Prólogo

4091 Words
Dos caras de una misma ciudad y dos realidades distintas que se conectan como si se tratase de un engranaje perfecto. A veces, estas realidades se mantienen en líneas paralelas por mucho tiempo; en otras hay un quiebre que las junta y pretende desmoronar los muros existentes. Jane, pertenece a una de estas líneas que se unieron, ella es una joven de clase baja muy hermosa de ojos verdes y cabellos dorados que ha quedado huérfana a muy temprana edad y que por azares del destino ha terminado trabajando en un burdel, viéndose sola y siendo víctima de su destino se ha propuesto conseguir un benefactor que la saque de allí y naturalmente pueda protegerla. En su búsqueda se encontrará con diversos hombres que detrás de su careta de caballeros, no son más que unas bestias que solo buscan saciar su apetito s****l, sin embargo, cuando creía todo perdido hallará a un joven noble buen mozo que llene todas sus expectativas. No obstante, pese a lo que le ha tocado vivir, desea una familia e hijos dentro de la poca inocencia que le queda, empero es ajena a las intenciones de otras personas que la ven como una mancha y un peligro en una sociedad llena de prejuicios y superficialidad. --------------------------------------------------------------------------------------------------- Adentrarse en los Sentimientos es entrar en un universo que llega abrazarnos en cuerpo y el alma y por ende a no querer soltarla. Algo notable es el amor que se asoma a nuestros corazones como si se tratara de grandes olas adornadas de colores, que posee tantas formas y emociones diferentes. Ese sentimiento, es capaz de desordenar el más puro caos y volverlo en armonía e incluso tiene la fuerza de levantar el corazón y curar las heridas, donde hay amor hay pasión. ¿Pero qué pasa cuando ese sentimiento se transforma y se vuelve oscuro y ausente?, pues se produce la angustia, el dolor que podría llamarse el fin del amor. El sentimiento se vuelve inconsistente ocasionado otro sentimiento que se traduce en Inquietud, desvelo, desazón, nerviosismo, disgusto, malestar todas estas palabras juntas para describir a una sola Desasosiego. ¿Que clase de sentimiento es este, que cala en las entrañas de nuestros personajes y los sumerge en un túnel de oscuridad que parece no hallar una salida? Inocencia, amor, pasión rencor también pueden llevar al desasosiego. Sentirse no amada y sin salida puede lograr generar sentimientos que van en contra de lo que uno cree y tenía convicción hasta ese momento. Las palabras y las acciones pueden ser puñales que no solo se clavan en el corazón sino en los ojos que son los portales de la realidad. Esta obra en especifico trata de ese sentimiento antes mencionado conocido como Desasosiego, cuando se piensa en esa palabra uno se remonta a recuerdos o a vivencias que las coloco en un baúl cerrado con miles de llaves para que no afloren y perturben el nuevo camino que se pretende emprender. Sin embargo, muchas veces, el subconsciente se convierte en un ser oscuro, manipulador y calculador que analiza y estudia la forma de abrir este baúl. Para cuando lo haga, las consecuencias serán nefastas. Esto es lo que le paso a nuestra estimada y amada protagonista. Con el pasar de las horas, llegaba la claridad vertida por los primeros rayos del sol, sin embargo, aquel lugar estaba lejos de ser un paraje de ensueño. Los pájaros no cantaban, los niños no reían y el hambre era el diario vivir. La Luz de los faroles callejeros resaltaba las Calles estrechas, callejones oscuros, barrios marginales desolados, hacinamiento; la inmundicia estaba por todos lados, el olor fétido de esas calles parecía que se pegaba a la piel, no había dónde escapar. A lo lejos se veía las sombras de los transeúntes que iban o venían y también se escuchaba uno que otro grito que sólo hacia más visible la miseria y la crueldad de la otra cara de Londres, ese Londres tan imperial, fino y elegante, cuya aristocracia exenta de