Capítulo 35

1166 Words
Fue difícil convencer a Fabiana para que saliera de su cuarto. Estaba aterrada y sentía que la tierra se le abría a sus pies. La angustia la carcomía y sentía como una neblina angustiante que la envolvía y asfixiaba. -No vas a rendirte, ahora, que estás cerca de la meta-, le reclamó Nancy, acariciando sus pelos. -Esto me da miedo. Los balazos me hacen recordar cuando mataron a mis padres-, le reveló Fabi, temblando, haciendo chirriar sus dientes. -Entonces hazlo por ellos, porque sacrificaron sus vidas por ti-, intentó Nancy convencer a Fabi, pero ella lloraba sin poder detenerse, sumergida en el miedo y acorralada por el pavor. -No me gustan cuando suenan las balas, me aterra, me da mucho miedo-, decía ella, recostada en el pecho de Nancy, -La vida tiene retos y esa la gran prueba que te han puesto a ti, Fabi. Debes ser valiente, fuerte. Hazlo por Mayuya-, le insistió Nancy. Era verdad. A Fabiana la animaba día y noche el poder cumplir las metas que se había propuesto para suplir las necesidades de su anexo. -Pero yo no sirvo para esto, ni siquiera sé bailar-, dijo llorando Fabiana. Paola, sin embargo, ya tenía la solución. -Usarás audífonos. Ya no escucharás la música. Solo contarás tus pasos. Recuerda que uno, dos, tres, cuatro debes ir a la derecha, sigues contando, cinco , seis, siete, a la izquierda, ocho, nueve, diez, al centro. Ya no puedes equivocarte-, le dijo resoluta. Fabi pasó la manga de su pijama por las lágrimas. Miró los audífonos. Los restregó con sus dedos, después alzó su mirada mojada por el llanto donde sus amigas y sonrió. -¿Qué haría sin ustedes?-, preguntó llorando y fue tan dulce, tan tierna su vocecita que ni Paola ni Nancy pudieron contenerse y se juntaron a llorar con Fabiana, abrazadas, pegando sus cabecitas, desbordando su genuinos sentimientos. ***** Nancy Schäffer hizo el amor como loca con Johan Rijsbergen. Furiosa, vehemente, fuera de sí, hundió sus uñas en la espalda de su amante, le mordió los labios, el cuello, incluso las nalgas, descontrolada, demasiado ansiosa y febril. Se jaló los pelos presa de la euforia cuando Rijsbergen llegó a sus profundidades. -¡Fuerte! ¡Fuerte! ¡Fuerte!-, reclamaba ella apenas Johan alcanzó sus abismos, con deleite y gozo porque le encantó esa figura felina que había desatado Nancy, desbordada por su ímpetu. -¡Sigue! ¡Sigue! ¡Hazme tuya!-, pedía a gritos ella, mientras Rijsbergen avanzaba con su ímpetu, como un torrente en los vacíos de ella, alcanzando sus entrañas igual a un río muy caudaloso y arrollador, deslizándose con febrilidad hasta sus más hondos rincones, igual a una cascada violenta. Schäffer no se contentaba, sin embargo, continuaba mordiendo a Rijsbergen, arañándolo, hundiendo sus uñas con furia, haciendo surcos en la espalda de su amante. A Johan le gustaba ese dolor porque estaba fascinado con el descontrol y furia de ella, convertida en una tigresa agresiva, eufórica y siempre al ataque, sin complacerse jamás. Hizo todo, además, con el cuerpo de Johan. Lo lamió, clavó sus dientecitos, incluso disfrutó al máximo de la emoción de él, desorbitado los ojos, obnubilándose por completo, perdiéndose en un limbo multicolor, cuando perdió los sentidos por el sexo, vagando en las estrellas, luego que Johan volvió a invadir sus abismos, esta vez con mayor vehemencia que antes, entrando hasta profundidades ignotas para ella misma. -Uuuuu-, gritaba ella, apenas Johan alcanzó la plenitud de sus entrañas. Nancy siguió jaloneándose el pelo, revolcándose en la cama, extasiada, perdida en una neblina mágica de mucha excitación. Ella se