Dimitri fija su vista en Marianela, quería escuchar de sus labios su respuesta. De seguro vio que tenía más oportunidad con Arnold. Es joven e igual de millonario el mejor candidato. Puso sus codos sobre la mesa esperando que ella contestara.
—Yo… —Marianela baja la mirada, siente la insistente mirada de Dimitri quemar su piel. No entiende por qué su profunda mirada la pone tan nerviosa. Es como si un fuego voraz la corriera por todo el cuerpo. Su corazón late fuerte. Respira profundo para encontrar calma a su cuerpo.
—Arnold deja a la muchacha en paz. —ordena Dimitri serio. No le gustaba para nada que su hermano estuviera llamando la atención de la chica.
—¡Bien, bien! —el menor de los Stone levanta sus manos en son de paz, no eso no significará que bajaría la guardia—. Solo quería dar un paseo por el patio, en excelente compañía. —se encoge de hombros y sigue comiendo.
Dimitri niega, conoce sus paseos por el jardín. A más de una de las niñeras de Math se ha llevado y ha hecho de las suyas al punto de enamorarlas y tener qué despedirla.
—Señorita González, cuando Mathew se duerma puede retirarse a descansar. —ordena Dimitri, no la quiere cerca de su hermano.
> le dice su conciencia, pero está la manda a callar, no está para juegos de niños. Él no es un adolescente celoso. Jamás hará una escena de celos, jamás le dejaría a saber a nadie lo que ella causa en él.
—Sí señor Stone. —musita un poco apenada. Odiaba sentirse reducida a un sí señor, no señor, pero su trabajo estaba en riesgo. No podía perderlo cuando es tan difícil encontrar uno con esas comodidades.
Dimitri por su parte la miraba de soslayo, se veía tranquila, como siempre pendiente de su hijo, sin prestar atención a Arnold más allá de lo que le pregunto. Ella sonreía con las ocurrencias de Mathew de vez en cuando le llamaba la atención y le enseñaba llanera correcta de tomar la comida.
Terminaron de cenar y cada cual tomo su rumbo. Gertrudis recogió la mesa, Marianela la ayudo a poner la vajilla y cubiertos usados en el carrito para que los llevase a la cocina. Dimitri fue directo a su despacho para arreglar algunos documentos importantes. Arnold se excusó para ir a su habitación y, por último, Marianela y Mathew salieron tumbo a la habitación del pequeño para ayudarlo a prepararse para ir a la cama. Marianela se sentía satisfecha su segundo día lo había superado. No sabía cuánto tiempo duraría, pero se preocuparía por eso. Se sentía contenta, en solo horas le había tomado mucho cariño al niño, pero vivía en constante tensión en cuanto al hombre de hielo se refería.
Luego de haberlo cambiado de ropa y ayudado a cepillar sus dientes, Marianela leyó su libro favorito y como no se durmió, le comenzó a cantar algunas canciones de cuna. Poco a poco Mathew se fue rindiendo ante el sueño, había sido un día relativamente corto, pero aun así ella se sentía cansada.
Minutos después de haber ido a su despacho Dimitri salió para ir directo a su habitación, quería descansar, la noche anterior fue un tormento y se sentía extenuando. Se detuvo un momento frente a la puerta de la habitación de su hijo. Observo en silencio la dedicación y la entrega con la que Marianela se dedica a su hijo. Su corazón comenzó a palpitar de forma diferente. Sentía admiración por la mujer y tal vez sentía hasta envidia de su hijo. Ella no le regalaba una de mirada como las que le regala a su hijo y cuando lo hacía en su mirada veía temor. Hasta para Arnold que recién había llegado había una mirada sincera.
Por su mente paso la idea de demostrarle que no era una mala persona, pero enseguida se arrepintió. Él no tenía que demostrar nada, ella estaba allí para hacer su trabajo. Era lo mejor, así no se hace ilusiones. Él no estaba dispuesto a tener ninguna relación con ninguna mujer que no sea su difunta esposa y mucho menos una del servicio, por más hermosa que le pareciera.
