Episodio II

2162 Words
ANDREA -La enfermedad de tu abuelo está muy avanzada- El doctor acababa de salir de la habitación, su rostro cabizbajo. Aquello solo significaba algo no muy bueno. – Lo lamento Andrea, pero si sigue así, solo estará con nosotros un poco menos de seis meses. Sin embargo, con …- él hablaba, pero ya no prestaba atención a lo demás, ya era muy difícil para mí poder pagar todo aquello, ahora como podía decirle a mi abuelo que no podría ayudarlo más, que, por mi culpa, ya… ¡No! Era las palabras más difíciles que había tenido que escuchar, era cierto, pero no podía presentarme ante él, deprimida, tenía que hallar la forma de conseguir otro trabajo y lo haría. Ahí estaba la puerta delante de mí, inhalé más profundo, intentando poder controlar mis emociones. La puerta, solo era una más ¿Por qué no podía simplemente abrirla? Seguía ahí de pie. Gire la perilla. Ya no había marcha atrás. Abrí aquella puerta. Me acerqué con detenimiento, su mirada estaba perdida hacia la ventana principal de aquella, su habitación. Una de las más grandes de la casa y de las más iluminadas. Estaba recostado, su cabello y su rostro cansado era el reflejo de su edad. Me dolía verlo así, tan frágil. Me sentía impotente. Pero no me podía ver débil, tenía que… -Abuelito, ¿Te encuentras mejor? – una pregunta no muy inteligente por mi parte. Él solo se giró a verme. Su sonrisa ya no era aquella radiante que mostraba hace algunos meses, era débil, sus cabellos plateados y su rostro, hacían verlo como una persona a demasiado vieja, pero no lo era, o al menos no lo era para mí -Abuelito, tienes que internarte en un hospital-- -Andrea, sabes hija, ya no quiero estar todo el tiempo en el hospital, es algo que no podemos pagar- La forma en que lo decía, me hacía recordar nuestro problema financiero. Trabajaba casi todo el tiempo, antes de la escuela y después de ella, dos trabajos que, según yo, podrían ayudarme a financiar todo, pero no había resultado así. Por más tiempo que trabajaba, incluyendo en ocasiones horas extras, era imposible pagar los medicamentos, la enfermera, los servicios básicos, la casa. Eran cosas que comenzaban a mortificarme, pero intentaba que él no lo notara, que no observara mi cansancio, mi estrés. -Hija ya no te mortifiques- su voz se comenzó a cortar, comenzó a agitarse y giró su rostro hacia la ventana, mientras algunas lágrimas comenzaban a asomarse por su rostro. Maldita sea. -Abuelito- le dije mientras tomaba su mano, intentando tranquilizarlo. -Mi vida, recuerdas la promesa que te hice cuando eras niña- mi rostro se tensó, ¿qué había sido? ¿A qué venía eso? Me quedé paralizada sin saber que decirle. -recuerdas que te dije que no me iría hasta verte casada, realizada y feliz- me volteó a ver, mientras sujetaba mi mano y sus labios se tensaban. -No estoy seguro de poder cumplirlo- Solo sonreí. -Abuelito, te vas a aliviar, solo permíteme llevarte al hospital, créeme que todo va a salir mejor- le dije. En aquel momento se abrió la puerta. -Ha llegado la hora de su medicamento- era la enfermera. Le di un beso a mi abuelo en su frente y me retiré, no sin antes sonreírle, sugiriéndole que se internara. Le sonreí a Jaz, saliendo de la habitación lo más rápido posible, ya no iba a poder contener más las lágrimas. Cerré la puerta de la habitación mientras me recargaba en ella, comenzando a llorar en silencio. Intenté respirar tranquilamente, despacio, pero era como si mi cuerpo no pudiera controlarlo. Me alejé de la puerta y fui a mi habitación por mis cosas para irme a la universidad. Intenté disimular un poco mis ojeras con un poco de maquillaje, pero me veía terrible para mi edad. Me sentía de casi cuarenta, cuando solo tenía diecinueve. Baje a la cocina con la intención de comer algo, pero el refrigerador estaba vacío y lleno de facturas pendientes por pagar. ¡Maldita sea! Por lo general solía ser positiva, verle todo lo bueno a todo lo malo que sucedía, pero la realidad me estaba ahogando, en mi desesperación. ¿Qué es lo que iba a hacer? En qué más podía trabajar. ¡Ya no lo