sentía una antorcha, una tea inmensa donde chisporroteaba su fuego encantador y mágico. Le encantaba ser esa candela, le gustaba demasiado arder en los brazos de él, sentirse muy suya, invadida por la pasión de Johan, porque disfrutaba, al máximo de su sensualidad. Cuando estuvo en el clímax en las manos de Rijsbergen, desató, entonces, al máximo, su feminidad y su sensualidad y se sintió plenamente sexy, extremadamente deliciosa. -Sí, sí, si, eso, tómame, tómame-, decía, exhalando el sexo en sus soplidos reconocidos, dominados, marchitados por tanto sexo. Se desplomó, entonces, como una piltrafa, como un trapo, sobre la cama, despeinada, los ojos desorbitados, soplando su sensualidad en sus exhalaciones, echando fuego por sus narices y los poros, convertida en cenizas, sintiéndose la mujer más bella y sexy del mundo, adorablemente femenina. -Qué delicia, que delicia, que delicia-, siguió suspirando, desparramada en la cama, sudorosa, lanzando fuego por su boca. Rijsbergen también estaba sudoroso, cansado, sorprendido, igualmente exánime y agotado ante tanta pasión que habían tenido en esa entrega descomunal de pasión y sentimiento. Aún tuvo fuerzas para lamer los pezones emancipados de ella y le pareció gozoso en extremo. -El postre-, bromeó después de tanto sexo febril. -Si, disfrútame-, seguía ella obnubilada por la pasión y de sentirse ampliamente dominada por su amante que la hizo sentirse tan sensual y sexy, como nunca. Johan siguió acariciando sus muslos, tan tersos, lisos, suavecitos, alcanzó a sus nalgas redondas firmes, grandes, deliciosas y ella continuaba gimiendo, sumida en la excitación, naufragando en el idilio de estar poseída por un hombre. -¿Por qué tanta vehemencia?-, preguntó él, sin dejar de lamer los chuponcitos de sus pechos, tan deliciosos y deíficos. -Quería sentirme viva-, respondió Nancy. Era cierto. Esos días de terror, de angustia, de miedo y nervios la habían aplastado. Se sentía sumergida en un mar de pavor que la hacía sentir inútil, tonta, una muñeca inservible. -Estuviste bien protegiendo a Fabiana-, le dijo resoluto Johan. Nancy aún no entendía ese episodio. El balazo había estallado como una explosión y ella tuvo la valentía de abrazar a Fabi, hacer una capa con sus brazos, encofrándola bajo su cuerpo. -Fue instinto-, reconoció al fin después de cavilar un rato. -Los organizadores te han felicitado y Douglas dice que eres policía encubierta-, echó a reír Johan. Schäffer también rompió en carcajadas. -Lo aprendí en la televisión-, contó divertida. Johan acarició el vientre de Nancy. -Es cierto, es tu instinto. Serás una buena madre-, le reveló convencido. A Nancy le dio más risas. -Aún no, en unos años más sí-, dijo. Rijsbergen hablaba en serio. -Quiero casarme contigo, Nancy, tener hijos contigo, que te conviertas en esa buena madre que ya eres-, disparó, entonces, sin dejar de parpadear. Nancy arrugó la frente. -Recién nos estamos conociendo-, le aclaró. -Para mí, esos días han sido suficientes para conocerte bien, saber cómo eres y convencerme que te amo, que quiero vivir el resto de mis días a tu lado, tener muchos hijos y adorarte por siempre-, le dijo. Nancy sabía que Rijsbergen hablaba en serio. Su voz tenía resolución, atildaba sus palabras y acentuaba sus sentimientos. Era muy sincero. -Te advierto que soy muy vengativa, si me engañas o me haces sufrir, te destrozo con mis manos-, estrujó su boquita Nancy. -Jamás en mi vida te haría sufrir-, le respondió él, besando su boca con pasión, con esmero, rendido a los encantos de ella.

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