Emma Hernández
—"Señor gruñón"– digo mentalmente cuando la Sra. Clavel se acerca hasta a mi pidiendo su capuchino de siempre.
Lo dejo con la palabra en la boca y dirijo toda mi atención hacia mi clienta favorita.
Sé por la mirada que me da que quiere replicar lo del caramelo, pero simplemente ya no me apetece discutir con él.
Así que me alejo con mi mejor sonrisa para continuar con mi trabajo.
Aún con su cara de furia y descontento total lo mete en el bolsillo de su chaqueta para llevarlo.
Sonrío como una boba cuando lo veo alejarse y volver la cabeza para dirigirme una última mirada antes de subir al auto.
—¿Cómo alguien como él que parece tenerlo todo en la vida puede transmitir tanta amargura con su presencia? – me pregunto mientras preparo el pedido.
Y esos ojos tan hermosos color olivos que intenta transmitir arrogancia son sólo dos fuentes de profunda tristeza, lo sé. Ellos me dicen algo muy diferente a lo que me intenta decir su voz.
Tiene un aura triste que lo rodea y por alguna razón se me aprieta el corazón cuando está cerca de mí.
Cuando intentaba menospreciarme en el momento que lo atendí, sentí unas ganas enormes de abrazarlo. Tal vez sólo necesita alguien que le brinde un poco de afecto al igual que yo.
Durante muchas horas me quedo pensando en lo que sucedió con mí gruñón anónimo.
Sé que parezco una loca pensando en alguien que sólo vi una vez, pero por alguna extraña razón no puedo sacarlo de mi cabeza.
—¿Pensará también él en mí? —me pregunto internamente. —¿Querrá verme otra vez después de éste encuentro no tan agradable entre nosotros? – sonrío ante las ocurrencias que pasan por mí mente.
— Seguramente no —me contesto a mí misma en un gran suspiro.
— Emma, tu hora ya terminó — interrumpe mis pensamientos Don Jorge —Puedes irte a casa cuando quieras. ¿Por qué no le pides a Josh que te acompañe? Ya es muy tarde para que andes sola por esas calles oscuras – insiste con cara de preocupación.
— No se preocupe por mí, estoy acostumbrada –digo mientras tomo mi mochila y me dirijo rápidamente hacia la salida.
Hoy me toca correr al igual que todos los días, y como tengo que hacerlo por casi veinte calles es mejor darme prisa o sé que lo lamentaré después. Sólo pensar en lo que me espera al llegar a casa me pone triste.
Prefiero evitar su disgusto sólo por hoy.
Mientras me encamino pienso en mi madre, la extraño tanto y más en días como éste que parece que todo se complica.
Una solitaria lagrima cae por mi mejilla y me pongo nuevamente nostálgica por su partida.
— Te amo Mami –digo al llegar al portal de la casa y sin mucho ánimo de entrar.
Sé que ella me protege desde donde esté y eso me da valor para lo que me espera aquí adentro.
—¿Dónde mierda estabas? —escucho sus gritos al abrir la puerta e imagino por su tono que está totalmente ebria.
No le contesto. Sólo agacho la cabeza, cierro la puerta y me dirijo hasta la cocina dónde me espera las labores de siempre.
—¡A ti te hablo, mocosa estúpida! –escupe con rabia a mi espalda.
Me desespero.
—¿Conseguiste el dinero que te pedí? ¡Dámelo, ahora! – tiende la mano moviéndola impaciente. —¡Vamos, dámelo!
— Lo siento Tía, no sé de qué dinero hablas —contesto y siento un golpe seco en la mejilla que me arde al instante.
—¿Al menos sabes que nos quedaremos en la calle? ¡Dime! ¿Lo sabes? Ésta casa es lo único que tú y yo tenemos ESTUPIDA. – grita cerca de mi cara para al instante darme otro golpe.
Empiezo a llorar. Es lo que siempre hago. No consigo entender por qué me pasan estas cosas, que cosas pude haber hecho tan mal para que todo esto me pase.
¿Por qué me odia tanto?
¿Que hice para merecer todo esto?
Aprieto mi rostro con fuerza y vuelvo a pensar en la sonrisa de mi madre. Su recuerdo es lo único que me da fuerzas para seguir, aunque a veces sólo quiera darme por vencida.