sabía! Cerré la puerta del refrigerador. Y vi la última factura. Era una notificación del banco, si no pagaba la hipoteca de la casa, me desalojarían y anexaron números de abogados, así como una fecha de embargo. Fe… fe era lo que ya estaba dejando de tener. A veces me preguntaba cómo podía ser posible que fuera hija de un millonario al que le importaba muy poco mi vida. Un tipo que creía que con darme un mínimo por ciento de sus acciones era suficiente para sobrellevar una vida, y que aparte de todo me tenía condicionada. Ya que yo no podía tocar la cuenta, si no, que únicamente servía para pagar las mensualidades de la universidad, ya que esa cuenta solo estaba disponible para hacer transacciones, donde yo no podía accesar, ni disponer. Era su hija y solo me veía cuarenta minutos el día de mi cumpleaños, por obligación, solo por qué fue la última condición de mi abuelita antes de fallecer. Sabía muy bien que no era mi culpa, me lo repetían desde niña, pero mi único error fue el ser la hija ilegitima de mi padre y de su amante, que, aunque era mi madre, jamás la conocí. No podía juzgarla, ella falleció al momento de mi nacimiento, o eso se me dijo. Mi padre nunca la ha mencionado, no tengo fotos, no tengo nada que me haga recordarla, o que me indique quien era. Me sentía sin pasado, sin algo que me hiciera sentir parte de algo. No tenía un sentido de pertenencia. Lo único que sabía era que mi abuela era una mujer maravillosa que luchó por mi custodia para protegerme de la esposa de mi padre. Esa mujer realmente era cruel, pero su enojo era el correcto. Aceptar a la hija de la amante y criarla como suya, junto con sus dos hijos mayores, no era lo mejor, ella quedaría en mal ante todos por aceptarme, así que, tampoco podía estar molesta con ella, era imposible. Todos estaban justificados, no podía guardarles rencor, sin embargo, anhelaba esa parte del cariño paternal. Yo era el cero a la izquierda en muchas cosas, pero mi abuela me enseño a no hacer caso, a sentirme orgullosa de ser quien era, no importando de donde provenía. Ella estaba viviendo un segundo matrimonio, entre ambos me ayudaron a sobrellevar mi infancia, hasta que mi abuela simplemente enfermó, decayendo rápidamente, dejando un hueco difícil de llenar. Era mi única figura materna, mi único familiar al que le interesaba. Sentía que mi mundo se venía abajo. Ella era la única que me defendía de las atrocidades de mis hermanos quién los mantenía en orden, sabía que su partida no solo me afectaba a mí, si no, a ellos también. Después de todo era su abuela. Era una mujer extraordinaria. Una excelente cocinera, confeccionista, estilista… simplemente fantástica. Sin embargo, la parte difícil comenzó después de ahí. Mi padre quería que me fuera a un orfanato, lejos de todo, pero mi abuelo lo detuvo de aquella instrucción. Mi padre aceptó, le dijo que me continuaría cuidando, pero sería bajo su tutela, sin beneficios económicos. Aun así, mi abuelo acepto, sin pensarlo dos veces. Le dijo que yo no era un objeto para estarme tratando como tal. Le estoy agradecida por ello. Por no dejarme sola. Pero para un hombre de avanzada edad no era fácil sobrellevarla con una pensión, intentó trabajar, pero su edad lo limitaba, lo poco que conseguía me lo daba. No era mucho, pero para mí era suficiente. Me daba lo que necesitaba, una familia. En cuanto tuve edad para comenzar a trabajar, me dediqué a ayudarle con los gastos, hasta que el enfermó. Recuerdo que me arme de valor y le pedí a mi padre que nos apoyara, pero no deseaba hacerlo, insistía en que él no tenía por qué ayudarlo, ya que no era parte de su familia. Sabía que era cierto, pero fue el hombre que hizo feliz a su madre. Estaba enojada, decepcionada. -Te estoy pagando escuelas de prestigio y ¿encima quieres que lo ayude? - me dijo aquella ocasión. - ¡papá! Solo te pido que ese dinero que inviertes en la escuela, me lo des, yo puedo ir a cualquier escuela federal, no necesito ir a una escuela de niños ricos, con mis hermanos, sabes lo que es para mí, ¡es una tortura! Yo no pertenezco