NARRA BRIAN
Desperté con mi reloj biológico. Es sábado, así que hoy no tengo llevar a Scarlett a la guardería ni pasar después a la escuela del ballet de la Opera. Como Bella se fue, yo la reemplazo como jurado en las audiciones. Acepté el trabajo para ocuparme de una vez por todas y no quedarme como el típico amo de casa que solo lava, plancha, cocina y atiende a su hija y a su marido.
Miré el otro lado de la cama, el cual es el que ocupa Francis, y de nuevo está vacío. Hoy ha madrugado de nuevo al trabajo sin despedirse. Anoche llegó tarde, a eso de la una de la mañana, y me desperté al sentir que su peso caía en la cama a pocos centímetros de mí, con un evidente cansancio. Y olía a cigarro. El estrés de toda la mierda que ha pasado ha hecho que vuelva a recurrir al cigarro para sentirse tranquilo. No me afecta mucho eso, ya que prefiero que recurra al cigarro y no al alcohol.
Ya ha pasado poco más de dos semanas después del atentado en el estadio, mejor conocido como “El Minuto 40”. Los instantes que siguieron a eso fueron terribles. Me estuve una semana en Béziers junto a Scarlett y Donatien por seguridad.
El pueblo le ha echado la culpa de lo que pasó a Francis. Siempre que ocurre algo en alguna ciudad, el primer culpable para la opinión pública es el mandatario, y Francis no se ha salvado. La prensa asegura en los principales diarios que Francis sabía de la existencia del grupo “Los Napoleones” y que no hizo nada para desmantelarlos antes de que causaran la tragedia que tiene conmocionado a todo el planeta.
Pero Francis, como la persona de temperamento fuerte que es, mostró carácter desde el primer instante, demostrando que nunca va a estar por debajo de las circunstancias y que no se va a dejar derrumbar por nada. También ha demostrado un coraje envidiable, de aquel que tienen todos los buenos líderes. Se ha echado todo el peso de los problemas de la ciudad encima, como se supone que hacen todos los buenos alcaldes. Pero temo en que haya un día en que no pueda con tanto peso y se quiebre. Porque aunque Francis sea una persona fuerte y que no se deje derrumbar por nada, sé que es frágil, muy frágil.
Cuando salí de la habitación, lo primero que escuché fue el sonido de un programa infantil, proveniente del televisor de la sala. Vi entonces a Scarlett acostada en uno de los sofás como si fuese una relajada reina, viéndose uno de los tantos programas infantiles de Disney.
-Scarlett ¿a qué hora te levantaste? – le pregunté, haciéndoseme raro que se despertara antes que yo y que no me hubiera ido a buscar a la habitación para que le hiciera el desayuno.
-Temprano – se limitó a decir ella, sin despegar la vista del TV.
-¿Y no tienes hambre?
-Francis me hizo cereal – dijo ella, y yo me sorprendí.
-¿Estabas despierta cuando Francis se fue?
-No podía dormir, así que dormí con él – explicó la niña – cuando él se despertó para ir al trabajo, yo me desperté con él.
-¿Dormiste con nosotros anoche? – pregunté, aún más sorprendido.
La nena se limitó a asentir con la cabeza para seguir concentrada en su programa. Al acercarme más a ella, efectivamente noté que olía a Francis. Por lo general, cuando Scarlett duerme con Francis y conmigo, lo hace en medio de ambos. Tal vez en esta ocasión, Francis, por no querer despertarme, ubicó a la niña en su lado de la cama.
-¿Quedaste llena con el cereal? – le pregunté, viendo la caja abierta de Frootloos en la mesa de centro de la cocina. Al ojearlo, vi que ya no quedaba nada. Y ayer iba por la mitad. La puñetera niña se lo ha comido todo.
Que la niña no respondiera fue suficiente respuesta. Me preparé entonces unos huevos con tomate, cebolla y espinacas. La caja de cereal light fitness que vi junto al cereal de Scarlett me hizo saber que Francis se preparó un rápido cereal y que con eso desayunó. Para mí, un cereal nunca será un desayuno completo.
