Cuando me comprendas

1939 Words
No pudo haber sido peor. No pudo haberse empeorado el momento. Ana salía tomada de la mano junto con su novio: él, el profesor que me gustaba, Alex. Estaba intentando no verlo desde el primer día que intenté lanzarme del puente. Pero ahí estaba, deteniéndose con su novia en la recepción para despedirse del repertorio de chismosos que siempre echaban raíces ahí. Pasaron por completo de mí, no se despidieron, y yo comencé a sentir que mi cara era pintada con colores de payaso. ¡Me había preocupado porque ellos me vieran y ni si quiera se habían dado cuenta que yo estaba ahí!; faltaba poquito para que se olvidaran de que existía y yo haciéndome drama… Lo peor es que sonreí sin pensar, fue un movimiento involuntario; ya mi cuerpo estaba acostumbrado a hacerlo. Pero me sentí como una idiota, la imbécil que estaba estorbando en el lugar. Acomodé mi bolso en mi espalda, decidida a marcharme sin importar que Alejandro no hablara conmigo, después le inventaría una excusa barata y así me salvaría de aquel momento desastroso que me estaba atrapando. Pero no, esa era una salida demasiado fácil. Alejandro hizo su aparición como siempre, a esa misma hora, en esos mismos minutos en los que siempre solía llegar para despedirse de todos. Pero esta vez no los observó a ellos, sino a mí. Pude sentir una de sus manos posarse en mi espalda, como si me estuviera comunicando que me fuera con él, después, con un movimiento de su otra mano, se despidió de manera general de todos. Y claro, los allí presentes quedaron sorprendidos, concentrando su mirada en nosotros. Fue la primera vez que tuve la atención de Alex en mí y eso de cierta forma me revolvió mis adentros. Bajé por un momento la mirada hasta mis manos y noté que seguía llevando la bata rosada puesta. Rápidamente quité mi bolso de mi espalda y, de manera torpe comencé a sacarme la bata. —Te ayudo —se ofreció Alejandro y tomó mi bolso. Cruzamos la puerta principal mientras yo me terminaba de quitar la bata y la apreté con fuerza en mis manos mientras sentía mi respiración contenerse. Reaccioné y le quité de forma gentil mi bolso a Alejandro. Comenzamos a caminar hacia la salida del centro de desarrollo, bajamos tres peldaños anchos antes de llegar al pequeño pasillo de baldosas rojas adornado a ambos lados por los grandes jardines. Alejandro abrió la puerta del gran portón blanco y me dio paso. Para este momento ya yo sentía mi cuerpo tensionado, ¡¿qué era lo que quería hablar conmigo?! Caminamos por la calmada calle ancha llena de árboles de mango y robles, sintiendo el frescor de la brisa. Nuestros pasos poco a poco se fueron coordinando y caminábamos con nuestro propio ritmo. Sabía que Alejandro no iba a tomar iniciativa para decirme el por qué me había pedido que lo esperara. Aunque yo tampoco quería ser quien se dignara a hablar, ya que, prefería quedarme con la duda. Y así caminamos hasta llegar al puente. Me parecía raro, porque Alejandro tenía moto, así que él no tomaba el bus para llegar a su casa. ¿Qué era lo que estaba tramando? ¿Acaso quería que estuviéramos lejos del centro de desarrollo para poder hablar conmigo? Fue incómodo pasar por el puente donde un día antes él me había rescatado. Pude notar cómo se le fueron los ojos cuando pasamos por el lugar exacto donde yo me había intentado lanzar. Y entonces llegamos hasta la parada de bus, ya para ese momento me estaba preparando para lo peor, ya en mi mente estaban diferentes películas de lo que me diría. Mis labios temblaban por la crisis de ansiedad que estaba teniendo en aquel momento. Alejandro era mucho más alto que yo, le llegaba hasta el hombro, así que lo veía imponente, con esa barba en forma de cantado bien definida, su pecho grande, sus ojos marrones oscuros y su cabello n***o liso perfectamente peinado hacia atrás. Ya lo imaginaba regañándome con su voz gruesa, llamándome loca y que no me volviera a aparecer por el centro Rousseau. Pero se sentó en la banca, después de un minuto yo hice lo mismo. Veíamos los autos pasar de un lado a otro en la avenida, el sonido de los motores y el chillido de los vehículos al frenar, era nuestro único ruido. Pasé saliva y traté de quitarles algunas arrugas a mi bata que reposaba en mis piernas, observaba detenidamente las bolitas blancas pequeñas, que, curiosamente, se habían vuelto más interesantes que cualquier otra cosa.  Maldecía que justamente en ese momento mi ruta demorara tanto en pasar. Qué momento más incómodo… . —¿Y qué pasó al final? —preguntó Gabriel al otro lado de la línea. —Nada, me avisó cuando vio que llegó mi ruta, se levantó, le hizo señas con una mano para que el bus se detuviera y yo sin pensarlo dos veces me subí y me fui —respondí con tono aburrido—. No fui ni capaz de despedirme. —Che, Lily, ¿te das cuenta que lo que quería era cuidarte, para que no intentaras volver a lanzarte del puente? —Preguntó Gabriel—. Estaba preocupado por ti. Pestañeé dos veces y observé las paredes blancas de mi habitación. —Vos pensando que te iba a pedir que renunciaras a tu trabajo y él en lo único que pensaba era en que, si te ibas sola, podrías volver a intentar quitarte la vida —repuso con un tono serio—. Mi punto con todo esto es que, Lily, no todas las personas creen que estás loca, seguramente hay muchas personas a tu alrededor