20 de enero de 1920
Daisy
-Parece que las noticias sobre el hijo de los Hamilton vuelan rápido.
Los ojos de Daisy se pasearon alrededor de la cafetería antes de llevarse la taza de té a los labios. El sabor del típico té inglés golpeó dentro de su boca mientras volvía para mirar a Janet.
-¿Cuál de ellos?
Janet le sonrió.
-El mayor de los Hamilton, Rafael.
Su cerebro casi se desconectó al instante. No era que se llevara mal con Rafael, sin embargo, su interés solía viajar más hacia James, el segundo hijo. Ella volvió a tomar una vez más de su taza antes de lamer su labios y tomar una galletita que tenía frente a ella.
-¿Qué ha pasado? -preguntó sin mucho interés.
-Dicen que su padre está planeando conseguirle una esposa.
Ella la divirtió. ¿Rafael casado? Lo más seguro era que el infierno se congelara antes de que eso sucediera. Rafael solía ser un alma libre. Un pobre enamoradizo que había renunciado al amor después de tantas equivocaciones.
-¿Se sabe quiénes son las posibles candidatas? -preguntó tomando otro poco más de té.
-Por el momento, no -respondió y se inclinó un poco más hacia ella-. Sin embargo, corren rumores de que el hecho de que su padre busque esposa para su primogénito ha provocado que el segundo hijo empiece a buscar también pareja.
Daisy casi se atragantó con lo que estaba bebiendo.
-¿¡Perdona!?
Janet pestañeó, divertida. Y abrió la boca para intentar hablar, no obstante, las palabras nunca llegaron a salir de sus labios. En su lugar, su atención se desvió hacia otra cosa.
-Escuchas bien, mi buena amiga -dijo una voz ronca y masculina, detrás de ellas-. James Stuard Hamilton busca esposa.
Daisy se giró repentinamente hacia el tercer hijo de los Hamilton. Sus ojos pestañearon, mientras veía la sonrisa socarrona y divertida de Gideon. Decir que le sorprendía encontrarlo ahí, sería mentir, teniendo en cuenta que conocía de su predilección por Janet.
No obstante, había cosas más importantes en ese momento, que preocuparse por su aparición.
-Dime que estás bromeando.
La sonrisa de Gideon se amplió.
-Me encantaría, mi querida Daisy -respondió y tomó una galleta para llevársela a la boca-. Sin embargo, me temo que lo que te estoy diciendo es verdad. James está buscando una esposa para asentar cabeza.
El pánico se instaló rápidamente dentro de ella, al tiempo que todas las alarmas en su cabeza saltaban una detrás de otra. James no podía estar buscando esposa. No cuando ella todavía no le había dicho lo que sentía por él.
Maldición. Ni siquiera había tenido la oportunidad de ver esto.
James era tan serio y distante que prácticamente era imposible pensar que algún día se pararía para buscar esposa. Bueno, en realidad, sabía que ese momento algún día llegaría, sin embargo, no esperaba que fuera tan pronto.
-Daisy, ¿estás bien?
La suave y dulce voz de Janet, la sorprendió. Ella pestañeó repetidamente hacia ella antes de saber qué decir.
-Sí, solo estaba pensando.
Gideon apartó una silla de la mesa de al lado y se sentó entre ambas mujeres. Daisy no se perdió la mirada de molestia que le dirigía Janet, mientras él le sonreía con una gran sonrisa abierta.
-Señor Hamilton, si no le importa, preferiría que se marchara en este momento -le dijo Janet.
Eso le hizo perder la sonrisa al hombre.
-¿En serio quiere que me marche, señorita Dawnson? -preguntó con sorpresa-. Yo, quien humildemente le ha contado a mi gran y buena amiga, Daisy, las intenciones de mi hermano mayor, ¿debería marcharse?
El pecho de Janet se hinchó mientras le dirigía una dura mirada al pelirrojo. Los ojos de Gideon se detuvieron en su escote, antes de que la dura voz de Janet lo hiciera mirar de vuelta hacia arriba.
