Espíritus Sagrados

2347 Words
Aleksanteri durmió sin que sintiera las horas pasar. Despertó escuchando el trinar de los pájaros y el suave sonido del viento al mecer las hojas en los árboles. Movió los párpados, recordando a lo lejos de su estado consciente lo que había soñado. Al ver la claridad del sol por doquier y notar a su alrededor imponentes arboledas y florestas, se reincorporó de prisa, mirando bajo de sí el manto verde de la hierba. Se levantó de un salto sin comprender qué había ocurrido durante la noche para despertar a medio bosque. Conocía muy bien las tierras de su pueblo y comprendió que se hallaba muy cerca de la laguna. Caminó sigilosamente hasta llegar al borde de las aguas del cristalino lago. Pero se inclinó a la altura de las rodillas al escuchar una voz suave que entonaba con exquisita belleza un canto hechizante. No muy lejos de él miró una capa oscura y una vestidura femenina hecho un montón sobre la hierba. Su corazón empezó a latir con fuerza, y su respiración a alzarse. Como buen cazador, se mantuvo alerta. Por encima de la laguna a diferencia de siempre algo interrumpía la quietud de las aguas; grandes ondas se dispersaban. Siguió con la vista la oscilación del agua, hasta mirar a una mujer que se bañaba, asomando la espalda al descubierto, deslizándose de su cabeza hermosos cabellos oscuros que flotaban delicadamente en la superficie. Se obligó a inclinar la mirada tragando saliva. Intentó recordar lo último de la noche anterior, pero sus sentidos se alzaron ventajosamente por encima de su razón, hundiéndose la pasión en sus instintos con fuerza. ¿Quién es esa mujer? En el escaso vistazo, había reconocido las ropas y la hermosa figura femenina; se trataba de la misma doncella de ojos encantadores y verdes que lo habían cautivado el día anterior. El calor subió hasta su frente. Se debatía entre su cordura y sus instintos. Súbitamente en ese constante de pensamientos percibió una profunda respiración tras su oreja. «No deseamos daño contra ti» Ante el susurro armonioso y abemolado, quedó desconcertado. Se volvió atrás y sobre una rama no muy alta de un ancho cipariso, miró a una doncella. Su rostro casi celestial al ser bañado por la luz del sol, los rasgos armoniosos y suaves, su cabellera rubia caía con gracia hasta su pecho. Cubierta a modo de vestimenta con pétalos de hermosos lirios, tulipanes y helechos sobre sus atributos femeninos. Las perlas de sus ojos tan claras como el azul del cielo, encantadora como una de las más bellas estrellas. Se irguió, evaluando que la sutilidad y encanto de la doncella al frente. No hubo duda, no presentaba ningún peligro. Notó como el tronco del árbol se movió, casi inclinándose, para dejarla bajar. Contempló un par de piernas esbeltas y largas deslizarse sutilmente hasta pararse, la blancura de los pies inmaculados de la hermosa criatura tocó el forraje. El corazón le latía con fuerza. Inhaló profundo, y aunque quiso moverse sintió las piernas pegadas al suelo. Al dar un vistazo notó que las enredaderas de grandes hiedras le sujetaban firmemente los tobillos al suelo. Ella sutilmente se aproximó a él, pero notó que sus pies casi parecían flotar sobre la hierba mullida. Quiso hablar, pero no pudo emitir vocablo, sentía frío todo su cuerpo; casi congelado. Ella alargó una de sus manos a uno de los mechones oscuros de su cabello. —Guerrero, no te asustes. No busco hacerte daño. Dejaré que hables… Al mirar de tan cerca a la hermosa criatura, notó que sus ojos parecían ser como el cristal. Pudo hablar en cuanto ella dijo la última palabra, como si el aire y la fuerza volviera a él. —¿Quién eres? —La voz le salió casi ahogada. —Habito en la naturaleza libremente. Pocas veces hombres como tu pueden vernos. La fuerza de tu espíritu ha sido forjada con una habilidad, estás hecho para convivir con nosotros y vernos. —¿Por qué dices eso? ¿Qué quieres de mí? Ella mostró una tierna sonrisa sin dejar de juguetear con su cabello. Por un momento el gesto le pareció más maternal que seductor. —No deberías temernos. ¿Has venido a buscar algo a nuestra morada guerrero? Nunca se sintió tan atolondrado y con la mente hecha un nudo. —¡Basta! Ustedes buscan mi demencia. ¡No puede ser verdad! —Se quejó él cerrando los ojos. —Te equivocas, te hemos elegido y deseamos sinceramente que no perezcas. Vuelve y vete antes de que ella sepa de ti. Al abrir los ojos se