Cuando terminé con mi desayuno, recogí todo el desorden y trastos sucios y me puse a lavar todo. Total, no tenía nada más que hacer. Cuando terminé, me quedé en pijama con Scarlett viendo películas infantiles hasta que llegó la hora del almuerzo. Me dio pereza cocinar, así que pedí un domicilio de McDonald’s. Scarlett se puso contentísima con su cajita feliz, y yo quedé satisfecho con mi hamburguesa doble carne y doble queso. Pedí una hamburguesa extra solo por si ocurría el milagro de que Francis saliera temprano del trabajo hoy. Pero no sucedió.
Cuando acosté a Scarlett para que tomara su siesta de la tarde, me fui a mi habitación y me acosté en la cama a llorar. No sé exactamente por qué lo hago. Si es por Bella, o si es por toda esta mierda que está pasando, o simplemente por todo.
Extraño a Bella, y demasiado. Si ya me dolía el hecho de que rompiéramos con nuestra amistad, ahora me duele más el hecho de tenerla lejos.
Y como el idiota que soy, empecé a escuchar canciones tristes solo para sentirme aún más triste. Empecé escuchando la canción “Te olvidaré”, de la banda sonora de la película 3 metros sobre el cielo.
Ya nada te importa, ya nada es igual
Llevo cuatro meses sin poder cantar,
Y es que aunque no llame yo si quiero verte,
No he podido yo sacarte de mi mente
Y aun no quiero perderte
Para apenas ser la primera estrofa, yo ya estaba moqueando.
Haré lo necesario para olvidarte,
Aunque me toque cambiar y no se
Nunca más lo que fui ya no me importa igual no volverá,
Haré lo necesario para no pensarte
La vida pasa y tu igual y aunque voy a llorar,
Poco a poco entenderé que nunca volverás
Poco a poco entenderé que nunca volverás.
Con el corazón hecho trizas, cogí el iPod, no siendo capaz de escuchar esa canción hasta el final, para pasar a la otra, que también es otra en español. “La Estrategia” del Cali y el Dandee.
Yo sé que nunca es bueno aparecer que no debo llamarla
Que debe parecer que así estoy bien que ya pude olvidarla
Igual yo sé que fue su decisión y debo respetarla
Y debo reprimir esta esperanza de volver a amarla
Si lo hago todo bien quizá algún día lograre que llore
Y no es que yo quiera que sufra es que quiero que no me ignore
Que aunque lo hice sin culpa tal vez me ganaron mis temores eh
Si lo hago todo bien quizá algún día vuelva y se enamore
Me agarré a la almohada fuertemente y empecé a lloriquear en ella, ahogando en ella gemidos de dolor.
Hacerlo todo sin errores
Para ver si te cautivo
Y buscar la excusa perfecta
Para que sepas que aun vivo
Y para hacer esa llamada
Que demuestre que aún existo
La estrategia es lo de menos
Yo solo quiero oír tu voz
Con cada frase de la canción, solo recordaba los buenos momentos que tuve con ella, y más lloraba.
Duele tanto tu partida que ruego por anestesia
Se desangra un corazón mientras el tuyo tiene amnesia
No se acuerda de esa noche que juramos ser eternos
Que íbamos a darlo todo por querernos
Ese universo paralelo en el que todavía me quieres
Si es la cura por momentos eso que tanto me duele
Duele tanto el abandono te di todo lo que tienes
Y entre más amor te doy tú lo afilas y me hieres
No sé en qué momento yo ya me encontraba dándole puños a la almohada y gritando como loco. Espero que Scarlett esté en el quinto sueño, porque de no ser así, entonces despertará con el puto escándalo que estoy haciendo.
Bella. Mi amada Bella. La mujer de mi vida y mi otra mitad. Nunca creí que llegaría a sufrir de esta forma por una mujer. He sufrido más por Bella que por el amor de algún hombre. Ni siquiera cuando Ian me terminó sufrí tanto.
