ESTEFANÍA
Desperté viendo el otro lado de la cama fría y vacía. Una punzada de nostalgia cruzó mi pecho al recordar nuestros días felices antes del matrimonio. Así ha sido desde que me casé con Joshua Chevalier, el que supuestamente era el amor de mi vida.
Nunca supe la razón de su enojo, ni su ausencia, pero después de ese día en el altar las cosas cambiaron entre los dos. Me mantenía encerrada, como un secreto que solo sacaba a relucir cuando la gente le preguntaba por su esposa. A pesar de los días felices que tuvimos antes del matrimonio, eso no bastó para que todo se esfumara.
Extrañaba al Joshua antes del matrimonio, del que me había enamorado. Me dolía ver el mismo rostro, el mismo cuerpo, la misma voz, y sus sentimientos de odio hacia a mí. Eran una mezcla letal que muchas veces me ponían en agonía. Habían pasado dos años desde que él me había jurado ante el altar que iba a pagar cada uno de mis pecados.
Después de la ceremonia Joshua se dedicó a ignorarme durante la fiesta. Los invitados lo interpretaron con que ambos estábamos siendo atentos con los presentes por nuestra cuenta. Yo era una extraña en medio de un mar de conocidos por parte de él. En ese momento me encontraba sola, y aunque me había casado con Joshua por que creía que iba a formar la familia que siempre quise en ese momento me di cuenta de que había hablado en serio.
Me ignoró en nuestro día, fui un cero a la izquierda durante toda la fiesta. Lo observé bailar y reír con otras mujeres menos conmigo. Me encontraba sentada en la mesa con una copa de champagne en la mano y las lágrimas amenazantes por salir.
— ¿No te molesta que tu esposo baile con otras mujeres así de cerca? —me preguntó Mónica, la mejor amiga de Joshua. Se había acercado al verme sola sentada en la mesa principal.
— Un buen matrimonio comienza con la confianza. —Me obligué a sonreír.
— En eso tienes razón. Solo espero que Joshua no caiga en la debilidad por las mujeres de nuevo. —Sentí una punzada en el pecho. Me llevé la copa a mis labios para tomar todo el champagne en un solo trago.— Es broma. Dejó de buscar mujeres desde el momento en que te conoció.
Lo vi abrazar a la mujer con la que estaba bailando en ese momento. En el aire comenzó a sonar la canción de "Hold the line" de Toto", la mujer lo rodeó del cuello. Mi esposo cruzó la mirada conmigo con la canción diciendo "el amor no siempre está a tiempo". cerró al mismo tiempo que yo con la canción en versión jazz diciendo "no está en la manera de decir que eres mía" "no está en la manera que vuelvas a mí".
Ese día fue el comienzo de muchos días llenos de ausencia. ¿Qué si lloré? Por supuesto que sí, pero me también descubrí que podía hacer muchas cosas estando sola. ¿Qué si lo seguía amando? tontamente sí. Seguía aferrada a los días en los cuales fui feliz con él.
Uno de los momentos más amargos de mi vida fue cuando tomamos el auto para ir a la casa que sus padres nos habían dado como un regalo de bodas. Durante todo el camino a casa Joshua no había pronunciado palabra alguna. La tensión la podía sentir en el aire. Estaba sentado a mi lado viendo a través de su ventana para no mirarme.
— ¿Por qué estás así conmigo? —No podía más con su silencio.— ¿Por qué me dijiste eso en el altar? ¿Por qué me ignoraste en plena boda?
Joshua no respondió. Solo vi como sus manos pasaron a ser puños a los costados, pero nada más. El auto se detuvo a los pocos minutos. El chofer se bajó y abrió la puerta de mi lado.
— Aquí es donde vas a vivir. —Sacó un juego de llaves aventándolas a mis pies.
Alcé la vista con los ojos húmedos.
— ¿No vendrás conmigo? —estaba confundida con todo lo que estaba pasando.
— ¿Tú crees que nosotros vamos a ser un matrimonio de verdad? —tragó saliva con dificultad.
— No entiendo nada. —Murmuré más para mí que para él.
— Esto es una farsa Estefanía. No me llames tu esposo al menos que tengamos que serlo por obligación.
— Pero...
— A partir de este momento solo somos dos extraños. Eres nada en mi vida. Ahora sal del auto que quiero llegar a dormir.
Me mordí la lengua antes de derramar las lágrimas que quemaban mis ojos.
