-Es mi hija y puedo hablar de ella cómo a mi se me dé la gana, señor, usted no es nadie para venir y decirme qué es lo que tengo que hacer cuando todo esto es su responsabilidad- la mujer alzaba la arbilla con orgullo y Mónaco respiró hondo intentando mantener la calma- Se ve muy enamoradito de esa idiota, ¿No? - arqueó una ceja a manera de burla- ¿Qué pensaría su esposa si lo supiera, eh? -En primer lugar, señora- la palabra salió de su boca de forma despectiva sin poder evitarlo- No estoy enamorado de su hija, yo me preocupo por ella- le corrigió determinante- Y en segundo lugar, no tengo esposa, además de ser así, no entiendo cómo eso le incumbe a usted. -¡Grosero!¡Altanero!- dijo la mujer tomando un color de piel rojizo- ¡Si tanto la quiere llévesela, quédesela y que a mi casa no vue