Al abrir la puerta, mis oídos quedaron vibrando de la música a todo volumen inundando todas las habitaciones del piso principal. Di una suave patada a la puerta, cerrándose con un chasquido, y pasé a la cocina con las bolsas de las compras del almacén. La música era opera no era desagradable. Me críe escuchando este tipo de género sino, que su volumen al máximo rompía mi serenidad, y no podría concentrarme para proceder a cocinar.
Pasé a la habitación del otro lado de la cocina, atravesando el recibidor donde el ruido de los parlantes aumentaba, comenzando a zumbarme la cabeza. Abrí las puertas corredizas, el salón era espacioso con tonos claros y muebles Luis XV, contenía una chimenea automática, y los ventanales al jardín dejaban pasar la luz. Mis ojos se detuvieron fácilmente sobre una joven de cabello castaño oscuro, estaba vestida con unas mallas deportivas practicando yoga en medio del salón. Me acerqué al estéreo directamente atreviéndome y las posibilidades de llevarme un par de exagerados insultos de la muchacha. Bajé unos puntos el sonido de la música, esperando que la chica que meditaba interrumpiera sus ideas.
-Soy Clara-dije esperando una respuesta. Caminé en su dirección, colocándome frente a ella. Me crucé de brazos.
Tras unos segundos, ella alzó su mano para indicarme que me posicionara en otro punto, imagine que estaría interviniendo en sus energías espirituales, o algo por el estilo. Creo que mi madre estaría encantada de aprender otras formas de meditación, me senté en una butaca donde había un bolso y una toalla.
-Georgia Bianchi.-se presentó con un suspiro manteniendo la relajación de su cuerpo.
-¿Podrías mantener la música a este nivel?-le dije, más bien, era una orden que una sugerencia.- Por favor.
-Ah, sí.
Georgia recuperó su postura normal, estirando los brazos sobre su cabeza y volvió a bajarlos lentamente acompañada de una respiración. Al abrir sus ojos negros, pero una gran serenidad que aseguraba, ser quien resolviera las dificultades de la casa, y la convivencia. Era la sensación de seguridad, y eficacia que Georgia me generaba contemplándome con una dulce sonrisa.
-¿Quieres ayuda? Oí que tu cocinarías.
-¡Ah, claro!-reaccioné al olvidarme por unos instantes de escuchar a Pavarotti en una sesión de yoga.- ¿Podes organizar las compras? No es mucho. Flavia compró lo básico y tuve que conseguir unos ingredientes para la cena.
-No hay problema. Te ayudo.
Georgia buscó el control del estéreo apagándolo, seguidamente tomó su toalla y su celular. Nos dirigimos a la cocina para apresurarnos en proceder a preparar la comida, tenía suficiente tiempo. Soy más práctica en lo culinario, que la limpieza. En cierta forma, cocinar es terapéutico y según Georgia, libera toxinas ajenas. Podía confiar en ello, así como también aseguraba mi madre, que meditar en la cocina sería ahorrarte unos billetes en el terapeuta.
-¿Cuántos años tenes, Georgia?- le pregunté .
-Diecinueve.
-¡Oh, que chiquita!-me asombré, le confesé que le daba unos veintiún años. Ella se rió.
Tomé los alimentos ubicándolos en la isla, allí le di indicaciones a mi compañera para cortar las verduras. Por mi lado, me encargaría de preparar y cocinar la salsa de tomate, luego iría la carne. Podía preparar una tarta de frutas con crema batida, controlando la salsa y las verduras gratinadas. Le pregunté a Georgia sobre las otras chicas, respondió que habían llegado dos de ellas que, estarían regresando del centro comercial. Sus nombres eran Beatriz Sánchez y Rosalya James, ambas estudiaban letras.
-¿Y, qué estudias?-le dije, mientras apagaba el fuego de la cacerola.
-Psicología.
Georgia estuvo contándome de sus experiencias en consultorios, clínicas de niños y la voz de confianza en esos relatos, esa demostración de placer y dedicación a sus estudios me daban la impresión que ella sería grandiosa. Era una chica amable, servicial y trabajadora con ciertas mañas de controlar cada cosa que estuviera a su lado. Escuchamos unas voces femeninas acercarse a la cocina, miramos la entrada y allí llegaron nuestras compañeras con ojos risueños, dispuestas a devorar mi ratatouille.
-¿Consiguieron algún empleo?-soltó Georgia con una sonrisa.
-¿Qué?-dijo la chica de cabello rubio con las puntas de color n***o, vestía un tapado oscuro con el cuello bote.- ¿Ya comienzas a considerarte la "madre" de todas?- se burló, parecía que no toleraba las órdenes ajenas. Le entendía perfectamente.
-No, soy precavida a no tener problemas con Flavia.
-Chicas, ¿Quieren poner la mesa?-propuse rápidamente, interviniendo en la pequeña discusión.- Por favor…Es que, solo necesito calentar la comida y cenaremos a tiempo.
-Yo ayudo.- saltó Georgia. Hace unas horas estaba dándome una buena impresión, ahora se notaba que era controladora.
La chica Pavarotti se encargo de colocar los platos, cubiertos y vasos sobre la mesa ubicada a unos metros. La cocina y el comedor tenían un anexo. La muchacha de cabello rubio se acercó a mi lado presentándose como Rosalya James de veinte años. Igualmente, le di mi nombre.
- Nunca oí ese nombre.- dijo curiosa, arqueo una ceja.- Suena importante.
