Capitulo 1: Caramelo de fresa.

1722 Words
Emma Hernández. —¡Emma! ¿me escuchas? ¿En qué piensas? ¡He estado una eternidad hablando sola! ... ¡es el colmo! – gruñe mi amiga molesta por la forma que la estoy ignorando. — Lo siento Karen, ¿me disculpas? no te escuché – hago un puchero intencional para demostrarle lo apenada que estoy. — ¿Quieres decirme que te sucede? Estas muy distraída últimamente – demanda aún molesta. — Es mi Tía, ya lo sabes, anoche volvió a mencionar lo de la casa y me preocupa... y mucho... —bajo la mirada al responder. — Estaba ebria, Emma, los ebrios hacen eso, dicen cosas sin sentido – me intenta consolar tomando mi mano entre las suyas. Pienso unos segundos lo que me dice y asiento, pero hay una sensación dentro de mí que me dice que algo anda mal y no puedo estar tranquila. — Lo de Josh...es imposible que vaya — digo finalmente con la intención de cambiar de tema. — ¿Cuándo harás algo que hacen todos los jóvenes? – sonríe — ¿Cuándo tengas cuarenta o cincuenta años? – cuestiona sarcástica. — No es eso y lo sabes, sólo no me gustan esas fiestas —digo tratando de ocultar mi verdadero motivo. Prefiero leer y descansar, me conoces — continúo decidida levantándome del banco donde estaba sentada a su lado. — ¡Chicas! Tenemos clientes que atender. Dejen el cotilleo para después – nos llama la atención Don Jorge de repente. Reímos con complicidad y nos dirigimos hacia la barra con la clara sensación de que hoy va a ser un día cargado. — Hoy amanecieron todos con ánimos de un buen café —susurra Josh rosando mi oreja derecha la cual me hace estremecer. Me hago instintivamente para atrás haciendo que me mire sorprendido por la reacción exagerada que tuve. No me gusta que se acerque demasiado a mi insudando algo romántico, ya se lo había dicho muchas veces, pero él parece no captar aún mis palabras. — Si... – respondo con una sonrisa exagerada para poner fin al incómodo momento. Hoy será un día intenso — continúo en un hilo de vos que sólo él logra escuchar. — ¿Quieres que pase por ti hoy para llevarte al local? — continúa mirándome fijamente con un brillo extraño en los ojos que no consigo descifrar. — Yo te aviso... ¿ok? – contesto rápidamente para después dejarme hasta mi puesto. En ese momento y como salvada por la campana llegan más clientes y estoy más que agradecida de no continuar mi intercambio tan incómodo con él. No es que me desagrade su compañía, no me mal interpreten, es sólo que, sé lo que dice sentir por mí y eso es algo fastidioso para mí, siendo que no pretendo una relación que vaya más allá de la amistad con nadie por el momento. Además, somos buenos amigos y prefiero conservar nuestra amistad antes que todo. Sonrío como siempre y me dirijo al próximo cliente que parece estar más pendiente de su celular que del mundo a su alrededor. Y con toda amabilidad posible le digo: — Buenos días... ¿Qué le sirvo Señor? Carlos Fontaine. — ¡No puedo creer que hayamos venido en la SUV hasta Mérida! —gruño molesto. — Vamos Carlos, no es para tanto, un poco de paisajismo no le hará mal a tu cara de póquer — emite una risilla burlona después de contestar. — ¿Tres horas en esta maldita camioneta y dices que no es para tanto? – escupo molesto y realmente cansado después de varias horas de viaje. — ¡Oye tranquilo! –David ríe nuevamente y su reacción no hace más que enfadarme aún más. — Quiero a Rojas despedido antes de que vuelva a Tulum y lo digo enserio, es inaceptable que no pueda utilizar mi Jet cuando lo necesito – insisto. — Rojas es uno de nuestros mejores ingenieros y con la fama que te cargas te va a ser imposible conseguir otro así de fácil —contesta. — Además sabes que fue algo imprevisto — Ya relájate que ya estamos a punto de llegar — zarandea las manos en señal de impaciencia. — No puedo creer que tenga tantas personas trabajando para mí y nadie sea capaz de solucionar un maldito problema por sí mismo – respondo con la mandíbula apretada. —Estoy cansado. — Lo del Jet se soluciona mañana, ya lo sabes, y lo del Casino es algo que sólo tú y yo podemos hacernos cargo –me insiste, y admito que en eso tiene toda la razón. — Quiero esto hecho antes de dos días David. Quiero a esos malditos fuera del juego antes del fin de semana y no me importa que vayan al mismo infierno si así debe ser – digo mirando hacia la ventana. —Ya sabes lo que tienes que hacer. — Tú siempre consigues lo que quieres ¿no? – ríe a carcajadas mientras me mira y yo le devuelvo una sonrisa de lado. —¿Alguna vez te dejaras perder? — Estamos llegando Señor – nos avisa Bobby desde el asiento del conductor y