asiento. Una pena inmensa se le atravesó en el corazón si sólo hubiera sabido antes la situación de Jane, hubiera ido en su búsqueda, sin embargo, aquella confesión llegaba años tarde, el tiempo había logrado su cometido no podía redimirse, para amarla, para protegerla para cumplir todas esas promesas que hizo. —Hijo, perdóname— le dijo el viejo Conde con tono melancólico y un dejo de remordimiento. —Lo perdono Padre, pero no me perdono a mí mismo por ser un maldito cobarde— dando un golpe al escritorio seguido de un portazo, y salió en busca de Charles. El viejo Conde, comenzaba a descompensarse, por lo que tuvo que gritar para que lo ayudaran siendo auxiliado por su nuera quien no era más que otra víctima en esa red de engaños. En otro lugar, lejos del imperio de mentiras Jane tímidamente llamaba a la puerta, para ser recibida por un hombre robusto y de buen porte. —Buenas tardes, vengo por el trabajo— dijo Jane amablemente El mayordomo la observó y sonrió. Jane no entendía el gesto, pero se alegró de que se comporte de esa manera. —Lady Cavendish, la recibirá en un momento— haciéndola pasar a una pequeña sala. Jane, recorrió la sala y le pareció bellísima adornada por unos frescos primaverales y unos cuantos retratos familiares. —Buenas tardes— dijo Lady Cavendish casi sin inmutarse —Buenas tardes, señora— dijo Jane haciendo una reverencia. —Tome asiento, por favor— dijo afablemente e hizo un gesto con la mano —Gracias— dijo Jane— quien apresuradamente saco de su pequeño bolso su carta de presentación Lady Cavendish la miro detenidamente y le pregunto —Su nombre, por favor —Samantha Palm — contesto Jane, de ahora en adelante era su nombre. Tenía que mentalizarse que ese nombre significaba una nueva vida un nuevo todo. —Muy bien, Señorita Palm, espero que no tenga inconveniente de trasladarse a Hampshire. —En absoluto— respondió Jane. —Muy bien, la espero en tres días. Gracias por aceptar la propuesta. No se arrepentirá, el niño que cuidará es un sol, pero a veces puede ser un pequeño diablillo. — echando una risita. —Gracias a usted por contratarme— con una amplia sonrisa. Jane alzo la vista hacia el infinito, después de todo era un nuevo comienzo lejos de Londres, si bien en algún momento el campo fue una opción jamás pensó que se concretaría de esa forma, allá era poco probable que Ian la encontrará. Por su parte Ian, recorrió todas las calles de Londres buscando al desdichado de Charles que de caballero solo tenía el titulo.  Lo encontró en el club que antaño fue su lugar preferido y lo tomó de la chaqueta. —Maldito infeliz, aquí estas— sus ojos parecían que emanaban fuego —Que te trae así— pregunto Charles arqueando la ceja. —Me mentiste, cretino — por darle un golpe en la cara. —Ya recuerdo....  tu querida— con tono burlón —confiésalo, habla con la verdad por un demonio— apretando los dientes Charle dio un sorbo seco del trago que estaba bebiendo, para luego hacer una mueca burlona — Te dije que me vengaría... Yo fui el culpable de que se la llevarán a un Hospicio, y sabes porque —tomando aire— porque esa mujer debió ser mía, ¡pero no! ella siempre te prefirió a ti. Cuando la vi quede prendado de esos hermosos ojos verdes que se asemejaban a unas esmeraldas, que infortunio de esa mujer, debió nacer en la nobleza y no en esa miseria nauseabunda que la rodeaba, fui a buscarla y cuando pretendí tenerla para mí, observé con rabia cómo ¡ella!  se iba contigo y así sucesivamente las siguientes noches; con este panorama me dije a mi mismo que no me ganarías la partida por lo que fui a ver a esa mujer decrepita conocida como La Madame quien me comunico que era exclusiva y por lo tanto no podía tenerla. Te envidié hasta el punto de volverme loco de celos, era preferible verla recluida a permitir que tú la tuvieras. —Estas enfermo— abalanzándose contra él, no pudo con su rabia y lo golpeó una y otra vez hasta dejarlo inconsciente. Se miró los puños sosteniéndolos por varios minutos, no se consideraba un hombre