Las Navidades con los Hamilton siempre habían sido extremadamente divertidas para Daisy durante su niñez. El olor de la nieve recién caída, el frío que enrojecía sus mejillas; y, sobre todo, como olvidar los juegos que compartía con los hermanos de la casa Hamilton.
James era el más serio de todos. Principalmente, porque Leonard era un bebé de apenas unos pocos meses y los gemelos tendrían a ser demasiado bromistas a sus casi cuatro años.
También estaba Rafael, el mayor de los cinco, primogénito de Elliot y Layla Hamilton y, evidentemente, hermano mayor de James; sin embargo, él tendía a ser más extrañamente enamoradizo con respecto a sus niñeras y doncellas e incluso con las jóvenes damas que con las que compartía su tiempo de juego.
Por su parte, ella prefería a James. Lo que muchos habrían dicho que era frío y distante, ella lo encontraba sereno y relajado. Él siempre había sido distinto de ella, a quien muchos solían decir que era viva y despistada.
Además, le gustaba el hecho de que nunca preguntara demasiado. James no la cuestionaba y le tenía paciencia dónde muchos la habían dado por perdida.
Él le gustaba.
James le hacía sentir pequeñas mariposas en el estómago cuando lo veía. Era raro, pero agradable y le gustaba estar cerca de él. Era lo que muchos llamaban su primer amor. Algo pasajero, espontáneo y de lo que pronto se olvidaría.
No obstante, aquel no había terminado siendo el caso.
James había sido mucho más que su primer amor.
Durante años, Daisy había sentido una profunda admiración hacia él. Le había atraído su inteligencia y la seriedad con la que analizaba las cosas. Él consideraba que algo era o no importante a partir de una rigurosa inspección. Muy diferente de ella, quien tendía a ser más alocada e impulsiva.
Quizá, por eso mismo fue el por qué comenzó a idear un plan tan loco como ese.
Los rumores de que el segundo hijo de los Hamilton estaba buscando esposa habían viajado como la espuma. Por eso y mucho más, ella estaba dispuesta a ser una de las candidatas para el puesto. Sin embargo, James no la veía de esa forma.
Para él, era evidente que ella no era una candidata para la posición de esposa.
Así pues, y con la ayuda de la rapidez con la que viajaban los rumores a través de Londres. Ella comenzó a trenzar y llevar a cabo el plan maestro de todos los planes:
1) Hacer creer a todo Londres que James ya tenía prometida, es decir, ella.
2) Alejar a todas y cada una de las posibles candidatas de los ojos de James.
3) Secuestrar a James.
Convencer a James de que ella era la mujer perfecta para él.
Era todo o nada. Ganar o perder.
Y ella estaba muy dispuesta a ganar esta guerra. Solo tenía un deseo.
Un único deseo: el de ganarse el corazón de James Hamilton.