Capítulo 3

1508 Words
-En eso estoy de acuerdo-dijo Shannon al tiempo que recordaba al anciano que  había vivido frente a su casa.Alto y con un aspecto marcial que no delataba su verdadera edad, le había dado  una bienvenida tan breve como formal cuando ella llegó a la ciudad.Durante los siguientes cuatros años, su relación se había limitado a intercambiar saludos si se cruzaban al salir al buzón.En todo ese tiempo, no recordaba haberlo visto sonreír ni una sola vez.     -Si Reece ha vuelto, vas a ser  su vecina. -Comentó Kelly.     Shannon descifró sin dificultad la expresión que asomó los ojos de su amiga.     -Ni lo sueñes.No pienso espiarlo para satisfacer tu curiosidad.     -Nadie ha hablado de espiar-respondió Kelly haciéndose la inocente-.Pero si vais a ser vecinos,lo normal es que acabes conociéndolo.     -He sido vecina de su abuelo cuatro años y lo único que sé de él es que ordenaba de maravilla las bolsas de la basura..Creo que las tenía de un color para cada tipo.     -No parece que Reece sea de los clasifican la basura.     -Hace veinte años que nadie sabe de él.  Puede haber cambiado.     -Seguro-Kelly arrugó la nariz-Apuesto a que se ha convertido en un alma caritativa.     -Todo es posible-Shannon cerró la agenda y se la entregó a Kelly-.Toda tuya. Mete las fechas en tu máquina mágica y de vuélveme un horario.     -¿No tienes ni un poco de curiosidad por Reece?-preguntó Kelly mientras agarraba la agenda-.Podría ser un fugitivo o algo así.     -Claro- respondió con ironía Shannon-Si yo fuera una fugitiva, fijo que me escondería justo donde todos me conocen, en el primer sitio donde la policía iría a buscarme, donde no hubiera forma de pasar desapercibido. Y llegaría a plena luz del día, vestido con un traje con brillantina en un camión con cara de pocos amigos; y me iría directo a un herbolario.  -Me parece que te estás liando-Kelly sonrió-. Reece venía en camión. pero no llevaba brillantina ni lo ha visto nadie en el herbolario. -Cuestión de tiempo- contestó Shannon-. Para cuando acabe el día, la noticia se habrá deformado tanto que habrá quien asegure que ha venido en un platillo volante, escoltado por un batallón de alienígenas. -La verdad es que hace tiempo que nadie ve ovnis -comentó Kelly tras soltar una risotada -. Desde que Mili Farmer dejó de beber y descubrió su lado religioso. -Pues ahora que Reece Morgan ha vuelto, te digo yo que más de uno va a empezar a ver extraterrestres- Shannon siguió sonriendo mientras se dirigía a la parte delantera de la tienda para atender a una clienta que acababa de entrar.     A su pesar, lo cierto era que no podía evitar preguntarse cómo sería su nuevo vecino. Con todo lo que había oído sobre él, tenía algo más que una ligera curiosidad por conocerlo en carne y hueso. Se lo imaginaba como un cruce entre Marlon Brando de joven y Terminator. Sería toda una desilusión si al final resultaba ser un contable calvo, chivudó, amargado, pedante y regordete.     Reece gruñó, se giró boca arriba sobre la cama y abrió los ojos. Se sentía como si hubiera pasado una noche en el potro de tortura, pensó mientras hacía un inventario de dolores y pinchazos. La última vez que había dormido en una cama tan incómoda había sido como invitado forzoso en una cárcel de Sudamérica.     Pestañeó y miró la mancha de humedad del techo, justo encima de la almohada. Si le echaba un poco de imaginación , parecía el perímetro de Australia. Lo contempló con cierta melancolía al tiempo que pensaba en las playas, arenosas, cervezas frías y chicas bronceadas con biquinis diminutos. Ese sí que era un buen sitio para superar una crisis.¿Qué diablos lo había llevado de vuelta a Serenity Falls, al lugar donde había pasado los años más horribles de su infancia?     Había sido una mera coincidencia,pensó mientras se incorporaba y enderezaba despacio la columna. La noticia del fallecimiento de su abuelo lo había sorprendido en medio de una etapa en la que estaba haciendo balance de su vida. Una noche lluviosa, una carretera resbaladiza, y había recobrado la consciencia a tiempo de oír a los médicos de la ambulancia sus escasas posibilidades de llegar vivo al hospital.En aquellos instantes de confusión, le había resultado irónica la posibilidad de morir en un accidente de tráfico. Hacía tiempo que vivía con la idea de que podía morir en cualquier momento, pero siempre había supuesto que lo haría de un modo más espectacular: de un balazo; con un cuchillo clavado entre las costillas; en un atentado, quizá. Le resultaba de lo más irónico de haber estado a punto de morir por algo tan simple como una rueda pinchada.     