Se fue directo hasta su habitación para descansar, había sido un día muy diferente al que había vivido en mucho tiempo. Desde que Bárbara murió no había pasado un día de esa manera. Siempre a atesorado el recuerdo a su Barbie, no está seguro de si algún día la olvidará, pero si desea al menos poder superarla y dale más atención a su pequeño. Se conforma con poder volver a sonreír.
Cerro sus ojos y la mirada de Marianela llegó a su mente, se sintió preso de sus ojos, su corazón palpita como hace mucho no lo hacía. La desesperación llegó cuando se dio cuenta que no era la misma mirada llena de luz con la que miraba a su hijo y hermano.
Maldijo por lo bajo, deseaba que lo mirara, que le hablara. Que no se dirigiera a él como señor, si no como Dimitri, que le pidiera que la hiciera suya, empotrarla en cada rincón de esa casa. Tapo sus ojos con sus manos lleno de frustración. Sintió en su pantalón un bulto y volvió a maldecir. Ella le provoca los más oscuros deseos.
—Que maldición me has lanzado. —dice para sí. Se levanto de la cama para ir directo a la sala de arte de Bárbara. Salió de su habitación encontrando a Marianela saliendo de la de su hijo. Una furia intensa se apoderó de él cuando ella lo vio e hizo que el no existía.
—¿Por qué no me puede mirar cómo Arnold? —La toma del brazo fuerte, Marianela la mira confundida.
—Señor, me lastima —Dimitri estaba ciego, solo pensaba por qué no lo podía mirar a él como lo hace con su hermano.
—Contesta, ¿por qué? —contrae la mandíbula. Marianela comenzó a temblar bajo su agarre. Este la pega a la pared. Sus respiraciones chocaban, ambos estaban agitados. Marianela sacó valor de donde no lo había y subió su mirada encontrando ese pal de lunas verdes.
—No sé de qué habla —dijo con fuerza la chica, entonces fue cuando se dio cuenta de lo estúpido que estaba quedando. La soltó y volvió a su habitación totalmente frustrado. Se estaba volviendo loco, que le pasaba, él no es así, nunca ha sido un hombre impulsivo.
Marianela retoma su rumbo, estaba nerviosa. No sabía de qué hablaba, ella no mira a nadie de ninguna manera. Tenía muy claro que era en esa casa, nunca haría nada en contra de su moral. Ella tenía principios.
Arnold por su parte esperó que Marianela bajara para entrar en acción. La chica le gustaba para más que una noche de pasión, es hermosa y no dejaría pasar la oportunidad si se la daba. Ella no reía como todas las niñeras de su sobrino, con ella todo era diferente, hasta los deseos de tenerla en su cama. De saborear esos labios que lo invitan a pecar.
—Hola —dice cuando la ve bajar distraída. Marianela lo mira saliendo de su pensamiento. En sus labios se posa una sonrisa sincera.
—Hola —contesta un poco tímida. Arnold es un hombre muy guapo, no es ciega, le gusta su forma de ser además a que tiene una sonrisa encantadora. Muy al contrario que el hombre de hielo que ocupaba su mente desde la mañana del día anterior.
—Soy Arnold —le extiende la mano, Marianela la recibe.
—Marianela —dice con una sonrisa enorme en sus labios. Este no soltó su mano por unos minutos.
—Perdóname si estoy un poco toxico, pero es que desde que te vi… — se rasca la cabeza. En verdad la chica lo ponía nervioso, no sabía cómo explicarse.
—No te preocupes, no has hecho nada malo. Aunque no sé si este bien que hablemos, ya sabe cómo es el antipático de su hermano – Marianela lleva su mano a la boca para taparla en cuanto se dio cuenta lo que había dicho. Para Arnold sus palabras desataron una oleada de risas. Ella se había puesto totalmente roja y para él ese hecho hacía que se viera más hermosa. No podía negar que la chica era un amor.