que te quieren y se preocupan por ti, pero como tú estás tan cerrada en ti misma, no tenés la capacidad para verlo. Mis labios volvieron a temblar, pero esta vez por el hormigueo en mi garganta, que me anunciaba las fuertes ganas que tenía de volver a llorar. Yo estaba convencida de que me encontraba sola en el mundo, que no había ni una persona que se preocupara por mí. De hecho, para mí, la mayoría de las personas que me rodeaban yo les desagradaba o creía que no les importaba en lo absoluto, que no era para nada interesante para otras personas. —Lily —me llamó, dejó salir un suspiro de los tantos que había soltado a lo largo de nuestra llamada—. Tenés que enfrentarlo, hablá con él y explicále lo que pasó, lo sentás y le decís: “mirá, fulanito… —Se llama Alejandro. —Bueno, ese, Alejandro. Yo no quería lanzarme ese día del puente, técnicamente, al principio sí lo pensé… No, omití eso, vos no podés decirle que sí, porque te vas a contradecir —soltó una pequeña risita—. La cosa, para no seguir yéndome por la tangente, es que le vas a decir que tú sí tenés un problema, pero eso no te hace menos que tus compañeros, porque tú eres una chica muy profesional que nunca va a mezclar su trabajo con lo laboral. Y es que, Lily, si tú lo enfrentás, le hablás con seguridad, él va a notar que te preocupa tu trabajo y que eres más que apta para tu puesto como profesora. ¡¿Po-por qué el que sufras de depresión te haría menos persona que una que no lo sufre?! No es por nada, pero he visto a muchas personas que están muy bien de salud mental y son malísimas en su trabajo, en cambio, hay personas como vos, que están mal por dentro, desgarrándose y son buenísimas en lo que hacen, porque saben que, si lo hacen mal, estarán peor, por eso se sobre exigen, y eso no es que esté bien, pero los hacen más competentes. En cambio, alguien que está bien, muchas veces se estanca, porque lo que hacen no le costá tanto que alguien que todos los días debe levantarse con una carga sobre sus hombros como lo es la depresión. …Lily, vos sos inteligente, una chica que se nota que es muy madura, no tenés por qué sentirte así, dejar que alguien que únicamente porque será el próximo coordinador, te intimide. Además, el chavón te acompañó hasta la parada de bus, seguramente quería hablarte del tema, pero habrá pensado que ya estabas lo suficientemente incómoda o mal como para que te tocaran el tema. Por eso es que debes ser vos la que tome la iniciativa y lo hablés, para que las cosas queden claras, ¿entendés?   Froté mi rostro con una mano, sentía que mis intestinos se estaban retorciendo, y las ganas de vomitar me generaba un desagradable malestar que me ahogaba el pecho. —Gabriel, es… Me voy a ocupar —mentí, antes de que se quebrara mi voz—, seguimos hablando. Lo siento. —Ah… vale, vale, tranquila —se notó que lo tomó fuera de base—. ¿Mañana me hablás y me contás cómo terminó todo? Bueno, si es que logras hablar con él. —Ah… claro, claro. Sí… Mentira, no le iba a hablar. Y seguramente no le volvería a hablar por más de una semana. ¿La razón? Lo último que dijo sentí que me pateó en mi inseguridad. Ahí estaba otra vez, el muro comenzaba a crearse entre Gabriel y yo. Él se había dado cuenta de una de mis mayores vergüenzas y miedos, de mi percepción de las otras personas hacia mí: mi fobia social. . Esa noche no pude dormir bien pensando en lo que había dicho Gabriel. Sabía que tenía razón, que me tocaba hablar con Alejandro para ver qué tanto estaba peligrando mi trabajo ahora que él sabía mi secreto. Lo bueno es que, al despertarme ese otro día, tenía la tranquilidad de saber que era viernes, eso me decía que podría descansar el sábado y domingo en mis zonas de confort: los libros, mi habitación no habitada por mi hermana porque prácticamente nunca estaba en casa y… el tejado, donde tenía la vista de casi toda la ciudad. Ese viernes no tenía clases, pero sí debía quedarme haciendo algunos trabajos que debía entregar, de paso también adelanté otros para poder tener más descanso el fin de semana. Ya para el medio día, después de almorzar, me dirigí al trabajo, sintiendo que mi estómago revolvía la comida con intención de hacerme vomitar en cualquier momento. Me sentía más tímida que nunca, con mucha ansiedad, no quería ver a Alejandro, no sabiendo que podría tomarme desprevenida en cualquier momento. Mis manos sudaban frío mientras iba en el bus, y también me sentía mareada por la hiperventilación, haciendo que mi rostro estuviera un poco pálido. Al bajarme del bus y comenzar a caminar hacia el centro de desarrollo, podía sentir mi corazón palpitar como un loco desesperado. Tanto fue mi ansiedad que tuve que detenerme en una esquina antes de llegar al centro, recostar una mano a un poste y hacer ejercicios de respiración para poder calmarme. Y comencé a llorar. Mierda… la ansiedad se estaba saliendo de control. El mareo se volvió más fuerte. Las lágrimas salían de mis ojos con más rapidez. Limpié las lágrimas con rapidez e inspiré profundamente. Hiperventilación. Mareo. Manos temblorosas. Más lágrimas. ¡Debía calmarme! ¡Podrían verme teniendo un ataque de ansiedad! No… si pensaba en eso podría terminar en un ataque de pánico. ¡Vamos… Lily, cálmate! —¿Rousse? —escuché que llamaron cerca de mí. 
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