Al día siguiente Matilde recibió las flores en la puerta de su casa y al ver la tarjeta sonrió levemente. Leo se había hecho presente después de días sin verle y eso la ponía de un mejor humor. Las llevó hacia la cocina, tomó uno de los jarrones, lo llenó de agua y las acomodó. Con ella adornaría la biblioteca ya que le hacía falta un poco de vida ahí ya que nadie entraba, ni siquiera Henry, y eso que era su colección. Siempre que Matilde entraba se decía a si misma que si Leo tuviera todos estos libros, no lo sacaría de aquí y que los de Julio Verne y Hermann Hesse estarían tan desgastados que se le caerían las hojas. Le gustaba imaginar que algún día, ellos dos tendría su propia casa, la decorarían como quisieran y habría libros por todos lados para que él le leyera mientras estuvier