-¿Papi? – escuché la vocecita de Scarlett. Efectivamente he despertado a la niña con mi puto escándalo.
La nena había entreabierto la puerta, y aun adormilada, me observaba con preocupación. Le abrí los brazos para que me diera un abrazo, y ella no se negó. La abracé e hice un gran intento por no llorar.
-Has estado muy triste papi ¿por qué? – me preguntó la nena, claro que notando que este no es el primer día en que demuestro mi tristeza.
-Extraño a mami Bella – le dije, separándome de ella un poco para tomarla de las mejillas – la extraño mucho. Por mi culpa ella está enojada conmigo. Y lo siento mucho, Scarlett. Sé que esto también te afecta a ti, debes también de extrañar mucho a tu mami.
-Sí. La extraño mucho – dijo, haciendo un puchero melancólico que me entristeció aún más.
Sé que debo ser fuerte por Scarlett y hacer lo posible para que ella sea feliz. Ella se merece tener una infancia feliz y no tener que lidiar con los problemas de sus mayores. Así que hice lo único que podía mantenernos con la mente despejada y feliz. Hacer postres.
Senté a Scarlett en la mesa de centro de la cocina, mientras yo hacía y hacía postres. La nena me ayudó con la masa, y terminó con harina hasta por las orejas, al igual que yo. Hice postres franceses e ingleses. Desde el representativo trifle de frutas inglés, hasta el Crème brûlée francés. Toda la cocina resultó llena de postres, parecía una tienda.
Scarlett se echó a la boca cuanto postre encontró cerca de ella en la mesa de centro. Juro que si la sigo alimentando así como la estoy alimentando, resultara pareciendo una papa y será la excepción a la regla que manda que todos los Levallois deben ser estilizados.
Regresamos a la sala para seguir viendo dibujos animados mientras comíamos postres y palomitas de maíz, hasta que el sonido de la puerta abriéndose nos sorprendió a ambos. Son las 17:30. Francis, después de lo del atentado, no se desocupa de sus deberes como alcalde sino hasta después de las 21 horas. Scarlett fue la primera que, emocionada, corrió a abrazarlo.
Francis soltó todo lo que llevaba en las manos para recibir a la niña, cargándola. A mi esposo se le notaba el cansancio en los ojos, pero con los mimos que empezó a recibir de la niña, el peso del trabajo se le caía. Noté entonces algo diferente en Francis. Un cambio que cualquiera notaría incluso desde metros de distancia. Se ha cortado el cabello. La cabellera castaña, lacia y rebelde ya no le cae por el cuello hasta casi llegar a sus hombros; ahora, se ha cortado el cabello como la gran mayoría de la población masculina la tiene.
-¿Ahora a ti también se te dio por cambiar de look? – le pregunté, y es que justo hace unos minutos vi la primera foto que Jeremy ha publicado después de para lo que a todos ha sido un largo tiempo.
Francis me iba a contestar algo, pero entonces Scarlett le vomitó encima. Joder. La puñetera niña ha vomitado sobre el caro traje Louis Vuitton de Francis. Al parecer a la niña le ha caído mal a su estomaguito comer tantos postres. Y tal y como me lo imaginé, la niña se puso a llorar.
-Ya, tranquila, no pasa nada – la calmó Francis, no prestándole atención a su traje – ¿te duele el estómago? ¿Por eso lloras?
La niña asintió, aun llorando, y entonces se la quité de los brazos para llevarla inmediatamente al baño. No es la primera vez que Scarlett vomita después de haberse dado un atracón de dulces, pero sí es la primera vez que vomita sobre Francis.
Le preparé un baño caliente a la niña y la metí a la tina. La molestia estomacal se le pasó y se contentó jugando en la tina con sus barquitos y sirenas de juguete. No me le despegué ni un rato. No hay cosa más peligrosa que dejar a un nene solo en una tina.
Cuando terminé de bañar a Scarlett, la vestí y la dejé acostada un rato en su camita de barquito para correr a ver qué rayos había pasado con Francis y su traje. Me hizo gracia ver a mi marido fregando su traje en el lavadero; tanto, que solté una carcajada.
-¿Y tú de qué te ríes? – me preguntó el francés, mirándome con una fingida cara de enojo.
-De que el gran Francis Levallois está dañando su manicura fregando su ropa – dije, sonriendo con sorna.
-Pues me tocaba hacerlo en mi época de universitario. La lavadora que Aden y yo teníamos en el apartamento que compartimos no siempre funcionaba – dijo, colgando su chaqueta, y ahora pasando a lavar su corbata – el que nunca ha lavado ropa eres tú.
-Claro que sí. Tenía que lavar mis calzoncillos cuando vivía con Bella. Ella detestaba que yo los echara a la lavadora junto con su ropa – dije y él soltó la risa.
-Pues yo ya no sé ni cuáles son mis calzoncillos. Los confundo con los tuyos – dijo y yo reí.
Desde que sucedió el atentado, momentos como este en que hablábamos de algo muy bobo pero que nos daba risa, no se habían dado. Solo hasta este momento es que puedo sentir que las cosas están volviendo a la normalidad.
-¿Te gusta mi corte? – me preguntó después de un buen rato, secándose las manos una vez terminó de lavar su traje.
-Así te vuelvas calvo, como le pasa a todos los alcaldes, me seguirás pareciendo el más francés más sexy de todos – le dije, y él me miró con deseo, para acercarse a mí, tomarme de las caderas y pegarme a su cuerpo.
Claro que estas difíciles semanas han afectado también mis momentos íntimos con Francis. No hemos hecho el amor desde…joder, ya hasta perdí la cuenta de los días. Como Francis llega tarde del trabajo, muy cansado, y madruga con afán, pues nos ha sido imposible hacerlo.
-He sido un pésimo esposo. Lo lamento tanto, mi amor – me dijo, con un sincero arrepentimiento – no he cumplido ni con mi obligación más mínima, que es hacerte el amor – dirige su mano a mi cara, y tras acariciarme la mejilla, deja su dedo pulgar en mis labios y los rosa - ¿te parece si dejamos si dejamos a Scarlett con alguien y vamos a cenar a un lugar bonito? – vuelve a posar sus manos en mis caderas, esta vez pegándome más a él, juntando pelvis con pelvis – y podemos pasar la noche en la suite presidencial del Four Seasons, con vistas a la Torre Eiffel – me ronroneó al oído, para pasar a besarme en el cuello.
Joder. Este hombre sí que me sube las revoluciones. No me aguanté y le di un besote que le quitó el aliento.
-Bri…Scarlett podría vernos – me advirtió Francis.
No nos damos muestras de afecto si la nena está cerca. Queremos que la niña siga creyendo que lo normal es lo que ella cree hasta el momento: que lo normal es que una relación amorosa sea entre un hombre y una mujer. No queremos aún implantarle una ideología que su inocente mente aun no pueda entender.
-Ok. Puedo aguantarme hasta esta noche – le dije, separándome de él a regañadientes.
Me dediqué entonces a hacer llamadas y llamadas para ver quién podía cuidar a Scarlett esta noche. Donatien no puede porque está ocupado estudiando para los exámenes del Conservatorio. Camille no puede porque se ha ido del país con mi hermano a acompañarlo a un seminario de yo no sé qué, y me quedé sin nadie a quién pedirle que cuidara de Scarlett. Podría preguntarle a Sarah y a Brad si dejarían que la nena se quede con ellos, pero ya que he roto relación con esa familia, pues ni modo de hacerlo.
-No conseguí con quién dejar a Scarlett – le dije a Francis, cabizbajo, sentando en una orilla de la cama.
-Mierda…- musitó él, lamentándose.
Supongo que Francis y yo estamos afrontando la problemática que muchos padres tienen: que por los hijos, su propio matrimonio se pone a prueba. No digo con esto que Scarlett esté afectando mi matrimonio con Francis, simplemente, tenemos que aceptar que la niña está por encima de este.
Al día siguiente…
Aunque Francis y yo no pudiéramos salir anoche, claro que hicimos el amor en la comodidad de nuestra cama, pero poniendo unas toallas en los muelles de esta para que no resonaran cuando impactaran contra la pared, y mordiéndonos los labios para no emitir gemido alguno.
Tuve la fortuna de despertar primero que Francis. Hoy era el primer domingo después del atentado que no tiene que madrugar a cumplir con un compromiso. Hoy será su primer día de descanso. Y también, ha sido la primera vez en muchos días que duerme más de cuatro horas.
Así, dormidito, se ve tranquilo. Tranquilidad es lo que no ha tenido en todos estos días.
Y mientras me deleitaba con el solo hecho de verlo dormir, escuché un leve pitido de su celular, aquel pitido que anunciaba que ha recibido un mensaje. No evité estirarme para ver quién le había escrito. La vista previa de la pantalla dejaba ver que el ministro del interior le ha escrito por el w******p. Inmediatamente cogí el iPhone X de Francis y lo apagué. No es que no me importe la seguridad de la ciudad, pero sé que el ministro podrá solucionar los problemas de Estado sin la ayuda de Francis. Se supone que los ministros tienen un rango mayor que los alcaldes y que pueden hacer lo que quieran sin necesidad de pedirle permiso a algún alcalde. Además, si fuera muy urgente el tema a tratar, lo hubiera llamado.
Con sumo cuidado desenredé mis piernas de las de Francis y fui a la cocina, dispuesto a preparar un gran desayuno. Este también sería el primer día en mucho tiempo que Francis desayunaría en casa, sin nada de afanes, pero antes de que pusiera a hacer el café, el citofono sonó. Se me hizo raro. Eso solo suena cuando el portero necesita anunciarme que alguien ha venido a visitarme. Cuando contesté, la recepción me dijo que estaba aquí mi madre. Maldije entre dientes y dije que la dejaran pasar.
Joder. ¿Y qué hace mi madre aquí? Se supone que ella siempre avisa cuando está en París, y nunca me llega de improvisto. Detesto cuando me visitan de improvisto, en especial un domingo cuando estoy en pijama.
Cuando abrí la puerta del apartamento (lo hice sin esperar a que mi madre timbrara, porque temí que el timbre despertara a Francis y a Scarlett) vi a mi madre con una reluciente sonrisa y un notable bronceado.
-¡Oh, cariño! ¡Al fin te veo! – exclamó ella, dándome un fuerte abrazo.
Ella ingresó al apartamento como Pedro por su casa. Vestía, como siempre, con carísima ropa de marca, pero esta vez, sin marcas de ropa de los Emiratos Árabes las que la están cubriendo del frio invernal. Sintió calor a los pocos segundos de ingresar, ya que el apartamento tiene bastante calefacción, así que se quitó su cara chaqueta de piel y la dejó en el perchero.
-¿A qué se debe tu inesperada visita, madre? – le pregunté, regresando a la cocina para poner a hacer algo de té.
-¡Te tengo excelentes noticias! – dijo ella, muy sonriente. Algo que he notado sin duda es que está más sonriente que de costumbre.
-¿Ah, sí?
-Ajam – dijo, quitándose los guantes que protegían sus manos del frio. Vi entonces que tenía un gran anillo de diamantes en su dedo anular izquierdo - ¡me voy a casar!
No me sorprendí. Ya sabía yo que mi madre andaba en una relación con un millonario empresario árabe. Y sé que en realidad no está enamorada del tipo. Quiere su dinero. Incluso al padre de Francis intentó coquetearle, pero al parecer Gastón no le prestó ni pizca de atención porque no le gustan las viejas como mi madre, sino las jóvenes hermosas como Camille.
-Ahhh…- dije, la verdad sin mucho interés. Tal vez en algo se me ha pegado la frialdad de Francis.
-Debes saber que Daniel y tú tendrían dos hermanastros – dijo, y eso tampoco me importó de a mucho.
