Prologo

1202 Words
Mi vida había sido una locura, no en el buen sentido ni tampoco en el malo, supongo que podría decir que estaba en un punto medio, creo que podría asemejarse con una montaña rusa, en un momento me encontraba en el punto máximo y al otro cayendo directo al vacío ¿Cómo me sentía con respecto a eso? La verdad es que no tenía una respuesta valida, supongo que de eso se trata la vida, de subir y bajar por momentos, pero siempre teniendo los pies sobre la tierra, siempre contando con la inteligencia, sabiduría y humildad para afrontar todo aquello. Los Hamilton teníamos algo en común, todos éramos solidarios y buenas personas, mis padres creían en el amor tanto que la base de nuestra crianza fue eso… AMOR. Pero no el amor como acto en sí –y no me refiero a tener a alguien a nuestro lado –lo que es el amor en todo, amando cada pequeña cosa que se hace, cada detalle, es algo así como adorar sacar la basura aun cuando eso parezca insulso y para nada interesante, pero según mis padres… si uno, ese pequeño acto lo hacía con amor, pues todo lo que llegaba iba a ser increíble y próspero. ¿Qué pienso al respecto? Creo que mis padres fumaban mucha hierva, porque es claro que la vida no es así, pero bueno, a ellos le funcionada, a mí… pues a mí se me hacía llevadero el recorrido, era algo así como no sumirme en mi propia miseria. Mi vida podía encajar justo en el punto antes de la caída, ese punto donde estas bien alto, a un paso del precipicio, un precipicio que puede acabar contigo de un momento a otro o que simplemente te puede elevar para algo mejor, la verdad no sabía cuál era la función del mío, porque siendo honesto no me atrevía a dar ese paso que faltaba. Cuando era chico los niños del colegio me molestaban, cualquier excusa era buena para hacerlo: pelo, ropa, mis notas o los proyectos que decidía llevar, toda mi persona estaba mal vista, aun sin saber bien el por qué, honestamente no me metía con nadie, ayudaba a los que me pedían ayuda, no era el lame botas del profesor y trataba de ser sociable, pero nunca funciono. Fue Oliver y George los que me ayudaron con ese problema, ellos simplemente aparecieron por ahí y amenazaron a los chicos, chicos diez años menor que ellos y menores de edad, algo que a ellos no les importo, jamás les importaba, solo veían una cosa… cuidarme. Así que cuando mi hermano los tuvo enfrente, delante de sus padres, él simplemente dijo “como vuelvan a usar a mi hermano como saco de boxeo se la verán conmigo y déjeme decirle señor, que los Hamilton no aceptamos esa clase de empleados en la compañía”. Sí uso su apellido, además de agregar que, “El abuso no está en nuestros valores y mucho menos en los de nuestros hijos”. Fue una sorpresa para mí saber que algunos padres eran empleados de mis padres o incluso de Oliver, eso los hacían mis próximamente empleados, ya que la empresa tenía una política de mantener la economía familiar y se les daba la opción de dejar a un hijo en su puesto de trabajo siempre y cuando tenga competencias en el mismo. En resumidas cuentas, después por supuesto se calmaron, pero yo ya no era el mismo, lo que nos lleva a mi actual pasión... boxeo, irónico ¿no? Ellos me usaban como saco de boxeo y yo pase a usar uno tiempo después. Todos los días después de la escuela iba a entrenar para bajar el estrés que conllevaba ser un Hamilton o la sombra como le digo yo. No era por ser malo, pero para un niño de mi edad en aquel entonces no era fácil, mis padres tenían poder, mi hermana era reconocida en la moda y mi hermano mayor uno de los jóvenes más ricos del último tiempo, además de ser un puto genio, pero bueno eso ya no viene al caso. Yo por mi parte era normal, disfrutaba de mis amigos – los poco que tenía- gozaba de un coeficiente normal, era bueno en los deportes y se me daban bien los números, pero solo eso. No tenía ojo para los diseños o un CI de ciento ochenta, era simplemente yo… Nathan, un chico de metro noventa y dos, ojos cafés y pelo castaño. Tal vez debería decirles dónde fue que todo cambio, aunque seguramente ya lo saben, pero bueno nunca está de más contarlo. Mi vida cambió el día del atentado contra mi hermano y Molly, más que mi vida, yo cambié, ese día dejé de ser yo, me convertí en otra persona, mi calidez se transformó en frío, las sonrisas escasearon, la ansiedad aprecio al igual que las pesadillas, ya no era tan risueño como mi madre decía. El día en que todo eso ocurrió, cuando los disparos comenzaron, los vidrios cayeron, cuando vi mis manos teñida con la sangre de Oliver y Molly, la sonrisa de ese tipo... cambie, me rompí, me perdí. Ese día experimenté la desesperación, congoja, me sentí extraviado y enfadado. Pasé horas pensando que mi hermano moriría, sufrí más cuando no sabía el estado de mi sobrina y casi pierdo la cabeza a ver a Molly moribunda y pálida. Pase semanas en tratamiento, que digo semanas… años. Fueron años los que estuve viendo a psicólogos, psiquiatras, fui a yoga, hice reiki y un millón de cosas más para sacarme de mi cabeza los estruendos, la sangre derramada, los gritos, su piel pálida, el escaso latido de su corazón, el pitido de la maquina cuando se iban, la sala de espera, los médicos, sus miradas de pena. Recuerdos que nunca se fueron, que están tan dentro mío, viéndome desde las sombras, esperando el momento justo para atacar y llevarse mi cordura o lo poco que queda de ella. Porque la realidad era que lo soñaba todo el tiempo, algunas noches me despertaba exaltado y con miedo, aunque ahora no pasaba tan seguido, no… ya no pasaba a menudo, ahora solo sucede cuando estoy estresado, son sueños cortos y la mayoría siempre se repiten, pero nunca se van… jamás lo han hecho. El estrés, bendito estrés que me acompaña mínimo cuatro veces por semana, el causante de mi actual situación. Sí, mi “situación”. Mi ex me catalogo como eso, una situación, puede que sí lo sea, yo me he acostumbrado a no dormir más de tres horas seguidas, me adapte al sudor en las madrugadas, las sábanas desparramadas y los gritos entre sueños, yo me adiestré, pero ella no, ella no quiso saber nada más con respecto a eso y me dejó. Creí que ese día acababa mis historias románticas, pensé que daba por finalizada aquella etapa de mi vida y moriría solo rodeado de gatos, perros o algún loro para que me charlase, pero entonces sus caderas se movieron, su piel me atrajo como un imán al metal, su olor se impregnó en mi alma y lo demás… lo demás está por verse.
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