Capítulo 15

1305 Words
El primer intento de Donato por liberar a las muchachas fue un rotundo fracaso. Se había descolgado, muy de noche, por los techos de la hacienda, tratando de no hacer ruido pero se estrelló con las ventanas enrejadas. Estaban, además, amarradas con alambre y habían muchos perros dando vueltas por los jardines, a su libre albedrío. De todas maneras se columpió hasta la ventana del cuarto que ocupaba Elena. Las luces estaban encendidas y pensó que seguramente estaba con alguien. Se cogió de las alambradas y trató de ver por los vidrios. Ella estaba sola y permanecía sentada en la cama, con sus crines desparramados, tomándole las rodillas. -Elena sono io, Donato-, dijo en italiano. Hacía dos días que no la inyectaban con morfina a Elena. Había fallecido una tercera chica y el caos y el temor cundía dentro de la hacienda. Elena se acercó a lo vidrios. Habló bajito. -Los hombres están muy asustados, murió otra chica por exceso de drogas-, le detalló. -Non parlo bene lo spagnolo, ma ti capisco, ho un contatto con l'Interpol, ti salveremo presto-, intentó explicarle haciendo muchos gestos, pero Elena lo entendió bien. -Ten mucho cuidado, son gente muy mala-, le dijo. Luego cerró las cortinas. Donato se columpió otra vez al techo y se culebreó hasta un descampado donde corrió de prisa hacia los matorrales. Luego se sentó junto a un árbol, ya fuera de la propiedad de Dobrin. Tenía el corazón alterado y sentía un frío horrible subiéndole por la espalda. También habían rayos y truenos estallando dentro de su cabeza, moliendo sus sesos. Resopló con angustia. -Mierda- ***** Las chicas estaban entusiasmadas desde temprano y había mucho alboroto y correrías en el hotel. La mayoría desayunaba y otras iban y venían por los pasadizos, apurando el paso y se desesperaban mozo y azafatas, también las auxiliares de la organización y los gritos atronaban las paredes. Fabiana escuchó el caos en su piso y sacó la naricita por la puerta que apenas abrió. Vio a una de las concursantes seguida por su séquito, riéndose, llevando una toalla y sandalias en las manos. -Parece que vamos a la playa-, dijo Fabi pero Nancy y Paola dormían apaciblemente, desinteresadas al alboroto. -Ándate a la cama, hoy no quiero saber nada del concurso-, le pidió Paola bien acurrucada, metida en la frazada. Una señora se estrelló nariz con nariz con Fabiana. - No ha desayunado, señorita Perú y ya vamos a ir, dentro de un minuto, a Zandvoort-, la reprendió en perfecto español. Fabi se sorprendió. -No se preocupe señora-, se sobrecogió. Corrió y sacudió con furia a Nancy y Paola. -Arriba flojas, tenemos que desayunar e ir a un sitio que parece ser un zoológico o algo así-, dijo entusiasmada. Nancy estiró sus brazos, bostezó y se volvió a acobijar. Paola ni siquiera se movió. -No les hagas caso a esas brujas-, rogó. Fabiana escogió un short jean, zapatillas blancas, se puso una camiseta blanca con motivos peruanos y llevó un sombrero grande de paja. También se puso lentes. En su canasta metió además un cojín de bloqueador. Paola se molestó. -No dejas dormir, carajo-, renegó y no tuvo más alternativa que cambiarse y lavarse los dientes, con mucho enfado. Nancy igualmente ya se había levantado. El desayuno fue leche en vaso, tostadas con mermelada y jugo. - Soy una niñita en crecimiento, esto no me llena-, protestó Fabiana. Nancy aún tenía sus ojos somnolientos. -¿Qué querías? ¿Pollo a la brasa?-, bromeó. -Hummmmmmmmm, lamió sus labios Fabi, no me hagas desear-. -Haremos muchas fotos y videos en Zandvoort-, anunció en varios idiomas una mujer larga y delgada, con cabellos rulos y lentes gruesotes. Fabiana jaló el brazo a la señorita Inglaterra que estaba en su misma mesa. -¿Qué es Zandvoort? ¿El zoológico?