Emma Hernández Y ahí estaba, mirándome fijamente con el ceño muy fruncido, con la mandíbula apretada y plantado a pocos centímetros de mí. De repente me toma bruscamente de la mano y me jala por el sendero que lleva a la villa apretando mí mano con fuerza. —¿Qué sucede? —pregunto aturdida corriendo tras él con mis sandalias crujiendo entre las piedras del camino. Y como imaginé no contesta. No puedo evitar emitir quejidos de dolor por la rudeza de su agarre en mí muñeca. Eso dejará sin duda moretones visibles mañana. Me escucha, lo puedo notar por la tensión en sus hombros cuando mis quejidos se hacen más constantes, pero aun así no se inmuta y solo continúa. Prácticamente me arrastra por todo el camino hasta que, en el portal de la entrada, se detiene bruscamente, me suelta y me enf