—Te quedó bueno lo del antipático —vuelve a reír, cuando ya está más calmado le dice— Yo no soy tu jefe, me puedes tutear. —La chica asiente—. ¿Vas a dormir? Podemos dar una vuelta por el jardín, ¿qué dices?
—¡Arnold! —escuchan la voz de Dimitri, quien estaba mirando todo desde el segundo piso. Había escuchado como le llamo antipático, eso fue un golpe duro. Él no era un hombre malo solo no sabía cómo comportarse con una mujer como ella.
—Yo mejor me voy, con su permiso. —dice Marianela al escuchar los pasos de Dimitri acercarse. Esta baja por las escaleras hecho una fiera salvaje.
—Usted no va a ningún lado —dice tomándola del brazo. Arnold no salía de su estupor, nunca pensó que Dimitri reaccionara de esa manera tan posesiva. Ni con Bárbara había reaccionado de esa manera. Sonrió para sus adentros entendiendo que era lo que le pasaba. A su hermano le gusta su empleada.
El corazón de Marianela palpita fuerte. Cerro los ojos y recordó el primer día que entro a esa casa. No podía perder el trabajo. Ya había superado su segundo día, no podía estar pasando eso en ese momento.
—Me lastima —dice Marianela tratando de soltarse su agarre.
—Suéltala, no seas un bruto Dimitri —este ultimo la aprieta más, en ese momento no entiende de razones, solo se dejó llevar por su ira. No podía controlarse. Odiaba el hecho que Marianela fuera simpática con su hermano. Que le sonreirá y le hablara, que pudieran tener una conversación amena y divertida. Él quería todo eso con ella.
—Señor yo no he hecho nada —dice fuerte y segura. Dimitri esta fuera de sí. La arrastra hasta el despacho donde se encerró con ella—. Señor por favor, suélteme.
Marianela trataba de esconder el temor que este le provoca. Dimitri la suelta y comienza a caminar por su despacho tratando de apagar ese coraje que fluía por sus venas.
—No hables –la toma por los dos brazos para que le mire a los ojos. En la puerta se escucha Arnold aporreándola—. ¿Por qué a él sí?
—Discúlpeme señor, pero no entiendo —dice Marianela confundida.
Dimitri siente correr el dolor de la traición. A su mente llega todo lo antes ocurrido. Marianela riendo mientras se burlan de su apodo, como le dedica las miradas más frías a él. La forma tan dulce como trata a su hijo. Suspiro fuerte, inhaló su aroma y la soltó.
—Qué no la vuelva a ver coqueteando con mi hermano, ni con nadie en esta casa o la echo de aquí sin vuelta atrás. —Marianela asintió repetidas veces confundida. Dio media vuelta y salió de aquel lugar al que no quería volver.
Arnold la quiso detener, pero ella no le dirigió la mirada. Tenía sus ojos llenos de lágrimas, camino casi corriendo hasta su habitación. Entró y cerró la puerta en ese lugar se sentía segura, lejos de él. Donde de seguro su grandeza no cabía. Un lugar donde él por ser el dueño y señor no se dignaría a llegar, a las habitaciones de los empleados. Se sentó en el suelo y entonces, solo entonces dejó salir sus lágrimas.
No entendía el por qué Dimitri se comportó de esa manera con ella. Desde el primer día ha sido puros problemas con él. Si no fuera porque necesita el trabajo ya se hubiera marchado lejos. Se dio un baño y se tiró a la cama para entregarse en los brazos de Morfeo.
…
En el despacho Arnold y Dimitri se enfrascan en una discusión por Marianela.
—No quiero que te le acerques a la servidumbre. —advierte que su hermano menor mientras da un puño en el escritorio.
—¿A la servidumbre o a la niñera? —Arnold lo enfrenta. Dimitri lo mira con coraje.
—A esa ni la nombres, es igual a todas. —escupe lleno de ira contenida.