-, preguntó. A la inglesa le dio risa. Contó los pequitas que se alineaban debajo de los ojos de Fabiana y estiró su risita. -No seas tonta, es una playa-, dijo. Fabiana arrugó la boca. -Una playa-, dijo desalentada. Paola y Nancy se molestaron. -¡No llevamos tanga!-, dijeron molestas, mirando con cólera a Fabi. Ella se alzó los hombros, haciendo chapotear su divina sonrisita. -Ups, pensé mal, je je je-, dijo y estalló en carcajadas viendo la ira de sus amigas. Fue entonces que hizo su ingresó al comedor la Miss Mundial vigente y que debía entregar la corona a la ganadora del concurso. Había llegado del medio oriente, donde viajó en el marco de una visita llevando un mensaje de paz a esa convulsionada zona del mundo. Fue su última actividad oficial y compartiría sus ulteriores días de reinado junto a las otras candidatas. -La señorita Cheryl Monroe, Miss Mundial-, la presentó un sujeto bien vestido, con saco y corbata, también de lentes y la nariz larga como una espada. Ella sonrió. Hizo una venia y estiró una bonita risa. -Un gusto conocerlas, chicas-, dijo divertida. Fabiana se empinó para verla bien. La recordaba. Había ganado el concurso de Miss Mundial el año pasado. Ella vio el certamen con sus amigas de la universidad en el cable y a todas les pareció la más hermosa de aquel evento de belleza. Le parecía mentira conocerla en vivo y en directo, después de haberla visto en la televisión. Ahora estaba muy cerca de ella y le resultó no solo más linda que en la pantalla chica, sino hasta más coqueta y alta, muy desenvuelta, incluso. La sesión de fotos en Zandvoort fue súper súper aburrida. Las concursantes llegaron a la playa en un bus acondicionado y cómodo, pero en la locación habían numerosos bungalows donde se instalaron las candidatas para vestirse, maquillarse y relajarse. A Fabiana le tocó compartir con una decena de otras chicas y le pareció todo estrecho, incómodo y aunque había aire acondicionado, tenía bochorno y se sofocaba constantemente. Una mujer pequeña alcanzó una decena de bikinis y tangas en bolsas selladas, para cada candidata. -Las hay de todos los tamaños. No tendrán problemas. Elijan las que quieran-, subrayó. Fabiana se sintió ganadora y se divirtió viendo a Paola y Nancy rebuscando afanosas las prendas más diminutas. -Y ustedes que querían comerme con los ojos por no tener tangas-, reclamó riendo. Las fotos y los videos se prolongaron más de la cuenta y la jornada se hizo demasiada tediosa y cansada. Fabiana prefería pasear por la arena, mirar la espuma de las olas y disfrutar del aire suave y monótono que soplaba sobre Zandvoort. A Paola le daba risa. -Tú sí la estás pasando bien. Las otras chicas están que bostezan aburridas-, le contó. -Me gusta el mar. Estoy enamorada del mar-, le confesó Fabi. Era cierto. desde que conoció el océano en Lima, había quedado prendada de su majestuosidad y su enormidad. Pensaba en una inmensa alfombra interminable, de agua. -Pues, vamos a meternos-, le dijo Paola y jalándole el brazo se lanzaron entre las olas, riéndose y celebrando, gritando como locas. Una decena de auxiliares corrieron entonces furiosas, dando tumbos en las aguas, y las sacaron casi a rastras del mar. El tipo bien vestido y de nariz larga, estaba en la arena furioso y con la cara ajada, -¿Qué hacen? ¡No se metan al agua! ¡Estamos trabajando!-, ladró. Todos estaban coléricos. Ladraban, chillaban y hacían gestos. Paola y Fabiana se miraron sorprendidas. -Esto es una prisión-, reclamó Fabi. -¡Cámbiese de ropa de baño y péinese!, mira cómo has mojado tu pelo, parece un estropajo-, le ordenó la mujer que la despertó en la mañana. Melvin Douglas fumaba un habano, en uno de los jeeps. Vio toda la escena y masculló enfadado. -Algo me decía que esa peruanita me iba a traer problemas-, arrugó la boca. Botó el cigarro y se marchó con el jeep de vuelta a Ámsterdam.
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