Capítulo 1

2927 Words
1 En la actualidad Ariel se frotó la cabeza dolorida y se colocó un mechón del largo y liso cabello rubio platino detrás de la oreja antes de bajar la mirada hacia la figura inmóvil que yacía en la cama; Carmen tenía mejor color del que había tenido el día anterior. Le tocó la frente para asegurarse de que no tenía fiebre, y no había hecho más que inclinarse hacia delante cuando sintió cómo una mano se deslizaba sobre la curva de su trasero. Se giró furiosa, con los ojos castaño oscuro preñados de enfado ante aquella caricia no deseada. Gruñó una advertencia a uno de los guerreros que había en el ala médica y que acababa de «chocar» con ella, mostrándole los dientes al enorme guerrero. Este le devolvió una mirada ardiente antes de ponerse fuera de su alcance. ―Se te va a quedar así la cara para siempre, y no pienso ser yo la que tenga que mirarla durante el resto de mi vista ―susurró Carmen. A Ariel se le llenaron los ojos de lágrimas al oír las débiles palabras de su hermana pequeña. ―Ya iba siendo hora de que abrieses los ojos ―dijo con voz ronca. Carmen no contestó. Ariel vio cómo su hermana abría los ojos de par en par al analizar lo que la rodeaba, y supo que se cabrearía en cuanto comprendiese dónde estaban. A ella misma todavía le costaba hacerse a la idea. ―¿Dónde demonios estamos? ―preguntó Carmen, esforzándose por sentarse. Ariel la ayudó a erguirse antes de responder. ―No te lo vas a creer, pero nos ha pasado algo rarísimo. Carmen centró toda su atención en la expresión seria de Ariel. ―Cuéntamelo ―dijo, apretando los labios en una fina línea. Ariel echó un vistazo a su alrededor. Trisha dormitaba en una silla cercana acompañada por una enorme criatura dorada. Aquella cosa había empezado a seguir a Trisha en cuanto las habían subido a bordo de la nave alienígena. Después miró a los hombres gigantescos que había tumbados o sentados en casi todos los lugares disponibles; Ariel se había estado encargando de hacer guardia para proteger a Trisha y a su hermana con una larga barra de metal que había desmontado de una pequeña mesa móvil. Intentó ver la habitación tal y como la debía de estar viendo su hermana, aunque resultaba difícil ver mucho con todos aquellos hombres por todas partes. Las paredes, desnudas y de un gris mate, eran lisas a excepción de un juego de puertas dobles que daba al exterior en el lado izquierdo. La sala en sí misma no era demasiado grande; quizás tuviese el mismo tamaño que la sala de espera de emergencias de un hospital, pero estaba llenísima. Contaba con media docena de camas individuales, algunas mesas móviles y más o menos el mismo número de sillas. En una de las paredes había una alargada ventana tintada que daba a otra habitación igual de pequeña. Ariel sabía que era allí donde estaba el médico la mayor parte del tiempo, o el sanador, como lo llamaban aquellos hombres. Las luces parecían regularse con una orden verbal que todavía estaba intentando comprender, aunque al poco de su llegada el médico les había insertado alguna especie de dispositivo en los oídos y a partir de aquel momento habían sido capaces de entender lo que decían los hombres; el médico lo había hecho primero con Trisha y Ariel había estado a punto de asesinarlo hasta que esta la había detenido. Ni Trisha ni ella habían salido todavía de aquella sala para no dejar a Carmen sola e indefensa. ―¿Cuánto recuerdas? ―preguntó indecisa, volviendo a mirar a Carmen. Esta tenía el ceño fruncido. ―¡Está claro que no lo suficiente! ―murmuró Carmen en voz baja, fulminando con la mirada a un par de hombres que la miraban con clara lujuria―. Tú dime dónde demonios estamos para que podamos sacarnos de aquí. ―Estamos en una nave alienígena ―contestó Ariel en un susurro―. Estos cabrones son más de lo que aparentan ―continuó, señalando con la cabeza a los hombres que las rodeaban―. Estábamos persiguiendo al tipo que había secuestrado a Abby por el bosque y tres criaturas parecidas a dragones salidos de una película de ciencia ficción aparecieron de la nada. El hijo de puta que se había llevado a Abby te apuñaló… ―Le falló la voz y bajó la vista para mirarse las manos por un momento―. Estabas muriéndote, Carmen. Deberías estar muerta después de las heridas que has sufrido. Esos tres dragones abrasaron a ese tipo por completo y nos transportaron aquí usando