Se había ido

1777 Words
LEONARDO La lluvia caía a cantaros desde hace un par de horas. Acaba de entrar en casa, grité su nombre, mientras recorría todas las áreas de esta, pero ella aun no llegaba. Ya había ido a recorrer diversos lugares, pero no podía encontrarla. Me sentía extraño, estaba nervioso, inquieto. Tenía a la policía en mi auxilio, claro que estaba que tenía que pagarles extra, de otra forma los incompetentes no hubieran hecho absolutamente nada. Estaba desesperado. Si le pasaba algo sería mi culpa. Eran las cinco y media de la mañana, no había rastro de ella. Mi cuerpo de seguridad estaba buscando también, recorriendo parques, hoteles, lo que fuera. Estaba preocupado. Ella no traía su identificación, no traía dinero, no tenía su bolso, porque lo había olvidado en la limosina. ¡Con un demonio! Caminaba por la sala, por todas partes, ya no hallaba por donde estar. Ella no aparecía. ¡Carajo! El tiempo pasaba despacio, lento, me estaba frustrando. ¡Maldita la hora en que se me ocurrió llevarla! Me sentía miserable. ¡Por Dios! Esto me estaba consumiendo. Toda la maldita noche buscando y nada. Esta puta ciudad no era tan grande como para no saber dónde buscarla. ¿A dónde había ido? Había llegado a casa con la intensión de esperar una hora por si llegaba, pero no era así. Ella no estaba y no llegaba. -Señor, ¿tiene alguna idea de qué lugares frecuenta? O ¿si tiene algún amigo a donde ella pudo haber llegado? – Me preguntaba el jefe de policía a través del altavoz de mi iphone. Qué clase de cabrón era, tenía seis meses con ella y no la conocía, no tenía ni la menor idea de quien era ella. No me quise dar a la tarea de conocerla, porqué, según yo, ella era una maldita princesa de papá. Pero anoche vi todo lo contrario. ¿Quién demonios era ella? Lo único que sabía era que ella se ausentaba todo el día, vestía por lo general la misma ropa, era como si fuera una especie de uniforme. Era una persona muy positiva, sabía guisar delicioso, como pocos chefs, dibujaba como profesional, sabía dar críticas constructivas sobre la cuestión de imagen e iluminación, también que su rostro se veía cansado todo el tiempo, pero ella siempre sonreía. Le gustaban las cosas simples como la lluvia o el helado. Era una mujer sencilla, sin ambiciones, según yo. La casa la tenía impecable pese al poco tiempo que estaba ahí, inclusive mi habitación estaba en óptimas condiciones. Caray era como si fuera una criada, pero ese había sido nuestro estúpido acuerdo, su acuerdo, yo estaba simplemente cegado de cómo hacerle pagar todo lo que su familia me había hecho, pero era como si ella no..., pero no, ¿cómo era posible? ¿Acaso no pertenecía a ellos? ¿pero su apellido? ¡Carajo! Solo tenía más preguntas. - ¿Señor? – preguntó la voz del otro lado del altavoz. -No, no sé dónde encontrarla. Su único amigo está fuera de la ciudad y no tiene otro lugar a dónde llegar, por ello estoy impaciente- Dije. Sabía algo, el niño mimado de los Williams estaba en Nueva York, de él estaba seguro por la conversación que alcancé a escuchar entre la multitud. Algo tenía claro, en ese lugar todos sabía quien era Andrea, menos yo. -Descuide señor, hacemos lo que podemos- dijo la voz del otro lado del altavoz. Si estaba cansado no era capaz de sentirlo. Jamás había entrado a su habitación, pero aquel día sería el momento. Probablemente encontraría algo, lo que sea que me pudiera ayudar a encontrarla. Estaba ansioso. Abrí la puerta de su habitación. ¡Santo cielo! Estaba anonadado. Me sentía petrificado. Me sentía un imbécil, un idiota. ¿En qué situación la tenía? ¿Acaso de verdad lo merecía? No había ropa colgada en el closet, tampoco había televisión, computadoras, o algo. Solo estaba el pequeño tocador de madera que le perteneció a mi madre. El espejo estaba lleno de notas, me acerqué a verlas, eran especie de facturas, pagos pendientes, de un asilo, conceptos de medicamentos, concepto de escuelas, de casas de empeño. ¿Su abuelo? ¡Dios bendito! ¿Qué acaso no lo pagaba su padre? Abrí el cajón, solo había dos o tres cosas de maquillaje del económico. Incluso, una foto, era un hombre y una mujer ambos de edad avanzada, con una niña en medio de ellos, con radiante sonrisa, con su gorro de cumpleaños y su pastel. Probablemente sus abuelos. Su cama estaba arreglada y solo cubierta con una sábana, así como una cobija doblada en la equina de esta. Me acerque al closet, a la cajonera, no había nada, era escasa la ropa interior que se encontraba en él, así como dos o tres playeras desgastadas, dos uniformes y un pantalón de mezclilla. En el segundo cajón estaban sus documentos. Cartas de adopción sin finiquitar. ¿Qué era todo esto? Papelería de los colegios a donde había asistido, todos ellos de alcurnia. Solicitudes de beca. Esto no tenía sentido. El tercer y el cuarto cajón estaban vacíos, había un par de convers debajo del closet. Por un extremo estaban las cajas donde venía el vestido, los zapatos, así como, el juego de collar con aretes que le otorgue la noche anterior. No tenía nada, nada en esta habitación que indicara que fuera una mujer, no había