Sonreí. Las demás estaban sentadas a la mesa conversando sobre nuestra última compañera de piso. Aunque, Beatriz estaba más concentrada de adivinar que olía tan bien porque miraba a todos lados buscando una pista. Creí que era la típica chica culinaria, o la crítica del arte de la cocina. Cargué la cacerola con mi receta preferida y especial, mientras que Rosalya se reunía a la mesa.
- Espero que disfruten esta delicia, porque es mi favorito y lo único que es perfecto.-comenté. Serví en los platos de mis compañeras, mientras las chicas hablaban sobre la casa y esperamos la llegada de la última muchacha de nuestro grupo.- Dejare una ración de ratatouille para ella, ¿está bien?
Mis compañeras no tuvieron problema en dejar un plato para la última joven estudiante que llegara a la casa, más tarde que nunca. Comenzamos a comer, no hubo ningún comentario negativo sobre mi preparación, estaban hambrientas. Beatriz estaba disfrutando del sabor de la carne hervida y el queso fundido de relleno. Sonreí. Rosa parecía adivinar los ingredientes por sus raras y divertidas muecas.
A pesar del largo primer día en Roma, las cosas se dieron diferentes desde el punto que ese ladrón. Confiadamente, me lancé sobre él con el riesgo de salir lastimada con el objetivo de tener mis documentos, y no ser reportada por la embajada italiana, en caso que no tuviera suerte. Ya quería dormir, me disculpé con mis compañeras para retirarme a mi habitación, rechazando compartir la tarta de frutas con ellas. Estaba cansadísima.
Tarde, tarde. Solo esto pasaba por mi cabeza, entre tanto me vestía con una camisa blanca y unos pantalones. No sé cómo lograría llegar antes de las tres de la tarde a la agencia de trabajo ubicada en la primera avenida. Abroché los botones de la camisa, ya comenzaba a sudar de los nervios y también, era verano aquí. Controlé mi bolso, mis solicitudes y demás documentos. Salí del dormitorio, cruzando el corredor hacia las escaleras caracol. Llegué al hall principal, allí había una joven mujer de unos veinticinco años conversando con Flavia.
-Hola-salude pasando junto a ellas.
-Clara, ¿Cuál es el apuro?-cuestionó la mujer encargada del edificio.
-Tengo una entrevista laboral, perdón-le contesté atropelladamente.- Por cierto, bienvenida-le dije a la muchacha de piel oscura, no respondió solamente siguió mis pasos fuera de la casa.- Carajo, estúpido cambio de horario…
Caminé calculando el tiempo que demoraría en llegar a las oficinas de empleo, usé mi teléfono para guiarme por el centro de la ciudad. Hice tres calles con el GPS, me frené de golpe escuchando el rugido de un motor demasiado cerca. Giré mi cabeza viendo que una gran moto subía a la acera, casi pasando sobre mí. Sentí mi corazón latir como una locomotora del susto de ser atropellada. Rodee el vehículo que avanzó más provocando más nervios entre el miedo de ser pisada y la demora en la agencia. Miré al conductor con el casco de seguridad n***o con águilas plateadas a los lados. Me crucé de brazos esperando que hiciera o dijera que lo que quisiera. El chico descendió de su moto a todo terreno, se quitó el casco acomodando su cabello de una manera tan cliché, que me dio gracia.
-¡No, tú, no!-espeté reconociendo al muchacho que se encogió de hombros. Era Tadeo di Paoli, el ladrón de ayer.
-¿Qué pasa, nena?-dijo él.
-No tengo tiempo para ti-le jacté, dando unos pasos fuera de su alcance.
-¿Necesitas un aventón? Parece que estás apurada.
-¡Vete!-alcé mi dedo anular, él sonrió como si no le importara que le golpeara de lleno a su recta nariz con un piercing del lado izquierdo- ¡No jodas, ahora!
Continúe, dejando a Tadeo insistiendo en aceptar su compañía. Después de robarme, o intentarlo y llevarse la sorpresa que supe defenderme de esas efectivas clases de artes marciales, él quedo en ridículo. Doblé en la esquina, suspirando con fuerza y pensaba que la agencia de trabajo no aceptaría mi ingreso por la demora. Tomé mi teléfono pidiendo otra entrevista, explicando brevemente sin embargo me cortaron a mitad de mi aclaración. Rodeé los ojos, deteniéndome mientras buscaba un lugar donde visitar. Tenía algunos billetes de cambio de moneda que hice ayer. Tenía una media hora hacia la plaza de Roma, la más cercana desde mi lugar. Pedí un taxi, esperaba que el dinero alcanzara para el viaje y algún bocadillo tradicional.
Descendí en piazza di spagna, mismo lugar histórico. Había varios turistas caminando, subiendo las largas escaleras hacia la iglesia Trinitá dei Monti y la barroca Fontana della Barcaccia. En tanto disfrutaba de la caída del sol, maldiciendo mi vestimenta tan elegante para un puesto laboral que no se dio… pero lograría obtener algo. Me detuve a la mitad sentándome en las escaleras descansando un momento, tomé mi botella de agua de mi bolso y bebí unos tragos hasta hidratarme bien. Revise algunos mensajes de Rosalya donde me envió un documento de la universidad, era un horario y un mapa. ¡Esta chica era un genio! Le agradecí, retomando la escalinata donde llegué a la cima. Bufé con frustración de que hubiera más escaleras. Estuve tomando fotografías, recorriendo la iglesia y la casa del poeta inglés, John Keats donde vivió y murió en 1821. Por suerte, conseguí meterme en una guía turística.
No había sido mala idea pedir este intercambio estudiantil. Comenzaba a agradarme más de lo estudiado en mi avanzada carrera.