—Sólo tú puedes recuperarla, ¿Es que no lo entiendes todavía? Al menos para eso debes servir — grita desesperada caminando por toda la cocina y tropezando con todo a su paso.
—Lo haré Tía – contesto entre sollozos. —Solo dame más tiempo y veré qué puedo hacer.
— ¡Promételo por la memoria de tu madre que lo dio todo por ti! — dice agarrada a mis hombros zarandeándome con fuerza. —Vamos, Emma, promételo.
Siento su aliento a ron chocar con mi rostro y sólo puedo asentir una y otra vez con mucho miedo de que sea peor si no lo hago.
Mi madre adoraba ésta casa, lo sé perfectamente y hare lo que esté en mí alcance para no perderla.
Es el único recuerdo que me queda de mis abuelos y aunque no vivíamos anteriormente acá por las diferencias que había entre mí madre y la Tía Elena, sé del aprecio que le tenía al igual que yo.
Entre sollozos y sollozos me abrazo con fuerza como intentando contenerme a mí misma.
—¿Qué hago Mami? – pienso una y otra vez. —Muéstrame el camino, por favor.
Salgo corriendo apenas me da la oportunidad y me refugio en mi habitación como todas las noches y dejo que las lágrimas caigan.
—¿Algún día podré ser feliz? – no puedo evitar pensar mientras caigo sentada en la cama.
Tomo la fotografía de mi madre que tengo en mi buró y la abrazo con fuerza y vuelvo a llorar, ahora con más fuerza.
Teníamos tantos sueños juntas pero el destino se empeñó en demostrarnos que no siempre lo que deseamos se puede hacer realidad.
Me la arrebató cuando más necesitaba de ella y cruelmente la vida me está enseñado que estoy sola, ¡sola!
Me quedo ahí durante horas llorando hasta desahogar mi dolor.
Me dirijo a paso lento frente al espejo y sé que lo que veré no es más que una niña asustada con los ojos hinchados y una cara llena de moretones. Y es así. Así me siento por fuera y por dentro, rota de mil maneras.
Mañana toca mentir nuevamente sobre mis labios partidos y sé que ya nadie me creerá que me caí o me tropecé con algo por torpe.
Expulso el aire de mis pulmones con un fuerte suspiro y sólo me queda resignarme a lo que me espera.
Lo único seguro es que tengo que averiguar lo de la finca y solucionarlo antes de que se complique de más.
— Ayúdame Mami... – digo mientas miro su fotografía y no pierdo la esperanza de que mañana las cosas mejoren para mí.
Carlos Fontaine.
— ¿Nos vamos? —dice David de pronto a mis espaldas y me pregunto desde cuando está ahí. ¿Habrá escuchado toda mi conversación con Emma?
— Claro —contesto por fin antes de caminar hasta el auto.
Antes de subir a la camioneta miro por encima del hombro y ahí la veo atendiendo dulcemente a la anciana y no consigo evitar ponerme celoso.
—¿Así atiende a todos? —cuestiono en mis adentros.
—Seguramente todos esos tipejos sólo vienen aquí para verla —pienso mirando la cantidad de clientela masculina que se encuentra en el café y sin evitarlo me siento molesto por eso.
Ella de pronto como sintiendo el peso de mi mirada, me voltea a ver y me dedica otra dulce sonrisa antes de volver a su tarea.
La miro fijamente antes de que Bobby arranque el auto y me sorprendo a mí mismo queriendo memorizar sus rasgos.
Llegamos a las oficinas de Fontaine Group y como imaginé es un caos total y me altera infinitamente lidiar con todo eso, pero como no queda de otra me dispongo a trabajar inmediatamente.
Tras varias reuniones ajustamos los papeleos para los desalojos de mañana y me siento satisfecho de por fin lograr conseguir todos los terrenos que necesito para el nuevo complejo.
Esto era el sueño de mi padre y me complace llevarlo a cabo al fin tal como el lo había planeado en vida.
En mi escritorio llevo horas dándole la vuelta a unos papeles que David me dio para firmar y definitivamente no consigo concentrarme al cien por ciento en ellos.
El encuentro de hoy con Emma en ese café me dejó mareado y mortificado.
Jamás pensé toparme con alguien tan parecido a Ana.
Esos ojos revolvieron toda la mierda dentro de mi y me siento furioso, molesto, intrigado, vulnerable pero por sobre todo estúpido.
—¡Por Dios Santo! ¿Cómo logró desestabilizarme así si no es más que una niña? –me regaño a mí mismo por el rumbo de mis pensamientos desde que la conocí.
—¿Cuántos años tiene, 15, 16? – río al recordar el tono de sus ojos.
Parezco un adolescente pensando en ella y en su sonrisa.
No puedo dejar de pensar hasta donde sería capaz de llegar si la tuviera un poquito más cerca, preferentemente a centímetros de mi cuerpo y de mí boca.
—¡No! ¡No Carlos! – me regaño mil veces más. —Es igual a las demás. Seguramente es una manipuladora, una arpía más que sólo busca dinero —suspiro decepcionado al recordar la forma tan tierna en que me trató.
—Todas son iguales y ella no es la excepción —me repito una vez más sacudiendo la cabeza. —Su sonrisa de ángel y su mirada dulce no cambia nada, absolutamente nada —trato de convencerme a mí mismo. —Sólo es una más.
Regreso mi mirada a los documentos una vez más, y sé que necesito tener la mente fría y en calma para lograr mis objetivos aquí en Mérida.
Este proyecto debe ser lo más importante ahora y aquí. Años tratando de llevar a cabo este complejo y por fin lo estoy logrando.
Sólo necesito unos malditos días aquí para los comienzos de la obra y regresaré a Tulum dónde me espera mi vida de siempre.
—¿A quién intento engañar? — suspiro con desánimo. –Regresar a casa a continuar mi vida solitaria y miserable es lo que menos me apetece ahora.
Paso las manos por mis mejillas y por el pelo por enésima vez en señal de frustración.
Sé que las chicas con las que me suelo encontrar son sólo sexo ocasional, pero siento que le hace falta algo a mí vida que no consigo descifrar que es.
¿Estaré condenado a esto toda la vida, así como me dijo Ana esa tarde?
¿Me enamoraré otra vez de alguien, así como lo hice de ella?
Me aterra pensar en eso ahora.
No, no y no. No puedo enamorarme.
El amor es un sentimiento prohibido para mí, remoto, inalcanzable y masoquista que te roba toda tu energía, tu tiempo, tus anhelos hasta dejarte destruido.
El amor es un sentimiento ruin sólo para débiles que buscan ser queridos y aceptados por alguien más por no amarse ellos lo suficiente como para darse cuenta que no se necesita a nadie para ser completos.
El amor te absorbe hasta dejarte sin nada.
Te vuelve tan añicos que nadie más puede reconstruirte después.
Me sirvo un whisky y lentamente voy repasando la comisura del vaso con mi dedo índice, una y otra vez, como buscando algo que no sé bien que es.
Saco el caramelo que me dio Emma y lo miro por tanto tiempo que siento que me pierdo en él. Recuerdo sus palabras: "Puede que te endulce un poco el día".
—¡Como si fuera tan fácil! —suspiro frustrado.
Recuerdo sus ojos cuando me lo dijo y sé muy dentro de mí que quiero volver a verla.
—¿Querrá ella volver a verme? —me pregunto con la mirada fija en él. —Simplemente no creo —me contesto a mí mismo.
Me comporté como un patán con ella, pero no importa, porque sé exactamente lo que quiero y como conseguirlo y ella no será la excepción.
—Bobby necesito que hagas algo para mí —llamo su atención de repente.
—Dígame, Señor —replica éste desde el otro lado del salón.
—Quiero para mañana todos los datos de la Señorita Emma Hernández en mi escritorio, y no quiero que omitas nada –digo levantando el dedo índice hacia él decidido.
—Cuente con ello Señor, ahora me pongo en eso – contesta y se dirige de inmediato a la salida.
Tomo mi trago de golpe y vuelvo mi mirada nuevamente al caramelo y sonrío. Lo abro y me lo llevo a la boca
—¿De verdad ella cree que puede endulzar mi día? —pienso y vuelvo a sonreír como un idiota.
—Es ella quien quiero que me endulce la vida — susurro mientras el dulzor del caramelo me inunda las papilas. —Te tendré Pequeña Insolente, quieras o no —digo mientras echo la cabeza para atrás del sillón y cierro los ojos pensando en ella.
—¡Pequeña Insolente! – susurro una vez más y suspiro.