ESTEFANÍA
Llegó un paquete a primera hora de la mañana. Lo había recibido yo misma, ya que Juventina se había ido a descansar luego de haberme reemplazado la noche anterior. Sentía culpa porque la pobre mujer tendría que reemplazarme esa noche para que yo pudiera asistir al evento. A ella no le molestaba ayudarme.
Siempre me decía que ojalá ella hubiese tenido esa valentía de joven, y seguir sus sueños sin que le importase lo que el marido pensara. Un hombre del cual terminó huyendo al venirse a la ciudad, pues la golpeaba y ella lo único que hizo fue desaparecer de su lado.
El paquete me lo había enviado Joshua con uno de sus asistentes que lo ayudaban en sus negocios y sus pendientes.
Subí a mi habitación, y al abrir la caja me encontré con un vestido dorado de Oscar de la renta precioso. Dentro había una nota escrita con puño y letra por parte de él.
"Ponte este vestido, no quiero que llegues con tu ropa de abuela gris."
¿Cómo podía decirle que esa ropa gris, como le llama él, era el producto de dejar las compras de mi guardarropa a su hermana? Suspiré. Al menos tenía el alivio de saber que esta vez el vestido lo había elegido él por lo hermoso que era. Si hubiera sido mi cuñada me habría elegido el vestido más espantoso del mundo, o incluso llegar con un traje de dinosaurio para mí, y eso habría sido más bonito que las últimas compras que me había traído por encargo de Joshua.
Me vi en el espejo con mi vestido dorado de corte asimétrico y una caída del hombro en estilo griego. Mi cabello recogido y mi maquillaje discreto, pero elegante, me daban un aspecto de ser una señora de la alta sociedad. No lo era, o al menos no me sentía así desde que me casé con Joshua.
Me había tenido que inyectar para poder cortar los síntomas de la gripe, por fortuna la medicina había hecho efecto y había amanecido con molestias mínimas. Tenía la certeza de que al menos tendría la energía de lidiar con él durante el evento.
Jaime era cómplice de Juventina y mío. Antes de que el chofer de Joshua llegara por mí, fui a ver a Jaime. El chofer que estaba más a disposición de la ama de llaves y de algunos empleados que de mí por órdenes de mi marido, era mi cómplice.
— Señora, se ve preciosa. —Me sonrió el anciano.
— Jaime. Llámame por mi nombre por favor. —Le sonreí.
— Fanny. —Me sonrió. Le sonreí de vuelta.
— ¿Podrías llevar a Juventina con la señora Adela? —saqué un poco de efectivo de mi bolsa de mano.— Y por favor llévala a cenar, no le digas que yo te di dinero. Es capaz de irse con la panza vacía y no cenar mientras cuida a la señora. Por favor. —Le detuve la mano antes de que protestara que él pagaría por la cena.— Es lo mínimo que puedo hacer por estarme ayudando todo este tiempo.
Me despedí de Jaime justo a tiempo, pues el chofer de Joshua había llegado para recogerme. Eché un suspiro al aire antes de entrar al vehículo. Iba hecha un manojo de nervios, a pesar de que había hecho esto incontables veces durante dos años, me erizaba la piel tener que verlo y fingir algo que había muerto.
Sonreír tomada de su brazo, y hablar con las mujeres sobre lo maravilloso que era mi marido me hacían ser la mentirosa de la década, si es que ese premio en algún momento existía. A menudo me imagina situaciones graciosas para sobrellevar la pesadez constante en mi vientre por su indiferencia. Al menos de algo me tenía que reír o entretenerme.
Al llegar a la fiesta, mi marido había llegado al lugar. Me había mandado una serie de instrucciones para justificar que llegamos por separado. El chofer me ayudó a bajar. Me puse mi abrigo para resguardarme del frío y me adentré al lugar del evento. Era una fiesta del aniversario de uno de sus clientes más importantes y estaban celebrando el aniversario de su empresa.
Al entrar, busqué con la mirada a mi esposo, pero no lo pude encontrar a simple vista. Le marqué al teléfono, pero no me respondió debido a la música que estaba sonando acompañado de las voces mezcladas de las pláticas en el aire. Me adentré saludando con la mirada, asintiendo con la cabeza a todo el que se me cruzaba en el camino y me reconocía.
Al final de cuentas terminé recorriendo toda la fiesta para encontrar finalmente a Joshua. Estuve a punto de acercarme a él, pero me detuve al ver que una mujer se acercó a él.
Al principio él no le tomó importancia hasta el momento en que levantó la vista de su copa, que tenía sobre la barra, sonrió al instante y ver a la mujer que estaba a un lado de él. Le dijo algo en oído y se abrazaron.
Parecía que esa intimidad. No quería aceptar que sentí una incomodidad recorriendo mis venas y desencadenando los celos que todavía me provocaba verlo con alguien más.
Suspiré resignada. Me di la media vueltas y lo tomé como una señal para no tener que lidiar con él esa noche. Que le dieran por el cul**o. Tomé una copa de champagne y seguí mi camino.
— ¡Fanny, pero qué emoción verte por aquí! —escuché la voz de mi amigo Josué, que había corrido a mi encuentro.
— ¡Josué! —Nos saludamos con un enorme abrazo, de esos que nos decían que solo estábamos nosotros dos solos contra el mundo.
— ¿Cómo estás? Ay, me desespera no poder visitarte. —Mi amigo un pisotón al suelo en protesta de que no podía recibir visitas, de nuevo, por órdenes de Joshua.
— Lo sé, pero no es como que no nos hayamos visto en la universidad. —Me encogí de hombros.
— ¿No está el pesado de tu marido cerca?
— No. Creo que está bastante ocupado. —Me vio mi cara de haber olido un pedo. Josué torció la boca al imaginarse lo que podría ser.