-Exactamente, señor Hamilton, quiero que se marche.
Gideon volvió a sonreír.
-No lo dices en serio.
Las mejillas de Janet se sonrojaron, y no precisamente por vergüenza. Daisy podía ver la clara ira reflejarse en los finos rasgos de su mejor amiga.
-En realidad, pienso que yo debería de ser la que debería marcharse… -murmuró.
No obstante, Gideon parecía haberla escuchado porque, sin voltear a mirarla, respondió:
-Esa es una idea estupenda, Daisy. James se encuentra en este momento en su casa, deberías aprovechar e ir a buscarlo.
La sutileza con la que él la estaba echando era prácticamente inexistente al lado de su descaro. Ella trató de no pestañear de la incredulidad cuando lo miró. La boca de Janet volvió a abrirse, preparada para decir algo, no obstante, cualquier cosa que fuera a decir, decidió guardársela para sí misma.
Sinceramente, Daisy no se sentía muy preocupada ante la situación que estaba presenciando. Ella era muy consciente de los sentimientos de Gideon hacia Janet; y de cómo ella lo aborrecía. Prácticamente aquella situación era el pan de cada día entre ellos.
Sin embargo, le sorprendía considerablemente, la facilidad con la que Janet parecía no darse cuenta de los sentimientos que sentía el joven Hamilton hacia ella.
Sin esperar alguna palabra más por parte de ellos. Daisy se levantó de su asiento y recogió su bolso, con la intención de salir de allí. Los ojos alarmantes de Janet se dirigieron hacia ella al instante, como si el embrujo que había sentido hacia Gideon hubiera desaparecido en el momento en el que ella decidió levantarse para marcharse.
-Daisy, ¿a dónde vas?
Ella se humedeció los labios antes de hablar:
-Necesito pensar un poco antes de hablar con James.
Gideon giró la cabeza para mirarla.
-¿Piensas presentarte como candidata, querida amiga?
Daisy suspiró.
-Me temo que primero tendré que hacer que James se dé cuenta de qué soy una mujer.
Los ojos azules de Gideon la recorrieron de arriba abajo, antes de volver su atención a su rostro.
-No creo que eso sea precisamente difícil, Daisy.
Janet jadeó frente a ellos.
-¡Señor Hamilton! -exclamó con sorpresa.
Él simplemente se encogió de hombros.
-Solo digo la verdad -replicó-. Cualquiera que tenga ojos, podrá ver claramente que es una mujer. Lo que tiene que hacer es que James solo pueda verla a ella.
Janet se cruzó de brazos, airada.
-¿Y cómo conseguirá eso? Según su opinión.
Gideon se encogió de hombros.
-Me temo que eso ya permanece fuera de mi alcance. Mi hermano es tan estoico y raro, como una liebre cazadora. Único en su naturaleza y difícil de comprender, en mi opinión.
Las cejas de Janet se arquearon.
-¿Una liebre cazadora?
Él le sonrió.
-¿Eso es lo único con lo que te has quedado de todo esto?
Vale, definitivamente, ninguno de los dos la estaba ayudando realmente. Janet abrió la boca para responderle, pero ella decidió que lo mejor era interrumpirla antes de que comenzaran a discutir de nuevo entre ellos.
-Bueno, si no tienen mucho más que decir, yo me marcho.
Los ojos azules de Gideon relampaguearon hacia ella antes de volver su atención a Janet.
-Por supuesto -aseguró-. Ya me contarás tus avances, cuñada.
No podía negar la satisfacción que sentía al escuchar las palabras de Gideon. De alguna forma, se sentía como una fuente de apoyo y aprobación hacia ella.
Con un nuevo propósito dentro de ella, se dispuso a salir de la cafetería y regresar a casa. Si quería que las cosas salieran bien, tendría que planearlo todo con antelación. Y, para ello, necesitaba actuar con calma y conciencia.