-Pues…que bueno – dije, dirigiéndole una fingida sonrisa.
-¿No estás feliz, hijo?
-Claro que lo estoy má, solo que…bueno, sabes que no han sido días fáciles para mí – le dije, sirviéndole una taza de té.
-Entiendo – dijo ella, dándole un sorbo a la taza y blanqueando los ojos de placer – ya llevaba meses sin probar una buena taza de té inglés.
-Y… ¿la boda será pronto?
-Será en verano. La fiesta de compromiso será en una semana, en Manchester. Francis y tu están cordialmente invitados – dijo ella, para cambiar su semblante feliz a un serio – y ahora que me voy a casar, necesito hablar de un tema importante contigo.
-Dime – dije, prestándole el 100% de mi atención ahora sí.
-Debes convencer a tu amiga Camille de que se embarace de Daniel – dijo, y yo por poco escupo el sorbo de té que me bebí – sé que sueno como si estuviera loca, pero ahora que me casaré, necesito que por lo menos haya un heredero más en mi lista de sucesión de herencia. Solo por si algo llegase a pasarme, al tener a varios herederos de mi herencia, sé que mi futuro esposo no les quitará nada a ustedes – me toma de las manos y me sonries – sabes que lo que le da el poderío a nuestra familia son los hijos, en especial los varones, para que sigan manteniendo el apellido Adams.
Sobre mi hermano y yo recae la responsabilidad de seguir manteniendo el apellido de una de las familias más importantes del Reino Unido. De esta generación, mi madre fue la única de los Adams que dio a luz a dos varones, porque de resto, todas salieron mujeres, así que si se casan, sus hijos no podrán tener el apellido Adams…apellido que ha perdurado desde la época de la dinastía Tudor hasta el día de hoy. Así que todos están obsesionados con que Daniel y yo tengamos miles de hijos, y que ojalá salga uno que otro varón. Pero ahora, que yo estoy casado con Francis, todos ven difícil eso de que yo tenga un hijo, así que ahora la responsabilidad recae más que todo en mi hermano.
Sé que todo esto es algo loco para estar en pleno siglo 21, pero mi familia, que es una de las familias burguesas más importantes de las islas británicas, sí que es importante mantener vivo el apellido Adams por varias generaciones más.
-Mamá, no voy a decirle a Camille que se embarace pronto de mi hermano – le dije, tan solo pareciéndome terrible la mera posibilidad de decirle eso a la francesa – ellos se aman, sé que se casaran…algún día.
-Ese “algún día” no me sirve – dijo seriamente – tus tíos ya están empezando a hablar. Dicen que tu hermano y tú no sirven para nada.
-Pues que piensen lo que quieran – musité, enojado. Detesto que mi familia hable a mis espaldas de mi hermano y de mí.
-O podrías tener un hijo tú…- dijo mi madre.
-Sabes que esa opción con Francis es imposible – dije, con dolor.
-Ay, hijito mío – dijo mi madre, tomándome de las manos y besándolas - ¿enserio es vida lo que estás teniendo con él? ¡Tan solo mírate! – suelta mis manos, para señalar todo el apartamento de forma melodramática – ¿hace cuánto que no sales?
-Salgo todos los días.
-Ir a la escuela de la Opera para hacer de jurado en las audiciones y ganar un miserable honorario por eso, no es salir – dijo ella, y respiré hondo para no decir algo de lo que luego podría arrepentirme – no te mataste el cuerpo tomando clases de ballet desde los cinco años para terminar de amo de casa, sin poder cumplir tus sueños, y entre esos el más mínimo, que es ser padre.
-Mamá…- intenté contradecirle, pero ella me calló en un ademan.
-En mi reciente viaje a los Emiratos, me encontré con… ¿adivina quién? ¡Misha Barýshnikov! – dijo, y yo me emocioné. Barýshnikov, el que fue el mejor bailarín del mundo en la época de mi madre – sabes que es el principal socio del New York City Ballet y…bueno, iré al grano: quiere verte como el personaje principal en el ballet de primavera.