algo salido de Star Trek ―dijo, mirando a su hermana. Carmen se la quedó mirando fijamente por un instante antes de mirar a los hombres. ―¿Qué cojones hacen aquí? ―preguntó sin alzar la voz. Ariel no consiguió contener por completo su sonrisa. ―Les he estado escuchando; creo que uno de los hombres se puso en plan dragonzilla con ellos y les dio una buena paliza antes de que consiguieran calmarlo. Antes había más, pero se han ido yendo poco a poco ―murmuró, mirando a Trisha de reojo cuando esta se irguió lentamente con una mueca de dolor―. Ninguna de nosotras se ha apartado de tu lado ―añadió, asintiendo con la cabeza hacia Trisha, que se obligó a dibujar una sonrisa tensa. ―Ey, princesa ―susurró Trisha―. Bienvenida al mundo de Oz. Carmen miró a su alrededor con una ceja arqueada. ―No me digas, Dorothy. ¿Y cómo vamos a largarnos de esta montaña de chatarra y volver a casa? Tengo asuntos que atender ―dijo esta, sentándose en el borde de la cama. Ariel vio cómo su hermana se aferraba al borde del colchón. ―¿Te duele? Carmen resopló por la nariz. ―¡Demonios, no! Solo me estaba preguntando cuánto tiempo debo de haber estado inconsciente para curarme de esas heridas. Sé que eran graves; me han disparado y apuñalado más que de sobra como para saber cuándo es serio ―dijo, tanteándose el costado antes de llevarse la mano a la parte superior del pecho, donde deberían de haber estado las heridas. Tanto Ariel como Trisha negaron con la cabeza. ―Solo han pasado un par de días. Carmen abrió los ojos de par en par al oír aquello. ―¡Joder! ―murmuró, volviendo a tocarse el pecho―. Bueno, ¿cuál es el plan? Ariel miró a Trisha y esta asintió vacilante. Ariel sonrió cuando la enorme criatura dorada fue a ponerse junto a Trisha, de nuevo bajo la forma de un gran perro. Cada vez que uno de los guerreros intentaba acercarse demasiado a ella, la criatura cambiaba de forma y les gruñía. Si conseguían ganársela contarían con un gran punto a su favor y, de algún modo, Ariel tenía la sensación de que estaba protegiendo a Trisha por una razón y que marcharse no estaba entre sus opciones. ―Trisha recuerda cómo volver a la sala en la que subimos a bordo de la nave. Hemos pensado que, si logramos llegar hasta ella, podemos obligar a alguien a enviarnos de vuelta; nosotras seguiremos nuestro camino y ellos el suyo. Hemos decidido juntas que lo mejor será no mencionar nada de lo que ha pasado una vez en la Tierra, no hablar de alienígenas ni esas mierdas. Lo último que queremos es acabar encerradas en una habitación acolchada ―susurró, frunciendo el ceño cuando dos hombres se acercaron en su dirección. Se golpeó la palma de la mano con la pata de la mesa, mirando a los desconocidos con una expresión que decía «si os acercáis, asumid las consecuencias». Los hombres se miraron entre ellos, indecisos, antes de darse la vuelta para irse, momento en el que entró un tercer hombre. Ariel soltó un suspiro aliviado; era el médico que se estaba ocupando de Carmen, y el único que no hacía que saltasen todas sus alarmas, al menos no por el momento. ―Ey, doc, ¿cuándo podemos largarnos de aquí? ―lo llamó. El sanador, Zoltin, la miró de reojo y sacudió la cabeza. Encontraba a las mujeres humanas de lo más encantadoras; era una pena que ninguna de ellas enloqueciera a su dragón. De haber sido de otro modo hubiese intentado aparearse con alguna. Su bestia parecía pensar que eran entretenidas y sentía curiosidad, pero si alguna de ellas fuera su compañera predestinada su dragón hubiese reaccionado de manera muy distinta. Su mirada se desplazó entre las tres y frunció el ceño al mirar a la mujer de cabello castaño rizado. El simbiótico de Lord Kelan se mostraba muy protector con ella, pero a él le preocupaba más la manera en que se movía la mujer, casi como si tuviera dolores. Ya había intentado acercarse en una ocasión para preguntarle si se encontraba bien, pero la mujer había ignorado su preocupación diciendo que debía de haber estado sentada en una mala posición durante demasiado tiempo. Los labios se le curvaron en una sonrisa al ver cómo acariciaba ligeramente al simbiótico que tenía al lado; tanto si la mujer era consciente como si no, era la compañera predestinada de su comandante. Resultaría de lo más interesante ver cómo avanzaban las cosas entre ellos; ella parecía ser una mujer poco habitual. Después miró