María Fontaine Una hermosa cabellera cobriza se presenta ante mí en cuanto me doy la vuelta. Está recostada en el umbral de la puerta y con el efecto de sombras y luces que se produce de la casi oscuridad total de la habitación y los rayos del sol que entran por el ventanal, me ofrecen una vista mágica de ella, aunque no completa. Su larga melena de risos que le llegan hasta las caderas, están acomodados perfectamente hacia un costado de su hombro. Me acerco más a ella y sin darme cuenta me quedo observándola detenidamente de pies a cabeza. Es realmente hermosa en todos los sentidos de la palabra. De cerca, el espectro de sus ojos combinados entre un color amarillo, miel y avellanas brillantes me miran fijamente cómo preguntándome que hago aquí y quién soy. —Hola, soy María, la herma