penurias económicas encontraba en ruidosas fiestas la ocasión para el derroche, sin embargo enmudecía cuando no ignoraba la deprimente cotidianidad de esos miserables seres que habitaban las insalubres barriadas con muy escazas esperanzas de burlar ese destino. El suelo de aquel pequeño bosque estaba ligeramente mojado, todavía se podía sentir la humedad del ambiente, y una leve brisa que hacía que cayeran las últimas hojas que se aferraban de las gruesas ramas que una vez fueron sus dueños. Las otras que cayeron durante el clímax de la tormenta se encontraban inertes, olvidadas en ese suelo que pronto sería pisado o en su defecto limpiado. Los rayos de luz dejaban atrás el espectáculo dejado por los relámpagos y truenos emanados de aquella fuerte tormenta. Una familia, se vislumbraba a lo lejos se notaba la intención de disfrutar de ese agradable clima y bueno, disfrutar de la compañía. Sin embargo, particularmente ese día la Señora Bendice se encontraba un tanto inquieta, odiaba las tormentas y sobre todo las temía. Dentro de su superstición consideraba que las tempestades traían cambios y en muchos casos no era nada positivo. Había dado a luz a su primogénita en una noche de tormenta, ella lo imaginó como una calamidad ya que fue una experiencia dolorosa y aterradora, tanto fue el trauma que le dijo a su marido que no volvería darle un hijo. Su marido al ser el hombre afable que era trato de consolarla una vez más y la tomó del brazo para guiarla donde harían su pequeño picnic, metida en el medio estaba una niña de cabellos dorados sosteniendo fuertemente el dedo de su padre y mirando afablemente a su madre quien le sonreía, pese al panorama feliz la Señora Benedick siguió sintiendo un espinazo que le calaba los huesos, a penas probó bocado y pensó con desesperación que había sido una pésima idea salir ese día después de la tormenta, era evidente que no podían regresar porque decepcionaría tanto a su marido como a su pequeña hija. _ ¿Querida que es lo que te preocupa? _ pregunto de repente Charle Benedick. La pregunta la crispó, pudo notarlo, su rostro otrora amable se volvió tenso y nervioso. Como si la mención de lo que preguntara la disgustara. _ Tu sabes que es lo que me trae así, odio las tormentas_ frotándose el brazo. _ Pero querida, ya no hay tormenta no queda un atisbo de ella. La luz del sol está en su máximo esplendor_ dijo con una mueca de satisfacción. _ Aun así, sabes que las detesto siempre están acompañadas de desavenencias, al menos en mi caso_ dando un largo suspiro. _ Está bien Querida, no discutiré contigo_ dándole un beso en la frente. La pequeña Jane sonreía y sonreía para ella no existían los problemas solo su vivaz imaginación y una inocencia tan pura y simple. Era la estaca que mantenía a sus padres con los pies sobre la tierra. Más allá de los conflictos que la vida misma puede tener por su propia naturaleza, ella lo era todo, era el centro de atención y dicha de aquella pareja y que al verla crecer tan alagada también sentían que con ella todo sería más fácil y hacía presagiar un mundo lleno de seguridad y prosperidad nada podía ir mal, excepto por la horrible ansiedad que sufría, estaba a ciegas y totalmente acorralado. Siempre se había jactado de ser un gambito para los negocios, sin embargo, en los últimos tiempos guiado por su ambición lo llevaron a una serie de desaciertos y malas decisiones en cuanto a inversiones se refería. Charles Benedick, quien fue una vez un burgués próspero dedicado al comercio, prontamente se había visto en la ruina comenzó a estar todo el tiempo enfadado, aturdido sin poder esbozar palabras. La señora Benedick notaba que algo iba mal, por varios días lo observó con interés y detenimiento, llegando a la conclusión de que se trataba de negocios. Empero, su marido sigo comportándose de forma taciturna hasta confirmar su mayor temor estaba en bancarrota, caído en desgracia, y para evitar ir a la cárcel acosado por implacables deudores y evitar el oprobio de su familia prefirió suicidarse, dejando a su suerte a su esposa e hija, por lo que ambas mujeres con la seguridad de contar con algún dinero que pudo haber ahorrado el Señor Benedick sintieron que pudieran tener una vida decorosa, lamentablemente a la muerte de aquel descubrieron que estaban en la absoluta pobreza, La Señora Benedick lloró por días, porque el desalojo era inminente y cada día que pasaba tenía un ataque de nervios, no pudiendo creer como su marido había sido tan cobarde de acabar con su vida y dejarlas a su suerte. La pequeña de cabellos dorados ya había adquirido una edad donde se daba cuenta de las cosas, pero por su niñez no podía ayudar a su madre. De esta forma, agarraron las pocas cosas que tenían y se mudaron a uno de los barrios marginales de la ciudad, atrás quedaron los sirvientes, las posesiones y todo lo material que se deseaba o podía tenerse. Así ambas mujeres debieron abrirse paso en una sociedad llena de prejuicios y pocas oportunidades. La Señora Benedick observaba a su hija Jane con cierta preocupación tal vez ella vivía aterrorizada por todo lo que les rodeaba, sin embargo ella demostró ser todo lo contrario era muy inteligente algo callada, pero tan buena y tan hermosa que nunca hubo una queja por parte de ella, ahora era una joven de dieciséis años, que debió madurar muy pronto, ya que su madre pese a sus desventuras, había tratado de salir adelante, desempeñando cualquier trabajo para el que se le diera oportunidad, como institutriz, ama de llaves y finalmente como domestica, sin embargo, comenzó a perder fuerzas y a debilitarse con el pasar del tiempo. Jane, tuvo asumir con la responsabilidad de mantener el hogar dado el deterioro en la salud de su madre y comenzar a trabajar en una de las tantas fábricas que se erigían en la ciudad gracias al impulso de la Revolución Industrial, pero las condiciones laborales en las que se desempeñaban las trabajadoras eran deplorables, con jornadas larguísimas, y baja remuneración el aire contaminado, el hacinamiento, el vertido incontrolado de residuos puesto que no existía un sistema de alcantarillado ni de recojo de basura, hacía de esos barrios algo inhabitable lo que ocasiono la propagación de enfermedades como el cólera, tifus y tuberculosis. La miseria del salario de Jane que apenas cubría los gastos para llevar pan a la mesa, comenzaron a mostrar sus efectos en su madre, quien por la insalubridad en la que vivían cayó gravemente enferma con síntomas de cansancio extremo, fuertes fiebres y una tos interminable, cada mañana cuando despertaba sentía un fuerte dolor en su pecho y entre su delirio y la lucidez en que se debatía veía danzar a distintos seres del inframundo cubiertos de sangre que se alargaban detrás de ella, esas presencias imaginarias pretendían abrazarla, le recordaban los desaciertos que había cometido en su vida. Las primeras claridades matutinas aliviaron esa desazón que traía en el alma, pero pese a la agradable temperatura de la habitación aún tiritaba por la fiebre. Jane, se acurrucó cerca de su madre para hacerle sentir el consuelo que tanto necesitaba, sin embargo, aquellos malestares sólo eran el reflejo de la angustia que ambas vivían, pero sin nadie más que vele por ellas el panorama era completamente desolador. La joven rubia, no podía dejar de trabajar ya que día que no trabajaba era día no pagado y por ende no había dinero, se llevó las manos al rostro mientras le brotaban lágrimas de un dolor infinito ante el presentimiento de la pérdida de su madre, de impotencia ante su incapacidad de no poder asistirla como ella hubiera querido, de rabia porque esa sociedad tan clasista no le daba la oportunidad de salir de aquel pequeño pero cruel infierno que le toco vivir. Las horas que Jane se ausentaba para trabajar eran de lo más angustiantes para la Señora Benedick, su cuerpo tiritaba de espanto ante la presencia imaginaria de aquellos seres demoniacos venidos del inframundo que deseaban arrebatarle el ultimo halo de vida que le quedaba. Tenía la frente ardiendo, las mejillas arreboladas, la mirada brillante. _ ¡Fuera de aquí! _ gritaba con desesperación, moviendo las manos, creyendo que con ese simple gesto esos demonios sucumbieran a su propósito y así evitar que traspasen el umbral de la puerta. —¡Demonios! — grito otra voz, se trataba de Jane, quien entraba apresuradamente a la habitación. Se sentó al pie de la cama, quedándose pensativa, maldiciendo en su interior la tardanza de su retorno a casa. Se había entretenido con una compañera de trabajo, conocía muy bien su deber, el cual era salir apresuradamente de la fabrica para ganar algunos minutos y acompañar más tiempo a su madre. Sin embargo, la soledad en la que estaba sumida le forzaba a tener contacto con otras personas; tal como sucedió esa tarde en la que pudo compartir la pesada carga que soportaba, sintiéndose así un poco más aliviada al poder hablar con alguien que le diera un poco de apoyo y consuelo. La Señora Benedick, la observaba con ojos febriles, tenía seca garganta no pudiendo tragar saliva ni concretar palabra. Pasó cerca de media hora, hasta que la enferma pudo conciliar el sueño. Jane se levantó sigilosamente y comenzó a caminar de un extremo al otro de la habitación, apretándose la sien hasta que esta comenzó a tener un color carmín por la presión. —¿Quién cuidará de mi madre? —se preguntó. Su desasosiego no podía ser peor, no había a quien recurrir, su padre fue hijo único que quedó huérfano a muy temprana edad y en cuanto a su madre, la única hermana que le quedaba vivía en el Norte, siendo el último contacto con ésta hace más de diez años. En una carta enviada por ella, le comentaba que pese a las dificultades había podido salir adelante, que estaba felizmente casada y estaba a la espera de su primogénito. Sin embargo, luego de esa misiva ya no llegaron más cartas por lo que era incierto el destino de su tía, entonces por ahora tratar de contactarla parecía imposible, además de que no gozaba de los medios ni para pagar el viaje y menos para buscarla. Esto les generaba perturbaciones gravísimas a sus nervios ya que el panorama que se abría ante sus ojos era más desolador que el anterior. Con la intención de no rendirse hizo cuanto estuvo en su poder para conseguir dinero y llevar un médico que pudiera darle la esperanza de que su madre tenía alguna oportunidad de curarse. Cuando aquel entró aquella casa, hizo unas cuantas preguntas a la joven rubia que se encontraba detrás de él. —¿Que es lo que tiene? ¿Jaquecas? — llevándose la mano a esa nariz correcta que armonizaba su agradable rostro, de cejas pobladas, labios finos que era cubiertos por un tupido bigote. Pero lo más notable de su fisionomía eran los ojos: azules como el cielo que miraban fijamente aquella angustiada hija, con expresión punzante cual si fuesen capaz de leer y traspasar su cuerpo. Jane se mantuvo callada unos minutos y contestó. — Me parece que va mas allá de eso, Doctor. Creo que debe entrar al cuarto y comprobar con sus propios ojos el padecimiento de mi madre— El médico asintió y para cuando abrió la puerta tuvo que taparse la boca por el olor fétido que se colaba por todos los huecos, no se le hizo extraño que existiera un enfermo en aquel lugar, además era de conocimiento público que por la inmundicia y la insalubridad hubo un brote de tifus. En cualquier caso, era un milagro que aquella joven que había buscado sus servicios siendo pobre y trabajadora no hubiera contraído una de las tantas enfermedades que eran habituales en aquella parte de la ciudad. Cuando se aproximó a la cama, quedó sorprendido por la miseria, la mujer tendida en cama presentaba desnutrición extrema y sus ojos languidecían. Aún se hallaba lucida lo cual era esperanzador. Antes de examinarla, se puso una bata blanca y pidió a Jane que saliera del dormitorio. Saco su instrumental de aquel maletín n***o que llevaba consigo; primeramente, le reviso los oídos ya que pensó que podía tratarse de algún daño en el oído medio, mas no encontró nada. Luego pidió a la enferma una prueba de suficiencia respiratoria, con la poca fuerza que le quedaba la mujer hizo caso a las indicaciones del profesional y este la miro con espanto al darse cuenta que cada que exhalaba parecía que se asfixiaba, pasado unos minutos tuvo una crisis de tos y escupió unas cuantas gotas de sangre. Constatando de esta forma que la enfermedad que la aquejaba era mortal. Mientras tanto, Jane afuera sentía el corazón en la mano y su alma destrozada, miro hacia arriba, y quiso por unos minutos complacerse con la vida, imaginando viajeros en un tren, interminables arboles en un hermoso pueblo; pensó en correr hacia allí convirtiéndose en una carrera furiosa para poder alcanzar aquel ideal. Cuando pudo reconocer su alucinación aparto los ojos del objeto que la había llevado a ese lugar tan anhelado. Pronto escuchó el sonido de la puerta virando la mirada con ojos alocados y el corazón desbocado para dar encuentro a la persona que en ese momento podía ser el salvador o el mensajero de la muerte. -—Señorita Benedick, temo darle malas noticias— tomando aire—su madre tiene tisis, no hay mucho que pueda hacer por ella los pulmones están bastante comprometidos. Por su estado de desnutrición la enfermedad está avanzando a pasos agigantados. Jane miraba al Doctor con ojos vidriosos. —¿Qué puedo hacer entonces? — suspirando con angustia; intentar seguir el ritmo de los acontecimientos, definitivamente era algo agotador. — hidratarla y tratar de que coma— respondió el profesional— le pido por favor que se cuide mucho, esta enfermedad puede ser altamente contagiosa, traté de ventilar la habitación y de ser necesario utilice un delantal o un mandil blanco. Jane se quedó pensativa por varios minutos, para responder simplemente — Gracias Doctor, sin embargo, dada las circunstancias es muy poco lo que pueda de hacer, no tengo suficiente dinero y con dos bocas que alimentar, no sé exactamente como salir adelante— sumergiéndose en un profundo silencio, hasta sepulcral se podría decir, luego esbozó unas palabras —Lo intentaré—este hizo una reverencia y salió, la joven fue a tomar la mano de su madre. La señora Benedick trataba de contener su llanto —No quiero ser una carga — repetía incesantemente, tendiéndose boca abajo ya que una extraña flagelación la envolvía, sentía como esos seres que en el último tiempo se volvieron compañeros de su sufrimiento la jalaban cada vez más hacia su mundo. Comenzó a tiritar de miedo por la sombra de la muerte que se cernía sobre ella, parecía que aquel ser del inframundo había desplegado sus alas sobre su cuerpo delgado y pálido, para simplemente esperar el momento adecuado y llevársela muy lejos de aquel mundo terrenal que se había convertido en una prisión de sufrimiento y dolor del que solo se llevaría la ternura de su hija. Jane con angustia exclamo —No lo eres—tomando aire —eres lo único que me queda. Cerró los ojos sabiendo que este mundo era para amar y ser amados, para reír y gozar y todo lo que tienda a fortalecer la felicidad, es por esa razón que su mente al no poder soportar las imposiciones que la vida misma le daba, decidió transportar a su mente a tiempos felices, donde todo eran risas, donde las flores especialmente la lavanda y su aroma impregnaba la casa de su niñez que tenía ventanas a un vasto solar, además del magnífico espejo que tenía en su habitación; particularmente aquel día de su remembranza, estrenaba un vestido rosa pastel que su padre trajo de uno de sus viajes, casualmente es día se juntaría con dos de sus amiguitas, compañeras de juego que la acompañaban a jugar cada tarde. Sin embargo, las amistades pronto se alejaron y las que creía sus amigas pronto dejaron de hablarle. Al ser una niña no comprendía lo que pasaba, lloró mucho, perdió el apetito y fue necesario llamar al médico. Desde entonces su naturaleza quedo resentida, perdió color y su mirada dejo de ser profunda y brillante. Volvió abrir los ojos para nuevamente caer en su triste realidad, estaba en una habitación gris que no tenía ningún adorno, excepto un retrato familiar que se hallaba roto en la parte inferior y que colgaba de una deslucida pared. Jane, desconocía acerca de la tisis y su incidencia en la sociedad, pero había escuchado que existían establecimientos exclusivos para hospedar a los tuberculosos sea con una motivación caritativa para asistirlos en sus últimos días, o bien para administrarles los tratamientos considerados más adecuados en ese momento, el más famoso era el Royal Chest Hospital. No obstante, se veía en la imposibilidad de llevarla a cualquier otro sitio por su precaria situación económica, por lo que recurrió a una vecina para que la atendiese, la mujer era de mediana edad, viuda y solitaria igual que ella y al estar tan necesitada, acepto esta caritativa tarea, a cambio de una módica compensación monetaria, que obligaba a Jane a duplicar sus horas en la fábrica. Mientras la mujer se quedaba con su madre le preparaba unos brebajes e intentaba que comiese, a su vez trataba de que su tiempo fuese alegre pero la enfermedad avanzaba muy rápido y cualquier intento de aliviarla era infructuoso. Los efectos de su padecimiento como la asfixia aumentaban rápidamente y su cuerpo se doblaba como el arco de un violín; hincaba la nuca sobre la almohada e iba arqueándose poco a poco hacia arriba, formando con el cuerpo un puente, mientras sus brazos permanecían fuertemente unidos a los costados, cuando la crisis alcanzaba su mayor intensidad, daba un grito seguido de grandes silbidos causados por el aire al penetrar violentamente sus pulmones y caía desmayada sobre el lecho. Aquellos ataques fueron seguidos de muchos otros lo que mostraba que pronto llegaría al termino de la enfermedad. Jane, trabajaba de sol a sol, ella misma comenzaba a sentirse muy triste, muy acongojada por una pena sin nombre, aunque bien que la sabía y como no podía llorar y desahogarse, empezó a mostrar síntomas de debilidad y ansiedad. Dentro la fabrica que trabajaba existía un médico a quien por su experiencia solicito nuevos consejos, más allá del médico al cual pagó para que fuera a ver a su madre. _ No puedo añadir nada a lo que ya sabes_ dijo el médico de nombre Gabriel_ de ser necesario debes dominar a tu madre y obligarla a comer_ _ Gracias_ dijo Jane e intento con toda la determinación que tenia salvar a su madre; fueron dos meses de intensa agonía, entre la frustración y la creencia de un milagro que jamás llegaría. Una mañana su madre había despertado con mejor semblante y por esta razón pensó que sus plegarias habían sido escuchadas, pidió de comer y Jane rebosante de alegría fue a la cocina donde preparó un delicioso guiso con patatas y unas pocas verduras; puso todo en una bandeja y camino hacia el cuarto para encontrar el cuerpo inerte de su madre, la bandeja caía con toda la comida preparada, sabia que todo llego a su fin. Ahora en la casa reinaba un silencio absoluto, semejante al que debe existir en el interior de las tumbas. Por un día, el cuerpo permaneció en la casa hasta que finalmente el cuerpo fue retirado de aquella pequeña habitación para ser trasladada al campo santo que se convertía en su última morada; El entierro fue miserable, tampoco se lograba más, cuando todos se fueron del campo santo, ella se quedó mirando la tierra mojada que cubría el cuerpo de su madre ahora muerta. Quiso decirle que todo estaría bien, que se casaría con un hombre que la amase y que la protegiera. Sin embargo, la herida en su corazón le impedía crearse ilusiones, era huérfana, pobre y si quería sobrevivir debía trabajar arduamente, aunque las condiciones no eran de las mejores para una mujer sola y sin fortuna. Pero a veces, los juegos del destino no juegan a favor de uno.
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