Al final había salido del hospital sin bazo y con quince kilos menos. No se alegraba de haberlos perdido, pero tampoco se quejaba. Tal como le había dicho el doctor en más de una ocasión, podía considerarse afortunado seguir con vida. Claro que no era la primera vez que esquivaba la muerte por los pelos. Dado frecuencia y hacía tanto que se había hecho a la idea que ni siquiera seguía pensando al respecto. Pero el hecho de despertar de medio muerto tras un accidente lo había hecho detenerse y reconsiderar su vida. Quizá fuera la vulgaridad de que su muerte pudiera ser tan anónima y carente de sentido como la de cualquier otra persona. O quizá el hecho de pasar su cuadragésimo cumpleaños solo en el hospital. En cualquier caso, se había dado cuenta de que había llegado al Ecuador de su vida y de quería saber qué iba a hacer con el resto de ella.     Aunque no era la típica crisis de los cuarenta, se dijo Reece mientras sacaba una muda limpia de la mochila y recorría desnudo el pasillo rumbo al cuarto de baño.En general, los hombres que cumplían cuarenta años empezaban a hacer tonterías como dejar el trabajo que habían realizado durante los anteriores quince años,cambiarse de casa sin motivo y tener una aventura con una mujer de veinte. Reece miró a los ojos al hombre que se reflejaba en el espejo descascarillado que había sobre el lavabo.     ¿A quién pretendía engañar? Había hecho dos de esas tres cosas, y encima las más aburridas. Tal vez debería haber conservado el trabajo y el apartamento y optar por lo de la aventura...Esbozó una media sonrisa mientras corría la cortina de la ducha. ¿Crisis de los  cuarenta o locura transitoria? . Reece  miró el chorrito de agua tibia que caía de la ducha y prefirió no conocer la respuesta.     Shannon se arrodilló sobre el césped que rodeaba el arriate de flores y arrancó sin entusiasmo los hierbajos que habían  crecido en torno a un rosal. Su filosofía de la jardinería solía basarse en el concepto de la supervivencia de lo más aptos. Si una planta no soportaba un poco de rivalidad, no tenía espacio en su jardín. No le apetecía mimar plantas delicadas y si se había animado a arrancar las hierbas, no era más que porque empezaban a tener más altura que las flores.     Se sentó en cuchillas sobre los talones y miró el trozo de suelo que había despejado. Los hierbajos no eran tan malos, pero hacía un día tan estupendo que era una lástima pasarlo dentro de  su casa. A principios de noviembre, el calor del verano había remitido y todavía no habían llegado las lluvias del invierno. El aire era seco y cálido, pero de noche refrescaba. Shannon cerró los ojos, levantó la cara hacia el sol y disfrutó de sentir los rayos sobre su piel.     Por más de años que viviera en California, no creía que llegara a aburrirse de aquel clima.    -Una forma estupenda de agarrarte un cáncer de piel.     El mordaz comentario la sobresaltó. Shannon se tragó un exabrupto cuando se dio cuenta de quién la había interrumpido. Edith Hacklemeyer vivía al otro lado de la calle, bajita, delgada, más cerca de los setenta que de los sesenta, profesora de inglés jubilada, llenaba sus días haciendo labores de jardinería, bordando, cosiendo colchas y ofreciendo consejos gratuitos a quien se cruzara en su camino. Tenía mucha imaginación como jardinera, escaso talento con las colchas y grandes aptitudes para meterse donde no la llamaban. Pero, teniendo en cuenta que era su vecina y clienta de la tienda. Shannon se sentía obligada a mantener una relación cordial con ella.     -Un día precioso, ¿verdad?-dijo sin hacer caso al comentario sobre el cáncer de piel. Uno de los rasgos menos atractivos de su vecina era su capacidad para encontrar la parte mala de todo y de todos.     -Necesitamos que llueva -murmuró Edith mirando hacia el cielo abierto con el ceño fruncido.      -Ya lloverá-dijo Shannon con naturalidad mientras alisaba la tierra que rodeaba unas caléndulas.     -Deberás ponerlas en tiestos.     -Todavía están floreciendo.     -No sé, a mí nunca me han gustado mucho las caléndulas. Pero, aunque me gustaran yo las pondría en un tiesto. Si no plantas pronto las flores de invierno, las semillas no estarán preparadas para las primeras lluvias.  
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