—Ven aquí, mi amor—me arrulló sujetando el alambre de espino con una mano forrada de cuero mientras yo permanecía congelada.
—Ya has oído lo que ha dicho: levántate—Su actual musa sonrió sádicamente, tirándome del pelo mientras yo yacía en el suelo, con la sangre filtrándose por mi ropa. Me arrastró hasta mi padre, que me tiró de la parte de atrás de la camisa y me estranguló antes de clavarme el cable en la piel mientras gritaba de agonía.
—Te enseñaré lo que pasa cuando metes a los sociales en mi vida, mi dulce niña—, me espetó al oído.
—¡Espera, Oliver!— chilló la mujer. Casi suspiré aliviado al pensar que quería que me perdonara. —Dile que cierre su maldita boca, no necesito más policías siguiéndome el culo, tus negocios de drogas son suficientes para que me jodan.
Sonrió con satisfacción, poniendo los ojos en blanco, antes de seguir clavándome el alambre en la espalda mientras la sangre corría por mi columna vertebral. Aullé de dolor antes de que todo se volviera incoloro.
*
Grité al abrir los ojos, con el cuerpo empapado en sudor. Respirando con dificultad, me levanté para abrir una ventana.
Hacía meses que no tenía un sueño así.
Me quité el pijama empapado en sudor y examiné mi horrible cuerpo en el espejo: las cicatrices carnosas del alambre de espino grabadas justo debajo de la nuca, la gran cicatriz rosada del costado y la cicatriz de una cuchilla clavada profundamente en el hombro. Y la peor de todas: la oscura cicatriz que me recorría desde la cadera hasta justo debajo del esternón. Cerré los ojos tratando de salir de mis pensamientos mientras me metía en la ducha, intentando lavar los pecados, los recuerdos y la culpa de mi pasado.
En cuanto terminé, me puse rápidamente un vestido rojo combinado con mis zapatos favoritos.
Ser la secretaria de Jason tenía sus ventajas, pensé mientras me maquillaba y me pintaba los labios de rojo antes de recogerme el pelo en un moño suelto y dejar que el flequillo fluyera libremente. Cogí el bolso y el abrigo y me dirigí al trabajo.
—Buenos días, Silvia—me sonrió Christine, la recepcionista de la empresa, cuando pasé por delante del mostrador.
—Buenos días, Christine. ¿Cómo se encuentra hoy nuestro jefe?— pregunté, levantando una ceja.
—En una escala del uno al diez, yo diría que entre cinco y seis—Ella se rió y yo también. —Parece estar de buen humor. Buena suerte.
—Gracias, Christine—sonreí mientras entraba en el ascensor. Abrí la puerta de mi despacho y guardé el bolso y el abrigo antes de sentarme en mi mesa para hacer unas llamadas. Me apresuré a organizar el envío de flores a su última novia (que pronto sería su ex novia), junto con una tarjeta personalizada —No eres tú, soy yo—para que se sintieran un poco más especiales antes de que las dejara; Jason Knight era un imbécil en lo que se refería a las mujeres.
Demasiado dinero y poco sentido común, siempre había pensado.
—Buenos días, Silvia.
Hablando del diablo.
Levanté la vista de mi escritorio cuando cerró la puerta tras de sí. Llevaba pantalones negros y una camisa blanca impecable con una corbata gris, su pelo oscuro estaba peinado de forma desordenada a la perfección; maldita sea, este hombre sabía cómo vestirse para impresionar.
—Buenos días, Sr. Knight. Sonreí amablemente. —Las flores que quería han sido enviadas para la Srta. Rose.
—Ah, la Srta. Rose. Es una pena que no se pareciera en nada a una rosa, sino más bien a un diente de león o a una mala hierba—, murmuró mientras yo reprimía una carcajada. Sonrió con satisfacción, cruzándose de brazos. —¿Le divierto, señorita Vills?
—Usted sí que es lo que se dice el Casanova original, señor Knight. Pobre chica—dije con tristeza mientras él se reía.
—Por favor, Silvia, la mujer no tenía ni la más remota idea de cómo complacer suficientemente a un hombre.
—Demasiada información—dije con severidad mientras él sonreía.
Vaya, podía sentir que había abierto una lata de gusanos.
—Si crees que eso es malo, había una chica...
—¡Sr. Knight! ¿Puedo aprovechar esta oportunidad para recordarle que tiene una reunión con el Sr. Haynes?— interrumpí mientras me ponía las gafas.