a las otras dos mujeres. Resultaba evidente que eran familia teniendo en cuenta que ambas tenían el mismo cabello rubio platino y el mismo tono de piel melocotón. Sus rasgos también eran los mismos, con ojos castaño oscuro, nariz pequeña y labios gruesos, aunque resultaba evidente que una de ellas era más curvilínea que la otra. Zoltin se acercó para examinar a la que había sido gravemente herida, sacando su escáner y extendiéndolo para empezar por la frente. No había hecho más que levantar la mano en el aire cuando de repente se encontró boca abajo en la cama, con el brazo a la espalda en una posición dolorosa que lo inmovilizaba por completo. Se quedó inmóvil, sorprendido por la fuerza que albergaba el pequeño cuerpo que lo tenía sujeto. ―Eh… ¿Carmen? ―susurró Trisha―. Ese es el médico. No creo que deba preocuparte que pueda ser de los malos; ha sido el que ha estado cuidando de ti. Carmen bajó la mirada hacia el tipo al que había lanzado sobre la cama por un momento antes de soltarle lentamente el brazo y dar un paso atrás. Ariel alzó las manos para sujetarla cuando se tambaleó un poco, y Carmen le dirigió a su hermana mayor un gesto de cabeza agradecido para hacerle saber que estaba bien. ―Disculpa, doc. Carmen puede ser un poco sensible en ocasiones ―dijo Ariel, ayudando a Zoltin a volver a ponerse en pie. Carmen echó la cabeza hacia atrás ante aquel comentario. ―Precavida… no sensible ―contestó con impaciencia. Ariel la miró por un momento con tristeza. ―Al parecer no lo suficiente, o no habrías estado a un pelo de morir. Últimamente te arriesgas demasiado ―continuó en voz baja―. Mira lo que te pasó en Praga. ―No fue tan malo ―musitó Carmen, volviendo a acercarse a la cama y sentándose cuando las piernas empezaron a temblarle―. Conseguí salir. ―Sí… con un disparo y una contusión cerebral ―espetó Ariel. Se detuvo cuando sintió cómo Trisha le tocaba el brazo. ―Creo que ahora mismo lo que tenemos que hacer es centrarnos en cómo salir de aquí. Parece que la mayoría de los hombres ya se han marchado, así que sería un buen momento para largarnos ―dijo en voz baja. Ariel asintió con brusquedad. ―Doc, ¿cómo está mi hermana? ¿Está ya lo bastante curada como para salir de aquí? ―le preguntó a Zoltin, que estaba frotándose el brazo y mirando a Carmen con precaución. Este la miró de reojo. ―Me gustaría escanear sus señales vitales para ver si la sanación está completa. Vuestra especie no me resulta lo bastante familiar como para saber si nuestros aceleradores de curación funcionan con vosotras. Normalmente la sanaría el simbiótico de su compañero, pero puesto que no ha sido reclamada, esa no es una opción ―dijo Zoltin con calma. ―Adelante, doc. No volveré a patearte el culo siempre y cuando no intentes nada raro ―dijo Carmen con la misma tranquilidad. Ariel observó con frustración cómo el médico pasaba el escáner sobre Carmen, desde la cabeza a los pies podía percibir el enfado de su hermana; era casi como si estuviera cabreada por no haber muerto. Siguió mirando mientras el médico le hacía a Carmen varias preguntas y ella respondía con palabras parcas. Le pesaba el corazón por la preocupación que sentía por su hermana. Carmen no había sido la misma desde que su marido había sido asesinado tres años atrás, muerto en el mismo incidente que ha punto había estado de llevarse también a Carmen. En cierta manera era casi como si hubiese muerto con él; ahora no era más que un cuerpo y lo único que la mantenía con vida eran sus ansias de venganza. Ariel contuvo una maldición. Carmen era la única familia que le quedaba en el mundo a excepción de Trisha y Cara, a quienes había adoptado. Pero a pesar de lo mucho que quería a sus hermanas adoptivas, no se podían comparar con su hermana biológica. Se dejó caer en la silla, observando y escuchando mientras el médico continuaba realizándole a Carmen varias preguntas distintas. Estaba tan cansada. Habían sido dos días muy largos, empezando con el largo vuelo de Nueva York a California con el que Trisha y ella habían estado realizando el proceso final de poner a prueba el nuevo jet de negocios de Boswell International, empresa para la que trabajaban. Se suponía que debía haber sido un vuelo sencillo con el único objetivo de llevar a casa a la artista a la que los Boswell habían comprado una obra de arte. Ariel había estado planeando que