ahí, te prometo que me cambiaré el apellido en cuanto crezca y desapareceré, pero ayúdalo- -Andrea, vete a casa, le prometí a tu abuela que estarías en esa escuela, así que no hay nada más que decir, retírate y no quiero volverte a ver en mi oficina ¡jamás! - Aquella ocasión pidió a su secretaria que me sacara de aquel lugar. Había sido humillada una vez más, pero no tenía más opción que comenzar a vender algunos de los obsequios que me había dado, o que inclusive había recibido. Habíamos sobrellevado algunos gastos, pero los tratamientos comenzaban a ser más prolongados, los medicamentos cada vez más costosos, mi trabajo no era suficiente. -An, tu abuelo se ha quedado dormido, ve a la escuela tranquila- Me dijo Jaz desde la entrada de la cocina -Todo va a salir bien, pero creo que deberías considerar la idea del asilo- -Jazmin, te pido que me des hasta el fin de semana, para pagarte- Pese a todo, ella siempre me esperaba con los pagos, no era una enfermera joven, era una señora madura, cuyos hijos ya habían formado una vida lejos de la ciudad, razón por la cual ella estaba trabajando a domicilio. Su rostro asomaba algunas arrugas y su cabeza asomaba algunas canas que cada dos meses se ocultaban por el tinte. Era una mujer encantadora, con gran sentido del humor, animaba mucho a mi abuelo, por eso no quería que dejara de ir, pero su nómina era complicada de recaudar. -No te preocupes por eso. Anda, apresúrate, llegaras tarde- -Gracias- le dije mientras me apresuraba a la puerta. -Y por favor, evita hacer una locura- ¿Locuras? Yo no lo llamaría así, al contrario, le llamaría desesperación, pero bueno, sé que las cosas cambiarían a su debido tiempo, aunque estaban tomando más de lo que requería. La parada al autobús no estaba tan retirada, pero su horario era variable. Tenía que transbordar en dos ocasiones para poder llegar a la universidad, así que no podía retrasarme. La caminata era la misma, jamás prestaba atención a lo que sucedía alrededor, mi cabeza no dejaba de pensar en las posibilidades, en las soluciones, la verdad, la universidad era la mínima de mis preocupaciones, pero no podía restarle importancia, había solicitado una beca, la cual increíblemente se me fue asignada, que, aunque no era mucha la remuneración económica, era una verdadera ayuda, así que no podía tampoco distraerme. Esperar en la parada era la misma de cada día. Éramos los mismos, siempre, solo que las bajadas eran diversas. A veces me impresionaba la genialidad con la que cada persona tenía algo que contar, sin embargo, ninguno hablaba de sí mismos, pese a que siempre nos veíamos todos los días. Al llegar al autobús cada uno de aleja del otro, tomando un asiento o en su caso estando de pie. Aquella ocasión era un día tranquilo. El chofer no siempre era el mismo el que nos recibía, pero nunca éramos de su interés. Me senté en una de las primeras líneas, pegada a la ventana. Y me perdí en ella. Sin si quiera lograr ver el paisaje de la ciudad. Únicamente pensando en todo lo que sucedía a mi alrededor. Mi abuelito. Tenía dos cosas en mi cabeza, su bienestar, considerando en ello dos cosas, el asilo y mi estadía, pero en segundo plano, su deseo. Él y mi abuela habían planeado mi boda desde que era niña, decían que era una especie de pasatiempo, a mi abuelo, aún le hacía anhelo aquello, sin embargo, nunca me había dado el tiempo de tener novio. Francamente relacionarme con alguien era lo último que pasaba por mi cabeza. Respire profundamente. ¿Qué iba a hacer? Si mi abuelo se iba a un asilo, estaría bien atendido y los gastos disminuirían un poco, en cuanto a los servicios a domicilio, así como los servicios de casa, ya que podría desocuparla por la falta de pago acumulado, así que ahora la pregunta era, ¿A dónde iría yo? Las rentas eran elevadas en la zona donde laboraba, y no quería incomodar a la familia de mi mejor amigo, que, ante todo, eran personas amables e increíbles. Tenía que buscar un hogar para hoy, de esa manera podría ayudar a mi abuelo.
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