— Que le den por el cul**o amiga. Que bueno que está ocupado porque te quiero presentar a alguien que sé que te va a emocionar verlo, por la persona que es. —Me tomó de la mano y arrastró hacia el otro lado del salón.
Atravesamos a los invitados que estaban inmersos en sus pláticas.
— Josué, espera. No puedo estar de un lado para otro sin que me vean con Joshua.
Mi amigo no dijo nada. Continuó avanzando a través de la gente hasta arrastrarme a una isla de canapés, un lugar un poco alejado del mar de invitados que había.
— ¡Josué, qué gusto verte por aquí! —saludó el hombre emocionado.
Me quedé con la boca abierta al ver que el hombre que vestía un smoking blanco se dio la media vuelta para saludar a Josué. Que le dieran Joshua, no me importaba nada en ese momento más que agradecer el milagro que estaba frente a mis ojos.
— Profesor, ella es mi amiga Estefanía, de la que le estaba hablando. —Me presentó Josué. Yo di un paso adelante para saludarlo con todos los nervios del mundo.
— Estefanía, Josué me ha estado hablando maravillas de ti. Marcelino Montes de Oca. —La madre que me parió. Estaba frente a uno de los doctores más importantes del país.
— Sé.... sé quién es usted. Admiro mucho su trabajo. —Sonreí emocionada por conocer a una eminencia en la medicina.
Volteé a ver a mi amigo que estaba satisfecho por lo que había hecho. Me sonrió por lo bajo guiñándome el ojo.
— En seguida vuelvo. Acabo de ver a Misael. —Josué se alejó de nosotros para ir al encuentro con su novio. No tenía ni idea de cómo había conocido al doctor Montes de Oca, pero estaba agradecida por ello.
— Varios de tus profesores me han hablado mucho sobre tu desempeño en la facultad. Me interesa mucho tu perfil, ¿por qué no haces tus prácticas conmigo? —Le dio un sorbo a su copa de vino mientras me observaba abrir la boca por la oferta repentina.
Entrar a hacer las prácticas con el doctor no era nada fácil. Solo seleccionaba a los mejores a través de exámenes rigurosos y calificaciones perfectas. Era un sueño el que estaba viviendo que me hiciera la oferta sin siquiera evaluarme primero.
No podía creer la oferta que me estaba haciendo. ¿Me estaba pidiendo el mejor doctor del país que hiciera las prácticas en su hospital? Era la oportunidad de mi vida, pero había un problema. Era casada, y al menos que averiguara una manera de cambiarme de ciudad sin que Joshua lo notara podría aceptar.
— ¿Lo está diciendo de verdad? —Le pregunté con la emoción golpeando mi pecho. Contuve la respiración ocultando mis ganas de saltar, en caso de que fuera una broma.
— Mis ofertas son muy serias Estefanía, sino viera potencial en ti, no habría ni siquiera aceptado a conocerte. —Volteó a ver a Josué que estaba brindando con su novio.
Me mordí el labio inferior, y agaché la cabeza. No tenía un plan para largarme del lado de Joshua. En realidad me daba miedo el exterior y lo que pudiera encontrar estando sin la protección de Joshua. Se me hizo un nudo en la garganta al tener que decir lo que era correcto en ese momento.
— Doctor, le agradezco enormemente su consideración, pero creo que no puedo aceptar su oferta. —Lo dije simple.
El hombre me vio atento con sus ojos marrones. El doctor rondaba los cuarenta años, pero era de esos hombres que se ponían más buenos con los años.
Sacó una tarjeta de su saco, y me la extendió en la mano, no sin antes mirarme a los ojos.
— Esta oportunidad no se la doy a nadie más. Si estás interesada más adelante no dudes en contactarme. Me gustaría tenerte como mi alumna. —Me acarició el torso de la mano antes de dejar su tarjeta en la palma.
Sentí de pronto un brazo rodeando mis hombros y una firmeza detrás de mi espalda.
— Mi amor te estaba buscando. —La voz de Joshua me erizó la piel. Entré en pánico al pensar que él pudiera haber escuchado la oferta, que me descubriera estudiando medicina y sobre todo que tuviera de nuevo obstáculo para perseguir mi sueño de salvar vidas.
Sonreí un poco avergonzada al doctor, que me dejó su tarjeta de presentación en la mano. Este interrumpió el contacto conmigo en cuanto vio a mi esposo parado atrás de mí.
— Cariño, yo también te estaba buscando, pero te vi ocupado. —Que no me viniera a estar jodiend**o.
— Ya no estoy ocupado mi cielo. Tienes a tu esposo buscándote por toda la fiesta.
Me quería morir de la vergüenza. No quería que el doctor Montes de Oca se llevara una mala imagen de mí. No supe cómo interpretar la expresión de su rostro, pero el hombre decidió ser respetuoso.
— Estefanía, un gusto. —Se despidió el doctor ante la incómoda situación.— Señor, qué tengan buena noche. —Se despidió de Joshua con educación.
Sentí que la oportunidad profesional se me estaba escapando de las manos, pero no podía hacer nada en ese momento. Guardé la tarjeta de presentación, con discreción, en mi bolsa de mano.
Vi de reojo que Josué se había percatado de la situación y estaba en camino a abordar al doctor.
Estaba rogando al cielo, al universo, y todos los santos habidos y por haber, que Joshua no hubiera escuchado la oferta del doctor sobre mis prácticas profesionales.
— ¿¡Qué estabas haciendo con ese hombre Estefanía? —Joshua me agarró del brazo para girarme con un movimiento brusco una vez que el doctor se fue. Tenía la furia clavada en sus ojos, y yo el terror de no saber si me había descubierto perseguir mi sueño.