aquel fuera su último vuelo, y había estado temiendo el momento de revelarle a Trisha que ya había renunciado a su posición para poder volver a casa, a Wyoming. Iba a dedicarse a lo que siempre había soñado: llevar una protectora para animales abandonados o desatendidos. Llevaba años ahorrando para ello, y entre sus ahorros y el dinero que había heredado tras el accidente de coche en el que habían muerto sus padres cuando ella todavía estaba en la universidad, por fin tenía suficientes fondos. Lo había tenido todo planeado. «Todo excepto el fin de mi compromiso», pensó. «Eric…». Frenó bruscamente aquel pensamiento. Se negaba en redondo a pensar en él; todo aquello se había acabado y ella por fin era libre. Tampoco había planeado precisamente aquel viaje inesperado. El vuelo de rutina había ido bien, había sido lo que había pasado a continuación lo que le parecía casi un sueño: un tipo había secuestrado a Abby, la artista, en el aparcamiento del pequeño aeropuerto en el que habían aterrizado en Shelby, California, y Carmen y Cara lo habían visto. Carmen había terminado persiguiéndolos en una moto que había mandado al aeropuerto por adelantado mientras que Cara le había hecho el puente a la camioneta de Abby. Tras una persecución que las había dejado sacudidas hasta el tuétano, se habían encontrado a Carmen apuñalada y moribunda y a tres dragones gigantescos escupiendo fuego. Resultaba que uno de los dragones, o alienígenas, estaba prendado de Abby, y era precisamente el hombre que Abby había mencionado que la esperaba en casa. Todas habían bromeado preguntando si tenía hermanos, pero vaya, ¿cómo iban a saber que el tipo en cuestión provenía de otro planeta? Ariel sintió cómo se le dibujaba una pequeña sonrisa en los labios mientras miraba cómo el médico se apartaba de Carmen, quien lo miraba con el ceño fruncido en señal de enfado. Podía admitir sin vergüenza que era egoísta, pero se alegraba de cómo habían salido las cosas. De no haber pasado todo aquello, su hermana habría muerto. Quería que su hermana viviese, incluso si su propia hermana ya no quería seguir viviendo, y en el fondo sabía que a Carmen le habría resultado imposible sobrevivir a sus heridas en la Tierra. Carmen volvió a tumbarse sobre los cojines, repentinamente agotada. ―Maldita sea, morir te deja hecha polvo. ―A punto… ―murmuró Ariel, poniéndose en pie y acercándose a su hermana―. A punto de morir. Y también deja hecha polvo a tu familia ―susurró, apartándole a Carmen los cortos mechones de pelo de la frente con ternura. Carmen giró la cabeza hacia su mano. ―Te quiero ―musitó, mirando a Ariel a los ojos―. Siento mucho ser tan grano en el culo. Ariel soltó una risita. ―¿Quién me cuidaría las espaldas si no estuvieras? ―bromeó. Vio cómo la mirada de Carmen se desviaba hacia Trisha por un instante y supo lo que estaba pensando. ―No es lo mismo, Carmen. Nunca podrá ocupar tu lugar ―dijo con suavidad. Los ojos de Carmen destellaron por un momento antes de que los cerrase con fuerza, y Ariel se quedó de pie, apoyada contra la cama. Le acarició el cabello hasta que supo que su hermana pequeña se había quedado dormida y después fue su turno de cerrar los ojos por el dolor que sentía en el pecho. Le dolía tanto cada vez que estaba a punto de perderla. En cierta manera ya había perdido a Carmen tres años atrás, cuando Scott había sido asesinado. Había tenido suerte de que las cosas entre Eric y ella no hubiesen funcionado. Al principio el dolor había sido insoportable, pero a lo largo del último año este había empezado a desaparecer poco a poco. Aun así, el dolor de querer a alguien tantísimo y después perderle resultaba inimaginable. Ariel abrió los ojos y miró fijamente el rostro relajado de su hermana. «Jamás», se prometió a sí misma en silencio. «Jamás volveré a permitirme amar a un hombre y darle el poder de herirme». No quería volver a experimentar el dolor de la manipulación o el rechazo. Solo tenía que mirar a su hermana para ver las consecuencias que conllevaba intentar vivir una vida cargando con el sufrimiento sin fin de la pérdida; era algo que estaba matando a su hermana lentamente. A ella ninguna de aquellas opciones le parecía bien. Lo mejor sería centrarse en los animales a los que tanto amaba. Sería a ellos a quienes entregaría todo su amor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD