Cambiamos de asiento y Felipe comenzó a conducir, esta vez bien, hacia el lago. Aún me encontraba un poco afectada por lo que un simple toque me hacía sentir, era tan débil frente a él, pero poco me importaba, porque deseaba que me tocará más y más. Su mano volvió a mi muslo, la dejó allí quieta, como si fuera un ángel, su rostro tenía una sonrisa burlona, él sabía lo que me provocaba y aún así lo hacía para hacerme sufrir. Quise provocarlo un poco porque si él iba a jugar, no jugaría solo, yo también lo haría. Me senté más recta en el asiento provocando que el vestido se subiera aún más, no era tan largo lo que provocó que subiera un poco más allá de la mitad de mis muslos. Lo escuché reír subiendo un poco más la mano, crucé mis piernas impidiendo que su mano subiera más. — Oye,