hallaba al lado de varios arbustos, cuyos brotes más altos tocaban la corteza de un roble. Parpadeó un par de veces, mirando al frente la cabaña donde solía dormir. No pudo quedarse con la mente a punto de explotar, con pasos largos se dirigió al templo. La antigua construcción se escondía en una pequeña cueva hecha de piedras por encima estaba forrada con maderos y la hierba crecida. Halló vacío el lugar, mirando como la luz del sol entraba desde el otro extremo. Su vista quedó fija luego de sentir el sol sobre su espalda. Escuchó pasos. —Aleksanteri, has despertado tan temprano como de costumbre. Se volvió de inmediato reconociendo la voz del godar. —Tengo una pregunta. ¿Los espíritus sagrados pueden convertirse en mujeres? Él se volvió, seriamente. —Pueden. Eso alivió un poco la tensión que le apretaba los pensamientos, al menos no estaba tan loco. —¿Es permitido unirse a una? —No, está prohibido, Aleksanteri. Por durante mucho esos bellos espíritus han existido, pero no es posible. Ninguna de ellas acepta quedarse con un hombre para dejar su inmortalidad. No son como nosotros, en su naturaleza no conocen dolor, ni la penuria de tener hijos. Esa necesidad es puramente nuestra. Aleksanteri inclinó la vista, comprendiendo el sentido de la advertencia de la criatura del bosque. Supo que quizá la dama de ojos verdes, representaba a alguien que jamás podría pertenecerle. Al notar el godar la cara de preocupación en Aleksanteri, sonrió. —¿Te has encontrado con una? Él elevó la mirada, sin dejar de pensar en lo que había ocurrido en el bosque. —No lo sé, creo que ya estoy perdiendo la cordura. Pero el godar mantuvo el buen ánimo y la gran sonrisa. —No temas, hijo. Puedes decírmelo, no eres el primero que miraría a alguna. Él respiró profundo. —Son tan reales que ya no hallo diferencia entre un espíritu sagrado y una mujer de carne y hueso. —Sé que son muy bellas, son los espíritus más puros que puedan vivir entre nosotros, pero no son mujeres tal cual, aunque lo parezcan. Son muy pocos los elegidos por ellas, saben muy bien a quien le permiten mirar—El godar le tocó un hombro manteniendo un gesto alegre. —No deberías temerles. Si has tenido la fortuna de encontrarte con alguna, siéntete contento. Son muy pocos los hombres que han tenido tal privilegio. Pero no olvides que todas ellas no saben de lo que tú y yo sentimos en la piel, es decir, no saben entender las pasiones. Tu mente será el reflejo de lo que ellas puedan de ti entender. —No tiene sentido. ¿Por qué se ven como una mujer? ¿Por qué eligen a un hombre para verles? —Posiblemente es algo que no ven en tu cuerpo, sino en lo profundo de tu espíritu. Aleksanteri siguió en completa seriedad, meditando cada palabra. —¿Ellas pueden conocer el destino de un hombre? —Es muy probable. Quizá ellas pertenezcan a la misma larga vida que hay en las estrellas, o en el sol, cuya existencia ha surgido desde antes que la vida quiso ser vida en esta tierra. Sintió unas palmadas sobre la espalda. —La próxima vez que las veas, sonríe. Sé amable. Llévales una ofrenda y no permitas que tus instintos por poseer te dominen o jugarás con algo que terminará en una pérdida inevitable.  Aleksanteri no pudo ocultar su desconcierto al elevar la vista. —¿Qué podría perder? —Lo más grande que se te ha otorgado: tu vida. Que no te espante hallarte con una nueva encomienda. Al lado de un pequeño altar dejó un cuenco de madera con pétalos de flores silvestres. Con una ancha sonrisa el godar dejó el templo. Aleksanteri miró que el sol se alzaba con fuerza por una de las aberturas en la piedra. Se dispuso con el corazón alegre a mirar la luz que se filtraba hacia el altar. En silencio, cerró los ojos sintiendo como el viento le tocaba la piel y le revolvía los cabellos. Respiró hondo comprendiendo que no podía seguir temiéndole ni a los espíritus sagrados ni a los cuervos que se aparecían casi siempre para mostrarle su destino.  —No busco mi paz, sino la paz de los míos que es la propia. No ansío la fuerza para hacer la guerra, sino para seguir vivo. Muéstrame pues ¡oh sabio guerrero y ancestro qué es lo que debo entender cuándo Huginn y Muninn se aparecen en lo que mis ojos ven! —Susurró, sin abrir los ojos.  