escuchar eso me relaja al instante. — Necesito un enorme café ahora mismo —exclama David mirando fijamente hacia Bobby y este asiente para poco después estacionar la camioneta frente a la cafetería que siempre visita cuando venimos a Mérida. — Me gustaría saber por qué te gusta tanto venir aquí — digo mirando su cara de expectativa y felicidad al dirigirse al local. — ¿Es sólo por el café? —vuelvo a preguntar con una sonrisa sarcástica que él conoce bien como insinuándole algo. —¿O tal vez algo más o alguien más? — El café de acá es realmente exquisito y la atención es única – contesta –Además el dueño del local es un viejo amigo de mi padre y es bueno en lo que hace, realmente bueno —añade con una enorme sonrisa dirigiéndose hacia la puerta de entrada. —¿Vamos? – pregunta y yo miro a través de la ventanilla el modesto local y no estoy seguro de creer lo que me dice. Finalmente accedo y nos dirigimos a la barra a hacer nuestro pedido y para mis adentros estoy festejando poder respirar aire puro y estirar las piernas después de tantas horas de viaje. Me sorprendo de ver que realmente tienen bastante clientela y que la gente parece estar disfrutando bastante del lugar. Mi móvil suena y contesto rápidamente al mirar la pantalla y darme cuenta que es María. A mi espalda escucho una voz que me pregunta sobre mi pedido a la que contesto sin quitar mi atención del teléfono. — Buenos días. ¿Qué le sirvo Señor? –susurra la empleada del local dirigiéndose a mí. — Un americano doble – contesto sin dejar de mirar hacia la ventana que da a la calle y a la vez sosteniendo el celular y escuchando lo que me cuenta mi hermana. —Son quince pesos Señor –vuelve a hablar. Doy vuelta a mirarla y ella me devuelve la mirada con una amplia sonrisa que al instante me irrita completamente. Me sorprendo al ver esos ojos que tanto me recuerdan a alguien. Son de ese maldito tono avellanas que odio profundamente y aunque no lo demuestro en este momento, el corazón se me encoge cuando me sostiene la mirada. —Tal vez quiera tomar su café con un cake de arándanos o un sándwich de jamón de pavo que son las especialidades de la casa, o unos croissants que justamente hoy están deliciosos —continúa antes de que le conteste alguna cosa. La miro por unos segundos y continúa con su estúpida sonrisa y esos ojos... ¡Por Dios! Esos ojos que... ¡mierda! –maldigo en mis adentros. Y contesto: — Si quisiera algo más, se lo hubiera pedido junto con el café –la miro con frialdad y señalo el café con el dedo. — No cree Señorita... —dejo las palabras al aire para que ella me conteste. — Hernández, Señor —contesta y continúa sonriendo como si algo le diese gracia. — Si... claro... Hernández... —repito con una mueca de desprecio hacia su contestación y le paso la tarjeta la cuál toma de mis manos sin dejar de mirarme. —¿A quién estas torturando hermano? – escucho en mi móvil a mi hermana riendo. —Ya deja ese mal humor que así no conseguirás una cuñada para mí. —y más risas se oyen del otro lado. — No es nadie, María, hablamos después –digo mirando hacia la empleada para cortar la llamada al instante. Después de unos segundos me dirijo a ella nuevamente. —¿Cuánto le pagan por eso? – gruño señalando su sonrisa con el dedo. Tipea algo en su registradora y no puedo dejar de mirarla ni por un segundo. Tras lo que pareció una eternidad para mí, finalmente contesta. — Es gratis Señor... –susurra tendiéndome el café que le pedí –debería darse el lujo algunas veces —continua y me dedica otra sonrisa demasiado cálida para mi gusto. Pagaría millones por borrarle esa sonrisa de su cara y demostrarle qué clase de lujos es capaz de darse Carlos Fontaine. Pero sigo ahí mirándola sin poder contestar nada a lo que me dice. Agarro mi descartable y me dirijo a la salida resoplando en mis adentros cuando escucho que me llama. — Señor... olvidó su tarjeta —dice dulcemente extendiéndola hasta mi — Y esto... —añade soltando en mi mano... un... ¿caramelo de fresa? ¡Dios! Ahora si estoy hecho una furia y ella parece notarlo cuando me mira fijamente a los ojos. — Puede que le endulce un poco el día —continúa señalándolo y vuelve a sonreír. ¿Es que no se cansa? —pienso. Cuando estoy a punto de cantarle sus cinco verdades de una manera "No Amable" se acerca a ella una anciana pidiendo ser atendida. — Emma... ¿Me das ese capuchino que sólo tú sabes hacer? —ella le devuelve la mirada de una manera tierna y le dedica toda su atención dejándome con ganar de replicar. Miro mi mano y digo en un susurro enojado. — ¡Pequeña insolente!
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