Me miró, haciendo una pausa antes de aclararse la garganta.
—¿Te incomoda el sexo, Silvia?— Preguntó, casi riendo.
—No. Solo tu sexo lo hace—murmuré.
—¿Por qué? Nadie se había quejado antes.
—Su reunión con el Sr. Haynes está programada para comenzar en 3 minutos—Dije secamente.
—No le soporto. Dios sabe qué demonios quiere—murmuró enfadado.
—Dos minutos, señor Knight—le insté levantando una ceja.
—Sí, señorita Vills—, me saludó fingidamente y salió de mi despacho antes de volver a asomar la cabeza. —Por cierto, ese vestido le sienta muy bien a su ya de por sí delicioso trasero. Debería ponérselo más a menudo.
—¡Sr. Knight!— Grité, con la cara cada vez más roja al oírle salir riendo por la puerta.
Quince minutos después, mientras terminaba de hacer unas llamadas, llamaron a la puerta.
—¡Adelante!
—Hola, Silvia—saludó Taylor, con una bandeja de desayuno en las manos.
—Buenos días, Taylor. ¿En qué puedo ayudarte?
—Mira, Silvia, normalmente nunca te lo pediría, pero te importaría.
—Por supuesto que no, Taylor. A juzgar por tu cara, veo que Jason Knight os tiene bastante ocupados—sonreí, cogiéndole la bandeja.
—Dios, gracias, Silvia—suspiró, metiéndose las manos en el bolsillo. —Me llamó a la una de la maldita madrugada, ¿te lo puedes creer? El hombre está desembolsando una mierda de dinero para esta fiesta de esta noche, no sé cómo nos las vamos a arreglar.
—Bueno, sería un idiota si se lo pidiera a alguien más que a ti, Taylor—respondí, genuinamente, tratando de aplacarlo.
—Sí, porque sabe que cualquier otro chef no dudaría en envenenarlo—frunció el ceño mientras yo me reía.
Taylor fue una de las primeras personas de las que me hice amiga cuando empecé a trabajar para Jason, era muchísimo mejor que tener que entablar conversación con las —tontas de la oficina—como las llamaba Taylor.
—No sé cómo lo haces Silvia, Jason no es la persona más fácil con la que trabajar. Pasó por otras ocho mujeres antes de ti, todas las cuales no le duraron ni un mes antes de despedirlas. Llevas casi un año trabajando para él, ¡le gustas de verdad!— replicó, enarcando una ceja.
—Bueno, es mi jefe y aunque a veces se pone un poco... impaciente, es un hombre muy considerado.
—Lo que tú digas, Silvia—. Taylor sonrió antes de salir de la oficina.
Sacudiendo la cabeza, salí de mi despacho y entré en el ascensor. Abrí lentamente la puerta de su despacho y entré.
—Buenos días—. Sonreí amablemente al apuesto hombre que estaba sentado allí y que supuse que era Vincent Haynes. —Siento mucho el retraso, señor Knight, había que ocuparse de algo abajo.
Me di cuenta de que el hombre no iba vestido formalmente con traje y corbata, sino con vaqueros y camiseta.
Eso era extraño. Normalmente, los clientes de Jason siempre llevaban traje con sus elegantes corbatas.
—No te preocupes por eso, Silvia. Vincent, esta es mi secretaria Silvia Vills, Silvia este es Vincent Haynes—. Murmuró Jason, poniendo los ojos en blanco mientras Vincent se giraba para mirarme.
—Es un placer conocerla señorita Vills—. Besó la parte superior de mi mano.
—El placer es todo mío, señor Haynes. Por favor, llámeme Silvia—. Sonreí. —¿Le apetece un café?
—No, gracias, Silvia y por favor, llámame Vincent—Bromeó, sonriendo.
Miré a Jason, su mandíbula estaba tensa, sus ojos quemaban el alma de Vincent. Entrecerré los ojos preguntándome cuál era su problema.
Me miró y se puso rígido.
—Ya puede irse, señorita Vills—. Habló apretando los dientes.
—Por supuesto, señor Knight.—Sonreí, sintiéndome un poco incómoda.
—Hasta luego Silvia, fue un placer conocerte—Vincent sonrió mientras salía.
—Encantada de conocerte también, Vincent—Dije, consciente de la mirada acerada de Jason sobre mí.