violento, pero por Jane podía cometer un crimen. Todo desolado camino por las calles llenas de bullicio hasta que regresó a su hogar, al lado de una mujer que era otra víctima de las circunstancias y no merecía sufrir. Con el amanecer y el trino de los pájaros que parecían anunciar un nuevo comienzo, Jane empacó sus pertenecías para partir rumbo a Hampshire, sin embargo, antes de ir a su nuevo lugar de trabajo, pasó por una botica solicitando que por favor se le proporcione unos tintes que hicieran cambiar su color de cabello, atrás dejaba su cabellera dorada para dar paso a una castaña y con este cambio nadie podría reconocerla. Mientras caminaba para ir a la estación a tomar el tren que la llevaría a su nuevo destino, observó largamente todo lo que la rodeaba, hizo una mueca de despedida y se subió al vagón para no volver a mirar atrás. Para cuando llegó, se sorprendió de ver un paisaje tan hermoso, tan tranquilo y tan distinto del lugar del cual provenía, no importaba la dirección, dejando atrás su triste historia. Por un momento, pensó como le haría falta a Ian, pero no se pudo llegar a ningún entendimiento, el debió buscarla, pero jamás lo hizo. Suspiró profundamente para seguir su camino. Para cuando llegó a su destino, unos frondosos árboles formaban el sendero que conducía a su nuevo hogar, en algunos lugares los rayos del sol no llegaban a penetrar la espesura de aquellas espectaculares ramas. Al llegar a la puerta, tocó tímidamente, pero en un primer momento no fue escuchada, determinada a dar un giro en su vida la tocó más enérgicamente hasta que fue abierta. Un hombre de aproximadamente sesenta años, de rasgos duros pero amables abrió los ojos como platos, lo que desconcertó por completo a Jane debido a que esa mirada era la de haber visto un fantasma, no entendió su reacción y tampoco ahondo más. Cuando pudo esbozar una palabra de saludo le entrego su nota de recomendación y el motivo de su visita. El mayordomo serenamente, agradeció que se le entregará la nota para luego replicar— Por favor, tome asiento en aquella pequeña sala. Iré anunciarla Jane contestó—Muchas gracias— mientras esperaba en esa sala, echó un vistazo a las pinturas y a la estructura de la casa, para ser una casa de campo era majestuosa, pensó que el dueño debía ostentar un título superior al de Ian. Nuevamente se escuchó la voz del mayordomo que solicitaba su nombre. Jane, rápidamente contestó—Samantha Palm —un momento por favor— desapareciendo por un corredor que parecía interminable. En el ínterin, de lo que el hombre caminaba por el pasillo. Jane se puso a hurguetear una pequeña cajita, que estaba encima de una mesita al lado izquierdo de esa habitación. Para cuando el hombre llegó a la habitación, tocó la puerta donde estaban sus señores. —La señorita Samantha Palm— dijo el mayordomo. Lady Cavendish, dijo— por favor hágala pasar. El mayordomo asintió, saliendo por unos breves minutos de la habitación para ir a buscar a la joven ojiverde. —Señorita, por favor sígame— Jane caminaba detrás del hombre muy segura de su paso, aunque su cojera le impedía un poco hacer ese andar. Se asomó tímidamente hasta cruzar el umbral de la puerta, sin embargo, no esperaba la reacción de los presentes ya que Lady Cavendish, quien fue la que la contrató miraba a un hombre con cierto desconcierto, imaginando que se trataba de su esposo Lord Cavendish, quien a su vez miraba a otro caballero de profundos ojos azules, quien seguramente era el padre del niño a quien cuidaría. Todos estaban petrificados, definitivamente pasaba algo extraño en esa casa, desde la actitud del mayordomo hasta de los señores. El caballero de los ojos azules, no era más que Alexander el Duque de Essex que por poco se desvanece al creer que se trataba de su amada Ana cruzando la puerta. Para evitar la incomodidad del momento, Alexander se aproximó e hizo una reverencia, mientras que Jane sonrió y dijo—Buenas tardes...      
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