— Al menos ¿puedo saber por qué me estás tratando así?
Solo me miró con desprecio. Esperé a su respuesta, pero su voz nunca se pronunció. La frustración y la rabia por no saber qué era lo que le estaba pasando. Tomé las llaves del suelo furiosa por su actitud. Le di una bofetada.
— Cobarde. Eso es lo que eres. —La rabia solo me hacía mostrarle los dientes. Me bajé de inmediato del auto. Apresuré a abrir la puerta dando el portazo.
Esa noche tomé una botella de vino, rompí mi vestido de novia, canté, lloré, grité, bailé, y maldije hasta quedarme dormida.
*
Y así pasaron dos años, encerrada en una jaula de oro.
Muchos de ustedes dirán el por qué sigo a su lado. Cuando se está sola y el peligro asecha allá afuera, lo mejor es no moverse por un tiempo. Estaba obligada estar por un tiempo en esa casa donde no era feliz.
— ¿Dónde está Estefanía? —escuché la voz de Joshua al otro lado de la puerta. Era sábado. No creí que se fuera a dignar en venir a verme luego de no aparecer por la casa en tres meses.
— Buenas tardes señor Chevalier. La señora está descansando. —Escuché la voz de Juventina, el ama de llaves. Había cierta tensión en su voz.
— ¿A esta hora del día? No puede ser posible que sea tan inútil. Son las dos de la tarde y aún sigue dormida. —Escuché algunos pasos detenerse.— Es un parásito que depende de los demás. ¿Por qué no la han despertado? —Lo escuché casi gritar.
— Señor, nosotros… es la señora… —se escuchaba Juventina apenada.
— ¿Señora? esa mujer es una inútil. Llámala por su nombre que de señora no tiene nada. —Parecía que Joshua tenía un pedazo de hueso en la boca por el esfuerzo que estaba haciendo.
Cerré mis ojos al escucharlo. Extrañaba al Joshua de años atrás. Aquel que siempre sonreía de oreja a oreja, y me trataba como a su reina. Por eso me había casado con él.
Lo escuché dar pasos acelerados hacia mi habitación. Abrió la puerta de golpe y yo me senté sobre la cama casi al instante. Se paró frente a mí con una mueca de enojo y repulsión en el rostro. Algo que era habitual en él desde el matrimonio.
A lo lejos vi a Juventina, que estaba pendiente de mí. Asentí con un movimiento casi imperceptible para que se retirara. Podía manejar yo sola la furia de Joshua. La mujer cerró la puerta dejándonos solos.
— ¿A qué debo tu visita? —le pregunté guardando la paciencia.
— ¿Ésta es tu vida? ¿Hacer nada en todo el día, holgazanear y perder tiempo en dormir? ¿De verdad eso quieres para tu vida?
— Te recuerdo que fuiste tú quien me prohibió salir. ¿Qué más se supone que debo hacer? No puedo recibir visitas, no puedo ver a mis amigos, no puedo estar libre por la casa sin que los empleados me estén observando por si me robo algo de tus pertenencias. Al menos déjame holgazanear a gusto. —Le mentí. No tenía por qué saber lo que en realidad hacía.
— Y pensar que alguna vez te amé. Qué equivocado estaba. —Sentí un retorcijón en el estómago. Dolió tragar mi saliva.
Me quedé por un momento callada. Las palabras se me atoraron en la garganta. Hice un esfuerzo sobre humano para escupirlas.
— Pensamos igual. Algunas veces la gente joven comete el error de enamorarse de la persona incorrecta, y yo fui demasiado tonta por pensar que eras el hombre perfecto. —Lo vi a los ojos. No habían lágrimas que recorrieran mis mejillas porque la aceptación de que ese hombre no me amaba ya había llegado.
Esta vez él se quedó callado. Me vio a los ojos, estaban tristes al igual que los míos. Su mirada azul y mi mirada gris, no hacían otra cosa que reflejar la frialdad que había entre los dos. No había esa calidez que alguna vez tuvimos.
— Mereces esto y más por tus engaños. —No sabía a qué se refería con engaños, salvo... aquella noche.
— ¿Qué engaño? —Al fin tenía pista de algo.
— Estuviste con otro hombre Estefanía. Ese es uno de los tantos engaños que descubrí.
Otro hombre. Pensé en mis adentros. Una punzada de dolor cruzó por mi pecho. Alcé la vista hacia él.
— Así que lo sabías. —No podía negarlo.