—¿Asique no has sabido nada de la muchacha?— preguntó Ramiro antes de beber de aquel vaso. —No. Simplemente desapareció. Es una cagada, ya no sé dónde buscar — se desesperó el italiano despeinado su oscuro cabello. Mantenía con todas sus fuerzas las ganas de decirle a Ramiro lo que sucedió la noche anterior con Nicolás, para que su primo le diera una buena lección al cantante de porquería que había lastimado el corazón dulce de Lucía. Pero ella le pidió que no, que guardara el secreto, y él, a regañadientes, iba a cumplir. —Ramiro — José entraba a su oficina, sin golpear la puerta para anunciarse, ¿después de todo qué importaba que esa fuera la puta oficina de su jefe la que pisaba, no?. —Golpeá — gruñó mirándolo con odio. —Sí, sí. Escuchame. Vino Nicolás, dice que desde hoy ya no vien
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