alhajas, vestidos, sacos, abundante maquillaje. ¿Cómo había permitido que ella acabara así? ¿Cómo? Me sentía una escoria. Salí de su habitación cerrándola a mis espaldas. Tomé el teléfono y marqué. -Mathew, disculpa la hora. Quiero pedirte que me investigues a alguien, por favor- Se escuchaba soñoliento, era lógico, eran las seis pasadas de la mañana- Investígame a la brevedad todo lo que puedas sobre Andrea Nailea Welshman, y disculpa la hora- le dije antes de colgar. Revise su bolso por enésima vez, ahí estaban sus pertenencias, tome su identificación, su rostro blanco iluminaba aquella tarjeta, sus ojos verdes irradiaban, no felicidad, pero si, esperanza. Realmente era una mujer hermosa, no solo físicamente, sino también como persona. Era estúpido repetir lo que ya sabía. Me estaba enamorado de ella. De su sencillez, de su calidez, pero su rostro estaba perdiendo brillo, así como su cabello cobrizo, sus ojos ya no eran de verde esmeralda, eran cada vez más cenizos, sé que en parte eran por mí, pero yo era el mínimo de los problemas de ella. Yo no era nada, con lo que ella estaba pasando. ¿Por qué no me quise dar cuenta? -Señorita, ¿está usted bien? - Escuché que alguien decía desde el jardín. Mi corazón comenzó a latir rápidamente. -Discúlpeme, creo que me equivoque de casa- decía ella. -No, no, el pase, el señor la está esperando- le dijo uno del cuerpo de seguridad, que le abrió la puerta. Ahí estaba ella, empapada, con su cabello suelto y escurriendo en agua. El vestido estaba arruinado manchado en lodo, aquel vestido que la hacía verse maravillosa la noche anterior, hoy la acompañaba como una mejor amiga. Los zapatos los traía a la mano, aquello quería decir que andaba descalza. -Buenos días, disculpa, arruine el vestido, intentaré… arreglarlo más tarde- Me decía mientras el cerraba la puerta de la casa, su rostro no me veía, no se había girado para verme. Estaba pálida, demasiado pálida, seguramente más fría que el exterior. Y yo, solo estaba de pie sin poderme mover. -Andrea…- -Lo siento, estoy mojando la sala, me voy a bañar, tengo que alistarme para ir a trabajar- me dijo, levantando su rostro, dedicándome una sonrisa. Su rostro. Sus ojos estaban hinchados, rojos, ya no había más maquillaje en ellos, solo estaba la chica que vi en aquella universidad, aquella joven de belleza transparente, pero con los ojos de un color opaco, tenue. Les había robado su brillo. No la pude detener. Sus brazos. Marcados con marcas moradas. ¿Qué carajo sucedía? Ella se dirigió hacía su habitación, después escuché como cerraba la puerta. Me quedé de pie, ahí en la sala. Quieto. Era un imbécil. Fui por algo para limpiar el suelo, podía pedirle a alguien que lo hiciera, pero necesitaba dar órdenes y por primera vez, no podía decidir qué hacer. Terminé, salí, comencé a dar algunas instrucciones, sobre traer el platillo del día, que avisaran a los guardias, así mismo, hice los cheques para que se entregaran a los haraganes de los policías. Le pedí al cuerpo de seguridad que se agruparan, para vigilar a mi esposa de aquí en adelante. Pedí preparar mi casa. Di en orden toda la prioridad que requería. Hasta que escuché que la puerta se había abierto. Entré a la casa. Necesitábamos hablar. Tenía que disculparme. Andrea, traía uno de los uniformes que solía usar, era de color azul celeste, traía su pantalón, así como, sus converse. Llevaba una su abrigo n***o, cruzado en su antebrazo. No traía mucho maquillaje, así que, su rostro era el delator de una mala noche. De una patética noche. Se veía exhausta. Débil. La vi dejar su abrigo en una de las sillas y dirigirse a la cocina. Abrió el refri, así como tomarse un vaso de jugo, sus respiraciones eran profundas, pesadas, estaba conteniéndose para soportar el no continuar llorando. Me acerqué solo al umbral del comedor. No quería incomodarla más. Ya había tenido suficiente de mí. -Andrea…- Ella cerró la puerta de este. -Necesitamos hablar, ayer…- -Discúlpame, esto no debió de haber sucedido, soy yo quien te debe una disculpa, lamento haberte dejado solo, el haber huido…, sé que no fue correcto, pero…- la escuchaba, pero no podía dar crédito a lo que decía, se estaba disculpando, por algo que ella no hizo. Su único error, fue pertenecer a esa escoria de familia- espero puedas perdonarme – Comenzó a estornudar- me tengo que retirar, tengo que ir a trabajar, prometo hacer la comida al volver- me dijo, pasando a lado de mío. -No has dormido nada, necesitas descansar y necesitamos hablar- Tomó su abrigo, se dirigió a la sala donde vio su bolso en la sacando de él, únicamente su cartera, así mismo, su teléfono, que no era más que un celular sencillo, con el que solo podías hacer llamadas o enviar un texto. Francamente cuando lo vi, pensé que era una broma que aún existieran artefactos como aquellos- La comida llegará en breve, quédate a almorzar- le insistí. Un sonido me irrumpió. Era mi iphone el que estaba sonando, era uno de los miembros de mi empresa, tomé la llamada, descuido en el que la vi cerrando la puerta de la entrada. Se había ido.

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