En lo hondo de sus pensamientos, aunque seguía despierto sintió mirarse dentro de un sueño. Claramente reconoció un alto fortín tan blanco como la tiza, y un caballero que en lo alto de las murallas mostraba un gesto alegre teniendo en manos una lanza de cristal. Sus ojos se fijaron más en la lanza que en cualquier otra cosa, la cual fue tomada con cierta fuerza por el caballero de cabellos rubios cenizos que la sostenía, hasta dar con la punta de la asta un golpe en tierra. El golpe produjo un resplandor que se movió por todo el fortín hasta dispersarse sobre el manto verde de la hierba, miró a los cuervos alzarse en vuelo hasta ir a toda prisa a donde él estaba, uno y otro se posaron en sus hombros. De pronto todo se volvió inestable y un fuerte mareo le obligó a abrir los ojos. —Hasta que te encuentro. Miró a Braneida mirarlo fijamente. —Haakon te ha buscado por doquier, pero no te halló. Pensaron que habías sido arrebatado por las criaturas de anoche, pero Gunnar explicó que él mismo te había acompañado a tu lugar de descanso y que estabas sano y salvo. Pero ya los conoces, están dispersos, buscándote en el bosque sagrado desde hace un rato. Aleksanteri la miró fijamente, asintiendo con la cabeza en señal de comprender. Intentó no ver a su antigua compañera de batalla con tanta curiosidad, pero no pudo evitar que sus ojos notaran que aquel vientre que era plano y liso ahora tenía una barriga bastante crecida. —Te lo agradezco, Braneida. Pasó a su lado dispuesto a salir y hablar con Haakon. Pero escuchó la voz de Braneida dirigirse a él. —¿Puedo preguntarte algo? Él se volvió a ella. —Puedes. —¿Es cierto Aleksanteri que, al volver tu padre, dejaremos estas tierras? —Es necesario. Necesitamos asentarnos en un lugar donde hallan más recursos. —¿Estás seguro que no es por la ambición de conquistar nuevas tierras? Él se mantuvo en completa seriedad, pensando muy bien antes de hablar. —No es algo que dependa de mí, no te puedo responder algo que conlleva decisiones de otros. Pero ella sonrió, mirándole con ternura. —Entiendo. Aleksanteri muy interiormente percibió una incomodidad que no pudo comprender. Con ella había compartido más que batallas y la gloria del triunfo a lo largo de su vida de guerrero. Habían sido muy buenos amigos y en la intimidad de una habitación entregarse con las fuerzas que sus cuerpos pedían. —¿Estás casi en fecha de dar a luz? —Preguntó él. —Sí ya casi. ¿Quieres tocar? Pero al notar Braneida a Aleksanteri un poco nervioso y aturdido, prefirió tomar su mano y colocarla sobre su vientre. Él notó un leve movimiento. Alzó la mirada y Braneida sonreía. —Estoy segura que es un niño. —Sí, parece fuerte. —Dijo él apartando su palma. —Espero que sea tan valiente como tú. —Sí, eso espero. Aleksanteri inclinó la vista y dejó el templo yendo a grandes pasos al bosque sintiendo como esa incomodidad crecía dentro de él con fuerza. Por un momento quiso preguntarle otras cosas que lo rondaban interiormente, pero prefirió callar. Braneida se había unido a otro hombre; a uno de sus mejores compañeros de batalla, y él no podía interferir. No fue necesario volver a recorrer el bosque, se adentró un par de pasos encontrándose con Galt. Rápidamente todos se reunieron dejando la búsqueda. Aleksanteri mantuvo conversación con Haakon por largo rato, para luego ir de cacería. Por la tarde como era lo habitual cuando no había batalla se dedicaron a trabajar en la forja hasta tarde. Por la noche, Aleksanteri comió y bebió con sus hermanos, hubo combates amistosos entre varios para probar las nuevas espadas y lanzas. Pero pocos de ellos usaban las Ulfberth con un acero del cual sólo el godar disponía; ya que le era dado por el mismo Odín el cual hacía brotar de la tierra con la ayuda de los imperecederos elfos. Él elegía a quien dar tal acero. Entre ellos, Aleksanteri, Henryk y Haakon. Mientras varios combatían Aleksanteri miró el fuego. Su mente viajó en el tiempo, recordando el día que su padre le pidió ir al bosque para convertirse en un guerrero valiente Ulfhednar. Según el ritual debía enfrentarse a la furia de un oso, y había sobrevivido. Desde entonces su instinto guerrero estaba alerta y fusionado con la fuerza del espíritu de ese oso. Volvió en sí cuando Gunnar lo invitó a combatir. Volvió a la cama, cansado. Pero al entregarse al descanso, soñó. Una mujer había llegado a su lecho a dormir entre sus brazos. Y pensando en eso había despertado casi de un salto, pues todavía notaba la real sensación de haber tenido a alguien consigo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD